Yo, Trump: el d¨ªa a d¨ªa de un presidente en llamas
Desmesurado y eg¨®latra, el presidente de EE UU convierte su mandato en un show global
Donald Trump es directo. Entra en cualquier discusi¨®n sin pre¨¢mbulos. Corto y duro. Las presentaciones le aburren. Odia los informes largos. Nada de circunloquios. Todo tiene que ser r¨¢pidamente metabolizado. Una estrategia pol¨ªtica cabe en un tuit, un acuerdo en una conversaci¨®n. No hay nada que no pueda ser reducido, compactado, exhibido. Por eso ama Twitter. Y a¨²n m¨¢s la televisi¨®n. Frente a la pantalla pasa, seg¨²n las reconstrucciones m¨¢s rigurosas, un m¨ªnimo de cuatro horas diarias. Le gusta especialmente la extraplana que hizo instalar en el comedor, y cada ma?ana lo primero que ve es el conservador Fox and Friends. A partir de ah¨ª empieza a escudri?ar, no ya lo que ocurre en el mundo sino lo que el mundo piensa de ¨¦l. Y si algo no le gusta, brama. Y cuando brama, a nadie se le escapa. Su gabinete, sus generales, sus adversarios, el orbe entero lo descubre al instante.
Es ya una liturgia. De lunes a viernes, a eso de las seis de la ma?ana, a veces con un big mac en la mano y una coca-cola light esperando, Donald Trump lanza su metralla en Twitter. Lo hace, seg¨²n los medios estadounidenses, desde la cama, en pijama y casi siempre solo. La intimidad es algo sagrado para ¨¦l. No comparte habitaci¨®n con su esposa Melania y desde que lleg¨® al 1600 de Pennsylvania Avenue exigi¨®, en contra del servicio de seguridad, colocar una cerradura en su puerta. Ah¨ª dentro, con la televisi¨®n encendida y el m¨®vil en la mano, el antiguo rey de la telerrealidad se crece.
Puede ser una amenaza al juez que ha paralizado su veto migratorio, un ataque a los medios cr¨ªticos, una acusaci¨®n de espionaje a Barack Obama, un insulto sangrante a la presentadora Mika Brzezinski, otro a un jugador negro de f¨²tbol americano, un indulto al sheriff racista Joe Arpaio, una invectiva al alcalde musulm¨¢n de Londres en pleno atentado terrorista¡ El presidente dispara tuits como si estuviera en una caseta de feria. Incansable, en un a?o ha apretado el gatillo m¨¢s de 2.300 veces. Los fake news (bulos), Corea del Norte, Rusia, Hillary Clinton y M¨¦xico ocupan los primeros lugares. Son sus obsesiones y tambi¨¦n un fresco que le retrata con nitidez.
Trump, ante todo, se f¨ªa de s¨ª mismo. Poco importa que jam¨¢s haya ocupado cargo pol¨ªtico alguno. Si ponen en duda su equilibrio mental o su solvencia, responde que es ¡°un genio¡±. Si le afean su edad, fulmina a su interlocutor, como hizo con el l¨ªder norcoreano Kim Jong-un, llam¨¢ndole ¡°gordo y bajo¡±. Es un mecanismo previsible. No duda, no calla, no transige. Y cuando percibe una amenaza, embiste. ¡°Si alguien te ataca, le atacas de vuelta diez veces. As¨ª, al menos, te sientes a gusto¡±, proclamaba cuando impart¨ªa clases sobre c¨®mo triunfar en los negocios.
Es posible que este juego feroz le deparase ¨¦xitos en su ¨¦poca de tibur¨®n inmobiliario. Pero desde que el 20 de enero de 2017 cruz¨® el umbral de la Casa Blanca, hace temblar al mundo. ¡°Su autoestima supone un riesgo. Cuando se siente agraviado, reacciona impulsivamente, construyendo una historia autojustificativa que no depende de los hechos y que siempre se dirige a culpar a otros¡±, ha escrito Tony Schwartz, el hombre que fue su sombra durante m¨¢s de un a?o y que coescribi¨® The art of the deal (El arte del trato), el bestseller autobiogr¨¢fico de Trump.
