¡°Estados Unidos es el ¨²nico pa¨ªs que puede ayudarnos¡±
Miles de haitianos llegan a Tijuana en un flujo constante desde el verano con la esperanza de lograr la entrada a EE UU, donde un tratado humanitario les abre la puerta desde el terremoto de 2010
Un par de mandarinas colocadas en el asfalto sirven como porter¨ªa. En la calle de la Casa del Migrante de Tijuana, cada tarde se organizan dos equipos. De un lado, los que escapan de las balas en su casa porque la mafia les ha amenazado ¨Cpagas o te mato¨C?y han visto caer a familiares y vecinos; del otro, los que por culpa de un terremoto hace a?os abandonaron su tierra, la m¨¢s pobre de Latinoam¨¦rica, saltaron a Brasil y ahora vuelven a conjurar el desempleo y la pobreza. El bal¨®n es amarillo y verde. Haitianos y mexicanos arrancan el juego. Todos han llegado hasta aqu¨ª para intentar marcar gol entre las dos mandarinas y en la frontera de Estados Unidos.
El equipo haitiano es relativamente nuevo. Desde junio, hombres y mujeres solos, adolescentes y familias con ni?os han ido llegando por cientos a Tijuana y Mexicali, el otro punto fronterizo de Baja California, hasta desbordar los centros de acogida mexicanos. El pinchazo econ¨®mico de Brasil, donde trabajaban en la construcci¨®n con visados temporales, ha provocado una in¨¦dita ruta migratoria. Las cifras oficiales desde el verano rondan las 8.000 personas y la previsi¨®n es que el flujo contin¨²e engordando.
La Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur), la Organizaci¨®n Internacional para los Migrantes y hasta el Secretario de Gobernaci¨®n, Miguel ?ngel Osorio Chong, han visitado la zona para intentar atajar una situaci¨®n que las organizaciones de derechos humanos definen como de crisis humanitaria. Iglesias y centros religiosos han sido habilitados durante las ¨²ltimas semanas para evitar que se repitan las fotos de mantos de haitianos durmiendo a las puertas de los albergues.
Al terminar la pachanga de f¨²tbol callejero, Leonardo Flores y Fedner Charles, 20 y 21 a?os, colocan los platos y los vasos en las mesas del comedor del albergue. Los dos llevan casi un mes en la casa, una especie de corrala de tres pisos fundada por curas italianos, con capacidad para 140 personas y que ha llegado a resguardar a 200. Ninguno habla la lengua del otro, pero el idioma del bal¨®n y las bromas adolescentes les han convertido en amigos mientras esperan su cita con las autoridades migratorias estadounidenses.
Flores y su padre abandonaron Acapulco la misma noche que dos hombres aparecieron en la tortiller¨ªa de la familia para doblarle el precio de la extorsi¨®n: ¡°Ya estaba muy pesado el ambiente¡±. Una semana antes, hab¨ªa visto como le descerrajaban un balazo en la cabeza a otro chaval mientras esperaba el autob¨²s. Para explicarse, Flores hace el gesto de la pistola con la mano. Charles arquea las cejas. Acaba de comprender a su amigo. ?l tambi¨¦n ha visto morir a compa?eros durante su viaje.
Las cifras oficiales desde el verano rondan las 8.000 personas y la previsi¨®n es que el flujo contin¨²e engordando
Nueve pa¨ªses y m¨¢s de 11.000 kil¨®metros despu¨¦s, su historia es parecida a la del resto de Ulises caribe?os varados en el norte de M¨¦xico. El terremoto de 2010 devast¨® su ciudad, Puerto Pr¨ªncipe. Su familia, qu¨¦ ten¨ªa una peque?a tienda de alimentos, busc¨® refugio en Brasil, que por entonces necesitaba trabajadores para remodelar sus ciudades ol¨ªmpicas. ¡°Pero ya no hay trabajo y la renta de la casa es muy alta¡±, explica en un portugu¨¦s afrancesado. Con una mochila y los ahorros de la familia ¨C3.000 d¨®lares, de los que ya no le queda nada¨C emprendi¨® el viaje. En autob¨²s y a pie.
El peor tramo fue la frontera entre Costa Rica y Nicaragua, cuyo Gobierno ha taponado la entrada de migrantes ¨Ccubanos, africanos y haitianos¨C hacia el norte. Para cruzar Centroam¨¦rica, territorio de las mafias de tr¨¢fico de personas, se vieron obligados a pagar coyotes, los gu¨ªas de las redes de traficantes.
A Charles le asaltaron en Honduras mientras dorm¨ªa al raso. A Guillerme, 26 a?os, gorra de b¨¦isbol y trenza africana, le rob¨® el propio coyote: ¡°Le di 500 d¨®lares pero desapareci¨®¡±. Tuvo que esperar un mes en Costa Rica hasta que su familia le mand¨® m¨¢s dinero por Western Uni¨®n. Cuando por fin pudo cruzar a Nicaragua a trav¨¦s del lago Cocibolca, el m¨¢s grande de Centroam¨¦rica, recuerda que una mujer que ven¨ªa enferma desde la selva paname?a no lo logr¨® y se perdi¨® entre el agua. ¡°Estados Unidos es el ¨²nico pa¨ªs que nos puede ayudar¡±, dice atus¨¢ndose la visera con una mezcla de aflicci¨®n y esperanza.
