M¨¢s soldados para dar batalla
EE?UU cometi¨® un error grave al reducir su presencia en Afganist¨¢n en 2015. Hay que reforzar la misi¨®n con m¨¢s efectivos para enfrentar el resurgimiento talib¨¢n
La nueva pol¨ªtica del presidente Donald Trump en Afganist¨¢n ¡ªque otorga al secretario de Defensa, James Mattis, la autoridad para sumar varios miles de militares estadounidenses a los 8.400 desplegados en la actualidad, y da al general Mick Nicholson m¨¢s margen a la hora de decidir c¨®mo emplear la fuerza a¨¦rea de la OTAN en el pa¨ªs¡ª tiene sentido hasta cierto punto. Todav¨ªa no es un plan pol¨ªtico-militar completo, ni hay garant¨ªas de que sirva para ganar la guerra, pero intensificar la acci¨®n militar puede contribuir a frenar la p¨¦rdida de territorio por parte del Gobierno afgano, que actualmente controla casi un 60% del pa¨ªs frente al 72% de hace una d¨¦cada. Adem¨¢s, el Congreso norteamericano deber¨ªa autorizar m¨¢s fondos econ¨®micos, mientras ser¨ªa conveniente que Europa y Australia incrementaran proporcionalmente el despliegue de tropas en el pa¨ªs.
Llevamos casi 16 a?os de la que est¨¢ siendo la guerra m¨¢s larga de Estados Unidos. La operaci¨®n en Afganist¨¢n se resiente por la relativa debilidad del Gobierno del pa¨ªs asi¨¢tico, la capacidad de adaptaci¨®n del movimiento talib¨¢n, que dispone de refugios seguros en Pakist¨¢n, y el hecho de que las fuerzas de seguridad afganas, a pesar de exhibir un considerable valor, sigan sufriendo numerosas p¨¦rdidas y operando bajo un liderazgo a menudo mediocre. Es probable que los cambios aprobados recientemente por Trump tengan que prolongarse al menos dos o tres a?os, hasta que las fuerzas a¨¦reas afganas est¨¦n totalmente desarrolladas. Seguramente, la presencia militar estado?unidense seguir¨¢ siendo necesaria incluso entonces, si bien a una escala tal vez m¨¢s limitada.
Pero, si recordamos por qu¨¦ fuimos a Afganist¨¢n y analizamos cu¨¢les ser¨ªan las alternativas cre¨ªbles a la pol¨ªtica actual, no es dif¨ªcil ver las razones por las que hemos de quedarnos. La planificaci¨®n inicial de los atentados del 11 de septiembre se llev¨® a cabo en Afganist¨¢n, donde se refugiaban Osama Bin Laden y sus secuaces con la protecci¨®n de los talibanes, que entonces gobernaban el pa¨ªs. Actualmente, la presencia de Al Qaeda en Afganist¨¢n y Pakist¨¢n se ha reducido considerablemente, pero podr¨ªa recuperar su vigor si surgiese la oportunidad. Tambi¨¦n hay que contar con la amenaza que supone el Estado Isl¨¢mico.
Conviene tener en cuenta que, aunque Estados Unidos env¨ªe en las pr¨®ximas semanas varios miles de soldados, su presencia militar estar¨ªa muy por debajo de los a?os 2010 y 2011, cuando alcanz¨® su m¨¢ximo nivel. Las bajas estadounidenses, aunque siempre dolorosas, ser¨ªan probablemente muy inferiores a las posibles p¨¦rdidas causadas por un nuevo gran atentado terrorista en Estados Unidos preparado en un basti¨®n de Al Qaeda o el Estado Isl¨¢mico en Afganist¨¢n.
?Por qu¨¦ se necesitan m¨¢s tropas tanto estadounidenses como de los aliados de la OTAN? Con los 8.400 militares desplegados en este momento podemos mantener alrededor de media docena de grandes bases, incluidas las de Bagram, cerca de Kabul, y Kandahar. Cada una necesita al menos 1.000 soldados estadounidenses para garantizar una autodefensa s¨®lida, pilotar los aviones, manejar los drones y los sistemas de recogida de informaci¨®n, y ofrecer asesoramiento centralizado al Ej¨¦rcito y la polic¨ªa afganos. Los aliados de la OTAN mantienen una presencia menor, sobre todo en el norte y el oeste del pa¨ªs. Otros 1.000 militares son necesarios para entrenar a las fuerzas afganas a escala nacional.