Esta tendencia se ha agudizado. Quienes creyeron que su investidura le iba a domesticar, se equivocaron. A sus 71 a?os, con cinco hijos, nueve nietos, 500 empresas y una fortuna superior a los 3.500 millones de d¨®lares, Trump sigue salvaje y suelto.
¡°Es peligrosamente inestable para alguien que tiene la responsabilidad nuclear. No soporta la cr¨ªtica ordinaria y muchas de sus respuestas tienden a mostrar un comportamiento violento¡±, explica Bandy X. Lee, profesora de la Escuela de Medicina de Yale, quien ha levantado una enorme polvareda en EE UU al pedir con otros 27 psiquiatras que se le practique de forma urgente un examen mental. Se trata de un solicitud que, pese a ser minoritaria y carecer del apoyo de la Asociaci¨®n Americana de Psiquiatr¨ªa, ha llevado a un grupo de parlamentarios, todos dem¨®cratas menos uno, a citarse con la profesora Lee. Detr¨¢s de la reuni¨®n estaba el af¨¢n de golpear de la oposici¨®n, pero tambi¨¦n la perplejidad que genera la conducta del presidente.
Educado por un padre implacable, Trump vive en contin¨²a tensi¨®n. A diferencia de su hermano mayor, que muri¨® alcoholizado a los 42 a?os, ¨¦l resisti¨®. ¡°Me metieron en los negocios muy joven; mi padre me intimidaba como a todo el mundo, pero permanec¨ª a su lado y me granje¨¦ su respeto. Nuestra relaci¨®n era de casi empresarial¡±, escribi¨® en The art of the deal.
Forjado en la dureza, la existencia se torn¨® para ¨¦l puro combate. Un esquema binario donde solo cabe ganar o perder. ¡°Est¨¢ en guerra con el mundo y ¨²nicamente ve un camino: dominar. Trump se dota de sentido en la conquista¡±, ha se?alado Schwartz.
El resultado de esta actitud es que, lejos de adoptar la pose ol¨ªmpica de ciertos presidentes tras ganar las elecciones, el multimillonario sigue en campa?a. No hay d¨ªa en que no mime a los suyos y desprecie a los contrarios. A los mexicanos, a los dem¨®cratas, a los republicanos tibios. Para todos ellos tiene la vara presta. En su mandato, como ha revelado una encuesta de The Washington Post, la polarizaci¨®n social ha alcanzado el nivel que tuvo en la guerra de Vietnam. Esa fractura constituye, de momento, su principal legado y la sima por la que previsiblemente emerger¨¢ su n¨¦mesis.
Otro efecto es interno. La Casa Blanca, seg¨²n las reconstrucciones period¨ªsticas, se ha vuelto una olla a presi¨®n. Hombre criado en la b¨²squeda de la rentabilidad inmediata, devora a sus colaboradores. Les grita en las reuniones y aquellos que presentan tara, los elimina. El consejero de Seguridad Nacional, Michael Flynn; el jefe de gabinete, Reince Priebus; el portavoz, Sean Spicer; el director de Comunicaciones, Anthony Scaramucci; el estratega jefe, Steve Bannon, han sucumbido en este vertiginoso a?o. Y otros tan poderosos como el fiscal general, Jeff Sessions, y el secretario de Estado, Rex Tillerson, bailan en la cuerda floja y han sido despreciados p¨²blicamente por el presidente.
Bajo su ¨¦gida, solo est¨¢n a salvo un pu?ado de generales (Trump siente pasi¨®n por los entorchados), su hija mayor, Ivanka, y su yerno, Jared Kushner. El resto sabe que en cualquier momento puede caer. Y el motivo puede ser inconfesable. Al diplom¨¢tico John Bolton, seg¨²n el pol¨¦mico libro Fuego y Furia del periodista Michael Wolff, lo rechaz¨® para el puesto de consejero de Seguridad porque le desagradaba su bigote, y a sus colaboradores m¨¢s pr¨®ximos les despreciaba abiertamente: de Priebus odiaba que fuera tan bajo, de Spicer y Bannon su forma de vestir, de la consejera Kellyanne Conway sus ¡°constantes lloriqueos¡± y del propio Kushner su empalagosa adulaci¨®n.