M¨¦xico ha respondido a este nuevo flujo otorgando un permiso temporal por 20 d¨ªas desde su entrada por Chiapas. Mientras que EE UU ha aumentado el cupo de solicitudes diarias de asilo en la frontera de 75 a 100 diarias. La mitad para desplazados mexicanos ¨Cun fen¨®meno casi invisible en el pa¨ªs y que el a?o pasado sum¨® casi 300.000 casos¨C, la otra mitad para no mexicanos. ¡°Ante la saturaci¨®n, los migrantes haitianos est¨¢n pasando mucho m¨¢s que 20 d¨ªas en la ciudad. Nosotros les ayudamos a concertar la cita con EE UU y est¨¢n dando un plazo de casi dos meses. Mientras tanto conviven aqu¨ª con otros migrantes y con los deportados¡±, cuenta Leonardo Mart¨ªnez, coordinador de otro de los albergues, el Desayunador del padre Chava.
En la entrada del centro, un patio de tierra, han levantado una especie de tienda de campa?a gigante de madera para dar cobijo a los nuevos visitantes. Tendidas en mantas, madres haitianas amamantan a sus hijos mientras esperan para su desayuno una fila de veteranos. Como un salvadore?o que antes que dar su nombre prefiere levantarse la camiseta y ense?ar el costado: le faltan dos costillas porque se qued¨® sin dinero y el coyote le tir¨® en marcha de La Bestia, el tren que trasporta a los migrantes centroamericanos; o un tapat¨ªo que tampoco da el nombre pero dice haber sido deportado tres veces y que va a intentarlo una cuarta por el Nido del ?guila, el mont¨ªculo estrat¨¦gico tijuanense para colarse por la valla.
¡°Con los haitianos nos estamos encontrando con un perfil completamente diferente del tradicional. Personas de clase media baja, con menos de cuarenta a?os y un 20% ni?os. Adem¨¢s, vienen con la idea muy clara de lograr permiso de entrada en EE UU¡±, explica Araceli Almaraz, directora general de docencia del Colegio de la Frontera Norte, que se encarga de estudiar los fen¨®menos migratorios.
En un desguace a dos calles del Desayunador, junt¨® a un chevy con matr¨ªcula de California y las tripas fuera, dos amigos miran apoyados en la barra de un peque?o chiringuito como cocina una mujer. Magali, 28 a?os, est¨¢ preparando pollo creole, rebozado y frito con especias. ¡°No nos gusta la comida mexicana¡±, dice Michel, su marido, vestido con ch¨¢ndal y zapatillas Nike y un iPhone en la mano. Magali, que no quiere hablar, como todas las mujeres haitianas consultadas para este reportaje, cobra en mano 25 d¨®lares a la semana por trabajar seis horas en esta cocina empotrada, donde vienen a comer algunos de sus compatriotas por tres d¨®lares el plato. Los due?os del desguace hacen algo de dinero y con el sueldo de Magali, ella y su marido pagan una pensi¨®n hasta que llegue su turno en la frontera.
La tesis de muchos acad¨¦micos sobre el porqu¨¦ de este flujo ahora y porqu¨¦ solo en Baja California es que los migrantes haitianos vienen buscando la puerta abierta por un tratado humanitario, Estatus de Protecci¨®n Temporal, (TPS, por sus siglas en ingl¨¦s) firmado desde el terremoto de 2010 y al que a¨²n le queda un a?o de vigencia. ¡°Mexicali y Tijuana son las ¨²nicas fronteras donde aplica el tratado. No les confiere residencia permanente ni ning¨²n estatus migratorio, tienen que estar permanentemente localizables, pero pueden trabajar mientras por ejemplo solicitan el asilo, un proceso mucho m¨¢s largo y complejo¡±, apunta la acad¨¦mica del Colef.
La posibilidad de la deportaci¨®n una vez que pisen suelo estadounidense parece descartada. No tanto la sombra del tr¨¢fico de personas. ¡°Siempre ha habido flujos de migrantes haitianos. Pero adem¨¢s del efecto salida de Brasil, este pico tan grande y el hecho de que la mayor¨ªa viajen sin pasaporte constatan que sin duda hay redes que est¨¢n operando durante toda la ruta¡±, sostiene Mario Madrazo, directivo del Instituto Nacional de Migraci¨®n de M¨¦xico.
Las redes que tambi¨¦n se han desplegado son las de la solidaridad. Uno de los trabajadores de la Casa del Migrante abre la puerta de la despensa. Las estanter¨ªas est¨¢n llenas desde el suelo hasta el techo. ¡°Este es una ciudad de migrantes ¡ªexplica¡ª y hay mucha empat¨ªa con la gente que llega y necesita ayuda¡±. As¨ª es Tijuana, con sus calles anchas y polvorientas donde con la misma naturalidad uno se puede topar con un consumidor de hero¨ªna inyect¨¢ndose a las ocho de la ma?ana o con alguno de los restaurantes m¨¢s sofisticados y sabrosos del pa¨ªs.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.