Aprender a poner punto y final
Sin importar la posici¨®n que hayamos tomado, juzgamos a los hombres y mujeres que estaban en torno al ducto de Tlahuelilpan como si ellos hubieran sido los huachicoleros que lo perforaron

En torno a los sucesos del pasado viernes 18 de enero, en Tlahuelilpan, Hidalgo, se han escrito cientos de p¨¢ginas y se han vertido cientos de horas de comentarios en espacios noticiosos de radio y televisi¨®n.
Esta cobertura, sin embargo, no ha sido nada en comparaci¨®n con el tiempo y la cantidad de palabras que se derrocharon en las redes sociales, los hogares, las oficinas y las calles de M¨¦xico. Los acontecimientos que rasgan la membrana de la cotidianidad est¨¢n destinados a convertirse en conversaci¨®n nacional, sobre todo cuando aqu¨¦lla, la cotidianidad compartida, apunta sus reflectores sobre un asunto espec¨ªfico, como en este caso ha sido el huachicoleo.
Tanto se ley¨®, tanto se escuch¨® y tanto se observ¨® durante horas, d¨ªas y semanas sobre el robo de combustibles y sus funestas consecuencias para la econom¨ªa nacional y para la vida diaria de los mexicanos que, cuando en el centro de este acontecimiento: el huachicoleo, tuvo lugar otro evento, mucho m¨¢s puntual y espectacular: la explosi¨®n de un ducto que hab¨ªa sido orde?ado y en torno al cual reunieron, despu¨¦s, cientos de pobladores para recoger el l¨ªquido que se segu¨ªa derramando, todos nos sentimos con el derecho de externar nuestra opini¨®n, sin darnos cuenta de que ¨¦sta, nuestra opini¨®n, respond¨ªa a un pasado inmediato y no al instante presente.
Presas del mon¨®logo que reinara, desp¨®ticamente, durante poco m¨¢s de un mes, fuimos incapaces de aislar la tragedia, el dolor y la necesidad de cientos de personas, al igual que fuimos incapaces de aislarnos a nosotros mismos en el tiempo de los acontecimientos: para bien o para mal, sin importar la posici¨®n que hayamos tomado, juzgamos a los hombres y mujeres que estaban en torno al ducto, como si ellos hubieran sido los huachicoleros que lo perforaron, como si ellos fueran los criminales que dejaron sin combustible nuestras gasolineras.
En otras palabras, el discurso que entre todos abonamos previamente, nos llev¨® a juzgar a los seres humanos que ardieron esa noche como si fueran ellos los delincuentes de la historia que nos est¨¢bamos contando. O lo que es lo mismo: ante el estallido que seg¨® a las v¨ªctimas, nosotros mismos ya hab¨ªamos sido cegados, porque ya hab¨ªamos decidido qu¨¦ opin¨¢bamos.
Por supuesto, la tragedia del 18 de enero en Tlahuelilpan no es el primer suceso ni es el ¨²nico acontecimiento ante el cual los mexicanos reaccionamos de esta manera: los ejemplos son tantos y tan diversos que no vale la pena ponerse aqu¨ª a hacer un recuento. Quiz¨¢ s¨®lo valga recordar que ¨¦stos van desde los linchamientos hasta los desastres naturales.
A ¨²ltimas fechas, se nos ha venido imponiendo la costumbre de tener siempre una opini¨®n, formada e inapelable, antes de que acontezca el suceso sobre el cual tenemos esa opini¨®n. Y es a esto a lo que quer¨ªa llegar: mientras se nos repite, una y otra vez, que vivimos la era de la posverdad, resulta que, en nuestro pa¨ªs, m¨¢s bien, parecer¨ªamos estar viviendo la era de la preverdad.
