Reportero
Seymour Hersh acaba de publicar sus memorias involuntarias en Estados Unidos que llevan por t¨ªtulo: 'Reporter: A Memoir'
En la introducci¨®n a sus memorias involuntarias (iba a escribir otro libro y termin¨® con ellas) Seymour Hersh se describe como el ¡°sobreviviente de una edad de oro en el periodismo¡± que compara, elocuencia fulminante de por medio, con el presente de nuestra profesi¨®n.
Ese es Sy Hersh. Nada de rounds de estudio ni desperdicio de palabras con ¨¦l. Durante cerca de sesenta a?os de investigaciones resonantes, desde la masacre de My Lai en la guerra de Vietnam; las torturas en Abu Ghraib en la de Irak; la muerte de Osama bin Laden y la guerra civil en Siria, Hersh construy¨® una carrera predicada en revelar ¡°verdades importantes e indeseadas¡±.
Hersh representa una forma de periodismo de investigaci¨®n que ojal¨¢ no se extinga: individualista, basado en fuentes humanas, m¨¢s duro que cuero viejo, en¨¦rgico e incansable. ¡°El periodismo de investigaci¨®n no es un esfuerzo colaborativo¡±, dijo en 2016, citando a Bill Moyers, en una charla a un consorcio de periodistas predicado en la investigaci¨®n colaborativa.
En el camino, se las arregl¨® para pelearse con buena parte de los directores con quienes trabaj¨®. Muchos de ellos contin¨²an admir¨¢ndolo. Pasados los 80 a?os, fue a la editorial Knopf a decirles que se le hac¨ªa dif¨ªcil terminar un libro investigativo sobre Richard Cheney. Los editores lo convencieron que escriba sus memorias, que acaban de publicarse en Estados Unidos: Reporter: A Memoir?(Alfred A. Knopf, 2018).
Quiz¨¢ tarde un poco en traducirse al espa?ol. Mientras, de esa memoria sobre lo investigado y escrito, les adelanto el recuerdo sobre lo que no se escribi¨®. En los 70, en pleno desenlace del caso Watergate, Hersh experiment¨®, como escribe, ¡°el sabor brutal¡± del poder presidencial y ¡°la complicada responsabilidad de la prensa¡±. Hersh recibi¨®, de una de sus fuentes gubernamentales, una cinta grabada del presidente Richard Nixon, con repetidos comentarios antisemitas sobre ¡°esos jud¨ªos¡± que lo investigaban.
Despu¨¦s de varios d¨ªas de verificar la informaci¨®n, la nota de Hersh se public¨® en la portada de The New York Times y provoc¨® una furiosa reacci¨®n de la Casa Blanca. En medio de la borrasca, Tom Wicker, el reportero y columnista del NYT, busc¨® a Hersh para decirle que la irracional reacci¨®n de Nixon le recordaba algo que le pas¨® y sobre lo que nunca escribi¨®. En 1965, Wicker era el corresponsal en jefe en Washington y cubr¨ªa la Casa Blanca. Escribi¨® entonces un ¡°duro an¨¢lisis sobre la guerra de Vietnam y sus peligros¡±. Poco despu¨¦s viaj¨® con otros periodistas a Texas para cubrir el fin de semana rural del entonces presidente Lyndon Johnson.
Al d¨ªa siguiente, Johnson apareci¨® al volante, solo, de un convertible. Lleg¨® a velocidad donde estaba el grupo de corresponsales, fren¨®, grit¨® ¡°?Wicker!¡±, con el gesto simult¨¢neo de que suba al auto. Partieron los dos y entraron raudos a un camino de tierra, sin cruzar palabra. Poco despu¨¦s, cerca de unos ¨¢rboles, Johnson fren¨® bruscamente, abri¨® la puerta del auto, ¡°se alej¨® unos pasos, se baj¨® los pantalones, se puso en cuclillas y defec¨® a plena vista¡± de Wicker. Luego, cuenta Hersh, el presidente se limpi¨® con hojas y pasto, levant¨® y ci?¨® los pantalones, subi¨® al auto, dio la media vuelta y retorn¨® a donde estaban los otros periodistas. Ah¨ª, ¡°fren¨® de nuevo y le hizo un gesto a Wicker para que se vaya. Todo eso pas¨® sin que se hablara una sola palabra¡±.
Wicker nunca escribi¨® sobre ese episodio y lament¨® no haberlo hecho. Al demostrar escatol¨®gicamente lo que pensaba de este, Johnson adelant¨® que se iba a meter a fondo, y a su naci¨®n con ¨¦l, en el mierdero de la guerra de Vietnam. Si noticia es cuando un hombre muerde a un perro, ?no lo era reportar a la Historia obrando en cuclillas su futuro?
No siempre la estupefacci¨®n lleva al silencio. Hersh lo decidi¨® en 1974, poco despu¨¦s de la renuncia de Nixon. Una fuente le telefone¨® desde California para informarle de que la esposa de Nixon, Pat, hab¨ªa sido atendida en la sala de urgencias de un hospital luego de sufrir una golpiza de su esposo. Al chequear la informaci¨®n, Hersh supo que no era la primera agresi¨®n. Sin embargo, decidi¨® no publicarla. Lo privado, pens¨®, no hab¨ªa afectado la conducta p¨²blica en ese caso.
A?os despu¨¦s, en 1998, Hersh refiri¨® la historia en una charla con periodistas fellows de la Fundaci¨®n Nieman en Harvard. Y qued¨® sorprendido por la furiosa reacci¨®n de varias fellows. Me puedo imaginar su sorpresa puesto que es ¨¦l quien suele enfurecerse con su auditorio. ¡°Si hubiera robado un banco ?ah¨ª s¨ª lo hubieras publicado?¡± le enrostraron. Hersh solo atin¨® a responder que, en ese tiempo, no vio el incidente como un crimen, lo cual no satisfizo en absoluto a sus colegas.
Sy Hersh escribi¨® muchos reportajes por los cuales fue ferozmente atacado, acusado de afirmar falsedades y propalar errores. En la abrumadora mayor¨ªa de casos, desde My Lai hasta Abu Ghraib, revel¨® contundentes verdades.
Pero queda claro en sus memorias, que si algo Seymour Hersh lamenta no es lo que escribi¨® (y public¨®) sino de lo que dej¨® de escribir. Siempre es as¨ª.
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