En el frente con los 'peshmergas'
Segunda entrega del recorrido por los lugares clave en la ofensiva militar contra Mosul que ha realizado el escritor franc¨¦s
Por la noche viene a buscarnos un enviado del Estado Mayor. Nos dirigimos a Nawaran, al este, donde se prepara en secreto la toma de Bashiqa, el ¨²ltimo obst¨¢culo antes de Mosul. El atasco habitual de carros de combate, veh¨ªculos blindados y Toyotas. Con las primeras luces del alba, vemos un dron, parecido al que, hace dos semanas, arroj¨® una bomba sobre el campamento franc¨¦s de Erbil; pero los peshmergas, con un despliegue pirot¨¦cnico de kalashnikovs y 12.7, logran abatirlo antes de que toque el suelo.
Subimos al ¨²ltimo de los cinco transportes blindados de tropas que se dirigen al frente. Dejamos atr¨¢s los mont¨ªculos de tierra en los que la tropa aguardar¨¢ la orden de avanzar. Despu¨¦s, un paisaje de aldeas, dep¨®sitos y casas fantasmas, y nuestro temor de que de ellos surja en cualquier instante un terrorista suicida. Aqu¨ª nos encontramos con un francotirador que, desde su torreta, neutraliza a nuestro artillero. All¨¢, otro cuya bala roza a Camille Lotteau, nuestro primer c¨¢mara, que estaba rodando al lado del artillero; este ¨²ltimo se evapora en la naturaleza. Un momento de angustia cuando resuena el impacto de los proyectiles sobre el blindaje del veh¨ªculo. Otro cuando comprendemos, gracias a las conversaciones por radiotel¨¦fono con los operadores de las excavadoras que van por delante, que la carretera est¨¢ llena de minas y hay que trazar una nueva ruta, m¨¢s a la izquierda, campo a trav¨¦s. Despu¨¦s de una hora de circular as¨ª, casi a ciegas, sin m¨¢s indicaciones que las del campesino que va en el bulldozer de cabeza, despu¨¦s de una hora de traquetear, dar bandazos en el polvo, hundirnos en el fango, logramos recorrer el kil¨®metro que nos separa de las afueras de Fazyla, el pueblo que la columna debe tomar.
De la secuencia posterior, tengo las im¨¢genes tomadas por nuestro segundo c¨¢mara, Ala Tayyeb, despu¨¦s de que el estado mayor ordenara dar media vuelta a nuestro veh¨ªculo. Los transportes de tropas y los carros T55 rodean el pueblo. Los hombres echan pie a tierra, con la ayuda de una unidad de ¨¦lite Zeravani, y avanzan en descubierta. Y de pronto, desde unas casas, desde un olivar que parec¨ªa abandonado, surgen disparos. El coronel habla por radio, exige apoyo a¨¦reo. La voz al otro lado de la l¨ªnea se lo promete, como corresponde, en cuesti¨®n de minutos. Pero los disparos son cada vez m¨¢s intensos. Los yihadistas aparecen en el olivar procedentes de tres lados y rodean a los peshmergas, siete de los cuales caen. Los soldados recogen a sus camaradas para ponerlos a salvo, detr¨¢s de los veh¨ªculos blindados, pero los francotiradores les disparan. Cuando dos atacantes alzan la bandera blanca y Ardalan Khasrawi, otro personaje importante entre los peshmergas, se aproxima para aceptar su rendici¨®n, se encuentra con una nueva trampa, porque los dos hombres detonan los explosivos que llevan encima y le hieren gravemente.
Se mezclan las ¨®rdenes y las contra¨®rdenes. La confusi¨®n es total. No se sabe si los veh¨ªculos deben formar un c¨ªrculo o, al contrario, dispersarse
Se mezclan las ¨®rdenes y las contra¨®rdenes. La confusi¨®n es total. No se sabe si los veh¨ªculos deben formar un c¨ªrculo o, al contrario, dispersarse. Y el dato fundamental es que, durante la hora que se prolonga la emboscada, durante esos interminables 60 minutos de infierno en la tierra, en los que el comandante de la unidad no deja de reclamar el apoyo de los aviones y no dejan de promet¨¦rselo una y otra vez, no aparece nadie. La brigada est¨¢ abandonada a su suerte. Abandonada por los dioses, los hombres y los aliados. S¨®lo gracias a su propio valor consiguen los kurdos vencer a los yihadistas y liberar ¡ª?pero a qu¨¦ precio!¡ª el pueblo.
Dos horas m¨¢s tarde, estamos con el presidente Barzani, en el campamento que le sirve de cuartel general en los Montes Zartik, al final de una carretera serpenteante que protegen las fuerzas especiales estadounidenses. Soy yo quien le ha pedido una entrevista. Y es evidente que ¨¦l desea transmitir varios mensajes. S¨ª, su ej¨¦rcito se comporta de manera ejemplar en los pueblos ¨¢rabes que reconquista. No, no tiene intenci¨®n, al menos por el momento, de entrar en la ciudad de Mosul, que los acuerdos entre los aliados asignan al ej¨¦rcito iraqu¨ª. S¨ª, ten¨ªa un plan para "el d¨ªa siguiente", y lamenta que sus socios, en sus prisas por terminar antes de las elecciones de Estados Unidos, no le hayan hecho m¨¢s caso.
