Las narcosalas no prosperan en Europa
El local de Par¨ªs concentra a toxic¨®manos impacientes por inyectarse su dosis de morfina
Queda una hora para abrir, pero en torno al Hospital Lariboisi¨¨re de Par¨ªs cunde la impaciencia. Un hombre toca insistentemente el telefonillo para preguntar cu¨¢nto falta, otro escala y se asoma por encima de la puerta met¨¢lica. Un tercero la golpea con la mano abierta. No sirve de nada. Es s¨¢bado y la narcosala de la Estaci¨®n del Norte, el lugar donde cada d¨ªa 160 toxic¨®manos acuden a inyectarse su dosis de hero¨ªna, morfina y otras sustancias, no abre hasta la una y media de la tarde.
Tony lo sabe, y a diferencia de sus desesperados compa?eros de adicci¨®n, espera sentado en solitario en una esquina pidiendo cigarrillos a todo el que pasa delante de ¨¦l. 33 a?os, gorra hacia atr¨¢s, cuencas de los ojos gris¨¢ceas y cuerpo delgado pero no demacrado. Lleva siete a?os pinch¨¢ndose sk¨¦nan, un medicamento a base de morfina que hace furor en la zona. De vez en cuando tambi¨¦n hero¨ªna. Cree que abrir la sala de consumo supervisado ha sido una gran idea. "Es limpio y siempre hay alguien vigilando. Haces lo tuyo tranquilamente", resume. Nada que ver con los sucios ba?os p¨²blicos y oscuros p¨¢rkings en los que se drogaba antes.
Este tipo de instalaciones apenas ha aumentado en los ¨²ltimos a?os en Europa, donde la cifra ronda las 90 salas repartidas en solo ocho pa¨ªses: Alemania, Dinamarca, Espa?a, Francia, Luxemburgo, Holanda, Noruega y Suiza. El pa¨ªs helv¨¦tico fue el pionero con la apertura de un local en Berna hace tres d¨¦cadas que todav¨ªa sigue en servicio. Las dos ¨²ltimas se abrieron en Francia el pasado oto?o en medio de la pol¨¦mica. Eran las primeras autorizadas por el Gobierno.
Junto a la narcosala de Par¨ªs, varias pancartas asoman a los balcones. Dos de ellas llaman a firmar una petici¨®n online para su traslado. Otra pide su cierre. En el restaurante de enfrente tampoco est¨¢n contentos. "Hay gente que se ha mudado. Antes ya hab¨ªa consumo, pero ahora vienen de otras zonas de Par¨ªs. Siempre hay problemas. Piden dinero y cigarros a los clientes". Tambi¨¦n hay voces discordantes: "No he notado que haya m¨¢s agresiones que antes", dice Robert, 91 a?os, inquilino del edificio del que cuelga uno de los mensajes. Pese a todo, es esc¨¦ptico con las salas: "No sirven de nada, los vigilamos pero no los curamos".
23 europeos mueren cada d¨ªa por sobredosis
Fuera del continente las narcosalas apenas han progresado. Canad¨¢ y Australia tambi¨¦n disponen de este tipo de instalaciones, pero en Estados Unidos, golpeado por una epidemia de muertes que ha costado la vida a 59.700 personas en 2016, la mayor¨ªa a causa de la hero¨ªna, est¨¢n proh¨ªbidas. Europa est¨¢ lejos de las cifras de fallecidos por sobredosis en EE UU, pero el ¨²ltimo informe anual alerta del cambio de tendencia: 23 europeos mueren cada d¨ªa por sobredosis de drogas, y en los ¨²ltimos tres a?os, la gr¨¢fica es una l¨ªnea ascendente.
Los encontronazos con los vecinos son usuales cuando se plantea abrir un centro de este tipo. Uno de los episodios m¨¢s tensos ocurri¨® en Barcelona en 2005, cuando los manifestantes cortaron el tr¨¢fico e intimidaron a usuarios y personal sanitario. El experto espa?ol Xavier Ferrer advierte contra el s¨ªndrome del Flautista de Hamel¨ªn de ciudadanos que aunque no rechazan la ayuda, la quieren lejos de casa en una especie de a otro sitio con las ratas. ¡°El puerto hay que construirlo donde est¨¢ el mar¡±, razona. Y el mar, en Par¨ªs ¡ªal menos uno de ellos¡ª? est¨¢ en las inmediaciones de la Estaci¨®n del Norte, por donde ya a?os antes de la narcosala las manos de los camellos chocaban veloces con las de los adictos.
En Estrasburgo, la ¨²ltima en abrir, el ruido vecinal ha sido inexistente. Su perfil es diferente al de la capital francesa. Hay menos afluencia, unas 25 personas al d¨ªa. Y sus h¨¢bitos y consumidor tipo son distintos: se inyectan sobre todo coca¨ªna y hay m¨¢s mujeres, explica su responsable, Daniel Bader. Como le sucedi¨® a Par¨ªs, su puesta en marcha ha vivido una larga espera hasta la aprobaci¨®n de una ley que autoriza su apertura durante un periodo de prueba de seis a?os. ¡°El consumo en la calle era muy visible, pero aun as¨ª, se ha tardado por falta de voluntad pol¨ªtica y de informaci¨®n para el gran p¨²blico. Hay muchos fantasmas asociados a la droga¡±, lamenta C¨¦line Debaulieu, responsable de la asociaci¨®n Gaia, que gestiona el local de Par¨ªs.
