China y Estados Unidos: hacia un choque de trenes global
Los dos socios mayores de la globalizaci¨®n, se sit¨²an ahora en rumbo de colisi¨®n tras la victoria de Donald Trump
Todo lo que hemos vivido hasta ahora es solo el aperitivo. El nudo que articula el orden mundial hace tiempo que no est¨¢ en Europa, tal como diagnostic¨® acertadamente la Administraci¨®n Obama, y sobre todo su primera secretaria de Estado, Hillary Clinton, con la idea del pivote asi¨¢tico. Se trataba de trasladar el centro de atenci¨®n geopol¨ªtica de Estados Unidos desde el Mediterr¨¢neo al Pac¨ªfico, del territorio de las viejas hegemon¨ªas al de las nuevas, donde China se halla en pleno ascenso y Washington cuida todav¨ªa de los intereses de sus aliados, especialmente Corea del Sur y Jap¨®n.
Pues bien, s¨²bitamente, con la llegada de Trump ha quedado anulada aquella anterior estrategia, dirigida a la contenci¨®n pac¨ªfica de China en su expansi¨®n regional asi¨¢tica. Donde iba a instalarse el pivote se prepara el principal punto de fricci¨®n e incluso de crisis b¨¦lica, en la que una China ascendente querr¨¢ convertirse en potencia global y los EE UU ultranacionalistas y militaristas de Trump querr¨¢n demostrar su capacidad para romper el espinazo a quien se oponga a sus pretensiones.
El grado de tensi¨®n al que puede llegar Trump en Asia est¨¢ a a?os luz de lo que ya hemos empezado a vivir en Europa y en Am¨¦rica. La nueva Administraci¨®n que est¨¢ instal¨¢ndose en Washington no ha dejado rinc¨®n por barrer ni tab¨² por romper, de momento tan solo en el terreno de las declaraciones, muchas de ellas escandalosas aunque tambi¨¦n contradictorias.
Trump ha denunciado el tratado comercial del Pac¨ªfico (TTP), que China ve¨ªa precisamente como una alianza comercial ajena, dise?ada con mal¨¦volos objetivos para aislarla. Tambi¨¦n ha expresado su desprecio hacia la llamada ¡°Pol¨ªtica de una sola China¡±, el principio hasta ahora incuestionable respecto a la soberan¨ªa y a la integridad del pa¨ªs, que tiene una repercusi¨®n directa sobre el estatus y las relaciones con Taiwan. En prolongaci¨®n de esta actitud iconoclasta y escasamente diplom¨¢tica, su nuevo secretario de Estado, Rex Tillerson, ha denunciado el expansionismo chino en el Mar del Sur de la China. Y, en el colmo de la irresponsabilidad, el propio Trump ha expresado sus fr¨ªvolos puntos de vista respecto a la necesidad de que Corea del Sur y Jap¨®n se doten del arma nuclear.
La disrupci¨®n internacional provocada por la nueva Casa Blanca concentra mayores riesgos en Asia
Los EE UU de Trump, para sorpresa de los dirigentes chinos, se han convertido en una superpotencia revisionista del orden mundial, habiendo sido los constructores de un estatus quo que Pek¨ªn ve¨ªa con reticencia y distancia, incluso con descompromiso, puesto que no hab¨ªa participado en su construcci¨®n. Y con China ha pasado lo contrario: hasta ahora era moderadamente revisionista y con Trump aparece como la defensora del orden establecido.
Trump ha cambiado radicalmente la ecuaci¨®n bilateral. El punto de partida ya era el de unas relaciones crecientemente competitivas y cada vez con mayores dificultades cooperativas, aunque nadie pod¨ªa prever un brusco empeoramiento. Ahora se dirigen directamente hacia la confrontaci¨®n, en principio en forma de guerra comercial y tarifaria, pero a medio plazo incluso hacia la posibilidad de un encontronazo b¨¦lico, especialmente en el Mar del Sur de la China.
El ultra Steve Bannon, jefe de campa?a electoral y ahora brazo derecho de Trump en asuntos estrat¨¦gicos y militares, daba por seguro hace apenas unos meses que habr¨¢ guerra entre Washington y Pek¨ªn a no m¨¢s tardar dentro de cinco a?os, m¨¢ximo diez. Adem¨¢s del contencioso que mantiene Pek¨ªn con todos sus vecinos mar¨ªtimos por los arrecifes y aguas territoriales, hay que contar con el otro punto de tensi¨®n b¨¦lica de la pen¨ªnsula de Corea, con el arma nuclear de por medio.