Sin embargo, lo noto reservado. Los ojos negros, sin su malicia habitual. Los jefes militares y jefes de tribus sentados en c¨ªrculo en este hangar improvisado que le sirve de oficina tampoco tienen un aire demasiado euf¨®rico. Apenas responde cuando le hablo del valor de sus soldados. Cuando le pregunto si cree que se ha eliminado la amenaza de un corredor chi¨ª desde Bagdad hasta Siria e Ir¨¢n, a trav¨¦s de Mosul ¡ªque, en nuestra entrevista de septiembre, me hab¨ªa parecido que era su gran obsesi¨®n¡ª, elude la cuesti¨®n. Y, cuando Hertzog le cuenta la historia de los cristianos que no conf¨ªan m¨¢s que en el Gobierno Regional del Kurdist¨¢n, se conforma con un lac¨®nico "ellos ser¨¢n los que decidan, y la comunidad internacional, la que asuma o no sus responsabilidades".
La verdad, que sabr¨¦ varias horas despu¨¦s por boca de su consejero, es que ha pasado toda la batalla de Falyza en comunicaci¨®n con el embajador estadounidense en Irak, exigiendo el apoyo a¨¦reo a sus peshmergas. Y la raz¨®n de su mal humor, para no decir su ira, es que en estos instantes se siente abandonado por sus aliados, y tentado de decidir que ha cumplido su parte del contrato y que la guerra, para ¨¦l, se ha terminado.
?Por qu¨¦ no hubo apoyo a¨¦reo en Falyza? ?Por qu¨¦, haciendo caso omiso de todas las reglas de enfrentamiento, no despeg¨® ning¨²n aparato de las bases de Erbil y Qayyara?
Una vez m¨¢s: ?por qu¨¦ no hubo apoyo a¨¦reo en Falyza? ?Por qu¨¦, haciendo caso omiso de todas las reglas de enfrentamiento, no despeg¨® ning¨²n aparato de las bases de Erbil y Qayyara? ?Por qu¨¦, si hab¨ªa no lejos de all¨ª un helic¨®ptero Apache que acababa de prestar auxilio a un soldado norteamericano mortalmente herido, no se encontr¨® otro que echara una mano a los peshmergas v¨ªctimas de la emboscada? En Washington y Par¨ªs, algunos lamentar¨¢n el tr¨¢gico error en la cadena de mando. Otros lo achacar¨¢n al cambio en el itinerario, cuando la columna se dio cuenta de que la carretera estaba minada y hab¨ªa que seguir otra distinta. Pero aqu¨ª, en Erbil, la explicaci¨®n m¨¢s autorizada es, por desgracia, menos brillante.
Nosotros somos los mejores, dicen los kurdos. Nosotros vol¨¢bamos de victoria en victoria mientras el ej¨¦rcito regular iraqu¨ª volv¨ªa a perder dos pueblos de los que se hab¨ªa apoderado la v¨ªspera. Y nuestros aliados occidentales no estuvieron de acuerdo. Quer¨ªan un triunfo repartido por igual entre todos sus artesanos: kurdos, ej¨¦rcito iraqu¨ª de mayor¨ªa chi¨ª, milicias sun¨ªes destinadas a tranquilizar a las poblaciones ¨¢rabes de Mosul. Y en este sabio equilibrio designado por ellos, en el reparto de papeles negociado de mala manera, sobre todo, con Bagdad y sus padrinos iran¨ªes, en el compromiso asumido por los estadounidenses de no dejar que los peshmergas aceleren el paso y adquieran una ventaja que, llegado el momento, habr¨ªa que recompensar debidamente ¡ªes decir, con la independencia del Kurdist¨¢n y la supuesta desestabilizaci¨®n de Irak y la regi¨®n¡ª, no les pareci¨® mal del todo ver a nuestra columna aplastada en Falyza.
Seguramente es una explicaci¨®n demasiado simple. Pero recuerdo a un predecesor de Barack Obama que envi¨® al a?orado Richard Holbrooke a prevenir al presidente bosnio Izetbegovic de que, si persist¨ªa en su lamentable idea de entrar en Banja Luka, dejar¨ªa de beneficiarse de la cobertura a¨¦rea de Estados Unidos. Y todos nos acordamos de lo que le cost¨® a un tal general de Gaulle que otro presidente estadounidense le permitiera introducir una divisi¨®n de la Francia Libre en Par¨ªs.
De modo que quiz¨¢ no sea tan absurdo imaginar unas capitales aliadas encerradas en sus viejos esquemas soberanistas y dispuestas a todo, o a casi todo, para complacer a una potencia reci¨¦n rehabilitada (Ir¨¢n), proteger a una especie de naci¨®n (Irak) y no terminar excesivamente en deuda con un pueblo que, a la hora de la verdad, reclamar¨ªa sin duda su parte correspondiente de los frutos de la victoria (este desgraciado pueblo kurdo que, desde hace un siglo, es siempre el que paga el pato). De ser verdad, si el gran juego de las canciller¨ªas es ese, si se insiste en exigir a los peshmergas que abran las puertas de Mosul pero no las franqueen, y si el regreso de los cristianos a la llanura de N¨ªnive va a depender de estos miserables acuerdos, entonces estaremos ante una batalla mal librada, y la derrota moral del ISIS no estar¨¢ tan garantizada como parec¨ªa.
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