Evaristo Arns, el ¨²ltimo Quijote del Pacto de las Catacumbas
El arzobispo em¨¦rito de S?o Paulo estuvo siempre atento a la voz de su tiempo y milit¨® en las filas de los que prefieren apostar por la esperanza que por el pesimismo
La muerte del arzobispo em¨¦rito de S?o Paulo, Evaristo Arns, se ha llevado al ¨²ltimo Quijote del "Pacto de las Catacumbas", sellado por 41 obispos presentes al Concilio Vaticano II, que hicieron juramento de "vivir como la gente com¨²n", sin pompa ni riqueza.
En 1959, cuando el papa Juan XXIII, convoc¨® por sorpresa el Concilio Vaticano II, llegaron a Roma m¨¢s de tres mil obispos de todo el mundo para discutir el futuro de la Iglesia, que por entonces se hab¨ªa alejado del mundo. Faltaron s¨®lo los obispos que estaban en la c¨¢rcel en los reg¨ªmenes comunistas del Este de Europa.
Entre aquel ej¨¦rcito de purpurados hab¨ªa de todo: desde los m¨¢s conservadores, entre ellos los espa?oles, que nutr¨ªan la esperanza de que despu¨¦s del Concilio "las aguas volver¨ªan a su cauce", a los m¨¢s progresistas que, al igual que Juan XXIII, acudieron al Concilio con una esperanza de renovaci¨®n, como por ejemplo los brasile?os, que se distinguieron por su apoyo a la llamada "Iglesia de los pobres".
Entre los brasile?os destac¨® el reci¨¦n fallecido arzobispo em¨¦rito de S?o Paulo Evaristo Arns, que ten¨ªa entonces 40 a?os. Yo asist¨ª a las sesiones del Concilio como enviado especial del diario Pueblo de Madrid, en plena dictadura franquista.
Recuerdo al joven obispo brasile?o, siempre cercano al grupo de obispos m¨¢s abiertos y entusiastas con aquella primavera de la Iglesia, sobre todo aquellos de los pa¨ªses del norte de Europa.
El obispo brasile?o hac¨ªa parte de los 41 padres del Concilio que se reunieron en el silencio de las catacumbas de Domitila para hacer un juramento de fidelidad a las ideas renovadoras del Concilio.
Fue el llamado "Pacto de las Catacumbas". El documento constaba de 13 promesas, entre ellas la de, a la vuelta del Concilio, vivir en sus di¨®cesis, como las personas sencillas, sin palacios ni ropas vistosas, sin bienes propios, compartiendo la vida de la clase trabajadora.
Se sembraron all¨ª las primeras semillas de la futura Teolog¨ªa de la Liberaci¨®n y de la lucha a favor de los derechos humanos y de la defensa de los olvidados y perseguidos de la sociedad, que tendr¨ªa su mayor fuerza en Am¨¦rica Latina.
Evaristo Arns ha demostrado hasta su muerte fidelidad a aquel pacto en las catacumbas de Roma, donde se escond¨ªan los primeros cristianos perseguidos, entre ellos Pedro y Pablo.
Al igual que otros obispos brasile?os como H¨¦lder C?mara o Antonio Fragoso, Arns vendi¨® el palacio episcopal para comprar terrenos en los barrios pobres de la periferia de las ciudades, donde levant¨® comunidades, se enfrent¨® a la dictadura militar y dedic¨® gran parte de su vida a cuidar de los presos pol¨ªticos y a la defensa de los derechos humanos. Su pastoral se desarroll¨®, sobre todo, en las favelas pobres de S?o Paulo.
Religioso franciscano, culto y de una profunda espiritualidad, experto en el estudio de la historia de los primeros siglos del cristianismo, Arns acab¨® perseguido por los dos poderes: el de su propia Iglesia, cuando el papa Juan Pablo II le desmembr¨® la di¨®cesis de S?o Paulo y le recrimin¨® diciendo: "La Curia soy yo", y el de los militares golpistas. Ha muerto convencido de que el accidente de coche sufrido en R¨ªo fue una tentativa de asesinato.
Fue hasta el final fiel a las palabras prof¨¦ticas de Juan XXIII, cuando al anunciar la convocatoria del Concilio Vaticano II afirm¨® que "la voz del tiempo es la voz de Dios" y recrimin¨® a los que calific¨® de "profetas de desventuras".
Arns estuvo siempre atento a la voz de su tiempo, y milit¨® en las filas de los que prefieren apostar por la esperanza que por el pesimismo.
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