Dilma Rousseff, destituida definitivamente por el Senado de Brasil
El proceso de ¡®impeachment¡¯ termina con el mandato de la primera presidenta mujer de Brasil y con 13 a?os de gobierno de su partido. Michel Temer asume la presidencia
Hubo un laber¨ªntico debate jur¨ªdico de ¨²ltima hora. Uno m¨¢s en este proceso inacabable. Pero despu¨¦s, los 81 senadores que ten¨ªan en su mano el destino de Dilma Rousseff ¨Cy el de Brasil¨C votaron. El tablero electr¨®nico parpade¨® a la una y media de la tarde y dio la respuesta prevista por todos desde hac¨ªa tiempo: Rousseff, por 61 votos a 21, es condenada a dejar desde hoy la presidencia de forma definitiva y a abandonar en el plazo de un mes su residencia oficial de Brasilia. Desde la tribuna, un grupo de seis o siete personas comenz¨® a correar el himno de Brasil enarbolando una bandera. Pero la solemnidad de la ocasi¨®n y el peso hist¨®rico de lo que acababa de ocurrir empuj¨® al resto de la sala, abarrotada, a guardar silencio. Brasil culmina as¨ª el cambio de Gobierno m¨¢s traum¨¢tico y esquizofr¨¦nico de su reciente democracia. La votaci¨®n, con el pa¨ªs en suspenso vi¨¦ndolo por la televisi¨®n, constituy¨® el ¨²ltimo cap¨ªtulo de un largo proceso de impeachment que comenz¨® el 2 de diciembre.
Tan s¨®lo dos horas despu¨¦s de la votaci¨®n, Michel Temer, el hasta ese momento presidente interino (antes vicepresidente y aliado de Rousseff, ahora enemigo declarado de ella) llegaba a esa misma sala recibiendo felicitaciones y palmadas en la espalda de sus correligionarios. Tras escuchar el himno, jur¨® el cargo, firm¨® la toma de posesi¨®n y sin dejar de sonre¨ªr y de recibir nuevos abrazos y enhorabuenas, sali¨®, ya erigido presidente brasile?o con todas las letras, rumbo a China para participar en la cumbre del G-20. Fue una ceremonia apresurada. Pero la necesidad de llegar a esa cumbre lo aceler¨® todo.
Mientras, en el Palacio de la Alvorada, en un ambiente sombr¨ªo y de derrota, Rousseff se preparaba para asumir su nuevo estado de ex presidenta expulsada por la puerta de atr¨¢s. Antes hab¨ªa comparecido, llevando una camisa roja, s¨ªmbolo del PT, para denunciar otra vez el proceso del que se siente v¨ªctima: ¡°En mi vida he sufrido dos golpes de Estado. El de la dictadura y ¨¦ste¡±.
Rousseff confiaba en parar el proceso, pero no contaba con que todo iba a actuar en su contra: los mercados, la calle, la prensa, su vicepresidente, la econom¨ªa, sus propias decisiones...
El senado, en un gesto de clemencia, vot¨® en contra de inhabilitarla por ocho a?os de todo cargo p¨²blico. Una de sus defensoras, la senadora Karia Abreu, aleg¨® que Rousseff, de 69 a?os, as¨ª podr¨ªa dar clases y conferencias en universidades y alcanzar la anualidad que le falta para conseguir la jubilaci¨®n. En teor¨ªa, tambi¨¦n le abre las puertas a un (improbable) regreso pol¨ªtico.
La sesi¨®n fue hist¨®rica y final. Rousseff decidi¨® apurar todas y cada una de las fases del impeachment a pesar de que las previsiones aventuraban su fracaso casi desde el principio. Fernando Collor de Melo, que tambi¨¦n sufri¨® una destituci¨®n similar en 1992, se baj¨® en marcha al renunciar antes de llegar a la conclusi¨®n. La resistencia de Rousseff fue m¨¢s simb¨®lica que pr¨¢ctica, encaminada a dejar claro que no aceptaba ni aceptar¨ªa jam¨¢s el veredicto. ¡°Estamos a un paso de la concretizaci¨®n de un verdadero golpe de Estado¡±, dijo el lunes, delante de los 81 senadores que la juzgaron.
