Muere Mario Fendrich, el tesorero de banca que rob¨® 3,2 millones en Argentina
El ladr¨®n entr¨® al Guinness como autor del mayor robo incruento jam¨¢s realizado. El dinero nunca apareci¨®
El ladr¨®n m¨¢s enigm¨¢tico de la historia del crimen argentino cometi¨® el robo del siglo desarmado, sin que nadie lo viese y en s¨®lo cinco minutos. El viernes 23 de septiembre de 1994, el subtesorero Mario C¨¦sar Fendrich salud¨® a su esposa y le dijo que despu¨¦s del trabajo se iba a pescar con sus amigos. Pero el plan era otro. Robar una fortuna del banco donde trabajaba y convertirse en el pr¨®fugo m¨¢s buscado del pa¨ªs. Antes de escapar, no pudo con su prolijidad de bancario y le dej¨® una nota a su superior, Juan Jos¨¦ Sagard¨ªa: "Gallego, me llev¨¦ tres millones de pesos [equivalentes a tres millones de d¨®lares] del tesoro y 187 mil d¨®lares de la caja". Fendrich fue detenido, estuvo preso casi cinco a?os, pero el dinero nunca apareci¨®. Se llev¨® el secreto a la tumba: muri¨® el martes por la noche en Cuba, a los 77 a?os, despu¨¦s de sufrir un accidente cerebrovascular mientras estaba de vacaciones con un amigo.
Hasta el d¨ªa del atraco, Fendrich era el primero en llegar a su trabajo y el ¨²ltimo en irse. Sus compa?eros del Banco Naci¨®n de la ciudad de Santa Fe, a 466 kil¨®metros de Buenos Aires, lo respetaban y sus jefes confiaban en ¨¦l. Pero el subtesorero -que llevaba 15 a?os en esa sucursal- pas¨® de ser un empleado ejemplar a entrar en el Libro Guinness como el autor del mayor robo individual e incruento de la historia.En Santa Fe, hasta hace 12 a?os, una agencia tur¨ªstica inclu¨ªa un paseo por el barrio de Fendrich.
Para los investigadores, el robo no fue el intento de salvaci¨®n de un hombre desesperado. Est¨¢n convencidos de que Fendrich plane¨® el robo hasta el ¨²ltimo detalle. El viernes en que se convirti¨® en un impensado ladr¨®n, abri¨® el tesoro con una copia de la llave del gerente. Desconect¨® las alarmas, guard¨® la plata en una caja de madera y program¨® el reloj de la puerta de la b¨®veda para que se abriera cuatro d¨ªas despu¨¦s: el martes por la ma?ana. Por ¨²ltimo, se fug¨® en su Fiat Regatta rojo.
El lunes 26, el tesorero Juan Sagard¨ªa, que volv¨ªa de una licencia, no pudo abrir el tesoro. Pens¨® que Fendrich, su reemplazante, hab¨ªa cometido un error de c¨¢lculos, algo que pod¨ªa pasar. Pero a todos les llam¨® la atenci¨®n la ausencia del subtesorero, que siempre llegaba a horario y ese d¨ªa a¨²n no se hab¨ªa presentado. Por eso llamaron a su casa. "Estoy por hacer la denuncia, no volvi¨® de pescar", dijo angustiada la esposa de Fendrich. La incertidumbre se convirti¨® en sospecha.
Las autoridades del banco intentaron abrir el tesoro, pero fue imposible. Hubo que esperar un d¨ªa. El martes, el misterio lleg¨® a su fin: Fendrich se hab¨ªa llevado el dinero. Con su sueldo de 1.200 pesos - d¨®lares tendr¨ªa que haber trabajado 222 a?os para ganar el dinero que rob¨® de un d¨ªa para el otro.
La aventura del subtesorero pr¨®fugo dur¨® 109 d¨ªas. Se dijo que estuvo en Paraguay, que pase¨® con su amante mucho m¨¢s joven que ¨¦l por las playas de Brasil, y que apost¨® parte del dinero en el casino. El 9 de enero de 1995 se present¨® ante la Justicia de Santa Fe. Su apariencia no parec¨ªa la de un fugitivo perturbado: estaba te?ido de pelirrojo, se lo ve¨ªa m¨¢s gordo, ten¨ªa barba, luc¨ªa un bronceado envidiable, camisa sport y sandalias franciscanas. Cada vez que lo trasladaban a declarar, la gente le ped¨ªa aut¨®grafos, vitoreaba su nombre, lo aplaud¨ªa o le gritaba "¨ªdolo". Fendrich parec¨ªa imperturbable.
Ante la Justicia, el ladr¨®n ensay¨® una coartada inveros¨ªmil. "Me obligaron a robar", dijo. Adem¨¢s, declar¨® que lo hab¨ªan secuestrado y que los delincuentes se hab¨ªan llevado todo el dinero. Nadie le crey¨®. Se dijo que hab¨ªa comprado estancias, que un grupo de amigos lo hab¨ªa estafado y que un desconocido le sac¨® el dinero para invertir en la Bolsa. Hasta se sospech¨® que el bot¨ªn hab¨ªa sido enterrado en el cementerio privado.
"Era un trabajo poco grato. La rutina a uno lo lo atrapa. Nunca deb¨ª haber trabajado en un banco. Ahora soy m¨¢s libre", le confes¨® Fendrich al periodista Eduardo Parise pocos a?os despu¨¦s del robo. Otro reportero, Juan Alonso, lo entrevist¨® durante dos d¨ªas. Fendrich le dijo que en la c¨¢rcel hab¨ªa m¨¢s c¨®digos que afuera.
En 2009, una revista de Buenos Aires lo eligi¨® entre los 200 personajes de la historia argentina. Cuando le avisaron, se sorprendi¨®: "?Es una broma? ?Voy a estar entre San Mart¨ªn, Gardel, Per¨®n y Maradona? No quiero aparecer ni en una tapita de gaseosa. Hasta me cambiar¨ªa el apellido. Quiero olvidar todo. Mi vida no tiene nada de interesante: soy un pobre jubilado que ama pescar en el r¨ªo". "Nunca habl¨® del robo y siempre vivi¨® en la misma casa, en un barrio de clase media", dice su exabogado y amigo, Antonio Ciarro. A ¨¦l le confes¨®: "Ni muerto vuelvo a hacerlo que hice. Sufr¨ª e hice mucho mal a mi familia".
Lo poco que se sab¨ªa de sus ¨²ltimos a?os no estaba a la altura de su leyenda: primero tabaj¨® en una parrilla, luego en una f¨¢brica de placas de yeso para cielorrasos y otra de reparaci¨®n de lanchas. Como le fue mal prob¨® con la siembra de frutillas y al final puso una tienda de loter¨ªa. "Tal vez alg¨²n d¨ªa se sepa la verdad", dijo Fendrich hace un tiempo, con tono misterioso. Hace cinco d¨ªas, en Cuba, tuvo un derrame cerebral. Sus dos hijos viajaron para acompa?arlo. Hab¨ªa perdido el habla y estaba inconsciente. Su vida se fue apagando de la misma manera que cometi¨® el robo: sin ruidos, silenciosamente.
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