Caen las estatuas de Sadam
Habitantes de Bagdad derriban los s¨ªmbolos del r¨¦gimen y dan la bienvenida a los 'marines'
Llegaron los soldados de Estados Unidos a la plaza del Para¨ªso, frente al hotel Palestina; amarraron una soga a un tanque, se la echaron al cuello de la estatua de Sadam Husein, le pusieron una bandera de EE UU, se la quitaron; y al cabo de media hora derribaron uno de los s¨ªmbolos m¨¢s grandes de un r¨¦gimen obsesionado con los s¨ªmbolos. Varias decenas de iraqu¨ªes empezaron a saltar encima de ella. Despu¨¦s, unos la golpearon con mazas, otros se emplearon a alpargatazos, y alguno de los ancianos que rondaban por all¨ª la escupi¨®. La mano derecha de Sadam, la famosa mano que empu?aba fusiles apuntados hacia el cielo, la mano tantas veces levantada indicando el norte a seguir, tantas veces reproducida en miles de estatuas de miles de plazas por todo el pa¨ªs, la mano con la que saludaba a las multitudes desde los balcones... ahora yac¨ªa en el suelo, vejada por un muchacho con una camiseta roja del club de f¨²tbol Liverpool. A¨²n no hab¨ªan pasado 21 d¨ªas desde que comenz¨® la guerra. Y nadie en Bagdad sabe d¨®nde est¨¢ Sadam.
Los 'marines' daban y recib¨ªan margaritas. Eran muchachos imberbes, de 18 o 19 a?os
"?C¨®mo puedo estar feliz si han destruido mi pa¨ªs?", se preguntaba una joven
En otra esquina de la ciudad, Al¨ª Husein Abdulhadi cumpli¨® su promesa de vestirse de rojo y salir a bailar para celebrar la ca¨ªda de Sadam Husein. Su euforia era secundada por miles de personas. Muchos conten¨ªan, sin embargo, su alegr¨ªa, preocupados por los disparos que se o¨ªan y por el caos. A primeras horas de la ma?ana, bandas organizadas y particulares se dedicaban al pillaje de comercios y edificios oficiales. En algunas calles, falsos controles asaltaban a quienes se aventuraban en su camino. En la ciudad no exist¨ªa ninguna autoridad.
"M¨ªster, m¨ªster, una foto, h¨¢game una foto", dec¨ªan ni?os y adultos. Algunas mujeres besaban a los marines. Algunos hombres les tend¨ªan un dinar para que ellos estamparan su firma junto a la cara de Husein. Y ellos mismos, los marines, conscientes del momento hist¨®rico, se hac¨ªan fotograf¨ªas y rodaban con sus propias c¨¢maras de v¨ªdeo la escena. De pronto, alguien esparci¨® un buen pu?ado de dinares por el aire, un pu?ado que en total no llegar¨ªa a valer tres euros, y buena parte de la concurrencia se olvid¨® de la estatua de bronce por unos segundos.
Los marines daban y recib¨ªan margaritas reci¨¦n cortadas. Muchos de ellos eran muchachos imberbes de apenas 18 o 19 a?os, como miles de los milicianos que se paseaban estos d¨ªas atr¨¢s por Bagdad armados de Kal¨¢shnikov. Fue un camino f¨¢cil el que les llev¨® ayer desde las afueras de la ciudad a la plaza del Para¨ªso. Las trincheras de sacos terreros llevaban todo el d¨ªa abandonadas. Pero los estadounidenses no se fiaban de nadie. Vigilaban con prism¨¢ticos desde sus tanques todas las avenidas, las esquinas y balcones. Se comunicaban por tel¨¦fono, de tanque a tanque, cada movimiento en la calle de cualquier persona.
Llegaron a la ciudad atravesando una calle recta de unos cinco kil¨®metros de larga. No dejaban que ning¨²n coche, ni de periodistas ni de civiles, se les acercara. "En el camino sufrimos dos ataques suicidas con coche. Por eso ahora s¨®lo dejamos que la gente se acerque caminando", comentaba un soldado.
En el camino hacia los hoteles de los periodistas encontraron gente que romp¨ªa alg¨²n retrato de Husein, gente que entonaba los mismos c¨¢nticos de apoyo al presidente iraqu¨ª que se escuchaban por todas partes hasta ayer. Pero ahora, Bush era el ensalzado y Sadam, el defenestrado. Sal¨ªan al camino padres que alzaban a sus hijos en brazos para que los soldados los tocaran. "Tengo 62 a?os. He aguantado este r¨¦gimen criminal durante 32. Sadam era un criminal, met¨ªa a la gente en la c¨¢rcel sin causa. Y a mi hermano lo mataron por su culpa", comentaba un ciudadano en medio de los tanques. "Su polic¨ªa secreta, sus soldados golpeaban a la gente en plena calle, maltrataban al pueblo", comentaba el muchacho de la camiseta del Liverpool.
Pero no salieron multitudes al encuentro de las tropas. S¨®lo racimos de 20 o 30 personas. Otros curiosos miraban desde sus casas y saludaban. Por el camino se cruzaban los tanques con los coches que a¨²n andaban desvalijando la ciudad.
