El d¨ªa D en un refugio de Miami: cansancio, migra?as y pizza recalentada
Algunos refugiados se quejan de problemas de salud. No hay medicinas ni servicio m¨¦dico en este albergue en el centro de Miami
Irma ya ha llegado. A las cinco de la ma?ana (las 11.00 en la Espa?a peninsular), el murmullo de sus vientos huracanados se cuela bajo las puertas del Eugene. B. Thomas Center, uno de los centenares de colegios habilitados como refugio-albergue para los ciudadanos. Un ni?o peque?o merodea entre sus vecinos de pasillo; adultos, ancianos y beb¨¦s duermen y se entretienen como pueden, acostados sobre esterillas y colchones.
Muchos llevan ya m¨¢s de dos d¨ªas aqu¨ª. Y todav¨ªa les queda. Irma solo ha desgajado los primeros ¨¢rboles en el aparcamiento y arrancado las primeras ramas de algunas palmeras. "Lo peor llegar¨¢ a mediod¨ªa. Calculo que ser¨¢n r¨¢fagas de unos 160 kil¨®metros por hora", advierte una de las coordinadoras del refugio. Los tubos de luz fluorescente pierden y recuperan su intensidad con intermitencia. La conexi¨®n telef¨®nica tambi¨¦n flojea. "El downtown de Miami ya est¨¢ inundado. En este edificio ya est¨¢ entrando agua, pero no es un problema todav¨ªa", dice.?
El s¨¢bado todav¨ªa hab¨ªa sonrisas. El domingo, solo cansancio y molestias. Algunos se quejan de problemas de salud, otros sufren migra?as. No hay medicinas ni servicio m¨¦dico. La convivencia empeora, el ambiente es m¨¢s espeso. En la entrada principal, la polic¨ªa aspira el agua que ya entra por las finas ranuras de los portones de color azul turquesa. La planta superior del edificio ha sido desalojada por miedo a que el viento destroce las ventanas. Los soldados de la Guardia Nacional, que escoltan el edificio y se encargan de mantener la calma, patrullan con largos rifles de asalto. Preguntado uno de ellos sobre el motivo de ir tan fuertemente armados, el agente responde tajante: "Nunca se sabe". Durante la noche tuvieron que calmar peque?as peleas verbales entre algunos hu¨¦spedes.?
Algunos se despiertan con ¨¢nimos de rutina. En una esquina de la primera de las tres plantas, Henry desayuna un paquete de cereales individual con un poco de leche. Acto seguido va al ba?o, se enjuaga la cara y se lava los dientes. No hay duchas. Al regresar a su espacio ¡ªdos metros cuadrados que comparte con su mujer y su hijo¡ª se cambia de camiseta. "?No ten¨ªas otros pantalones?", le reclama la madre a Henry junior. Los tres se peinan, pero no van a ninguna parte. Los coordinadores no permiten salir al patio de la escuela, las condiciones son peligrosas.
Presencia de extranjeros
"Ya no nos dejan salir. Se acaba de caer otro ¨¢rbol. Fue un ruido fort¨ªsimo", llega anunciando una mujer brit¨¢nica. No es la ¨²nica extranjera. Aqu¨ª hay japoneses, italianos, chilenos, cubanos, alemanes y rusos, entre otras nacionalidades. La mayor¨ªa de ellos quedaron atrapados en el aeropuerto y fueron evacuados a este centro.
Las primeras noticias sobre la cat¨¢strofe van llegando de la mano de vecinos. "La terraza ha volado, se fue", dice Mario Rodr¨ªguez encogiendo los hombros al colgar con un amigo de su urbanizaci¨®n. "A m¨ª no me preocupa, aunque el coche no s¨¦ si estar¨¢ da?ado". Mientras el olor de la pizza recalentada ¡ªpor tercera vez consecutiva¡ª invade el pasillo, su sobrino le recuerda: "Eso puede ser reemplazado, nuestra vida no".
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