Cuando Obama retir¨® el dedo del gatillo
El presidente ha optado por no entrar en la guerra de Siria en l¨ªnea con su doctrina de repliegue geoestrat¨¦gico
Si hubiese que elegir una fecha para definir los ocho a?os de presidencia de Barack Obama, las posibilidades ser¨ªan m¨²ltiples. Podr¨ªa ser, por su potencia simb¨®lica, el 20 de enero de 2009, el d¨ªa de su investidura: en el pa¨ªs de la segregaci¨®n, por fin un negro llegaba a la Casa Blanca. O el 23 de marzo de 2010, cuando firm¨® la reforma que ampli¨® la cobertura sanitaria a millones de personas sin seguro m¨¦dico. O el 17 de diciembre de 2014, cuando anunci¨® el inicio del deshielo con Cuba, el fin de la Guerra Fr¨ªa en Am¨¦rica.
Pero quiz¨¢ la fecha que mejor define no s¨®lo la presidencia de Obama, sino el Zeitgeist, el esp¨ªritu de los tiempos, fue el 30 de agosto de 2013. Ese d¨ªa, el presidente de EE UU dio marcha atr¨¢s en la decisi¨®n de lanzar una intervenci¨®n a¨¦rea contra la Siria de Bachar El Asad. Llevaba meses repitiendo que el uso de armas qu¨ªmicas por parte de El Asad era la ¡°l¨ªnea roja¡± y que cruzarla precipitar¨ªa una represalia militar. Y, seg¨²n la Administraci¨®n de Obama, el l¨ªder sirio la hab¨ªa cruzado. Pero, a ¨²ltima hora, el presidente de EE UU retir¨® el dedo del gatillo. La amenaza se incumpli¨®. Y aquella decisi¨®n ¡ªmuy meditada, con consecuencias que escapaban al control del comandante en jefe de los Ej¨¦rcitos estadounidenses¡ª puso fin a una ¨¦poca, 20 a?os largos, de intervenciones militares contra reg¨ªmenes hostiles. El enemigo ahora en Oriente Pr¨®ximo es el Estado Isl¨¢mico, que tambi¨¦n es enemigo de El Asad.
Tres a?os despu¨¦s de la gran decisi¨®n, Siria sigue desangr¨¢ndose en una guerra civil en la que han muerto 400.000 personas, seg¨²n las estimaciones. Obama se prepara para abandonar la Casa Blanca. La candidata dem¨®crata Hillary Clinton llega con la reputaci¨®n de ser m¨¢s intervencionista que el actual presidente (vot¨®, cuando era senadora, a favor de autorizar la invasi¨®n de Irak), pero en l¨ªneas generales coinciden. No es f¨¢cil racionalizar las propuestas del aspirante Donald Trump, pero la ret¨®rica aislacionista de su pol¨ªtica exterior apunta a una posici¨®n todav¨ªa m¨¢s hostil a las intervenciones extranjeras que la de los dem¨®cratas Obama y Clinton. Trump, como Obama, reniega del nation building o construcci¨®n de naciones: la estabilizaci¨®n de pa¨ªses extranjeros y la expansi¨®n de la democracia y los derechos humanos al resto del mundo.
En estos ¨²ltimos ocho a?os se han reproducido los dilemas en torno al env¨ªo de tropas de d¨¦cadas anteriores
El intervencionismo humanitario, que fue la bandera de EE UU en la ¨²ltima d¨¦cada del siglo XX y la primera del siglo XXI, vive horas bajas. En los a?os de Obama ha abundado la literatura sobre el repliegue geoestrat¨¦gico. Como explica Stephen Sestanovich en su ensayo Maximalist (maximalista), la pol¨ªtica exterior de EE UU se ha movido, desde el final de la II Guerra Mundial, entre los presidentes maximalistas, que quer¨ªan proyectar y afirmar el poder estadounidense en el extranjero, y los minimalistas, o presidentes del repliegue, que abogaban por limitar su huella en el mundo. En The Icarus Syndrome (el s¨ªndrome de ?caro), Peter Beinart describi¨® la historia reciente como un p¨¦ndulo, o mejor, un movimiento en bandazos, una secuencia repetida de acci¨®n y reacci¨®n. Toda ¨¦poca de cautela y miedo a involucrarse en el mundo desemboca en otra de confianza excesiva en las propias capacidades que desemboca en la guerra. Escarmentada, la primera potencia mundial regresa a la casilla de salida, a la cautela y el miedo originales. Y as¨ª sucesivamente.