A Rousseff se le ha condenado por maquillar las cuentas p¨²blicas. El origen remoto del proceso hay que buscarlo en un informe de tres abogados que denunciaron a la presidenta hace m¨¢s de nueve meses de hacer trampas con el presupuesto mediante un abstruso mecanismo de pr¨¦stamos p¨²blicos. Los senadores brasile?os se han pasado horas y d¨ªas y meses discutiendo en un perpetuo D¨ªa de la Marmota sobre si el retraso por parte del Gobierno en reembolsar un pago efectuado por un banco p¨²blico a un programa estatal se pod¨ªa considerar delito o no. En los ¨²ltimos meses han surgido en el pa¨ªs centenares de especialistas en esta minucia contable, en una trinchera y en otra. Para la defensa, eso ni es delito ni es algo raro: todos los presidentes anteriores lo han hecho. Los acusadores han repetido que nadie est¨¢ por encima de la ley, ni siquiera el presidente de la Rep¨²blica y ni siquiera para esto. Uno de sus m¨¢s fervientes defensores, el ex ministro de Econom¨ªa Nelson Barboza replic¨® el s¨¢bado: ¡°Ustedes han decidido que hay un crimen y luego han buscado el delito¡±.
Bastaba que el proceso de impeachment avanzara una etapa m¨¢s para que la bolsa subiera, en un signo evidente de cu¨¢l era el resultado que los poderes financieros prefer¨ªan
En el fondo, el impeachment siempre fue pol¨ªtico. A Rousseff se le ha juzgado (y condenado), entre otras cosas, por su gesti¨®n. No habr¨ªa sido expulsada del cargo si la econom¨ªa no se hubiera despe?ado en 2105 y en 2016 m¨¢s de un 3% del PIB, si el paro no hubiera escalado a un 11% o si la inflaci¨®n, un verdadero fantasma en la sociedad brasile?a, no hubiera repuntado hasta un 7%. De otra manera: si bajo su segundo mandato Brasil no hubiera embarrancado en la mayor recesi¨®n de los ¨²ltimos 80 a?os. Tampoco habr¨ªa sido expulsada si su popularidad no se hubiera despe?ado; o si no hubieran salido a la calle en los ¨²ltimos meses cientos de miles de personas, sobre todo en S?o Paulo, pidiendo su destituci¨®n y si la prensa de S?o Paulo o R¨ªo de Janeiro no hubieran coincidido en pedir un d¨ªa s¨ª y otro tambi¨¦n su cabeza. Tampoco si hubiera logrado forjarse alianzas entre los congresistas y los senadores en vez de encerrarse en su palacio y convertirlos en sus enemigos. Los mismos que la han juzgado ahora. Para sobrevivir en Brasilia en un Congreso tan hostil, voluble y pulverizado en decenas de partidos como el brasile?o hay que hacer pol¨ªtica de la de andar por casa: dar, prometer, conspirar, agradar, conversar, ceder, entrar y salir. Lula era un maestro en eso. Pero Rousseff no: su car¨¢cter ¨ªntegro, f¨¦rreo, r¨ªgido, austero, prepotente y burocr¨¢tico se lo imped¨ªa.
Las acusaciones continuas de corrupci¨®n, que envolv¨ªan por entonces al PT (aunque nunca a ella personalmente) multiplicaban el voltaje pol¨ªtico. Y a toda esa presi¨®n se sum¨® la m¨¢s sibilina y punzante de los mercados: bastaba que el proceso de impeachment avanzara para que la bolsa subiera y el d¨®lar cayese, en un signo evidente de cu¨¢l era la preferencia de los poderes financieros. El por entonces vicepresidente Michel Temer, del centrista PMDB, se hizo cuidadosamente a un lado para no estorbar la ca¨ªda de la presidenta y quedar ¨¦l de pie. Cuando fue nombrado presidente interino, en mayo, Rousseff le calific¨® simplemente de traidor.
Pero nada tampoco habr¨ªa sido posible sin la labor de un personaje oscuro, el ex presidente del Congreso Eduardo Cunha, que en diciembre de 2015 decidi¨® rescatar de un caj¨®n el informe de los tres abogados ¨Cpod¨ªa haber sido otro- y chantajear con ¨¦l a Rousseff y a al PT. Cunha, acusado por la Fiscal¨ªa de tener en Suiza 5 millones de d¨®lares provenientes de sobornos de Petrobras iba a ser investigado en la Comisi¨®n de ?tica del Senado. Para evitarlo, amenaz¨® a la presidenta con dar curso a ese informe en forma de impeachment si los decisivos diputados del PT de esa comisi¨®n votaban a favor de investigarle. El PT afirm¨® que no se plegar¨ªa y s¨®lo unas horas despu¨¦s Cunha admit¨ªa a tr¨¢mite el informe de las galimat¨ªas fiscales. Por entonces Rousseff confiaba en parar el proceso en alguna de sus m¨²ltiples etapas, pero no contaba con que todo iba a actuar en su contra: los mercados, la calle, la prensa, Temer, la econom¨ªa, sus propias decisiones, los senadores y el mismo Cunha, al que nadie impidi¨® encargarse de acelerar vertiginosamente el proceso. As¨ª, el informe se transform¨® en una bola de nieve imparable que ha acabado por tragarse a la presidenta Rousseff en una votaci¨®n hist¨®rica.
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