La migraci¨®n que cambia el rostro de Am¨¦rica Latina
La frontera de Per¨² y Brasil se ha convertido en uno de los pasos m¨¢s transitados por los millones de venezolanos, incluidos aquellos que simpatizaron con Ch¨¢vez, que se han visto obligados a abandonar su pa¨ªs y que con su salida transforman la regi¨®n
Los tres hombres temblaban a¨²n. Llevaban m¨¢s de 24 horas viajando en bus y a pie, desde sus hogares en Puerto la Cruz, en el noreste de Venezuela, hasta Pacaraima, la ciudad fronteriza entre su pa¨ªs y Brasil. Cada uno llevaba una maleta y varias capas de ropa encima a pesar del calor, lo que pudieron rescatar de otras maletas que se quedaron en el camino. Por el peso que hab¨ªa perdido cada uno, ten¨ªan puestos varios pantalones amarrados con una cuerda para no perderlos.
El cierre de fronteras en febrero de este a?o se convirti¨® en un negocio que encrudeci¨®, a¨²n m¨¢s, el camino de los migrantes venezolanos hacia Brasil. Los dos j¨®venes y su t¨ªo no hab¨ªan pagado el soborno a los militares venezolanos, que llegaba en ocasiones a 30 d¨®lares por persona, 10 veces el salario m¨ªnimo en esos meses; durante ocho horas, a medida que ca¨ªa la noche y se acercaban a la frontera con Brasil, escuchaban disparos intermitentes en el monte: ¡°Preferimos morir en el intento antes que all¨¢ adentro de hambre¡±. Agitados y desconfiados, uno de ellos preguntaba si hab¨ªan llegado a Brasil; en cuanto asintieron otros venezolanos que les dieron agua frente a la estaci¨®n de autobuses, se quitaron las zapatillas rotas. Despu¨¦s de descubrirse los pies ensangrentados, y con una mezcla de alivio, cansancio y miedo, no quisieron hablar m¨¢s; hablar, en Venezuela, trae problemas. Con dos reales en el bolsillo, medio d¨®lar, sent¨ªan que abrazaban una especie de libertad. La realidad es que se sumaban a los miles de venezolanos varados en Pacaraima. A los millones que han tenido que abandonar su pa¨ªs en los ¨²ltimos a?os.
Seg¨²n cifras de la Organizaci¨®n Internacional para las Migraciones (OIM), dependiente de la ONU, cerca del 16,3% de los venezolanos ¨C4,5 millones de personas¨C vive hoy fuera de su pa¨ªs. En Am¨¦rica Latina, se concentra el 88% de la migraci¨®n. Una fuga que se ha intensificado en los ¨²ltimos a?os, en la medida en que la crisis del pa¨ªs caribe?o ha empeorado, las condiciones de vida son cada vez m¨¢s pobres y el choque entre el Gobierno de Nicol¨¢s Maduro y el presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaid¨®, reconocido como mandatario interino por m¨¢s de 50 pa¨ªses, no ha hecho sino agravarse.
¡°Todo en Venezuela se cay¨® cuando muri¨® Ch¨¢vez. Quien te diga que no fue chavista es mentira¡±, se lamenta Francisco Morales, de 44 a?os, dos a?os despu¨¦s de haber dejado Venezuela. ¡°Pero alguien tiene que continuar los planes de Ch¨¢vez¡±, explica convencido de que un d¨ªa volver¨¢ a la Venezuela de bonanzas que vivi¨®. Hoy, ¨¦l y su esposa, Milerci Quintero, est¨¢n establecidos en Puerto Maldonado, la principal ciudad peruana despu¨¦s de cruzar la frontera desde Brasil. Aunque no puede ejercer su profesi¨®n, Quintero trabaja como mesera?a las afueras de Puerto Maldonado. Su esposo quiere continuar el viaje hasta Chile, porque dice que ha escuchado ¡°que pagan m¨¢s¡¯.
Puerto Maldonado es una ciudad selv¨¢tica llena de contrastes: operan hoteles de lujo, hay excursiones tur¨ªsticas y se organizan recorridos para el avistamiento de aves. En la otra orilla del rio que atraviesa la ciudad, el panorama es muy distinto: miner¨ªa y tala ilegal, explotaci¨®n sexual y laboral, y la triple frontera.
