Los versos de la memoria
Esta es una historia contundente y conmovedora, incluso para quienes creen que todo recuerdo amargo no merece m¨¢s que la superaci¨®n instant¨¢nea por decreto
Me tard¨¦ en intentar estos p¨¢rrafos. Una primera impresi¨®n de lo que quiero narrar aqu¨ª sirvi¨® para la columna semanal que publico en MILENIO diario de M¨¦xico desde hace diecis¨¦is a?os, pero el hecho merece repetirse, volverse eco y que su historia aparezca tambi¨¦n ¨Cy quiz¨¢, sobre todo¡ªen las p¨¢ginas de Espa?a, en la memoria de la piel de toro que tiende a la amnesia. Se trata de una historia contundente y conmovedora, incluso para quienes creen que todo recuerdo amargo no merece m¨¢s que la superaci¨®n instant¨¢nea por decreto. Desaprovech¨¦ la fecha exacta del pasado 18 de julio para conmemorar el oprobioso alzamiento militar contra la Segunda Rep¨²blica Espa?ola,?democr¨¢ticamente?electa, y aprovecho entonces que la historia que quiero narrar ¨Ccomo muchas heridas?que a¨²n no son cicatriz¡ªcontiene el aura discreta de la intemporalidad, m¨¢s all¨¢ de la babosa nostalgia oportunista o del cursi melodrama. Es una historia de la memoria.
En 1939, ca¨ªda la Rep¨²blica en manos de lo que se consideraba ya una dictadura militar, se present¨® un se?or llamado Pedro Mart¨ªnez Sadoc ante las autoridades militares del nuevo gobierno, confiado en que, dado que no ten¨ªa sangre en las manos, ser¨ªa juzgado y considerado con justicia e imparcialidad habiendo sido simpatizante y participante del gobierno de Izquierda Republicana que presidi¨® D. Manuel Aza?a. Mart¨ªnez Sadoc hab¨ªa tenido leve acercamiento con c¨¦lulas de la masoner¨ªa (como muchos miembros de la burgues¨ªa liberal de su ¨¦poca) pero su labor como funcionario en el Instituto de Reforma Agraria, por el cual se traslad¨® a Valencia con el gobierno en v¨ªas del exilio (y al lado del cual permaneci¨® hasta el final de la guerra) ser¨ªan la principal raz¨®n por la que fue condenado a treinta a?os m¨¢s un d¨ªa de prisi¨®n.
En esta Espa?a de tantas Espa?as que c¨ªclicamente precisa de piedad y de perd¨®n, fueron los llamados vencedores de la Guerra Incivil quienes no s¨®lo enga?aron a incautos con falsas promesas de consideraci¨®n leguleya, sino aut¨¦ntico encono e ira destilada como la que se transpira en la condena de treinta a?os m¨¢s un d¨ªa (s¨®lo superada por la condena de muerte) para un hombre bueno que en realidad no hab¨ªa hecho m¨¢s que vivir una vida ¨ªntegra, con honestidad en cada una de las yemas de sus dedos y un claro af¨¢n por hacer lo que ten¨ªa que hacer dentro del orden establecido, dentro del crucigrama pol¨ªtico enrevesado en el que hab¨ªa invertido esfuerzo y esperanza por un gobierno popular. Martinez Sadoc fue uno m¨¢s de los castigados por haber laborado precisamente en el ¨¢rea de reforma agraria que atentaba precisamente contra los abusos feudales de la alta burgues¨ªa, las manos muertas de la santa madre Iglesia y los anchos campos de la desigualdad en blanco y negro. Habiendo querido pintar acuarelas ¨Cno exenta de paisajes ut¨®picos¡ªsobre la piel de Espa?a, los ca¨ªdos y derrotados de la Rep¨²blica se volver¨ªan los testigos fantasmales de por lo menos las cuatro siguientes d¨¦cadas donde a brochazos de autoritarismo e inmovilidad atonal se resguard¨® el retrasado paisaje sin colores.
Mart¨ªnez Sadoc fue llevado al Fuerte de San Crist¨®bal en Pamplona (por muchos adjetivado como tenebroso) donde pasar¨ªa los primeros lustros de su condena; afuera qued¨® su vida pasada, su mujer y sus hijas (una de las cuales conoce tras las rejas al llev¨¢rsela en brazos su esposa), pero hubo algo que retumb¨® en su cabeza desde los primeros d¨ªas de reclusi¨®n, eso que podr¨ªamos llamar versos de la memoria. Pedro Mart¨ªnez Sadoc pertenec¨ªa a esa generaci¨®n que ahora parece en sepia en la que no pocos ejercicios escolares part¨ªan y se beneficiaban a partir de la memorizaci¨®n de poemas; los grandes versos de los grandes poetas como placebo de calistenia verbal y herramienta mental, algo que hoy parece rasgo de extraterrestres en una Espa?a donde no pocas generaciones desconocen por completo no s¨®lo los sonetos m¨¢s simples de Lope de Vega sino las verdaderas andanzas de Alonso Quijano llamado el Bueno. Ahora que en las tabletas electr¨®nicas se privilegia el logaritmo de la estulticia por encima del ejercicio de la duda, Mart¨ªnez Sadoc ide¨® una constante rutina en medio de las mazmorras para salvaguardar su salud mental y alimentar de alguna manera la inquebrantable esperanza de quienes realmente creen en la libertad.