En otras palabras, Estados Unidos necesita todas sus fuerzas actuales solamente para mantener en funcionamiento media docena de bases (incluidas las del este de Afganist¨¢n, cerca de la frontera paquistan¨ª, donde, en estos momentos, la presencia del Estado Isl¨¢mico es otro quebradero de cabeza m¨¢s) y proporcionar entrenamiento y asesoramiento centralizados en colaboraci¨®n con otras fuerzas extranjeras, adem¨¢s de con las empresas contratistas.
Lo que les falta actualmente a Estados Unidos y a sus socios es la capacidad de dar apoyo y asesoramiento a las tropas afganas sobre el terreno. De hecho, en 2015 ni siquiera estuvimos presentes permanentemente para asesorar al Ej¨¦rcito afgano en la provincia de Helmand. Esa fue la causa principal de que se perdiese buena parte de la provincia a favor de los talibanes. Tampoco pusimos a los asesores adecuados para que ayudasen a otras formaciones afganas m¨¢s peque?as cerca de Kunduz antes de que la ciudad cayese temporalmente en manos de los talibanes en 2015. Solo se logr¨® liberarla a costa de un alto precio, en especial para las fuerzas y los civiles afganos.
Aportar entre 3.000 y 5.000 soldados estadounidenses y aliados m¨¢s permitir¨ªa desplegar varias docenas de equipos de asesoramiento. Esta cifra dista mucho de ser suficiente para asistir a todas las brigadas o batallones (estos ¨²ltimos conocidos como kandaks), pero servir¨ªa para apoyar a las unidades que estuviesen participando en los combates m¨¢s duros. Estos soldados adicionales tambi¨¦n podr¨ªan ayudar de forma temporal a otras unidades afganas que necesitan sustituir a sus mandos, incompetentes y corruptos, por otros mejores. Por ¨²ltimo, ser¨ªa necesario el apoyo log¨ªstico de todos estos nuevos equipos y el emplazamiento de fuerzas de reacci¨®n r¨¢pida en diversos puntos del pa¨ªs que pudiesen ayudarlos si se encontrasen en dificultades.
Es necesario asesorar y ayudar a las fuerzas locales sobre el terreno, en especial a las unidades que participan en los combates m¨¢s duros
Por supuesto, la soluci¨®n no puede ser solo militar. El presidente Ashraf Ghani tiene que redoblar sus esfuerzos contra la corrupci¨®n, porque hasta ahora los resultados han sido modestos. El Gobierno deber¨ªa reformar las comisiones electorales que supervisar¨¢n las elecciones generales y presidenciales de los pr¨®ximos dos a?os.
Queda pendiente la cuesti¨®n de Pakist¨¢n. Ya hemos recortado considerablemente la ayuda al pa¨ªs. Podr¨ªamos recortarla a¨²n m¨¢s; podr¨ªamos se?alar qui¨¦nes son las personas y las organizaciones que dan apoyo a los talibanes y castigarlas; podr¨ªamos atacar los objetivos talibanes en Pakist¨¢n con m¨¢s contundencia. A la larga podr¨ªamos ofrecer incentivos, como un acuerdo de libre comercio, un aumento de la ayuda si Islamabad reduce su apoyo a los talibanes o lo suprime por completo. Pero nada de esto funcionar¨¢ si los l¨ªderes paquistan¨ªes no reconocen que dar refugio a los talibanes afganos es insensato y peligroso; que es lo mismo que dejar vivir a las serpientes venenosas en el pa¨ªs con la esperanza de que solo muerdan a los hijos de los vecinos, y no a los propios. Teniendo en cuenta c¨®mo colaboran los grupos fundamentalistas en el sur de Asia, esa estrategia seguir¨¢ resultando contraproducente y someter¨¢ a Pakist¨¢n a la mayor de las amenazas para su existencia: la del extremismo interno.
En resumidas cuentas, el presidente Trump tiene raz¨®n. Ahora, en Afganist¨¢n, debemos retomar la fase de la misi¨®n que, imprudentemente, nos saltamos en 2015 y 2016, cuando redujimos demasiado y demasiado deprisa nuestra presencia all¨ª. Eso requerir¨¢ varios miles de soldados m¨¢s y el uso intensificado de la potencia a¨¦rea estadounidense y aliada durante quiz¨¢s dos o tres a?os. Es posible que este planteamiento no nos d¨¦ una victoria brillante en Afganist¨¢n. Pero puede mejorar significativamente las probabilidades de evitar la derrota, y de apuntalar nuestro flanco oriental en la lucha m¨¢s amplia contra el extremismo, el cual, por desgracia, seguramente permanecer¨¢ con nosotros durante al menos una generaci¨®n.
Michael O¡¯Hanlon es analista en la Brookings Institution. Su ¨²ltimo libro es ¡®The Future of Land Warfare¡¯ (el futuro del combate terrestre).
Traducci¨®n de News Clips.
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