Secretismo, austeridad y ensalada de medusa
El ¨²nico restaurante norcoreano de Dub¨¢i ofrece un atisbo del r¨¦gimen de Pyongyang
Si la noche anterior hubo una fiesta, no hay huella de ello. El local aparece tan aseado como los uniformes azul azafata de sus sonrientes camareras. Pero el Okryu-gwan no es uno m¨¢s de los nueve mil restaurantes de Dub¨¢i. Se trata del ¨²nico aut¨¦nticamente norcoreano, la cara amable de un r¨¦gimen brutal con sus ciudadanos y aislado del resto del mundo. Y la semana pasada cuando Pyongyang celebraba su ¨²ltima prueba nuclear con grandes manifestaciones y fuegos artificiales, corrieron rumores de que el modesto comedor, situado en el barrio de Deira, tambi¨¦n festejaba ese desaf¨ªo que ha tra¨ªdo reminiscencias de la guerra fr¨ªa a la comunidad internacional.
¡°No s¨¦ nada¡±, responde Han Sol-Hwa sin perder la sonrisa. Su nombre aparece, junto a la bandera de la Rep¨²blica Democr¨¢tica de Corea del Norte, en una placa sobre su uniforme. Han tampoco pierde la sonrisa cuando advierte que la periodista intenta hacer una foto con el m¨®vil de la introducci¨®n que abre la carta. ¡°No est¨¢ permitido hacer fotos; s¨®lo de los platos¡±, se?ala con tanta dulzura como firmeza. Definitivamente, ¨¦ste no es un restaurante cualquiera.
El Okryu-gwan, explica el texto, es una sucursal del restaurante hom¨®nimo de Pyongyang, uno de los primeros que abrieron en la capital de Corea del Norte a principios de los sesenta del siglo pasado. El original tom¨® su nombre del cercano puente Okryu, sobre el r¨ªo Taedong, entonces reci¨¦n inaugurado, me contar¨¢ luego una amiga coreana. Su enorme sala con capacidad para 2.000 comensales hace honor a aquella ¨¦poca de desarrollo econ¨®mico cuando el PIB per c¨¢pita de la Rep¨²blica Democr¨¢tica, que sacaba tajada el enfrentamiento entre la Uni¨®n Sovi¨¦tica y China, superaba a su hermana del Sur.
El restaurante de Dub¨¢i, que abri¨® en 2010, es mucho m¨¢s modesto. Apenas tiene una decena de mesas, aunque tambi¨¦n hay tres comedores privados, con una decoraci¨®n espartana. Ni siquiera hay un retrato del l¨ªder supremo, Kim Jong-un. S¨®lo las fotos de la visita del emir de Dub¨¢i, el jeque Mohamed, hace unos a?os. El ¨²nico exceso visible es una gran pantalla de televisi¨®n sobre la que se suceden paisajes id¨ªlicos y el texto en coreano de un karaoke que a mediod¨ªa permanece apagado. ¡°El show empieza a las ocho¡±, explica Han en un ingl¨¦s correcto que se diluye si la pregunta se sale del men¨². Hasta entonces, m¨²sica de ascensor.
Los expertos en Corea del Norte se?alan que las sucursales del Okryu-gwan (las primeras abrieron en China en 2003 y hoy hay en Jap¨®n, Vietnam, Tailandia, Camboya, Laos, Mongolia y Rusia) ayudan al Gobierno de Pyongyang a obtener divisas. Dichos ingresos, como los que obtiene de los obreros que exporta, resultan significativos en un momento en que el pa¨ªs es objeto de crecientes sanciones econ¨®micas debido a su programa nuclear y de misiles.
Servilletas recortadas
Eso no desanima a los expatriados japoneses, ni a otros amantes de la gastronom¨ªa coreana. La carta tampoco defrauda. Junto al omnipresente kimchi (encurtido de col picante), destacan los fideos fr¨ªos al estilo de Pyongyang (una receta original de la casa madre) o los callos al vapor rellenos de arroz y calamar. Hay adem¨¢s las tradicionales ollas coreanas de pescado, carne o marisco, en caldo de verduras y setas enoki.
¡°?Quieren hacer una foto antes de que la mezcle?¡±, recuerda Han cuando trae la ensalada de medusas. El plato lo merece, pero la modesta vajilla desluce el resultado. Vasos de duralex, platos de loza y palillos de acero desgastados de tantos lavados. Quiz¨¢ lo que m¨¢s recuerde a las penurias que pasan los norcoreanos sean las servilletas de papel. No es que sean peque?as, sino que se trata de cuadrantes cortados con tijeras de las originales.
Tal vez ahorren en servilletas, no en el sabor de los guisos servidos con exquisita precisi¨®n por un personal exclusivamente femenino. Y muy seleccionado. No s¨®lo se trata de miembros de las juventudes del partido para asegurar la fidelidad pol¨ªtica y reducir el riesgo de deserciones, sino que proceden de alguna de las escuelas culinarias del pa¨ªs o de la Universidad de Comercio Jang Chol Gu.
Tampoco hay peligro de que se desv¨ªen del gui¨®n. Cuando los comensales empiezan a hacer demasiadas preguntas, entra en el comedor quien parece la encargada, una especie de madre superiora seglar de unos cincuenta a?os, que s¨®lo con la mirada pone a las chicas en su sitio. La mujer se acomoda en una de las mesas vac¨ªas y empieza a ver en su m¨®vil los v¨ªdeos de los fastos del d¨ªa anterior en Pyongyang. Enseguida la rodean las camareras con aparente inter¨¦s. Pero cuando al salir la periodista intenta echar un vistazo a la pantalla, cierra cuidadosamente la tapa, sonr¨ªe y hace un gesto de despedida con la mano.
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