Un par de salas ayudan, pero no son la panacea. Las organizaciones sociales critican que la regi¨®n parisina, con m¨¢s de 10 millones de habitantes, sigue teniendo un claro d¨¦ficit en relaci¨®n a su tama?o. La narcosala tiene 12 plazas para inyectarse frente a las 29 de Hamburgo o las 37 de Fr¨¢ncfort, ambas con una poblaci¨®n muy inferior. Los resultados que avalan la necesidad de abrir m¨¢s est¨¢n ah¨ª: "En ocho meses abierta ha habido 50.000 consumos en la sala y no en un lugar p¨²blico¡±, presume Debaulieu.
En Bruselas, 300 kil¨®metros al norte de Par¨ªs, las asociaciones pelean por tener locales similares, prohibidos en B¨¦lgica por una ley que data de 1921. Mientras tanto, llevan la ayuda a domicilio. Cristopher Collin rompe el pl¨¢stico y vac¨ªa su contenido sobre la mesa de su despacho. Explica cada elemento. Esta es la cuchara est¨¦ril, esta la ampolla de agua destilada, aqu¨ª la jeringuilla desechable, aqu¨ª la cinta el¨¢stica para ayudar a encontrar la vena. La toallita empapada en alcohol para desinfectar el brazo antes de inyectar.
Collin no ha sido toxic¨®mano, pero conoce el proceso. Dos veces por semana se sumerge en el submundo de la capital belga con otros miembros del colectivo DUNE para repartir un kit con material para prevenir enfermedades como el SIDA o la hepatitis. Dice que lo hace para cubrir el vac¨ªo que dejan las autoridades, a las que acusa de tratar la cuesti¨®n como un problema de seguridad y no de salud. "El fen¨®meno del consumo de drogas a cielo abierto ha crecido en Bruselas, esencialmente con la hero¨ªna. Han cerrado casas ocupadas y la gente se ha quedado sin sitio", advierte.
En Par¨ªs, Tony ya no tiene ese problema. Dos o tres veces por semana se sienta en la esquina de las calles Maubeuge y Ambroise Par¨¦ a esperar el nuevo pinchazo. Nacido en 1983, de ni?o quer¨ªa ser soldado de las fuerzas especiales por su afici¨®n a las pel¨ªculas de acci¨®n. A¨²n vive con sus padres, que enga?ados, lo creen trat¨¢ndose su adicci¨®n con metadona. Los 450 euros que recibe del Gobierno se le quedan cortos para alimentar a la bestia y reconoce que ha robado a sus progenitores un par de veces. "Era poco dinero. Nunca me he llevado la tele ni nada parecido", se excusa.
Todo empez¨® un d¨ªa fumando crack en una casa okupa. Alguien le ofreci¨® inyectarse sk¨¦nan para quitarse el mal cuerpo. Lo ha intentado, pero no puede parar. En sus palabras solo hay derrota. "Sinceramente, s¨¦ que es posible dejarlo, pero hay que tener voluntad de verdad. Te duele todo el cuerpo. Un verdadero dolor. Escalofr¨ªos. Cuando me lo contaban pensaba que exageraban, que se montaban pel¨ªculas, pero yo sin eso no duermo. Se me cruzan los cables".
Ahorro para las arcas p¨²blicas
Xavier Ferrer director t¨¦cnico de la fundaci¨®n Salud y Comunidad y del M¨¢ster en Drogodependencias de la Universidad de Barcelona, defiende el ahorro para el sistema p¨²blico que suponen estas instalaciones. Fue supervisor de la sala abierta en el poblado chabolista de Las Barranquillas desde 2005 hasta su cierre cinco a?os despu¨¦s. Tras echar el candado, Madrid ya no tiene una instalaci¨®n de este tipo. ¡°Proporcionan un lugar m¨¢s seguro para consumir, pero no solo sirven para inyectarse. Evitan muertes y ahorran dinero. Una persona que acaba de consumir puede ser atropellado m¨¢s f¨¢cilmente o sufrir una invalidez".
Ferrer cree que estas salas no son la soluci¨®n al problema, pero s¨ª una de ellas combinada con programas de desintoxicaci¨®n y tratamientos sustitutivos. Su funcionamiento no es perfecto. El toxic¨®mano compra la droga a su camello y los m¨¦dicos no saben si est¨¢ adulterada, pero las probabilidades de seguir vivo tras una sobredosis o una partida de droga en mal estado son mucho mayores si el problema ocurre junto a un m¨¦dico que en la soledad de un ba?o o un descampado.
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