As¨ª es como el EE UU que en los a?os setenta sale humillado de Vietnam se convierte en un pa¨ªs al¨¦rgico a las guerras. Incluso Ronald Reagan, recordado hoy como un halc¨®n militarista, evita meter a EE UU en nuevos conflictos. Reagan retira a las tropas de L¨ªbano despu¨¦s del atentado que mat¨® a 241 estadounidenses en 1983, un movimiento cl¨¢sico de un presidente de repliegue, que cree que verter una gota de sangre por un conflicto lejano en Oriente Pr¨®ximo no vale la pena. La ¨²nica guerra terrestre del belicista Reagan fue la invasi¨®n de la min¨²scula isla caribe?a de Granada. Cuando abandon¨® la Casa Blanca, dijo que lo que m¨¢s lamentaba de su presidencia era haber enviado a aquellos muchachos a L¨ªbano.
El s¨ªndrome de Vietnam, el terror a empantanarse en una guerra lejana, perviv¨ªa y pervive, pero 15 a?os despu¨¦s de la retirada de los ¨²ltimos estadounidenses de Saig¨®n el pa¨ªs hab¨ªa recobrado la confianza. Cuando en 1989 George H. W. Bush orden¨® la invasi¨®n de Panam¨¢, algunas voces sensatas pronosticaron un nuevo Vietnam. Erraron. La operaci¨®n fue r¨¢pida y nada traum¨¢tica para EE UU. La guerra del Golfo, otra victoria para Bush, reforz¨® la confianza. Eran los a?os del nuevo orden mundial de la incontestada hegemon¨ªa estadounidense tras el derrumbe de la Uni¨®n Sovi¨¦tica.
En Mission Failure (misi¨®n fallida), Michael Mandelbaum explica c¨®mo en aquella d¨¦cada EE UU se encontr¨® de repente como ¨²nica potencia mundial y con un abanico de posibilidades para actuar muy amplio. Y empez¨® a intervenir en pa¨ªses donde no estaban en juego sus intereses vitales. Para rescatar a un pueblo en peligro, o para defender los valores de la libertad y la democracia. La tesis de Mandelbaum es que con estas opciones ¡°de elecci¨®n¡±, y no ¡°de necesidad¡±, EE UU ha cosechado pocos ¨¦xitos.
Vista la cat¨¢strofe en v¨ªctimas civiles y refugiados, es leg¨ªtimo pensar si la primera potencia podr¨ªa haber hecho m¨¢s
La mala conciencia por la inacci¨®n en Bosnia o Ruanda impuls¨® la doctrina de intervenci¨®n humanitaria y la responsabilidad de proteger, seg¨²n la cual la soberan¨ªa nacional de un Estado no es absoluta: puede vulnerarse si este Estado viola los derechos humanos. El ¨¦xito de esta doctrina en Kosovo ¡ªy antes, tras a?os de titubeos, en Bosnia¡ª volvi¨® a mover el p¨¦ndulo hacia el otro extremo. Ahora a veces se olvida, pero la invasi¨®n de Irak no fue una cosa solo del presidente George W. Bush y los neoconservadores. Contaba con un amplio respaldo, incluido el de algunos de los llamados liberal hawks, los halcones liberales. Para muchos halcones liberales, los Balcanes ¡ªla experiencia de ver c¨®mo EE UU asist¨ªa impasible a un nuevo intento de exterminio en Europa¡ª fueron el despertar de su conciencia pol¨ªtica.
Una de estas personas sacudidas por la experiencia en Bosnia fue Samantha Power, una periodista freelance en los Balcances de los noventa que, al regresar, escribi¨® Problema infernal: Estados Unidos en la era del genocidio. El libro, premiado con el Pulitzer, es una historia de la par¨¢lisis de ? EE UU ante los genocidios del siglo XX. ¡°Me obsesionaba el asesinato de los hombres y ni?os musulmanes de Srbrenica, mi propio fracaso a la hora de hacer sonar la alarma y el rechazo del mundo exterior a intervenir, incluso cuando el peligro que los hombres corr¨ªan era obvio¡±, escribi¨® Power en el prefacio.
Power no apoy¨® la guerra de Irak, pero para algunos de sus colegas en el campo progresista, en aquel momento una intervenci¨®n para deponer al tirano Sadam Husein, y con el noble fin de llevar la democracia a los iraqu¨ªes, no parec¨ªa tan descabellado. Y EE UU, despu¨¦s del primer triunfo en Irak, del ¨¦xito de la operaci¨®n en Kosovo y de la r¨¢pida invasi¨®n de Afganist¨¢n, se sent¨ªa fuerte. Vietnam era un recuerdo lejano. De nuevo, y por citar a Beinart, el s¨ªndrome de ?caro, el h¨¦roe griego que quiso volar demasiado cerca del sol y se quem¨®. El fiasco fue colosal. Como el coste en vidas humanas y dinero. Y de nuevo el p¨¦ndulo se movi¨®.