La traves¨ªa de esta pareja hasta instalarse en Puerto Maldonado no fue f¨¢cil. Hicieron de todo durante los nueve meses que tardaron en cruzar el territorio brasile?o. En un principio, la familia se estableci¨® en la frontera, entre Santa Elena de Uari¨¦n, Venezuela y Pacaraima. Empezaron vendiendo peluches, y despu¨¦s frutas jugando con el cambio en la frontera. En esa ¨¦poca, hab¨ªa libre tr¨¢nsito, pero despu¨¦s el gobierno brasile?o puso controles; se dieron cuenta de que adem¨¢s de comida, hab¨ªa un corredor de droga, tr¨¢fico de personas, y otras actividades il¨ªcitas impulsadas por grupos criminales.
Quintero se siente agradecida porque ya no tienen que compartir un cuarto con 20 personas, como lo hicieron durante meses en Brasil. Ahora, en Puerto Maldonado, la pareja vive en un cuarto con un colch¨®n y un refri. ¡°Yo soy t¨¦cnico en enfermer¨ªa, mire c¨®mo eran los hospitales antes en Venezuela¡±, dice mientras ense?a una foto donde se le ve con su uniforme sonriente y con m¨¢s peso, rodeada de colegas en la recepci¨®n de un hospital.
El ¨¦xodo de m¨¦dicos y enfermeras ha afectado la salud del pa¨ªs. Un informe de julio de este a?o de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, conducida por Michelle Bachelet, se?ala que la migraci¨®n es parte de la raz¨®n por la cual las enfermedades que estaban bajo control, como la difteria y el sarampi¨®n, se han propagado nuevamente. En Venezuela hay una infraestructura en decadencia marcada por apagones y falta de agua, ligada al ¨¦xodo de profesionales, condiciones no sanitarias para funcionar y una grave escasez de equipos m¨¦dicos b¨¢sicos, suministros y medicamentos, explica el informe. A ello hay que unirle la escasez de entre el 60% y el 100% de los medicamentos esenciales en cuatro de las principales ciudades de Venezuela, incluida Caracas.
Ver¨®nica Cortez hace un a?o que viaj¨® con su hermano a Puerto Maldonado. A los 18 a?os, atraves¨® Brasil desde Pacaraima hasta la ciudad peruana, sin dinero. ¡°Fue horrible el viaje. Me toc¨® caminar una noche entera, nunca me hab¨ªa subido a un barco (para ir de Manaos a Porto Velho), se escuchaban animales, nos encontramos con ind¨ªgenas que no hablaban espa?ol. Fueron 17 d¨ªas de horror¡±, cuenta esta venezolana originaria de Matur¨ªn, que toda su vida la ha pasado bajo el gobierno del r¨¦gimen chavista y que con Maduro vio frustrado su sue?o de ser un d¨ªa enfermera. Cortez gana 200 d¨®lares mensuales en Puerto Maldonado. Toda su familia est¨¢ fragmentada por la crisis: su madre se qued¨® en Matur¨ªn, al nororiente de Venezuela, con sus dos hermanos peque?os. Su padre sigue en Brasil, cerca de la frontera, mientras que ella y su hermano mayor prueban suerte en Per¨².
Hasta la fecha, Per¨² ha acogido a m¨¢s de 860.000 venezolanos. La edad promedio y el nivel de estudios han cambiado dr¨¢sticamente en los ¨²ltimos dos a?os. En las oleadas m¨¢s recientes, ya no llegan los ingenieros, m¨¦dicos y abogados que hab¨ªan logrado ahorrar los 300 o 400 d¨®lares que costaba el pasaje para cruzar Brasil o Colombia y Ecuador para llegar a Per¨². As¨ª lo demuestran las primeras rondas de encuestas de la OIM, que en septiembre de 2017 arrojaban que el 47% de los venezolanos que entraban a Per¨² contaban con grado universitario completo. En un informe publicado en septiembre de este a?o llegan solo a 15%.
Un puente de poco m¨¢s de un kil¨®metro separa a Brasil de Per¨². Los venezolanos entran a cuentagotas: entre 30 y 40 por d¨ªa. Eso, oficialmente. Tambi¨¦n, otros, lo hacen por trochas, de forma irregular. En cualquier caso, muy pocos comparados con los dos mil, en promedio, que han llegado por la frontera con Ecuador. El pico m¨¢s alto, seg¨²n datos de Migraciones de Per¨², se dio en agosto de 2018, con 510 personas por d¨ªa.
