No en mi nombre: hijos de torturadores argentinos repudian a sus padres
Un grupo de familiares de represores se unen para rechazar sus cr¨ªmenes y exigir que cumplan sus condenas
Sus reuniones son duras. Una especie de terapia colectiva. La mayor¨ªa lleva a?os sin compartir su secreto, y tienen muchas ganas de hablar. Necesitan sacarlo. ¡°Al principio fue una catarsis. Acabamos llorando casi todos. Arrastramos una cultura muy arraigada que nos dice honrar¨¢s a tu padre. Es muy dif¨ªcil romper con eso¡±, cuenta Mar¨ªa Laura Delgadillo, una de las fundadoras de "Historias desobedientes", el grupo que ha conmocionado a una Argentina acostumbrada a los relatos terribles de la dictadura. Pero este es diferente, porque se hace desde dentro. Son los hijos de los represores, que se rebelan contra sus padres y se unen para exigir que no salgan de la c¨¢rcel, que cumplan sus condenas de cadena perpetua.
Durante a?os, el mundo de la represi¨®n de una de las peores dictaduras del planeta se divid¨ªa en dos, como los espacios dentro de los juicios de lesa humanidad: por un lado, los represores y sus familias, por otro, las v¨ªctimas y las suyas. Pero eso se acab¨® el d¨ªa que este peque?o grupo en el que hay sobre todo mujeres, que empezaron media docena y ahora ya son m¨¢s de 50, fue a una manifestaci¨®n con una pancarta: ¡°Hijos e hijas de genocidas por la memoria, verdad y justicia¡±.
All¨ª estaba Analia Kalinec, hija de Eduardo Kalinec, alias doctor K, un conocido represor que cumple cadena perpetua. O Erika Lederer, hija de Ricardo Lederer, el obstetra que ayud¨® a parir a buena parte de los hijos de desaparecidas, que se suicid¨® en 2012 al ver que le iban a condenar. Erika no solo ha tenido valor para crear este grupo. Tambi¨¦n lo tuvo para encontrarse con el nieto 106 de Abuelas de Plaza de Mayo, al que su padre hab¨ªa ayudado a entregar a una familia fiel a la dictadura. La firma de Lederer en el falso certificado de nacimiento era su condena. Erika, tambi¨¦n v¨ªctima de su padre, que la maltrataba, quer¨ªa saber c¨®mo pod¨ªa ayudar a Pablo, el nieto al que el Lederer le hab¨ªa arruinado la vida.
Todos arrastran historias as¨ª, por eso sus reuniones son dif¨ªciles. ¡°Algunos solo hemos recibido caricias de una mano contaminada por la tortura¡±, cont¨® uno de ellos en la ¨²ltima cita. Muchos sufren consecuencias f¨ªsicas de tanta tensi¨®n, se enferman. Tiene apoyo de psic¨®logos para que les ayuden a contar. Todos superan los 40 a?os, algunos llegan a 60, y sus padres se est¨¢n muriendo. Lo que m¨¢s les angustia es que lo hacen sin contar nada, sin decir d¨®nde est¨¢n los desaparecidos.
Porque el gran sue?o de muchos de estos hijos es convencer a sus padres de que se arrepientan y ayuden a encontrar los cuerpos de los desaparecidos o los nietos a¨²n sin recuperar. ¡°Queremos romper el pacto de silencio que hay entre ellos. En las familias a veces hay datos que pueden reconstruir la historia. Si conseguimos unirlos podemos ayudar a otras v¨ªctimas¡±, explica Mar¨ªa Eugenia Vergera, otra miembro del grupo, que tiene doble condici¨®n: es sobrina de un represor y a la vez esposa de un desaparecido.
El sue?o ser¨ªa que los hijos lograran convencer a los padres. Pero no se enga?an, ahora mismo parece imposible. El pacto de silencio de los represores ha resistido. Nadie se ha arrepentido ni ha dado un solo dato de una fosa com¨²n. Ni siquiera ante sus hijos. Liliana Furi¨®, hija de un conocido represor de Mendoza, condenado a perpetua en 2013, lo intent¨® muchas veces. Hasta que ¨¦l le grit¨® ¡°No se habl¨¦ m¨¢s, si tuviera que volverme a poner la capucha lo volver¨ªa a hacer¡±. Ahora ¨¦l est¨¢ senil, y ella lo visita en su arresto domiciliario. Algunos tienen relaci¨®n con sus padres, otros no. Muchos han fallecido.
¡°Mi padre se muri¨® discutiendo conmigo¡±, cuenta Walter Docters. Su padre era represor y ¨¦l luchaba contra la dictadura, pas¨® varios a?os en la c¨¢rcel. Pero no lo mataron precisamente por su apellido, porque Echecolatz, que dirig¨ªa la represi¨®n en la provincia de Buenos Aires, le prometi¨® a su padre que lo salvar¨ªa. ¡°Era de ideolog¨ªa nazi, era arquitecto y trabaj¨® con Echecolatz en el dise?o de los lugares donde ten¨ªan a los detenidos. Yo militaba en el ERP pero ¨¦l logr¨® que no me mataran¡±. Tambi¨¦n le pidi¨® muchas veces que confesara, sin ¨¦xito. ¡°Me dec¨ªa t¨² tienes tus compa?eros, yo los m¨ªos. Ellos te mantuvieron con vida, cumplieron, yo no voy a ir contra los muchachos¡±.
Precisamente el conmovedor testimonio de la hija de Echecolatz, que apareci¨® en la revista Anfibia, impuls¨® a muchos de estos hijos a unirse. Algunos ya hab¨ªan aparecido con sus historias en el libro Hijos de los 70 (Sudamericana) de Carolina Arenes y Astrid Pikielny, un texto sobrecogedor. Pero Mariana, que ya no se apellida Echecolatz porque se lo cambi¨®, removi¨® muchas cosas al contar el horror de ser hija de ese monstruo que tambi¨¦n lo era en casa, como muchos de ellos. Aunque no todos, algunos se comportaban como padres muy cari?osos.
Quieren justicia. Exigen que a sus familiares no se les apliquen un beneficio, el llamado dos por uno (dos d¨ªas por cada uno pasado en prisi¨®n preventiva) que sacar¨ªa a muchos a la calle. Algunos tienen terror ante la idea de que sus padres salgan libres.
A otros, como Delgadillo, cuyo padre muri¨® sin condena, les mueve una necesidad de hacer algo para reparar un da?o que ni siquiera conocen del todo. ¡°Mi pap¨¢ era comisario de polic¨ªa. Un d¨ªa encontr¨¦ una capucha entre sus cosas. Alguna vez trajo ropa, zapatos, un reloj, un microscopio, de sus operativos. Mi madre siempre nos prohibi¨® tocar esas cosas. Lo quem¨® todo salvo el microscopio. Era muy violento, nos pegaba con una ca?a. Mi mam¨¢ se intent¨® suicidar meti¨¦ndose en un cuartel de noche, para que mi viejo viera c¨®mo eran sus compa?eros, pero no le dispararon¡±.
Otros s¨ª conocen con detalle los cr¨ªmenes de sus padres, los han le¨ªdo en sentencias judiciales, han escuchado los testimonios de las v¨ªctimas. Y les cuesta vivir con ese peso. Por eso se unen. Est¨¢n recibiendo mensajes de todo el mundo, y en Chile algunos hijos de represores quieren organizar algo parecido. Todos quieren gritar lo mismo: no en mi nombre.
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