?A qu¨¦ me refiero cuando digo esto? A que, en lugar de buscar la modificaci¨®n de la realidad, a trav¨¦s de la distorsi¨®n de la verdad, buscamos que ¨¦sta, la realidad, exista sin importar que para ello haga falta una verdad; a que, en lugar de buscar que nuestras emociones se impongan a los hechos, nos entregamos a la azarosa y peligros¨ªsima apuesta de que ¨¦stas, nuestras emociones, den lugar a los hechos; de que ¨¦stas, nuestras creencias, den lugar a la realidad.
En M¨¦xico, la vida publica y la privada, los discursos sociales y los individuales y las diferentes cotidianidades llevan demasiados sexenios secuestrados por la simulaci¨®n. Una simulaci¨®n que, obviamente, ha dado lugar a un sentido inconcluso de la realidad.
Somos un pa¨ªs donde nada pareciera terminar, donde nada pareciera encontrar su final. Somos una sociedad donde el presente no termina de llegar y donde el ahora no se acaba de formar, porque no los hemos habitado jam¨¢s. De ah¨ª que nos relacionemos con los sucesos y los acontecimientos que nos rodean desde un pasado en constante retorno, desde un prejuicio que no pareciera dejarse de reciclar, desde la m¨¢s fr¨ªa, insisto, c¨¢rcel de la preverdad.
A nuestras historias, las que nos hemos contado siempre y las que nos estamos aprendiendo a contar, muchas de las cuales, por desgracia, son tambi¨¦n nuestras tragedias: las que nos hemos contado siempre y las que nos estamos aprendiendo a contar, nunca les hemos sabido poner punto final.
Esto es lo m¨¢s preocupante: que nunca hayamos sabido poner el punto final. Y digo que esto es lo verdaderamente preocupante porque, a poner un punto final, no aprenderemos en tanto continuemos siendo el reino de la impunidad.
La falta de justicia, en todos los ¨®rdenes, niveles y aspectos de nuestra vida en com¨²n, deja abiertas nuestras historias y nuestras tragedias. La ausencia de justicia impide una relaci¨®n, cualquier forma de relaci¨®n sana, con la realidad, con la verdad y con la temporalidad, porque nos condena a ser un pa¨ªs, una sociedad y una comunidad inconclusas.
En este sentido, la actitud del actual gobierno, su obsesi¨®n por poner un punto y aparte a los cr¨ªmenes del pasado, no s¨®lo no resuelve el problema en la que estamos atrapados, sino que lo perpet¨²a. Por mejores que sean sus intenciones, la autoridad no puede ni debe permitir que sus emociones se impongan a los hechos, pues se estar¨ªa entregando, ella tambi¨¦n, a la azarosa apuesta que mencion¨¦ antes: la de que, otra vez, sean nuestras emociones o nuestras creencias las que den lugar a los hechos.
Un punto y aparte no es ni ser¨¢ nunca el punto final que tan urgentemente necesitamos. Volviendo al ejemplo del que part¨ª: si, durante las semanas en las que se forj¨®, se impuso y se generaliz¨® el discurso en torno al huachicol, se hubiera detenido a los due?os del negocio, a los pol¨ªticos y a los empresarios que hicieron posible el despojo a la naci¨®n y las diversas violencias que de ¨¦ste emergieron, otros hubieran sido los discursos tras la explosi¨®n del ducto de Hidalgo y otra, muy probablemente, habr¨ªa sido tambi¨¦n la historia que ese d¨ªa tuvo lugar.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.
M¨¢s informaci¨®n
Archivado En
- Pemex
- Huachicol
- Carburantes adulterados
- Petroleras
- Explosiones
- Fraudes
- Carburantes
- M¨¦xico
- Petr¨®leo
- Accidentes
- Norteam¨¦rica
- Combustibles f¨®siles
- Latinoam¨¦rica
- Materias primas
- Combustibles
- Am¨¦rica
- Empresas
- Energ¨ªa no renovable
- Sucesos
- Delitos
- Fuentes energ¨ªa
- Econom¨ªa
- Industria
- Energ¨ªa
- Justicia
- Redacci¨®n M¨¦xico
- Edici¨®n Am¨¦rica