En Brasil, las cifras de migrantes han dado un salto cualitativo. Desde 2017, han entrado 504.000 venezolanos. En 2015 solo hab¨ªa 3.425 en todo Brasil y al a?o siguiente de 5.523. Seg¨²n el Gobierno de Brasil, 212.400 est¨¢n registrados hoy y viven en el pa¨ªs. De esos, unos 100.000 se concentran en el Estado de Roraima. All¨ª, Paracaima es el pueblo m¨¢s cercano a la frontera que separa a los dos pa¨ªses. Es f¨¢cil ver a los venezolanos tratar de alcanzar uno de los mil lugares para desayunar en el Caf¨¦ Fraterno del sacerdote espa?ol Jes¨²s Boadilla. Despu¨¦s, tratan de ocuparse en alg¨²n trabajo, ya sea cargando sacos en camiones, o en alguna refaccionaria, o en lo que se ofrezca. Y cuando cae la noche, deambulan por las calles buscando un lugar para dormir.
Algunos nada m¨¢s se quedan el tiempo necesario para descansar antes de seguir su viaje, incluso caminando, hasta Boa Vista, la capital del Estado, que est¨¢ a m¨¢s de 200 kil¨®metros de distancia, pr¨¢cticamente sin paraderos, salvo unas pocas casas de nativos perdidas en el monte.
Bajo la sombra de un ¨¢rbol, frente a la estaci¨®n de buses de Boa Vista, ha estado Jos¨¦ Eulogio Vel¨¢zquez, de 29 a?os con su esposa Royelis y sus seis hijos. Exmilitar, sirvi¨® durante ocho a?os a los Gobiernos de Ch¨¢vez y Maduro. ¡°No soy desertor, me dieron la baja sin pedirla¡±, explica entre l¨¢grimas. Ha sido tal su shock, que no es capaz de buscar trabajo, su depresi¨®n ha sido devastadora. ¡°Me duele. Para m¨ª era una vocaci¨®n servirles¡±, explica Vel¨¢zquez, quien adem¨¢s recib¨ªa atenciones m¨¦dicas gratuitas para su hija con albinismo. Pero un d¨ªa dej¨® de recibir su pago. Le dijeron que hab¨ªa cometido una falta por no estar de guardia dentro de las instalaciones; se hab¨ªa emitido una orden general para suspenderlo. Nunca entendi¨® qu¨¦ hab¨ªa hecho, y como tantos, tuvo que salir de Venezuela empujado por la crisis.
En Boa Vista, donde seg¨²n M¨¦dicos sin Fronteras, viven hoy cerca de 40.000 venezolanos, se encontr¨® con su t¨ªa Lorena L¨®pez, quien dice ver las cosas m¨¢s claras ahora. ¡°Claro que cre¨ªmos en Maduro, claro que votamos por ¨¦l. Pero despu¨¦s de lo que he vivido, yo quiero un trabajo, ya no quiero depender del Gobierno¡±, se desespera. A pesar de caminar por la ciudad tocando puertas todos los d¨ªas pidiendo trabajo, no consiguen nada. Pra fora (fuera!) es lo primero que muchos aprenden del portugu¨¦s.
L¨®pez y su marido hab¨ªan hecho de todo en Venezuela, no se quer¨ªan ir, incluso trabajos ilegales como compraventa en las minas de Las Claritas y salas de apuestas clandestinas. ¡°Ten¨ªamos nuestra casa y un carro para vivir bien, pero ya no ten¨ªamos comida para subsistir¡±. Cuenta que los cuadros de malaria que ten¨ªan, consecuencia de su trabajo en el arco minero, no se alcanzaban a curar por la falta de medicamentos, y terminaron, como miles de compatriotas, en Boa Vista donde si bien tienen qu¨¦ comer, ah¨ª tambi¨¦n, se les ve deambulando, buscando empleo, juntando latas, limpiando parabrisas, vendiendo cigarros contrabandeados, o ba?¨¢ndose en el Rio Branco ¡ªcontaminado ya por la miner¨ªa ilegal¡ª que parece ser la ¨²nica diversi¨®n para los ni?os. Hay otros que no ven otra salida que la prostituci¨®n.
