El campo brasile?o, una vida cada vez m¨¢s sangrienta
Los campesinos descendientes de exesclavos sufren un repunte en la violencia por defender sus tierras
F¨¢tima Barros, de 42 a?os, suele recibir amenazas de muerte, al igual que el resto de su familia, por escrito y en persona, y no solo no le sorprenden sino que ya le parecen inevitables: ¡°Soy mujer, negra y quilombola: soy lo que Brasil no quiere ver¡±, suspira con una voz ronca. Tiene la mirada dura y las facciones redondas y est¨¢ postrada sobre una mesa de piedra en el patio de un colegio de la ciudad de Balsas (Maranh?o, nordeste de Brasil), donde se re¨²ne con EL PA?S. La amenazan por ese ¨²ltimo rasgo, quilombola. Ella vive en lo m¨¢s rural de Tocantins, un Estado ya de por s¨ª rural del nordeste brasile?o, en un quilombo, o sea, tierra apropiada por exesclavos tras su liberaci¨®n a finales del siglo XIX.
Vivir all¨ª, o en cualquiera de los 3.524 quilombos que a¨²n quedan por Brasil, implica estar en permanente lucha con fazendeiros (due?os de latifundios) y otros interesados en hacerse con ese terreno por la v¨ªa que sea. Podr¨ªa haberse evitado las amenazas si hubiera seguido con su vida tras convertirse en la primera mujer de su familia en ir a la universidad. Pero en 2010 un fazendeiro quem¨® el quilombo que hab¨ªa sido hogar de los suyos desde que su tatarabuelo fuera liberado en 1888. Y entonces entendi¨® que daba igual lo que se propusiese. Su vida iba a ser una pelea s¨ª o s¨ª. ¡°No pod¨ªa elegir no luchar. Constru¨ª mi identidad alrededor de la causa quilombola¡±, asegura. Se qued¨® a cuidar y proteger su tierra. Llegaron las amenazas. A su t¨ªo le dispararon mientras navegaba por un r¨ªo.
Pero es ahora cuando se siente menos segura. Gabriel Pac¨ªfico dos Santos era un quilombola del Estado de Bah¨ªa, y el pasado 19 de septiembre unos hombres bajaron de un coche blanco y le pegaron 10 tiros cuando iba a un entierro. Y algo parecido pas¨® con otros 12 quilombolas el a?o pasado, una cifra in¨¦dita de asesinatos para este tipo de activistas. ¡°Antes viv¨ªamos con miedo, ahora vivimos con m¨¢s miedo¡±, lamenta Barros.
Y lo mismo le ocurre a todos sus vecinos. Las zonas rurales brasile?as siempre fueron lugares violentos, donde los problemas, territoriales sobre todo, se resuelven antes con pistolas, incendios y sangre que con una sentencia judicial. Pero hac¨ªa tiempo que no corr¨ªa tanta sangre como ahora. En 2017 hubo 70 homicidios por conflictos de territorio: nueve m¨¢s que en 2016 y m¨¢s del doble que en 2013, seg¨²n el observatorio de la Comisi¨®n Pastoral de la Tierra, una ONG que vigila el mundo rural brasile?o. Hay que remontarse a 2003 para encontrar cifras similares. La violencia se ha disparado en general por todo el primer pa¨ªs latinoamericano, pero en pocos lugares como en el campo. No hay mucha esperanza para las cifras que dejar¨¢ 2018. El 15 de abril se encontr¨®, en el Estado de Par¨¢, otro quilombola con tres tiros en la cabeza.
La Comisi¨®n calcula que las muertes que se han disparado son las de gente sin tierra que trabaja la de otros temporalmente, o ind¨ªgenas, quilombolas, okupas de fincas abandonadas o pescadores. O sea, personas que llevan vidas tradicionales, generalmente al margen del progreso, la industrializaci¨®n y la sociedad en general, y que un buen d¨ªa se encuentran en sus terrenos un grupo de hombres armados ¡ªsuele ser con armas de fuego, de ah¨ª el apodo de pistoleros¡ª contratados por alguien que valora esa tierra m¨¢s que sus vidas. Algunos encuentros son aut¨¦nticas carnicer¨ªas, como el asesinato de nueve hombres en Taquaru?u do Norte, un villarejo de Mato Grosso del Norte en plena selva amaz¨®nica, mientras trabajaban los cultivos: siete de ellos murieron a balazos y dos a pu?aladas, incluido un pastor que fue decapitado. Fue en abril de 2017, al tiempo de la incre¨ªble batalla contra los indios Gamela en Viana (Estado de Maranh?o), donde 13 acabaron heridos ¡ªcinco por heridas de bala¡ª y a dos se les cort¨® la mano.
