Un naufragio hist¨®rico en tierra de ¨¢rabes y jud¨ªos
Los buenos prop¨®sitos para Oriente Pr¨®ximo de Obama desembocan en un pozo de amargura y resentimiento. EE?UU ha perdido todos sus envites frente a Netanyahu, salvo el acuerdo nuclear con Ir¨¢n
La historia no pod¨ªa terminar peor. Obama lleg¨® a la Casa Blanca con el prop¨®sito de conseguir la paz entre israel¨ªes y palestinos. En abierta ruptura con su antecesor George W. Bush, quiso inaugurar una nueva etapa en las relaciones de EE UU con los pa¨ªses ¨¢rabes, e incluso con el mundo isl¨¢mico. Retirarse de Irak y Afganist¨¢n, neutralizar el programa nuclear de Ir¨¢n y conseguir el acuerdo para la creaci¨®n del Estado Palestino en Cisjordania y Gaza, en paz y seguridad con Israel. Estos eran sus ambiciosos proyectos el 20 de enero de 2009, el d¨ªa de la toma de posesi¨®n, cuando la franja de Gaza todav¨ªa estaba llena de humo y cad¨¢veres tras los 20 d¨ªas de bombardeos e invasi¨®n de las tropas israel¨ªes.
A las ocho a?os justos, Obama solo ha conseguido uno de sus objetivos, el acuerdo nuclear con Ir¨¢n, que congela el programa militar at¨®mico del pa¨ªs persa a cambio del levantamiento de las sanciones internacionales, y lo ha hecho a pesar de la oposici¨®n de Israel, que prefer¨ªa bombardear en vez de negociar. Del resto solo quedan sus numerosos y bellos discursos, que no consiguieron convertirse en hechos, y el resentimiento por los fracasos cosechados, expresado crudamente en los reproches mutuos entre el todav¨ªa secretario de Estado John Kerry y el primer ministro israel¨ª, Benjamin Netanyahu. En unos y otros discursos, los ilusionados del principio y los decepcionados de ahora, el argumento central es el mismo, el estatuto de los colonos israel¨ªes en los territorios palestinos ocupados por Israel tras la guerra de los Seis D¨ªas, de la que ahora se cumplir¨¢n 50 a?os.
Obama se encontr¨® con un rompecabezas que todos sus antecesores han conocido. Los palestinos no quieren negociar si no se congela la construcci¨®n de nuevos asentamientos en Cisjordania y Jerusal¨¦n Este y los israel¨ªes no quieren negociar si como condici¨®n previa se les obliga a paralizar los nuevos asentamientos. Los argumentos palestinos quedan bien reflejados en el argumento del historiador israel¨ª Ari Shavit: ?tiene sentido negociar c¨®mo dividimos una pizza entre dos si uno de los dos sigue comi¨¦ndose la pizza mientras negocia? El argumento israel¨ª, esgrimido repetidamente por Netanyahu, es que los israel¨ªes han construido en Jerusal¨¦n y en territorio israel¨ª desde hace 3.000 a?os y no dejar¨¢n de hacerlo ahora.
Desde que empez¨® el proceso de Oslo en 1993, casi medio mill¨®n de colonos se han instalado en los territorios no reconocidos internacionalmente como israel¨ªes de Cisjordania y Jerusal¨¦n Este. Desde que lleg¨® Obama a la Casa Blanca, la cifra se ha incrementado en 115.000. Israel ha aprovechado el proceso de paz para levantar nuevos asentamientos, con gobiernos laboristas y con gobiernos derechistas, y ha utilizado la construcci¨®n de nuevas colonias como respuesta a los ataques terroristas o a la exigencias de la comunidad internacional. El diario The New York Times ha explicado en un editorial reciente y en una sola frase en qu¨¦ consiste la pol¨ªtica de Israel respecto a los territorios: ¡°Cuando el mundo calla, Israel puede construir colonias; cuando el mundo se opone, Israel debe construir colonias¡±.
El fracaso de Obama no es de ahora. Su ventana de oportunidad termin¨® pronto, en noviembre de 2010, cuando los dem¨®cratas perdieron la mayor¨ªa del Congreso. En los dos primeros a?os de presidencia ech¨® toda la carne en el asador, pero no pudo con Bibi Netanyahu, el primer ministro m¨¢s derechista de la historia israel¨ª, que recuper¨® su despacho de rey de Israel en marzo de 2009, apenas dos meses despu¨¦s de la inauguraci¨®n presidencial. Netanyahu lleg¨® a proclamar una congelaci¨®n de diez meses de las nuevas construcciones que no sirvi¨® para nada: no inclu¨ªa las construcciones en Jerusal¨¦n, tampoco las que ya estaban en marcha, y ni siquiera las nuevas construcciones en Cisjordania de edificios de uso p¨²blico, como escuelas, guarder¨ªas u oficinas del Gobierno.
