Un pa¨ªs en medio de la guerra (Convenci¨®n, Norte de Santander)
Cada d¨ªa tenemos pruebas irrefutables de que aqu¨ª la barbarie sigue llen¨¢ndose de sus falsas razones
Suena a coraje, pero tambi¨¦n a indolencia: ¡°Un pa¨ªs en medio de la guerra¡±. Todo lo que ha sucedido en la Colombia de los ¨²ltimos setenta a?os ¨Calgunos escribir¨ªan ¡°Todo lo que ha estado pasando en Colombia desde que se resign¨® a llamarse Colombia¡±¨C ha ocurrido mientras crece y muta y se degrada una guerra. Se ha tenido el valor para llevar a cabo procesos y acuerdos de paz, en 1953, en 1957, en 1974, 1984, en 1989, en 1991, en 1994, en 1998, en 2003, en 2005, en 2012, en 2016, pero la violencia se ha reagrupado una y otra vez como un virus resistente a los remedios y a las altas temperaturas. Ha habido avances. En apenas medio siglo, hemos ido de la amnist¨ªa de los d¨¦spotas a la justicia transicional de los dem¨®cratas. Pero cada d¨ªa tenemos pruebas irrefutables de que aqu¨ª la barbarie sigue llen¨¢ndose de sus falsas razones.
Digo esto que digo porque el lunes pasado se supo que el se?or Dimar Torres, un exmiliciano de las FARC que hab¨ªa empezado una vida nueva en el municipio de Convenci¨®n, Norte de Santander, hab¨ªa sido asesinado a sangre fr¨ªa por miembros de la fuerza p¨²blica a unos pasos de un asentamiento militar. Y, al final de otra semana llena de ira ¨Cexacerbada por el lenguaje de los pol¨ªticos azuzadores, por el vandalismo de los infiltrados en las protestas sociales, por la celeridad con la que el Consejo de Estado ha anulado las curules de un par de senadores de la oposici¨®n¨C, la Comisi¨®n de Paz del Senado de la Rep¨²blica lleg¨® a la conclusi¨®n de que la muerte de Torres no hab¨ªa sido el resultado de ¡°un forcejeo¡± entre hombres armados, como lo hab¨ªa asegurado nuestro eufem¨ªstico e irresponsable ministro de Defensa, sino una ejecuci¨®n extrajudicial: otra.
En Colombia se quiere, pero no se puede hablar de ¡°los peores d¨ªas¡±. Podr¨ªa decirse que en los a?os cincuenta, cuando estall¨® la guerra sin honores ni glorias entre los liberales y los conservadores, la ferocidad de esta cultura toc¨® fondo con torturas como ¡°el corte de corbata¡± o ¡°el corte de franela¡±: el cad¨¢ver del enemigo humillado, como una escultura macabra, en un rito de sangre. Pero luego vinieron los secuestros de catorce, quince, diecis¨¦is a?os que llev¨® a cabo la gente de las FARC. Y despu¨¦s se supo de los 31 suplicios que se inventaron los verdugos de las bandas paramilitares: de los partidos de f¨²tbol con cabezas a los taladramientos de huesos. Y, en estos ¨²ltimos a?os, de las casas de descuartizamientos que montaron los guerrilleros en el Pac¨ªfico. Y de las 15.076 v¨ªctimas de violencia sexual en el conflicto que nadie quer¨ªa pronunciar.
Y de ¡°los falsos positivos¡±: de los diez mil civiles inocentes que ciertos soldados del ej¨¦rcito, ¨¢vidos de darle resultados ¨Co sea, de aumentarle el recuento de cad¨¢veres¨C a la ¡°Seguridad Democr¨¢tica¡± del Gobierno del presidente Uribe, hac¨ªan pasar como guerrilleros muertos en combate.
El cad¨¢ver de Dimar Torres apareci¨®, abaleado y desfigurado, a unos pasos de la tumba que le estaban cavando sus verdugos: su esposa no alcanz¨® a darle la noticia de que iba a ser padre. Su tragedia est¨¢ aqu¨ª para atizar la desconfianza, el miedo, el odio. Y tambi¨¦n para pensar que podemos seguir encarando esta guerra como la hemos encarado, resistiendo y narrando la violencia con la ilusi¨®n de que se agote y se acabe alg¨²n d¨ªa, mont¨¢ndonos un posconflicto en medio del conflicto y una justicia transicional para procurar la transici¨®n, pero que si no somos capaces de alcanzar un cierre entre nosotros ¨Cde reconocer, por ejemplo, al tribunal especial para la paz que el uribismo quiere hundir¨C no solo tendremos que someternos a las investigaciones de la Corte Penal Internacional, sino que seguiremos siendo definidos por nuestro exterminio.
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