Este a?o, ese nivel de atrocidad parece haberse aumentado. La semana pasada, en Par¨¢, unos campesinos sin tierra fueron atacados por pistoleros. Les quemaron sus pocas pertenencias y dispararon cerca de los o¨ªdos de sus hijos, dos gemelos de tres meses, a los que tambi¨¦n pisotearon para intimidar a la madre. Luego subieron a todos a un cami¨®n y les soltaron a 70 kil¨®metros de donde estaban.
Poco a poco, los indefensos est¨¢n aprendiendo a defenderse. La comunidad de Beatriz Souza ¡ªse le ha modificado el nombre a petici¨®n de su tribu¡ª, una joven ind¨ªgena de las orillas del r¨ªo Arrojado (Bah¨ªa), descubri¨® una ma?ana hace poco que sus terrenos estaban ocupados por pistoleros. ¡°Y fuimos 80 de los nuestros a plantarles cara¡±, recuerda Souza ahora. ¡°Amenazaron con dispararnos y a un compa?ero le rompieron un brazo, pero no nos fuimos. Nos quedamos y les pegamos¡±, a?ade con toda naturalidad. ¡°Casi todos huyeron, menos uno. A ese lo capturamos y lo amarramos a un poste. Cortamos las cercas que hab¨ªan puesto y les quemamos los coches¡±.
Pistoleros
Pocos dudan del motivo por el que las tensiones se han disparado: el impopular Gobierno de Michel Temer, que solo aprueba el 6% del pa¨ªs, ha tenido que aliarse con el poderoso sector agropecuario brasile?o para fortalecer su endeble m¨²sculo pol¨ªtico. ¡°Son el brazo m¨¢s poderoso del Congreso ahora. Y han ido desarrollando proyectos de ley a favor de quien quiere nuestras tierras¡±, cuenta Barros. ¡°Eso hace que estos fazendeiros se sientan protegidos y de ah¨ª viene la violencia¡±.
Si en ciertas regiones del campo cuanto menos blanco y m¨¢s pobre equivale a m¨¢s posibilidades de llevarse los golpes, la l¨®gica para denunciarlo es al rev¨¦s: entonces los pobres de minor¨ªas ¨¦tnicas lo tienen m¨¢s dif¨ªcil tambi¨¦n. ¡°La gente como yo no es bien atendida en hospitales¡±, lamenta Cristina, una de las pocas ind¨ªgenas que quedan de la tribu Itay, de la etnia guaran¨ª kaiow¨¢ de Douradina (Mato Grosso del Sur), que prefiere no decir su apellido.
Los kaiow¨¢ han tenido que retomar su propiedad de los pistoleros cuatro veces desde 2011. A¨²n tienen que lidiar con ellos de vez en cuando. Viven en un ciclo de violencia y amenazas del que sospechan que no saldr¨¢n. Podr¨ªan irse, tal vez si supieran ad¨®nde, pero eso ser¨ªa para ellos una derrota. Perder la tierra quiz¨¢ es salvar la vida, pero supone abandonar su historia.
¡°Esta lucha no es tanto por la tierra como por el respeto por el pasado¡±, ruge F¨¢tima Barros. ¡°El quilombo de S?o Vicente se lo dio a mi tatarabuelo su due?o, Vicente Bernardinho, porque era su esclavo favorito. Nos lo quitaron porque s¨ª, en 2010, y lo hubi¨¦ramos perdido si no hubi¨¦ramos encontrado, de milagro, un papel que lo demostraba. La mayor¨ªa de los quilombos no tiene tanta suerte. ?Y eso en qu¨¦ lugar nos deja? Nuestra historia tambi¨¦n importa. Brasil no quiere reconocerlo pero la vida de nuestros antepasados tambi¨¦n importa¡±.
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