Obama gan¨® en 2008 con la promesa de acabar con las guerras de la d¨¦cada pasada. Era un presidente de repliegue en un pa¨ªs aquejado de la fatiga b¨¦lica.
La realidad result¨® m¨¢s compleja. En los ¨²ltimos ocho a?os se han reproducido, de forma concentrada, los mismos dilemas que en las d¨¦cadas anteriores. Obama en Libia en 2011, con el aval del Consejo de Seguridad de la ONU y sin tomar la delantera en las operaciones b¨¦licas (el famoso ¡°liderazgo desde atr¨¢s¡±), pero sin desplegar tropas. Acab¨® con otro escarmiento geopol¨ªtico: la derrota y ca¨ªda del dictador Muamar el Gadafi no trajo paz y democracia, sino que dej¨® un Estado fallido en el que se ha hecho un lugar el Estado Isl¨¢mico, o ISIS.
Cuando, tres a?os despu¨¦s de la intervenci¨®n en Libia, en el verano de 2013, Obama se vio ante la tesitura de decidir si intervenir o no en Siria, Power, que era la embajadora de EE UU ante la ONU, una colaboradora estrecha de Obama, pronunci¨® durante aquellos d¨ªas un discurso en el Centro para el Progreso Americano, el laboratorio de ideas m¨¢s cercano a la Administraci¨®n de Obama. ¡°Deber¨ªamos aceptar que hay l¨ªmites en este mundo que no pueden cruzarse y que hay que preservar, l¨ªmites al comportamiento asesino, en especial con armas de destrucci¨®n masiva¡±, dijo Power. ¡°Si no podemos ser valientes para actuar cuando las pruebas son claras y cuando la acci¨®n contemplada es limitada, nuestra capacidad para liderar el mundo se ver¨¢ comprometida. La alternativa es dar luz verde a las atrocidades que amenazar¨¢n nuestra seguridad, que perseguir¨¢n nuestras conciencias; atrocidades que acabar¨¢n por obligarnos a usar la fuerza con mayores riesgos y costes para nuestros ciudadanos. Si el ¨²ltimo siglo nos ense?a algo es esto¡±.
La mala conciencia por la inacci¨®n en Bosnia o Ruanda impuls¨® una doctrina del intervencionismo humanitario
La causa del intervencionismo humanitario perdi¨® el debate. Porque Obama no es un idealista en pol¨ªtica exterior. Se siente m¨¢s c¨®modo en la tradici¨®n de la realpolitik. En un libro reci¨¦n publicado, Derek Chollet, que le asesor¨® en la Casa Blanca, lo compara con el presidente Richard Nixon. Nixon, recuerda Chollet, cre¨ªa que EE UU ¡°no puede concebir, ni concebir¨¢, todos los planes, ni dise?ar todos los programas, ni ejecutar todas las decisiones, ni embarcarse en la defensa de todas las naciones libres del mundo¡±. El pasado junio, en declaraciones a EL PA?S, Obama dijo algo similar refiri¨¦ndose a las crisis del mundo actual: ¡°Es evidente que ninguna naci¨®n ¡ªni siquiera una tan poderosa como Estados Unidos¡ª puede resolver este tipo de problemas transnacionales por s¨ª sola¡±.
Cuenta el periodista Jeffrey Goldberg, en una amplio perfil de Obama que public¨® en abril en la revista The Atlantic, que en alguna discusi¨®n interna en la Casa Blanca lleg¨® a decirle a Power: ¡°Samantha, basta ya, he le¨ªdo tu libro¡±.
Obama no hizo caso a Power y dio marcha atr¨¢s. No habr¨ªa sido una intervenci¨®n estrictamente humanitaria, sino para destruir las armas qu¨ªmicas de El Asad. Pero, vista la cat¨¢strofe en t¨¦rminos de v¨ªctimas civiles y refugiados, que ya entonces hab¨ªa comenzado y que se agrav¨® en los a?os siguientes, es leg¨ªtimo plantear si la primera potencia mundial habr¨ªa podido hacer algo m¨¢s y si dentro de unos a?os EE UU deber¨¢ reprocharse la inacci¨®n como ocurri¨® en otros episodios del siglo XX.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.