Rocket Man
Vuelve la niebla a Londres y el imperio del pescado envuelto en papel peri¨®dico con patatas fritas en aceite del r¨ªo Thames
Desde alg¨²n punto del espacio sideral, all¨¢ en la estrella que ocupa incandescente, habla al vac¨ªo John Donne: Ning¨²n hombre es isla, entero en s¨ª mismo, dice el viejo cl¨¦rigo con la sotana al vuelo, asido al p¨²lpito p¨²rpura de su eternidad. Todo hombre es pieza de un continente, parte del todo, y prosigue Father Donne: Si un pedazo de tierra se desprendiera hacia el mar, Europa se disminuye, as¨ª como si fuese promontorio y como si fuese la casa de un amigo o tu propio hogar. Silencio, que nadie sabe nada y nadie lo puede creer. John Donne lleva siglos repiti¨¦ndolo: la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque formo parte de la humanidad y ¨Cpor tanto¡ªno preguntes por qui¨¦n dobla la campana; Dobla por ti.
El d¨ªa que los ingleses de la tercera edad, la campi?a del cerdito Babe y la necedad u obstinaci¨®n por la taza de t¨¦ servida exactamente a las cinco en punto de la tarde, decidieron abandonar la idea de Europa, ¨¦sta qued¨® disminuida por el ala de uno de sus m¨¢s nobles y fuertes bastiones. Inglaterra tambi¨¦n se empeque?eci¨®, pues el d¨ªa que una mayor¨ªa simple y directa decidi¨® abandonar el concierto de Europa, ese mismo d¨ªa en que el t¨¦rmino m¨¢s buscado en el Google del United Kingdom apuntaba a que una mayor¨ªa de British Citizens confundi¨® una decisi¨®n trascendental sobre su presencia en Europa con un refer¨¦ndum crucial para reprobar a su Primer Ministro, ese mismo d¨ªa se materializ¨® la incre¨ªble irracionalidad de no pocos tendones que definen el car¨¢cter mismo de eso que llaman Reino Unido.
Le llaman Farage, pero es no m¨¢s que el Rocket Man, perdido en el espacio, solo y su alma en viaje a Marte, donde no es buen lugar para criar a los hijos
Vuelve la niebla a Londres y el cerrado bomb¨ªn de quienes se quejan a¨²n de que The Beatles ¨Cnacidos estibadores en el puerto de Liverpool¡ªcantar¨¢n como Elvis y otros rockeros gringos. Vuelve el imperio del pescado envuelto en papel peri¨®dico con patatas fritas en aceite del r¨ªo Thames, a contrapelo de la alta cocina y dem¨¢s costumbres culinarias, quiz¨¢ mediterr¨¢neas, que llevaban no pocos a?os enriqueciendo las papilas gustativas por v¨ªa de la diversidad. ?Tanto que le insistieron a Escocia sobre la importancia de mantenerse unidos, juntos como europeos, y ahora resulta que los guerreros de falda y cara pintada dudan de las cruzadas franjas de la uni¨®n pues en el mentado refer¨¦ndum votaron por seguir si¨¦ndolo! Se confirma que no es invento el sigiloso monstruo paleol¨ªtico que navega en el Lago Ness de Escocia y se confirma que la Union Jack ¨Ccomo le llaman a la bandera que pintaba orgulloso sobre su Jaguar el imbatible Austin Powers (Agente Internacional del Misterio) y el dign¨ªsimo gesto con el que James Bond exig¨ªa su Martini seco, shaken not stirred¡ªha tiempo que dej¨® de ser cruceta imperial y m¨¢s bien parece una inmensa equis en desesperada urgencia por despejarse como inc¨®gnita de una f¨®rmula matem¨¢tica de la m¨¢s simple teor¨ªa de los conjuntos.
El mundo est¨¢ constantemente enrevesado y con cada nuevo atentado del terror de nuestros tiempos vuelve el eco de las palabras de John Donne, pero tambi¨¦n la melod¨ªa intacta con la que Lennon y McCartney nos convenc¨ªan de que lo ¨²nico que necesitamos es amor. No creo que Espa?a o Italia aprovechen el nuevo acomodo de los tableros para dejar de preocuparse por aprender el idioma ingl¨¦s, ni creo que el imperio comercial de El Corte Ingl¨¦s se plante¨¦ la necesidad de cambiar el adjetivo que le da nombre, pero me parece que predomina un ¨¢nimo de indefinible tristeza entre tanto desconcierto.
Se trata precisamente de una decisi¨®n trascendental donde una vez m¨¢s se observa la delgada l¨ªnea que separa a la democracia de la demagogia y la psicod¨¦lica nebulosa donde habiendo amarrado lazos de uni¨®n que parec¨ªan duraderos, todas las partes segregadas pierden tonalidad y volumen. Quien desafina rompe el concierto no s¨®lo de la sinfon¨ªa, sino la coordinaci¨®n y cohesi¨®n de los dem¨¢s instrumentos¡ y s¨ª, como eco de Donne, el hombre no necesita saber por qui¨¦n lloran ahora los cuervos y las golondrinas, pues son campanadas que nos ensombrecen a todos y entonces, imagino que la m¨²sica de fondo lleva gafas estrafalarias y una inmensa boa de plumas.
Es Elton John, sentado sobre la cola de un piano blanco, cant¨¢ndole al enfebrecido demente que gritaba a voz en cuello su pugna por una Inglaterra Independiente: le llaman Farage, pero es no m¨¢s que el Rocket Man, perdido en el espacio, solo y su alma en viaje a Marte, donde no es buen lugar para criar a los hijos. Rocket Man que s¨®lo cumpl¨ªa con su trabajo, cinco d¨ªas a la semana, como diputado inconforme en una Europa de la que ha logrado escaparse a un vado donde hace m¨¢s fr¨ªo que en el mismo Infierno, solo y su alma all¨ª donde quema su propio fusible sin ayuda de pr¨®jimos ni pr¨®ximos, flotando en el et¨¦reo y eterno enredo de su ego confuso que no entiende nada de ciencia ni de conciencia.
Nigel Farage el demente Rocket Man, incapaz de re¨ªrse en el espejo de Monty Python, ajeno a las virtudes hipn¨®ticas de Led Zeppelin, isle?o aislado del mundo, ajeno al elevado pensamiento de Bertrand Russel y Karl Popper, mudo ante Chesterton e incluso renuente a las aventuras de Sherlock Holmes en Suiza y pigmeo al lado de sus paisanos universales que siempre pujaron por una cultura compartida con el continente. El continente que une, herido por la insensible separaci¨®n del Rocket Man que olvida que cuando le llegue el aterrizaje, luego de su periplo y de su reciente renuncia, s¨®lo queda en la saliva el amargo sabor de que ha pasado ya demasiado tiempo y creo que habr¨¢ de seguir pasando mucho tiempo. Tanto tiempo.
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