Pek¨ªn cuenta con una oportunidad de oro para lograr una nuevo protagonismo exterior
Rand Corporation, el principal think tank militar estadounidense, ha estudiado esta eventualidad el pasado a?o, en un documento titulado Guerra con China. Pensando lo impensable, mucho antes de que Trump irrumpiera como candidato presidencial. Ambos pa¨ªses tienen ¡°desacuerdos sobre disputas regionales que pueden conducir a la confrontaci¨®n militar¡±, agravados por ¡°la amplia concentraci¨®n de poder militar que tienen en la zona¡±. ¡°Si se produce un incidente o estalla una crisis ¡ªa?ade¡ª, ambos tienen incentivos para golpear al enemigo antes de que el enemigo les golpee. Y si las hostilidades se desatan, ambos tienen fuerzas suficientes, tecnolog¨ªa, poder industrial, y recursos humanos para combatir en una vasta extensi¨®n de tierra, mar, espacio y ciberespacio¡±.
Los equipos de Trump que tratar¨¢n con China son temibles. La armada proteccionista que dirigir¨¢ el Comercio es abiertamente sin¨®foba. Los responsables de exteriores y seguridad son todos reticentes sino hostiles. La excepci¨®n es el nuevo embajador en Pek¨ªn, el gobernador de Iowa, Terry Branstad, que conoce a Xi Jinping desde hace m¨¢s de 30 a?os. Esta extra?a combinaci¨®n de personalidades, propensas a los excesos verbales y a las incorreciones pol¨ªticas, deber¨¢ organizar las nuevas relaciones con un pa¨ªs caracterizado por la discreci¨®n y la previsibilidad de su diplomacia.
China solo puede sacar beneficios de la agresividad trumpista. El brusco giro en la Casa Blanca deja un vac¨ªo inmenso en la escena internacional, en la que Pek¨ªn exhibir¨¢ su compromiso con la lucha frente el cambio clim¨¢tico, el libre comercio y la globalizaci¨®n, tal como hizo Xi Jinping en Davos. La agresividad de Trump hacia todos sus aliados es un est¨ªmulo directo para que Pek¨ªn ampl¨ªe el radio de sus alianzas, sobre todo en el terreno militar, que es donde anda m¨¢s escaso. China se convierte en un socio internacional plenamente responsable, tal como le ped¨ªa Estados Unidos hace algo m¨¢s de diez a?os, pero esto sucede en el preciso momento en que es el presidente de Estados Unidos quien quiere dejar de ser un socio internacional responsable. Y como regalo adicional, el nuevo mandatario estadounidense, propenso a simpatizar con los aut¨®cratas, no dar¨¢ la lata con exigencias respecto a derechos humanos y democracia.
Son muchos los interrogantes que abre esta nueva presidencia disruptiva y revisionista del orden mundial. ?Qu¨¦ tipo de relaciones se construir¨¢n a partir de ahora entre Washington y Pek¨ªn? ?Intentar¨¢ China llenar el vac¨ªo de liderazgo mundial? ?C¨®mo afectar¨¢ al orden asi¨¢tico y mundial? ?Qu¨¦ repercusiones tendr¨¢n en el orden interno chino? ?C¨®mo influir¨¢n en el asentamiento de la autoridad personal de Xi Jinping, el l¨ªder m¨¢s poderoso desde los tiempos de Mao Zedong?
El gigante asi¨¢tico era hasta ahora, seg¨²n David Shambaugh (China Goes Global: the Partial Power), ¡°un poder solitario, sin amigos ¨ªntimos y sin aut¨¦nticos aliados, que est¨¢ en la comunidad de naciones, pero no es realmente parte de la comunidad de naciones¡±. Su acci¨®n exterior ha sido tradicionalmente poco activa, dubitativa, hostil al riesgo y estrechamente ego¨ªsta, muy limitada al objetivo de su propio desarrollo econ¨®mico y con muy escaso soft power. La presidencia de Trump es la oportunidad de oro para China, que puede pasar de ¡°potencia parcial¡±, tal como la califica Shambaugh, a potencia global con capacidad de acci¨®n e influencia en todo el planeta, en abierta rivalidad con EE UU. Si as¨ª fuera, Trump no har¨ªa grande a EE UU sino que ser¨ªa un pelda?o definitivo en el declive de la primera superpotencia.
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