Con l¨¢pices y papeles sueltos que le llevaba su esposa entre viandas humildes de comida, Mart¨ªnez Sadoc fue confeccionando una Antolog¨ªa de poetas de habla Castellana del siglo XIV al XX, escrita con una pulcra caligraf¨ªa alineada por la paciencia de quien valora todo el tiempo posible dentro de la celda sin tiempo, y adem¨¢s ilustrada por dibujos, vi?etas y capiteles de su propio pu?o o bien de la mano de algunos compa?eros presos, calificados por Mart¨ªnez Sadoc de m¨¢s o menos artistas, que contribuyeron a escondidas y en verificaci¨®n de versos, como quien contrasta memoria con los recuerdos ajenos. Una peque?a joya que bastar¨ªa para empeorar su situaci¨®n ¨Csi no es que tambi¨¦n el curso mismo de sus vidas¡ªde ser descubierta por los carceleros, militares y simpatizantes de una pesadilla institucionalizada que mataba poetas.
Trasladado a?os despu¨¦s a la prisi¨®n de Oca?a en Toledo, Mart¨ªnez Sadoc cay¨® debilitado en la enfermer¨ªa. Una monja, casi novicia de tan joven, se ofreci¨® a sacar el peque?o libro escrito y pintado a mano entre los pliegues de su h¨¢bito y ese breve tesoro quedaba como secreto testimonio de un hombre que hab¨ªa sido feliz y saludable, honesto y trabajador, convertido en un gui?apo de poco peso y salud quebrantada que logr¨® salir de prisi¨®n, aun atado con una rigurosa libertad condicional, hasta que por intercesi¨®n de su hermano exiliado, los oficios del general Miaja y la firma de L¨¢zaro C¨¢rdenas, logr¨® ¨¦l mismo transterrarse a M¨¦xico en 1952.
Pedro Mart¨ªnez Sadoc muri¨® hace cincuenta a?os en M¨¦xico y al cumplirse medio siglo de su partida, que coincide con los ochenta a?os del inicio de la irracional locura en la que se partiera Espa?a, sus descendientes han realizado una edici¨®n facs¨ªmil de la hermosa antolog¨ªa con la que sobrevivi¨® al horror. Un pu?ado de poemas desde el Marqu¨¦s de Santillana a Miguel de Unamuno, de los quevedos de Quevedo a las rimas de B¨¦cquer, Lope y Calder¨®n, Espronceda y Campoamar¡ memorizados y transcritos en l¨ªneas perfectas, con tinta escasa; todos ilustrados con vi?etas en colores, guirnaldas de silencio, peque?as luces en la esquina de una celda mugrienta.
En otros p¨¢rrafos y ocasiones he escrito sobre el an¨®nimo h¨¦roe anciano que narraba de memoria Los tres mosqueteros en una de las barracas del infierno llamado Auschwitz-Birkenau. El viejo ¨Cque hab¨ªa presenciado la quema de libros a manos de enloquecidos uniformados nazis¡ªestaba convencido de que los sicarios de la su¨¢stica hab¨ªan lanzado a las llamas a toda la gran literatura que nos conforma y se propuso, por lo menos, recitar todas las noches las andanzas fant¨¢sticas de D¡¯Artagnan y sus compa?eros espadachines con la ilusi¨®n de que al menos as¨ª podr¨ªa haber alguna m¨ªnima esperanza de que alguno de sus escuchas volviese a dictar la hermosa novela y volver a ponerla en papel una vez llegada la liberaci¨®n¡ aunque ¨¦l ya no estuviera para presenciarlo.
En ese caso, la memoria del viejo espadach¨ªn abonaba intacta la trama y los personajes inventados por Alexandre Dumas salv¨¢ndolos de la amnesia, incluso a pesar de que nadie sepa al d¨ªa de hoy el nombre del viejo que los memoriz¨®, pero en el caso de la Antolog¨ªa de Mart¨ªnez Sadoc son los versos mismos y los fantasmas de los grandes poetas quienes resucitan alineados en la delicada caligraf¨ªa de la soledad para resucitar en vida o por lo menos mantener latente la esperanza de los presos que la fueron confeccionando al lado de un hombre que afortunadamente no qued¨® an¨®nimo, ni sus compa?eros de celda aunque sepamos que muchos de ellos no volvieron a la luz del d¨ªa exterior y menos a¨²n, al Sol de M¨¦xico donde d¨¦cadas despu¨¦s circula hoy mismo una bella edici¨®n facsimilar de un salvoconducto para la cordura y la callada esperanza, una antolog¨ªa de dibujos hilados con miedo y versos de eso que llamamos memoria.
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