Las aldeas condenadas
El premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa reflexiona en una serie de reportajes sobre la ocupaci¨®n israel¨ª. En esta primera entrega centra su mirada en unos pueblos del sur de Cisjordania
"El problema mayor de Israel es uno solo, los asentamientos en Cisjordania, es decir, la ocupaci¨®n de los territorios palestinos¡±, me dice Yehuda Shaul. ¡°El pr¨®ximo a?o cumplir¨¢ medio siglo. Pero tiene soluci¨®n y la ver¨¦ puesta en pr¨¢ctica antes de morir¡±.
Le replico a mi amigo israel¨ª que hay que ser muy optimista para creer que un d¨ªa m¨¢s o menos pr¨®ximo los 370.000 colonos instalados en las tierras invadidas del West Bank ¡ªverdaderos bantust¨¢n que cercan a los 2.700.000 habitantes de las ciudades palestinas y las desconectan una de otra¡ª podr¨ªan salir de all¨ª en aras de la paz y la coexistencia pac¨ªfica. Pero Yehuda, que trabaja incansablemente por hacer conocer lo que una gran mayor¨ªa de sus compatriotas se niega a ver, la tr¨¢gica situaci¨®n en que viven los palestinos de la orilla occidental del Jord¨¢n, me dice que tal vez yo sea menos esc¨¦ptico despu¨¦s del viaje que haremos juntos, ma?ana, hacia las aldeas palestinas de las monta?as del sur de Hebr¨®n.
Estuvimos ¨¦l y yo en esas monta?as, casi en el l¨ªmite de Cisjordania, hace seis a?os. Y, es cierto, la aldea de Susiya, que entonces ten¨ªa unos 300 habitantes y parec¨ªa destinada a desaparecer al igual que otras de la zona, ahora tiene 450, porque, pese a los infortunios de que sigue siendo v¨ªctima, han regresado buen n¨²mero de las familias que hab¨ªan huido; tambi¨¦n ellas, como Yehuda, gozan de un optimismo a prueba de atrocidades.
Porque el acoso que padecen Susiya y las aldeas vecinas desde hace muchos a?os no ha cesado, al contrario. Me muestran la demolici¨®n reciente de las casas, los pozos de agua cegados con rocas y basuras, los ¨¢rboles cortados por los colonos y hasta los v¨ªdeos que han podido tomar de las agresiones de ¨¦stos ¡ªcon fierros y garrotes¡ª a los vecinos, as¨ª como las detenciones y maltratos que reciben tambi¨¦n de las FDI (Fuerzas de Defensa de Israel). En la casa comunal, una de las pocas viviendas que se tienen en pie, quien hace las veces de alcalde, Nasser Nawaja, me muestra las ¨®rdenes de demolici¨®n que, como espadas de Damocles, se ciernen sobre las construcciones todav¨ªa no destruidas por los buld¨®ceres del ocupante. Las formas se guardan: esta zona ha sido elegida para maniobras militares de las FDI y las aldeas deber¨ªan desaparecer (pero no los asentamientos ni los puestos de avanzada de los colonos que prosperan por todo el contorno). A veces, el pretexto es que las fr¨¢giles viviendas son ilegales, pues carecen de permiso de edificaci¨®n. ¡°Es cosa de locos ¡ªme dice Nasser¡ª; cuando pedimos permiso para construir o reabrir los pozos de agua, nos lo niegan, y luego nos demuelen las viviendas por haberlas levantado sin autorizaci¨®n¡±. En este pueblo, como en los otros del contorno, los campesinos y pastores no viven en casas sino en fr¨¢giles tiendas levantadas con telas y latas o en las cuevas ¡ªmuy abundantes en la zona¡ª que los soldados todav¨ªa no han inutilizado rellen¨¢ndolas de piedras y basura.
Pese a todo, los vecinos de Susiya y de Yimba, las dos aldeas que visito, siguen ah¨ª, resistiendo el acoso, apoyados por algunas ONG e instituciones israel¨ªes solidarias, como Breaking the Silence (Rompiendo el silencio), de la que es miembro Yehuda y la que me ha invitado aqu¨ª. En Susiya conozco a un joven muy simp¨¢tico, Max Schindler, jud¨ªo norteamericano; ha venido como voluntario a vivir unos meses en este lugar y ense?a ingl¨¦s a los ni?os de la aldea. ?Por qu¨¦ lo hace?: ¡°Para que vean que no todos los jud¨ªos somos lo mismo¡±. En efecto, hay muchos como ¨¦l ¡ªlos justos de Israel¡ª, que los ayudan a presentar alegatos en los tribunales, que vienen a vacunar a los ni?os, que protestan contra los atropellos, y, entre ellos, escritores como David Grossman y Amos Oz, que firman manifiestos y se movilizan pidiendo que cesen los abusos y se deje vivir a estas aldeas en paz.
