De pol¨ªtica y fe a la mexicana
M¨¦xico se ha conformado con las urnas como ¨²nico eslab¨®n de la democracia
La falla m¨¢s ¨¢rida de la transici¨®n mexicana a la democracia ha sido el divorcio entre ejercicio pol¨ªtico y la sociedad. No necesariamente de la sociedad con la pol¨ªtica. La raz¨®n e irresponsabilidad m¨¢s grande de ese divorcio es la devaluaci¨®n de los sentidos que permiten el ejercicio democr¨¢tico, limit¨¢ndolo a su versi¨®n m¨¢s precaria: la r¨¦plica de estructura en todos los partidos, su definici¨®n a partir de la negativa del contrario, y la separaci¨®n de compromisos morales con jur¨ªdicos. En consecuencia, se entreg¨® la esperanza como instrumento social a un solo elemento del sistema pol¨ªtico mexicano. Una herramienta tan efectiva como la propuesta tangible para solucionar los problemas, pero de un nivel inferior al pensamiento y la reflexi¨®n.
Casi 20 a?os no son suficientes para saldar las deudas del tiempo, es raro que lo sean en cualquier pa¨ªs serio. M¨¦xico no lo es. No desde su relaci¨®n con los derechos humanos, la inequidad, la impunidad y la corrupci¨®n. El desencanto y desamparo ha sido demasiado, tanto para dominar la paciencia como para entender que la vida pol¨ªtica de un pa¨ªs tiene, entre m¨¢s, dos niveles b¨¢sicos: el que se ejerce desde los gobiernos para el funcionamiento del gobierno, y el que dialoga con los gobernados. Sin congruencia entre los dos, la reconciliaci¨®n en el divorcio es una imposibilidad a trav¨¦s de la cual los partidos creen que su matrimonio con la sociedad es permanente. Incluso si no existi¨®.
Me explico, cada partido y coalici¨®n de partidos ¡ªfrentes, alianzas, etc¨¦tera¡ª mantienen de alguna forma, incluso sin corporativismo, la estructura cupular de la tradici¨®n partidista nacional. No es que todos los partidos sean iguales entre s¨ª. Todos, ya se vean por s¨ª solos o en coaliciones, son iguales en mayor o menor medida al PRI. Los ejecutores de la pol¨ªtica no act¨²an a partir de lo que deben para el bien com¨²n, sino de lo que pueden hacer desde los l¨ªmites que ellos mismos se pusieron para la continuidad del primer nivel de la vida pol¨ªtica. As¨ª, o la demagogia se sobrepone a la posibilidad de gobierno y debate, o se act¨²a desde el h¨¢bito de ver el gobierno como un ejercicio dirigido a c¨²pulas y bases en el que las intenciones pol¨ªticas le responden a esas c¨²pulas y bases, sin inter¨¦s en la ciudadan¨ªa ajena ellas.
Si estas condiciones fueran privativas de los sectores pol¨ªticos, los contrapesos caer¨ªan en esa ambig¨¹edad que se entiende como sociedad civil, sobre todo la opinocracia y la amplitud de la poblaci¨®n interesada en la participaci¨®n p¨²blica. Pero los vicios de la estructura pol¨ªtica se impregnaron en gran parte de los contrapesos naturales, evitando la institucionalizaci¨®n de la sociedad civil, que en M¨¦xico no se ha entendido a s¨ª misma como una instituci¨®n.
El escenario del divorcio es el constante periodo electoral en que M¨¦xico est¨¢ sumergido. No se necesitan elecciones inmediatas para que cualquier acci¨®n pol¨ªtica se refiera a ellas. Nos hemos conformado con las urnas como ¨²nico eslab¨®n de la democracia, aislando la responsabilidad de los contrapesos naturales e institucionales con ese eje central de la vida democr¨¢tica.
La permanencia de esa falla sist¨¦mica, en este escenario, tiene la vocaci¨®n de erradicar las propuestas que desemboquen en un proyecto en el que se decanten las aspiraciones de los ciudadanos. Primero porque aqu¨ª los ciudadanos se ven como meros habitantes, despu¨¦s porque en M¨¦xico no es necesario hacer pol¨ªtica desde un ideario. Basta con exacerbar lo que no se quiere ser. En esta ruta propicia para la endogamia se detecta la indiferencia a aquellos que no tengan pertenencia con las estructuras pol¨ªticas establecidas.
Hay algo bipolar en todo esto. Las instituciones pol¨ªticas mexicanas dan la impresi¨®n de parecerse, al tiempo que rechazan ser como sus contrarios. Aqu¨ª no hay un concepto de ciudadan¨ªa, somos tribus que defendemos nuestras afinidades.
?Qu¨¦ hace un pa¨ªs en el que sus grupos pol¨ªticos no son capaces generar representatividad fuera de s¨ª mismos? ?Con qui¨¦n dialoga lo ciudadano si no encuentra un interlocutor? Se entrega a la forma m¨¢s primitiva de la pol¨ªtica, la fe.
Quienes se entregan a ella, se convencer¨¢n que resuelve lo que nadie m¨¢s resolvi¨®. Mientras los no creyentes neguemos su peso y denostemos su eficacia, tampoco veremos porqu¨¦ perdimos legitimidad.
Si permitimos que la pol¨ªtica mexicana se transforme en un asunto teol¨®gico, no deber¨¢ sorprender que en unos a?os veamos resurgir la sinarqu¨ªa. La responsabilidad de eso ser¨¢ nuestra, de los no creyentes.
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