Trump no defiende la f¨®rmula de los dos Estados, tampoco se opone a las nuevas colonias y quiere que Jerusal¨¦n sea la capital de Israel
Un brillante equipo diplom¨¢tico presidi¨® aquel primer naufragio. George Mitchell, el veterano de la paz en Irlanda, fue el enviado especial, a las ¨®rdenes de Hillary Clinton, la secretaria de Estado de simpat¨ªas pro-israel¨ªes. No hubo nada que hacer. Todo fueron desplantes de una y de otra parte. El vicepresidente Joe Biden fue recibido en Israel con el anuncio de nuevos asentamientos. Obama se fue a cenar con su familia en vez de hacerlo con Netanyahu en el primer viaje oficial a Washington. Un Netanyahu vengativo se hizo recibir y aplaudir por el Congreso a espaldas de la Casa Blanca.
A pesar de todo, Obama nunca ha abandonado a Israel. Apoy¨® la actuaci¨®n israel¨ª en la franja de Gaza, vet¨® el reconocimiento del Estado Palestino en el Consejo de Seguridad en 2011 y aprob¨® el mayor plan de ayuda militar de la historia. De no ser por la abstenci¨®n en el Consejo de Seguridad ante la resoluci¨®n de condena de las colonias en territorio ocupado el pasado 27 de diciembre, Obama hubiera sido el presidente con un historial m¨¢s proisrael¨ª. Sobre todo si se tiene en cuenta que todos los presidentes desde Reagan han apoyado resoluciones del Consejo de Seguridad que rechazan la ocupaci¨®n y Obama no lo hab¨ªa hecho hasta ahora.
La resoluci¨®n 2334, aprobada el 23 de diciembre por 14 votos a favor y una abstenci¨®n, y el discurso de Kerry, el 28, exigiendo el fin de la construcci¨®n de asentamientos y la creaci¨®n de un Estado palestino, marcan un punto final de la historia que empez¨® en Madrid con la conferencia de paz en 1991 y cuaj¨® en Oslo dos a?os despu¨¦s. La f¨®rmula de los dos Estados ya no tiene recorrido, sobre todo en Israel, ni es viable un Estado palestino en un territorio recortado y fragmentado por las colonias. Y luego est¨¢ Donald Trump. El presidente electo quiere que Jerusal¨¦n sea la capital de Israel, no le preocupan los asentamientos jud¨ªos y nada sabe ni dice sobre los dos Estados en paz y seguridad. Eso s¨ª, tambi¨¦n quiere conseguir ?¡ª¨¦l personalmente claro¡ª la paz entre israel¨ªes y palestinos.
El argumento de Kerry es claro: si no hay dos Estados, habr¨¢ uno solo, y en ¨¦l los palestinos deber¨¢n ser reconocidos como ciudadanos con todos los derechos. En tal caso, si Israel quiere seguir siendo democr¨¢tico dejar¨¢ de ser de mayor¨ªa jud¨ªa; y si no quiere dejar de ser jud¨ªo, se convertir¨¢ en un Estado no democr¨¢tico con apartheid para una parte de la poblaci¨®n. La respuesta del sionismo conservador es que Egipto se haga cargo de Gaza y Jordania de lo que quede de Cisjordania, soluci¨®n que requiere el acuerdo improbable de El Cairo y de Amm¨¢n.
Martin Indyk, exembajador de EE UU en Israel en dos ocasiones, ha propuesto una nueva e imaginativa soluci¨®n: empezar por Jerusal¨¦n, la cuesti¨®n m¨¢s dif¨ªcil que se dejaba siempre para el final en el proceso de Oslo. Que la ciudad de las tres religiones sea reconocida como capital de los dos Estados, y a partir de ah¨ª se extiendan las piezas del nuevo rompecabezas y empiece el nuevo proceso de Donald Trump. Demuestra, al menos, que incluso en las peores condiciones siempre hay quien mantiene la esperanza y la voluntad de acuerdo y de paz.
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