¡°Llegu¨¦ a no sentirme humano¡±
El pescador Salvador Alvarenga, que viaj¨® a la deriva durante 438 d¨ªas por el oc¨¦ano Pac¨ªfico, desde M¨¦xico a las Islas Marshall, presenta un libro sobre su odisea
Despu¨¦s de sobrevivir a la deriva durante 438 d¨ªas ¡ªcomiendo p¨¢jaros y peces, recogiendo el agua de la lluvia en envases, a veces bebiendo su propia orina, y rezando¡ª, la sombra de la duda amenaza a Salvador Alvarenga, un pescador salvadore?o que recorri¨®, tras un naufragio, m¨¢s de 6.500 millas (unos 12.000 kil¨®metros) ¡ªdesde Costa Azul (M¨¦xico) hasta Ebon (Islas Marshall)¡ª en su lancha. Durante la traves¨ªa, muri¨® su compa?ero, un jornalero de 22 a?os llamado Ezequiel C¨®rdoba. La familia del fallecido denuncia que Alvarenga se comi¨® al joven, algo que el n¨¢ufrago niega. Aparentemente ajeno a la acusaci¨®n, ha decidido publicar su historia, contada por el periodista estadounidense Jonathan Franklin (Salvador, Alienta Editorial). Lo siguiente ser¨¢ convertirla en pel¨ªcula.
Alvarenga (Garita Palmera, El Salvador, 1975) apenas supera el 1,65 de altura, tiene la piel curtida, unas manos gruesas y los ojos peque?os. Hoy luce un afeitado perfecto, nada que ver con la inmensa barba y el tupido cabello, con los que apareci¨® tras su odisea. El experimentado pescador, que a los 10 a?os dej¨® la escuela, a veces mira con recelo y otras, con la inocencia de un ni?o. ?Qu¨¦ pas¨® con Ezequiel, su compa?ero en aquella tr¨¢gica jornada de pesca del tibur¨®n? ¡°Despu¨¦s de unos d¨ªas a la deriva, empez¨® a quejarse. A los dos meses, ¨¦l sent¨ªa que no hab¨ªa salvaci¨®n posible¡±. Su versi¨®n de los hechos es que muri¨® por inanici¨®n. Tras el fallecimiento, explica Alvarenga, dej¨® el cuerpo en el barco durante unos ocho d¨ªas. ¡°Le preguntaba: ¡®?C¨®mo es la muerte?¡¯; ¡®?Est¨¢s descansando?¡± A los cuatro d¨ªas, las cuestiones ya eran sobre s¨ª mismo: ¡°?Qu¨¦ hago yo con un muerto, si no tengo nada que hablar con ¨¦l, si ya est¨¢ descansando? Yo ¡ªdice Alvarenga¡ª quer¨ªa dejarlo en paz, pero no ten¨ªa el valor de arrojarlo al agua¡±. Hasta que una noche lo empuj¨®.
Un fuerte oleaje provocado por una tempestad fue el detonante del naufragio. Alvarenga llam¨® por radio a su patr¨®n. Sin GPS, ni ancla, el jefe le dijo que ir¨ªan a buscarles.
¡ªSi pens¨¢is venir a por m¨ª, venid ya, estas olas son enormes. Nos entra mucha agua ¡ªexplic¨® Alvarenga¡ª. Venga, que estamos jodidos de verdad ¡ªgrit¨®.
Fueron las ¨²ltimas palabras que transmiti¨® a tierra por radio. A los cinco d¨ªas, se encontraban ya a unos 465 kil¨®metros de la costa. ¡°Yo escuchaba el zumbidito de un avi¨®n¡±, recuerda imitando el ruido. ¡°Pero no nos encontraron¡±.
Durante el a?o y dos meses que estuvo a la deriva, Alvarenga intentaba estar siempre activo: ordenaba las cosas, lavaba el barco, descansaba, estiraba las piernas, cazaba aves o pescaba, recog¨ªa los objetos ¨²tiles que encontraba entre la basura que flotaba en el oc¨¦ano... Tambi¨¦n rezaba y ped¨ªa a Dios salir sano y salvo de aquella. En cierto momento, reconoce, se olvid¨® de que era humano y se adapt¨® al mar. ¡°Me concentr¨¦ en sobrevivir y no en pensar en tantas cosas como solemos pensar¡±. Y a?ade con una t¨ªmida sonrisa: ¡°Me sali¨® perfecto¡±.
De repente, una noche tras m¨¢s de un a?o de navegar perdido, Alvarenga vio a lo lejos unos focos que iban de un lado a otro: eran barcos de pesca. No sab¨ªa si se trataba de una enso?aci¨®n m¨¢s o si era real. Solo esperaba que le vieran, pero esto no sucedi¨®. D¨ªas m¨¢s tarde, al despertar el pescador vio cocos y ramajes flotando alrededor de la lancha. Esta vez s¨ª, esto solo pod¨ªa significar una cosa. Alz¨® la vista y all¨ª vio lo que result¨® ser la ¨ªnsula de Ebon, en las Islas Marshall. Pis¨® tierra firme sin ropa, con solo un cuchillo en la mano, con el que consigui¨® comer algunos vegetales en el monte. Hasta que una pareja dio con ¨¦l y le devolvi¨® a la civilizaci¨®n. Entonces, hace hoy casi tres a?os, la historia dio la vuelta al mundo.
¡°Ahora tengo a mi hija F¨¢tima. Tambi¨¦n a mis padres. Nunca me preguntaron, solo tratan de que olvide¡±, afirma Alvarenga. A continuaci¨®n, dice con tono serio que su madre es la ¨²nica que deber¨ªa preguntarle qu¨¦ pas¨® durante aquellos 438 d¨ªas a la deriva.
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