La zona cero de la angustia en Las Vegas
El Centro de Convenciones es donde acuden las familias que no encuentran a sus seres queridos
Un hombre camina por un aparcamiento mirando al suelo y se detiene para decir: ¡°No s¨¦ nada de mi mujer desde ayer¡±. Robert Patterson llevaba en Las Vegas desde las 11 de la ma?ana del lunes y a las cuatro de la tarde segu¨ªa sin saber d¨®nde estaba su esposa, Lisa. La ¨²ltima vez que la vieron estaba en el concierto que fue atacado el domingo por la noche por un hombre que dispar¨® varias r¨¢fagas de tiros desde un hotel. Hay al menos 59 muertos y m¨¢s de 500 heridos. Patterson necesita saber en cu¨¢l de esas dos cifras est¨¢ su esposa. Para eso acudi¨® el lunes a un pabell¨®n del Centro de Convenciones donde se est¨¢n centralizando todos los servicios de atenci¨®n a las v¨ªctimas.
A Robert le acompa?a un amigo que estaba all¨ª con ella y otras tres amigas. Cuenta que comenzaron los disparos y cada uno se puso a salvo como pudo. En un momento dado, la vieron inconsciente, alguien le practicaba maniobras de reanimaci¨®n. Entonces volvieron los disparos y volvieron todos a correr. Se encontraron en la entrada del hotel Tropicana, donde se alojaban, pero no Lisa. Su esposa le habr¨ªa llamado si estuviera bien, dice Robert Patterson. ¡°Su tel¨¦fono tiene un localizador. Sabemos que est¨¢ en medio del Strip¡±, la calle principal de Las Vegas.
Los servicios de emergencia y la oficina forense del condado decidieron el lunes concentrar toda la informaci¨®n sobre desaparecidos, heridos y fallecidos en el pabell¨®n sur del Centro de Convenciones de Las Vegas, al norte de la ciudad. Con una valla en la puerta y un cartel que dec¨ªa ¡°Centro de asistencia a familias¡±, el lugar qued¨® convertido en una especie de zona cero del dolor o de la esperanza, donde cientos de familias de v¨ªctimas de la tragedia deber¨¢n ir llegando seg¨²n aterricen en Las Vegas para saber qu¨¦ ha sido de sus seres queridos. Aqu¨ª se viene cuando ni los hospitales ni la oficina del forense tienen respuestas.
La familia Patterson es de Alameda, California. ¡°Nadie me dice nada¡±, se desesperaba Patterson. ¡°Todo el mundo me pide mi nombre y mi tel¨¦fono, pero no me llaman. No s¨¦ qu¨¦ hacen. Estoy perdiendo la esperanza. Creo que est¨¢ muerta¡±. Por la ma?ana, le hab¨ªan dicho que pod¨ªa estar en un hospital. No era as¨ª. Recorri¨® cinco hospitales antes de volver aqu¨ª. Junto a ¨¦l est¨¢ un adolescente, uno de los tres hijos de la pareja. A Patterson se le quiebra la voz cuando dice que la m¨¢s peque?a tiene ocho a?os. ¡°No sabe nada. No s¨¦ qu¨¦ decirle¡±.
El lunes a mediod¨ªa, la entrada del pabell¨®n era un desfile de gestos entre la preocupaci¨®n y el llanto. Entremedias, grupos de personas, principalmente j¨®venes, acud¨ªan para ofrecerse como voluntarios. Hab¨ªa tanta ayuda que tomaban sus datos y los hac¨ªan volverse, seg¨²n contaban. Por una puerta lateral del Centro de Convenciones, una fila de coches hac¨ªa cola para entregar donaciones de todo tipo. La ciudad de Las Vegas est¨¢ completamente volcada en la atenci¨®n de las v¨ªctimas y sus familias. La particular naturaleza de esta ciudad hace que las v¨ªctimas sean de todas partes, no locales.
Las fugaces conversaciones con estas familias yendo y viniendo daban una idea de los d¨ªas de dolor que quedan por delante tras la masacre. Para muchos, la b¨²squeda no ha hecho m¨¢s que empezar. Otros, solo quieren terminar con los papeles y salir de aqu¨ª. ¡°Mi caso es especial¡±, dec¨ªa una mujer con enorme entereza. Ella no necesita identificaci¨®n. ¡°Yo estaba con mi marido cuando muri¨®¡±.
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