¡°M¨¢s tarde o m¨¢s temprano, todo el que est¨¢ con Trump acabar¨¢ viendo un lado suyo que le har¨¢ preguntarse por qu¨¦ escogi¨® trabajar con ¨¦l¡±, han escrito en el jugoso Deja a Trump ser Trump dos antiguos (y despedidos) asesores de campa?a, Corey Lewandowski y David Bossie.
Con estas caracter¨ªsticas, la pregunta se vuelve obvia. ?C¨®mo pudo ganar las elecciones y conectar con casi 63 millones de votantes? Sus defensores enarbolan su transparencia. Dicen que Trump no oculta su humanidad y que es sincero en sus manifestaciones. Odia y ama. Grita y aplaude. No pretende, seg¨²n esta visi¨®n, una imagen edulcorada, sino que exhibe sus entra?as al p¨²blico como nadie lo ha hecho antes.
Eso entusiasma a sus votantes m¨¢s radicales. Y repele a sus detractores. ¡°No ha cambiado apenas respecto a la campa?a. Es divisivo y su ¨²nico objetivo es mantener a su base¡±, asegura el presidente del Comit¨¦ Nacional Dem¨®crata, Tom P¨¦rez.
En contra de la gran tradici¨®n presidencial americana, Trump ha abandonado la meta de gobernar para todos. Triunf¨® como un marginal y sigue actuando, al menos en superficie, como tal. Esa heterodoxia le ayuda ante su n¨²cleo duro, que no le ve como el monstruo que dibujan los medios progresistas. Por el contrario, la sobreexcitaci¨®n de cierta izquierda irrita a muchos conservadores. ¡°La mayor¨ªa de la gente que le detesta no conoce a nadie que trabaje con ¨¦l ni que le apoye. Obtiene su informaci¨®n de otros que detestan a Trump, lo cual es la f¨®rmula perfecta para la clausura epist¨¦mica¡±, ha escrito el analista conservador David Brooks.
Ante los suyos, el presidente es b¨¢sicamente un tipo simp¨¢tico y resolutivo. Una imagen que ¨¦l intenta redondear ense?ando de vez en cuando su coraz¨®n. Lo hace, por ejemplo, cuando est¨¢ con ni?os, momentos en los que se presenta como un abuelo juguet¨®n, o al rememorar a su hermano muerto. Pero lo que realmente enloquece a su base es cuando da la cara.
Trump tiene a gala no rehuir las entrevistas ni a los periodistas cr¨ªticos. Le excita el pulso p¨²blico. Puede reunirse con una decena de congresistas dem¨®cratas decididos a hincarle el diente y, sin previo aviso, ordenar que se emita en directo el encuentro para que todo el pa¨ªs lo siga. Incluso cuando se estudi¨® en la Casa Blanca que el fiscal especial de la trama rusa le pudiese llamar, manifest¨® su deseo de declarar en p¨²blico y no por escrito.
Showman consumado, en las c¨¢maras busca posiblemente la absoluci¨®n. Y en numerosas ocasiones, la logra. Pero el ruido nunca le abandona. Tampoco el tibur¨®n que lleva dentro. Vive en permanente competencia consigo. Inmune al esc¨¢ndalo, ganar es lo ¨²nico que importa. Si Wall Street registra un d¨ªa hist¨®rico, tiene que decirle a los cuatro vientos que es m¨¦rito suyo; si el paro baja, tambi¨¦n.
En ese sentido, la derrota le espanta m¨¢s que la mentira. Y prefiere cualquier pol¨¦mica antes que admitir un fracaso. Tanto es as¨ª que cuando los candidatos a los que ha respaldado pierden, borra los tuits de apoyo. Del igual modo, sigue sin aceptar que Hillary Clinton obtuviera m¨¢s votos en los comicios y todav¨ªa lo atribuye a un imposible fraude electoral.
En constante ebullici¨®n, a lo largo de un a?o, seg¨²n The Washington Post, ha contado m¨¢s de 2.000 falsedades o medias verdades. Un festival de irrealidad ante el que una parte de la poblaci¨®n ha dado su brazo a torcer. ¡°Es incre¨ªble c¨®mo el p¨²blico se ha acomodado a lo que hace, resulta lo m¨¢s llamativo de la presidencia¡±, comenta Julian E. Zelizer, profesor de Historia y Asuntos P¨²blicos de la Universidad de Princeton.
