Vox populi
Santos necesita aislar el pacto con las FARC de la opini¨®n sobre su administraci¨®n
La historia en Colombia se acelera. El 23 de junio ¨²ltimo el gobierno y las FARC anunciaron en La Habana el fin de un conflicto que lleva m¨¢s de medio siglo. Y el lunes de la semana pasada la Corte autoriz¨® el plebiscito con el que Juan Manuel Santos pretende convalidar los acuerdos alcanzados. Santos no estaba obligado a esa consulta. Pero antes de firmar una transacci¨®n que, por su propia ¨ªndole, desata innumerables controversias, pretendi¨® obtener un respaldo popular. Lo que para el corto plazo parece un salto mortal, es un seguro en la larga duraci¨®n.
En Gran Breta?a se volvi¨® a demostrar, el d¨ªa en que los colombianos anunciaron el fin de su guerra, que los plebiscitos son ingobernables. En ellos los problemas estructurales son sometidos al calor de la coyuntura. Por eso Santos, para evitar un Brexit, necesita aislar el compromiso con las FARC de la opini¨®n que merece su administraci¨®n. La popularidad del presidente presenta n¨²meros muy malos. Por eso ¨¦l deleg¨® la campa?a por el ¡°s¨ª¡± en un aliado ajeno a su partido. C¨¦sar Gaviria vuelve a ser, como cuando hubo que ganar la reelecci¨®n, el capit¨¢n electoral del oficialismo colombiano.
Santos espera que los Estados Unidos excluyan a las FARC de su listado de organizaciones terroristas, y dejen de reclamar la extradici¨®n de guerrilleros.
La endiablada negociaci¨®n con las FARC lleva casi cuatro a?os. Pero ser¨¢ bendecida o repudiada en un minuto por millones de personas, muchas de las cuales carecen de informaci¨®n b¨¢sica acerca del asunto. Esta falta de ilustraci¨®n agrava otro vicio de los plebiscitos: asuntos intrincados, cuya soluci¨®n m¨¢s sabia puede esconderse en la sutileza de un matiz, tienen que adaptarse a una sin¨®ptica batalla de consignas. Esta peculiaridad vuelve m¨¢s crucial una decisi¨®n que debe aprobar el parlamento: cu¨¢l ser¨¢ la f¨®rmula que se pondr¨¢ a consideraci¨®n de los colombianos para que digan ¡°s¨ª¡± o ¡°no¡±. Ninguna pregunta es inocente.
La Corte prohibi¨® hacer campa?a en nombre de partidos u organizaciones sociales. Sin embargo, el campo discursivo comienza a calcar el mapa de los alineamientos pol¨ªticos. Es inevitable: esta confrontaci¨®n prefigura la elecci¨®n presidencial de 2018. El enigma principal refiere a la estrategia del ex presidente ?lvaro Uribe, verdugo despiadado de los acuerdos que negoci¨® Santos. ?Convocar¨¢ a votar por el ¡°no¡± o preferir¨¢ la abstenci¨®n, aunque como opci¨®n formal no haya sido contemplada?
Una encuesta Polim¨¦trica vaticin¨® hace tres semanas que habr¨ªa una concurrencia a las urnas del 65% del censo electoral; 74% votar¨ªa por el ¡°s¨ª¡±, 19% lo har¨ªa por el ¡°no¡±, mientras un 7% permanece indeciso. Es una hip¨®tesis favorable a los partidarios del acuerdo. La propuesta de paz debe ser aprobada por el 13% del padr¨®n. Uribe se enfrenta a estas matem¨¢ticas. Su voz es poderosa. Pero viene de un pobre resultado en las ¨²ltimas elecciones regionales.
Otra cuesti¨®n a desentra?ar es c¨®mo se agrupar¨¢n los l¨ªderes durante la contienda. Santos encomend¨® a Gaviria la coordinaci¨®n del frente que apoya sus acuerdos. En la otra orilla quedar¨ªa, aislado, Uribe y su Centro Democr¨¢tico. Pero la semana pasada qued¨® al desnudo que la fragilidad de esa geometr¨ªa. Uno de los guerrilleros, Jes¨²s Santrich, trat¨® a Uribe de paramilitar y narco. Uribe respondi¨® que estaba acostumbrado a esas descalificaciones porque suelen dedic¨¢rselas Nicol¨¢s Maduro, Santos y Gaviria. Enseguida Humberto de la Calle, principal negociador del gobierno, pidi¨® a las FARC que no haya insultos. De la Calle advirti¨® el riesgo principal: que Uribe consiga presentar la consulta como una contienda entre ¨¦l y un grupo en el que el presidente y sus aliados aparecen mezclados con las FARC y con Maduro. Acaso Santos olvid¨® un pacto con la guerrilla: el del plan proselitista.
Como toda contienda pol¨ªtica, la colombiana ser¨¢ una esgrima de conceptos. Los partidarios del ¡°no¡± sostienen que no deben quedar impunes los cr¨ªmenes de lesa humanidad. Y que los jefes de una banda terrorista no pueden ejercer la representaci¨®n pol¨ªtica. La campa?a del ¡°s¨ª¡± no discutir¨¢ esos criterios. Se enfocar¨¢ en las definiciones. Interpretar¨¢ en un sentido muy estricto las acciones que puedan considerarse violaciones a los derechos humanos. Y clasificar¨¢ a las FARC no como una organizaci¨®n terrorista sino como una agrupaci¨®n insurgente, liderada por pol¨ªticos a los que no cabe hacer renunciar a la pol¨ªtica. El oficialismo defender¨¢ este n¨²cleo conceptual en defensa propia. No puede consentir que tolera delitos aberrantes ejecutados por terroristas, sobre todo en un contexto en el que el terrorismo estremece a la opini¨®n p¨²blica global.
Santos cuenta con un respaldo internacional inestimable. Hasta Barack Obama, a trav¨¦s de Bernie Aronson, acaba de pedir el voto por el ¡°s¨ª¡±. Es una se?al estrat¨¦gica: Santos espera que los Estados Unidos excluyan a las FARC de su listado de organizaciones terroristas, y dejen de reclamar la extradici¨®n de guerrilleros.
No le costar¨¢ lograrlo. El Congreso norteamericano, con el consenso de ambos partidos, est¨¢ por votar una ayuda de casi 500 millones de d¨®lares para la implementaci¨®n de los pactos de La Habana. Europa vot¨® una suma parecida. Obama quiere alejarse del poder dejando tras de s¨ª una regi¨®n sin convulsiones. Su sue?o alcanza a Venezuela. Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero se embarc¨® en la mediaci¨®n entre Maduro y sus opositores, y Mariano Rajoy cedi¨® la embajada en Caracas para esas tratativas, por pedido de Tom Shannon.
Antes de que se escuche la voz del pueblo, la ¡°voz de Dios¡± ya est¨¢ votando. Las iglesias colombianas bendicen el acuerdo. Sobre todo la cat¨®lica, que puso al clero en campa?a por el ¡°s¨ª¡±. Santos especula con una ¨²ltima jugada: que si el papa Francisco no puede viajar a Colombia, grabe al menos un mensaje por la paz.
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