Hoy migran todos los que pueden, como pueden. Est¨¢n los que hasta el final apoyaron a Hugo Ch¨¢vez y los que lo maldicen, y eso tambi¨¦n los acompa?a en el camino. ¡°Todos estos ni?os que yo veo por aqu¨ª tienen otra visi¨®n. Yo veo en los albergues que les gusta pedir porque Ch¨¢vez as¨ª los acostumbr¨®, nacieron con ¨¦l y los arrincon¨® a convertirse en una poblaci¨®n que solo sab¨ªa hacer eso¡±, afirma Manuel Delfino. Este comerciante venezolano de 59 a?os ha ido y venido por a?os y acumul¨® su fortuna vendiendo materiales de construcci¨®n entre ambos pa¨ªses. Lo hizo desde que se abri¨® la carretera para conectar ambos pa¨ªses en 1973. Hoy la importaci¨®n y exportaci¨®n que hace es de comida, de cauchos o medicinas que son casi imposibles de conseguir en Venezuela.
Muchos de los migrantes no entienden la inmensidad de los pa¨ªses. Cruzar Brasil en esas condiciones es cosa de valent¨ªa, desconocimiento o desesperaci¨®n. La ruta que siguen los venezolanos atraviesa los estados de Roraima, Amazonas, Rondonia ¡ªdonde escogen si van al interior de Brasil, Argentina, Paraguay o Uruguay¡ª despu¨¦s Acre quienes van a Per¨² o Bolivia. Algunos caminan, otros piden avent¨®n, otros van en bus. Otros m¨¢s, cuentan que van trabajando en las granjas a lo largo del camino donde el pago a veces es un lugar para dormir y un plato de comida. La angustia de no poder mandar dinero a quienes siguen en Venezuela los come por dentro. Muchos otros, viajan con toda su familia incluyendo a ni?os que van en brazos.
Thiago Sitta, psic¨®logo brasile?o del programa Pana en la ciudad de Porto Velho, reconoce que esta migraci¨®n se ha convertido en un reto para los servicios sociales. Si bien el paso de la migraci¨®n haitiana a ra¨ªz del terremoto de 2010 estableci¨® ciertas normas, nunca hab¨ªan visto una crisis de esta magnitud. ¡°Tuvimos el caso de un venezolano que ten¨ªa d¨ªas caminando. Un colaborador, de buena fe, le dio de comer como hacemos con todos y le dio choque metab¨®lico por inanici¨®n. Casi muere¡±, cuenta.
¡°Las fronteras pol¨ªticas son tan mezquinas y tristes. Y aqu¨ª, por ejemplo, uno lo siente positivamente. Atraviesas el puente, y en 10 minutos en bici, est¨¢s en Per¨²; en un minuto de r¨ªo, est¨¢s en Bolivia¡±, explica el padre jesuita Francisco de Almenar quien, desde Assis, en el lado brasile?o de la frontera, en ocasiones compra de su bolsillo tiquetes de bus para los venezolanos. Almenar, de 69 a?os y misionero durante m¨¢s de 30, dice que ese lugar es ¨²nico y relevante porque es ah¨ª a donde ¡°van los desechables, los descartables de los tres pa¨ªses. Es una mezcla de comida, de culturas y razas, muy rica que hace una convivencia muy especial¡±.
Lo mismo le sucede a Adner Guerra, instalado hoy en I?apari en la triple frontera entre Bolivia, Brasil y Per¨², a 2,700 kil¨®metros de Pacaraima. ?l luch¨® para no quedarse en Boa Vista porque todos los venezolanos, dice, se dedicaban a lavar parabrisas; tampoco quer¨ªa instalarse en Manaos porque ah¨ª todos vend¨ªan agua. Guerra es t¨¦cnico electricista, y a lo largo del camino, siempre trat¨® de dedicarse a su profesi¨®n, aunque hubiera d¨ªas que pasara hambre.
Hoy, los Guerra tienen un peque?o taller de electricidad; por su negocio -un cartel y una mesita- pasan ind¨ªgenas con grandes televisores, mineros que necesitan ayuda con su equipo o gente que viene de ciudades de camino a Puerto a Maldonado en busca de un electricista. Est¨¢n en paz y contentos en esa amaz¨®nica ciudad fronteriza donde todos los d¨ªas ven entrar y salir sus connacionales.
