La doble tragedia de Sumur, donde se huele la muerte
La ayuda humanitaria llega a cuentagotas a las zonas aisladas afectadas por el tsunami, las m¨¢s devastadas
Didit Fahrudin no ha vuelto a la primera l¨ªnea de la costa desde que el pasado s¨¢bado el tsunami se llev¨® su casa por delante. Ni siquiera para tratar de encontrar algunas de sus pertenencias entre las ruinas. Pescador toda su vida, se ha quedado literalmente con lo puesto y se refugia ahora tierra adentro porque tiene p¨¢nico a que otra ola similar se lleve lo ¨²nico que le queda, su mujer, que result¨® herida mientras corr¨ªa para escapar del desastre. ?l apenas ha comido desde entonces y ella no ha sido atendida por los m¨¦dicos. Es el doble drama del peque?o pueblo pesquero de Sumur, en la costa occidental de la isla indonesia de Java: pese a ser una de las zonas m¨¢s devastadas, no cuenta apenas con ayuda humanitaria para mitigar los efectos de la cat¨¢strofe.
Dicen las autoridades indonesias que el tsunami trajo olas de hasta cuatro metros hacia los m¨¢s de 100 kil¨®metros de costa de la isla de Java, que se han visto afectados en mayor o menor medida por el maremoto. Si bien algunos pueblos de primera l¨ªnea de playa han quedado milagrosamente intactos, cuesta imaginar que la ola no fuera m¨¢s alta viendo c¨®mo ha quedado Sumur, donde la destrucci¨®n es generalizada. Epi Saepi, un funcionario local, dice que solamente en el barrio que administra, de unos 700 residentes, se ha contado una treintena de muertos. El fuerte olor que se percibe paseando por la zona delata que quedan otros cad¨¢veres entre los escombros, un olor del que no hay rastro en otras zonas afectadas por la cat¨¢strofe, como Carita Beach. El balance oficial de v¨ªctimas por este tsunami en el estrecho de Sonda asciende a 430, pero hay otras 159 personas desaparecidas.
Sumur se sit¨²a a las puertas del parque nacional de Ujung Kulon, declarado patrimonio de la humanidad por la Unesco por el valor ecol¨®gico de sus selvas tropicales. El pueblo viv¨ªa? eminentemente de la agricultura y la pesca, aunque en los ¨²ltimos a?os se han construido en algunas islas cercanas varios complejos tur¨ªsticos con vistas privilegiadas al estrecho de Sonda ¡ªque separa las islas indonesias de Java y Sumatra¡ª, un destino que se ha popularizado sobre todo entre los turistas locales. El acceso al pueblo es dif¨ªcil, solamente es posible a trav¨¦s de dos carreteras, ambas sin asfaltar en muchos tramos, que se han convertido en una piscina de barro con una lluvia que no para de caer y que ha inundado varios tramos del camino. El suministro el¨¦ctrico no se ha restablecido ¡ªlos operarios trabajaban en ello, pero las condiciones son dif¨ªciles¡ª y las comunicaciones son inestables. Y mientras en ¨¢reas m¨¢s accesibles la ayuda humanitaria parece cubrir las demandas b¨¢sicas de los desplazados, en Sumur la situaci¨®n es alarmante.
Agua y arroz
¡°Te dir¨ªa que necesitamos mantas, colchones, leche en polvo para los beb¨¦s o medicinas. Pero lo que m¨¢s nos urge es agua potable y arroz, porque estamos pasando mucha hambre¡±, dice Fahrudin, de 49 a?os. Su mujer, que tiene contusiones por todo el cuerpo, est¨¢ en el refugio porque la peque?a cl¨ªnica del pueblo no da abasto y all¨ª solamente se atienden los casos m¨¢s graves. Las autoridades han declarado el estado de emergencia en la zona hasta el pr¨®ximo 4 de enero para facilitar la llegada de ayuda, pero sus efectos a¨²n no se perciben. M¨¦dicos Sin Fronteras ha desplegado cl¨ªnicas m¨®viles para atender a los evacuados en estas ¨¢reas. Seg¨²n datos oficiales, alrededor de 1.500 personas resultaron heridas y hay m¨¢s de 21.000 desplazados.
Cada familia refugiada en el monte de Sumur tiene una historia: algunas han perdido a sus seres queridos, absolutamente todos bienes materiales. Entus Hunaepi, de 35 a?os y padre de dos ni?os, baja cada d¨ªa a lo que queda del pueblo para tratar de conseguir alimentos o ropas que traen los pocos convoyes que logran llegar con ayuda humanitaria. Dice que busca no solamente para su familia, sino tambi¨¦n para las otras. Rastrea entre los escombros de lo que fue su casa en busca de alg¨²n objeto aprovechable, siempre con un ojo puesto en el mar.
Todos los residentes est¨¢n obligados a volver al refugio cuando oscurece para pasar la noche all¨ª, seg¨²n han ordenado de las autoridades, con el fin de garantizar su seguridad. Lo explica, como casi todos los que est¨¢n all¨ª, esbozando una sonrisa que para los de fuera es inexplicable ante semejante adversidad. Al menos, dicen, est¨¢n a cubierto, porque conocen a muchos otros vecinos que se alojan en tiendas de campa?a que apenas resisten las fuertes lluvias de estos d¨ªas.
Pero el trauma en Sumur es visible. Ayer una subida de la marea y una explosi¨®n algo m¨¢s fuerte de lo normal del Anak Krakatoa, el volc¨¢n situado a unos 60 kil¨®metros de la ciudad cuya erupci¨®n provoc¨® el tsunami del s¨¢bado, caus¨® escenas de p¨¢nico entre los residentes. Tampoco contribuye a la calma el hecho de que las malas condiciones meteorol¨®gicas puedan provocar m¨¢s inestabilidad en el cr¨¢ter del volc¨¢n, seg¨²n inform¨® la agencia meteorol¨®gica de Indonesia. ¡°Es muy triste, pero este desconcierto entre los vecinos es normal. Todos estamos traumatizados en cierto modo, y recuperarnos de esto supondr¨¢ mucho m¨¢s que reconstruir las casas. Somos un pueblo pesquero que, de repente, ha cogido miedo al mar¡±, resume Saepi.
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