El saqueo hab¨ªa comenzado por la ma?ana, muy temprano. Y en la calle, a lo largo de todo el d¨ªa, se pudo ver gente con carretillas que transportaban sof¨¢s, otros con una silla de ruedas que hab¨ªa cogido de alg¨²n edificio oficial, alguno con un caballo, otro con dos ruedas que transportaba haci¨¦ndola rodar con las dos manos por la calle. Y en medio de todo eso, la violencia incontrolada. Apenas hab¨ªa milicianos por las calles. Y por supuesto, ni rastro de la Guardia Republicana.
Varios periodistas de la Televisi¨®n Portuguesa fueron sacados del coche en plena calle. "Nos quitaron todos los documentos y unos treinta mil d¨®lares. Empezaron a golpearnos y sacaron cuchillos y ya parec¨ªa que quer¨ªan vengar sobre nosotros la entrada de los americanos. Menos mal que hab¨ªa una oficina del partido Baaz, y aunque no estaban armados, ellos se impusieron a la horda y pudimos escapar", se?al¨® el corresponsal portugu¨¦s Carlos Fino.
Pasada la ma?ana y el mediod¨ªa, los tanques estadounidenses avanzaban en silencio en direcci¨®n al hotel Palestina. Muchos bagdad¨ªes miraban en silencio. Otros sonre¨ªan a los soldados que no pod¨ªan ocultar la tensi¨®n de sus rostros. "Es una recepci¨®n muy calurosa si se compara con las dos ¨²ltimas semanas, que s¨®lo hemos recibido tiros", comentaba el soldado B. P., de Oklahoma.
Entre un grupo silencioso que miraba desde la puerta de un hotel, el encargado del local se sincer¨®: "Por un lado me siento bien porque ya se acaba el r¨¦gimen de Husein. Pero por otro me siento mal porque esta gente ha entrado aqu¨ª por la fuerza y van a financiar ahora los gastos de la guerra con nuestro petr¨®leo. Claro que nos gusta la libertad, pero la que nosotros nos ganamos, no la que nos imponen por la fuerza".
M¨¢s adelante, Fadi, una joven de 18 a?os se quejaba tambi¨¦n: "?C¨®mo puedo estar feliz viendo esto si ellos han destruido mi pa¨ªs? ??sta es la libertad que traen?", preguntaba se?alando al acero que soltaban los tanques sobre el asfalto. "Aqu¨ª viv¨ªamos en paz, no hab¨ªa necesidad de esto".
Y unos metros m¨¢s adelante, un grupo de mujeres de religi¨®n cristiana lamentaba tambi¨¦n la entrada de los americanos: "Con Sadam hab¨ªa un respeto a las religiones minoritarias. Ahora habr¨¢ agresiones de los musulmanes contra los cristianos, seguro".
Una de estas mujeres reprochaba al Ej¨¦rcito iraqu¨ª no haber luchado lo suficiente: "Nuestro Ej¨¦rcito es muy fuerte y muy bravo. ?Por qu¨¦ no ha peleado? S¨®lo espero que Sadam est¨¦ vivo".
Los marines prosegu¨ªan tensos su camino hacia la plaza del Para¨ªso.
-Ya me gustar¨ªa a m¨ª llevar un chaleco que ponga "prensa", dec¨ªa sonriente un soldado.
Ninguno de los que llegaba no sab¨ªan nada de los periodistas que murieron el d¨ªa anterior a manos de un tanque estadounidense. Tampoco parec¨ªan saber que en proporci¨®n han muerto en esta guerra m¨¢s periodistas que soldados americanos.
A la entrada del hotel Palestina hab¨ªa una pancarta de los escudos humanos que insultaba a las tropas y las conminaba a marcharse a Estados Unidos. El sargento Smith entr¨® armado con otro soldado en el hotel y pregunt¨® en la recepci¨®n por el director. Quer¨ªan saber d¨®nde pod¨ªan aparcar sus veh¨ªculos. En el sal¨®n, algunas familias iraqu¨ªes parec¨ªan velar un entierro. En el ascensor del Sheraton, una empleada lloraba. Algunos iraqu¨ªes que hab¨ªan trabajado como conductores con los periodistas quer¨ªan hacerse fotos con ellos antes de despedirse para siempre, pero que no se viera al fondo a ning¨²n americano.
"Lo importante es que la opresi¨®n para ellos ya se ha terminado, es over. Y la guerra para nosotros es over tambi¨¦n, podemos volver a casa", se?alaba el marine Tom¨¢s Mongo, de ascendencia mexicana.
Cuando la multitud dej¨® de golpear la estatua y los marines se fueron a dormir, un cap¨ªtulo de la historia parec¨ªa cerrado y otro empezaba a abrirse.
[Dos iraqu¨ªes murieron y otros resultaron heridos cuando tropas estadounidenses dispararon contra una ambulancia que circulaba por Bagdad seg¨²n aseguraron a la agencia France Presse fuentes hospitalarias iraqu¨ªes. "Esto es totalmente inaceptable", declar¨® el m¨¦dico belga Geert van Moorter. "Me he dirigido a un oficial para protestar por lo ocurrido y me ha contestado que han disparado porque la ambulancia pod¨ªa llevar explosivos", explic¨®].
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