Para llegar a Per¨², al igual que Francisco Morales y su familia, cruzaron el Amazonas, una de las v¨ªas m¨¢s arduas que, m¨¢s dif¨ªcil de transitar por las temperaturas, la selva, la soledad del camino, el idioma. En Puerto La Cruz, ¨¦l y su esposa Carolina ten¨ªan un negocio; ¨¦l sali¨® de Venezuela hace casi un a?o con la esperanza de poder iniciar una familia porque Carolina necesitaba un medicamento para la fertilidad. ¡°Yo s¨¦ que all¨¢ no podr¨ªa¡±, dice Carolina.
Aunque no se declaran chavistas, con una mezcla de admiraci¨®n, nostalgia y rabia, los Guerra no ocultan su a?oranza por Venezuela. Recuerdan los primeros a?os de Ch¨¢vez: c¨®mo llegaba en un coche modesto a los m¨ªtines, c¨®mo arreglaba las calles, y c¨®mo todo fue decayendo. ¡°El que te diga que nunca vot¨® por Ch¨¢vez te est¨¢ mintiendo. Si todos viv¨ªamos de maravilla al principio¡±, explica Guerra. Bajo Ch¨¢vez, ellos y la mayor¨ªa de sus familiares y amigos tuvieron casa o negocio propio.
Morales, param¨¦dico, habla con orgullo de su carrera profesional y hace un recuento de los diversos trabajos que desempe?¨® en Venezuela. Recuerda su paso por la Guardia Nacional y Venepal, la empresa de papel que, en 2005, se convirti¨® en una de las primeras expropiadas por el Gobierno de Hugo Ch¨¢vez¨C y explica c¨®mo se benefici¨® de las bonanzas del pa¨ªs y del r¨¦gimen. ¡°Yo ten¨ªa dos casas, una se la regal¨¦ a mi hijo. Yo pod¨ªa ayudar hasta a mis vecinos¡±. Pero asegura que una vez muerto Ch¨¢vez, bastaron tres meses para que el pa¨ªs se le fuera de las manos a Maduro. ¡°Hay una frase que yo siempre recuerdo cuando pienso en Maduro, el mismo libertador (Bol¨ªvar) dijo: ¡®Llamarse jefe para no serlo es el colmo de la miseria¡¯¡±.
La mayor¨ªa de los venezolanos se sienten defraudados. Muchos dicen que no sab¨ªan lo que ten¨ªan, hablan de sus bienes, pero, sobre todo, hay una parte del culto hacia Ch¨¢vez que no muere. Culpan a Maduro, se cuestionan qu¨¦ pasar¨ªa si no hubiera muerto su antecesor e intentan explicar que ellos ten¨ªan una buena vida en su pa¨ªs. Todos a?oran aquella Venezuela. ¡°Nosotros nos quedamos aqu¨ª, con una idea de que estamos cerca de Brasil, porque Brasil est¨¢ m¨¢s cerca de Venezuela¡±, concluye Guerra.
Mientras, los pa¨ªses de acogida se enfrentan a nuevos retos: controlar los brotes xen¨®fobos, la porosidad de las fronteras y el malestar generalizado de las comunidades de acogida adem¨¢s de pasar sus propias crisis pol¨ªticas. Aunque Brasil tenga todav¨ªa abiertas sus fronteras, muchos buscan llegar a pa¨ªses como Per¨² para reunirse con sus familiares o por las oportunidades de trabajo. Todo ello se combina con hechos imprevistos, como los incdios de julio y agosto en la Amazonia. ¡°Imag¨ªnate que en la selva se publican peri¨®dicos donde dicen que la migraci¨®n es culpable del cambio clim¨¢tico, y aparece una foto de las quemas¡±, explica Adner Guerra asombrado.
En el peque?o poblado de I?apari ya hay muchos m¨¢s venezolanos que han ido llegando en sus autos o a pie, van trabajando en las carboneras, madereras y ladrilleras. Las mujeres van a los restaurantes, ¡°y m¨¢s¡±, cuenta Guerra. Pero cada vez es m¨¢s dif¨ªcil, las autoridades migratorias ¡°ya no los deja pasar y a nosotros siempre nos culpan de cualquier cosa¡±, explica preocupado porque pensaba traer a Per¨² m¨¢s familiares. La migraci¨®n venezolana ha cambiado la cara de la regi¨®n. A corto plazo cuesta creer que estos ¡®hijos de Ch¨¢vez¡¯ vayan a regresar al pa¨ªs que se vieron obligados abandonar. Para muchos, sin embargo, el camino no ha hecho sino empezar.