"?850 colonos israel¨ªes en el coraz¨®n de una ciudad palestina de 200.000 personas! Para protegerlos, 650 soldados israel¨ªes montan guardia en la vieja ciudad sellada"
Un pronunciamiento de esta ¨ªndole, encabezado por ellos, hace algunos meses, salv¨® de la picota ¡ªpor el momento¡ª a Yimba, un pueblo antiqu¨ªsimo, aunque se llegaron a demoler 15 casas. Ahora aguarda una ¨²ltima decisi¨®n de la Corte Suprema sobre su existencia. Tiene una enorme cueva, todav¨ªa indemne, que, me aseguran, es de la ¨¦poca romana. En ese entonces la aldea estaba a la orilla del camino ¡ªtodav¨ªa se puede seguir su trazo en el ¨¢spero desierto de piedra, polvo y rastrojos que nos rodea¡ª que conduc¨ªa a los peregrinos a la Meca; entonces Yimba era pr¨®spera gracias a sus tiendas de abastos y restaurantes. Ahora su antig¨¹edad esconde un riesgo: que, como se trata de un lugar arqueol¨®gico, la autoridad israel¨ª decida que debe ser deshabitado para que los arque¨®logos puedan rescatar los tesoros hist¨®ricos de su subsuelo. Las quejas son id¨¦nticas a las que escucho en Susiya: ¡°Apenas consigan echarnos con ese pretexto, llegar¨¢n los colonos; ellos s¨ª pueden convivir con los restos arqueol¨®gicos sin ning¨²n problema¡±.
Al igual que en Susiya, en Yimba hago la visita rodeado de ni?os descalzos y esquel¨¦ticos que, sin embargo, no han perdido la alegr¨ªa. Una ni?a, sobre todo, de ojos traviesos, se r¨ªe a carcajadas cuando ve que soy incapaz de pronunciar su nombre ¨¢rabe como es debido.
Basta examinar un mapa de los territorios ocupados para comprender la raz¨®n de los asentamientos: rodean a todas las grandes ciudades palestinas y obstruyen sus contactos e intercambios, a la vez que van ensanchando la presencia israel¨ª y descomponiendo y fracturando el territorio que supuestamente deber¨ªa ocupar el futuro Estado Palestino hasta hacerlo impracticable. Hay una intencionalidad clara en esta estrategia: mediante la proliferaci¨®n de asentamientos volver irrealizable aquella soluci¨®n de los dos Estados que, sin embargo, los dirigentes de Israel dicen aceptar. No se entiende si no por qu¨¦ todos sus gobiernos, de centro, de izquierda y de derecha, con la ¨²nica excepci¨®n del ¨²ltimo Gobierno de Ariel Sharon, que en 2005 retir¨® las colonias israel¨ªes en Gaza, hayan permitido y sigan haci¨¦ndolo, la existencia y crecimiento sistem¨¢tico de unas colonias ilegales ¡ªlaicas, socialistas y muchas de religiosos ultras¡ª que son un motivo permanente de fricci¨®n y dan a los palestinos la sensaci¨®n de ver encogerse como una piel de zapa el ya reducido espacio que tienen de Cisjordania.
No pretendo leer la mente secreta de la ¨¦lite pol¨ªtica israel¨ª. Pero basta seguir en el mapa la manera como en las ¨²ltimas d¨¦cadas las invasiones ilegales y el famoso ¡°muro de Sharon¡± van cercenando los territorios palestinos, para advertir en ello una pol¨ªtica t¨¢cita o expl¨ªcita que nunca ha intentado atajar estas invasiones y, m¨¢s bien, las estimula y las protege. Ella no s¨®lo es un motivo constante de choques con los palestinos; es una realidad que hace a muchos pensar que ya es imposible llevar a la pr¨¢ctica la constituci¨®n de los dos Estados soberanos, algo que, sin embargo, como una jaculatoria desprovista de verdad, un puro ruido, todav¨ªa promueven la ONU y los gobiernos occidentales.
Probablemente, entre el despojo que significan tambi¨¦n estas colonias ning¨²n caso sea tan dram¨¢tico como los cinco asentamientos erigidos en el coraz¨®n de Hebr¨®n. ?850 colonos israel¨ªes en el coraz¨®n de una ciudad palestina de 200.000 personas! Para protegerlos, 650 soldados israel¨ªes montan guardia en la vieja ciudad, que ha sido sellada, ¡°esterilizadas¡± (seg¨²n la f¨®rmula oficial) sus calles ¡ªcerradas todas sus tiendas, las puertas principales de las viviendas, todos los comercios¡ª de modo que pasear por all¨ª es recorrer una ciudad fantasma, sin gente y sin alma. Hace once a?os deambul¨¦ por estas calles muertas; lo ¨²nico que ha cambiado es que han desaparecido los insultos racistas contra los ¨¢rabes que decoraban sus muros. Pero por todas partes aparecen siempre las barreras con soldados y contin¨²a la prohibici¨®n para que los ¨¢rabes circulen en coches por las calles del centro, lo que les obliga a dar un enorme rodeo a campo traviesa para pasar de un barrio a otro. Los israel¨ªes que me acompa?an ¡ªson cuatro¡ª me dicen que lo peor de todo es que ahora ya nadie habla del horror que es Hebr¨®n y las tremendas injusticias que all¨ª se cometen contra sus 200.000 vecinos para, aparentemente, proteger a 850 invasores.
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