En cualquier momento, adem¨¢s, Trump puede entrar en erupci¨®n. La incertidumbre es el signo de su presidencia. Nunca se sabe qu¨¦ paso va a dar ni qu¨¦ colmillo ense?ar¨¢. Un d¨ªa puede participar en un sentido homenaje a las minor¨ªas raciales y al otro llamar ¡°pa¨ªses de mierda¡± a Hait¨ª, El Salvador y las naciones africanas m¨¢s pobres. ¡°Y no va a cambiar. Es un hombre de 71 a?os que se ha pasado la vida enga?ando a la gente. Lo ¨²nico que cabe es que se vuelva m¨¢s err¨¢tico¡±, afirma el bi¨®grafo y Premio Pulitzer David Cay Johnston.
En la intimidad tampoco mejora. Son conocidas sus broncas a colaboradores y hasta el servicio de limpieza teme sus man¨ªas. Germ¨®fobo reprimido, no permite que toquen sus objetos de tocador ni sus mandos de televisi¨®n ni su cepillo de dientes, y ¨¦l mismo abre su cama y decide cu¨¢ndo se retiran las s¨¢banas. ¡°Y si mi camisa est¨¢ en el suelo es porque quiero que est¨¦ en el suelo¡±, lleg¨® a decir a los empleados de la Casa Blanca.
La residencia oficial no le convence. Ha pasado un tercio de su mandato en mansiones privadas, ya sea la fastuosa Mar-a-Lago (Florida), su club de golf en Nueva Jersey o un complejo hotelero suyo en Virginia. Y cuando le toca quedarse en Washington, reh¨²ye de la vida social y, a diferencia de Obama, casi nunca sale a comer.
En la Casa Blanca, su men¨² predilecto oscila entre un buen filete con patatas o un big mac y batido de chocolate. Algo r¨¢pido y sin demasiadas complicaciones. En general, le molestan las comidas largas; odia perder tiempo en ellas. El tiempo es oro y ¨¦l es su orfebre. Quiz¨¢ por eso ha reducido su horario de trabajo en la Casa Blanca. Mientras George Bush hijo entraba al amanecer y Obama despu¨¦s de las nueve, ¨¦l ha decidido llegar a las once de la ma?ana. ¡°A veces parece que sigue actuando como si no gobernase y estuviera en un escenario de televisi¨®n¡±, apunta el comentarista Walter Shapiro.
Su jornada se la organiza su jefe de gabinete, el general John Kelly. Un marine reconocido por su patriotismo, que ha logrado ordenar su ca¨®tico entorno. En continuo contacto con Kelly y sin dejar de beber Coca-Cola light (12 al d¨ªa), el presidente lidia con informes, reuniones y declaraciones.
Sobre sus capacidades no hay acuerdo. En Fuego y Furia se le dibuja como un ¡°ni?o grande¡±, ignorante y con tan poca concentraci¨®n que cuando un asesor quiso explicarle la Constituci¨®n no pas¨® de la cuarta enmienda. Otros testimonios hablan de alguien que m¨¢s bien exige brevedad y argumentos n¨ªtidos. Recuerdan que en primavera, cuando hab¨ªa decidido abandonar el Tratado de Libre Comercio de Am¨¦rica del Norte, su secretario de Agricultura logr¨® convencerle de no dar el paso mediante un mapa que mostraba las ¨¢reas que le hab¨ªan votado mayoritariamente y que sufrir¨ªan por la decisi¨®n. ¡°A los granjeros no les podemos hacer esto¡±, concluy¨® el presidente.
Terminada la jornada oficial, la cena suele celebrarse a las siete de la tarde con invitados escrutados por Kelly. Aunque el men¨² puede ser amplio, el filete con patatas siempre est¨¢ a disposici¨®n. Despu¨¦s, llegan las horas m¨¢s inciertas.
Hasta la medianoche se mantiene activo. Siempre quedan llamadas, reuniones, conversaciones, pero poco a poco los altos funcionarios imperiales se van retirando y el mandatario se queda solo. Las pantallas encendidas, los tuits cada vez m¨¢s seguidos. El mundo gira y Trump se clava ante la televisi¨®n. A ver su propio show.
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