El a?o de los descontentos
2019 ser¨¢ recordado como el a?o de las protestas en Latinoam¨¦rica, pero para comprender el descontento es necesario echar la vista atr¨¢s y evaluar la evoluci¨®n de las opiniones p¨²blicas en la regi¨®n
Cuando volvamos la vista atr¨¢s y miremos a 2019 desde la tranquilidad anal¨ªtica que permite la distancia temporal, cuando busquemos un titular, una etiqueta para definir el a?o, es probable que le apellidemos ¡°de las protestas¡±. No sabemos a ciencia cierta cu¨¢nta gente sali¨® a las calles en la regi¨®n, pero s¨ª sabemos que fueron muchos, y en muchas partes, por motivos muy distintos, y que todos, dentro y fuera de Latinoam¨¦rica, nos quedamos mirando con atenci¨®n.
El embelesamiento colectivo se debe probablemente a que, intuitivamente, entendemos que estos movimientos no surgieron de la nada. Al contrario: hunden sus ra¨ªces en las trayectorias de la regi¨®n durante toda la d¨¦cada. Si discernimos el punto de origen de cada brote, podremos comprender mejor el origen, la trayectoria e incluso el futuro del descontento.
Mirando a la lista de las protestas m¨¢s significativas de este a?o que se cierra podemos, por ejemplo, distinguir con m¨¢s o menos claridad entre dos tipos: aquellas que se centran en la pol¨ªtica como proceso, que demandan cambios en la manera en que un pa¨ªs toma decisiones y las instituciones que entran en juego; y aquellas que se enfocan a los resultados de la pol¨ªtica, en qui¨¦n y c¨®mo se ve beneficiado o perjudicado al final de dicho proceso.
Defendiendo a la democracia de s¨ª misma
En algunos rincones de Latinoam¨¦rica la democracia se enfrenta a una crisis existencial. En Nicaragua o Venezuela va perdiendo la batalla desde hace a?os. Y en Bolivia la elecci¨®n fraudulenta de octubre seguida del golpe militar de noviembre ha posado un interrogante sobre el futuro de sus instituciones. En Per¨², la tensi¨®n entre poderes ha puesto a prueba sus l¨ªmites constitucionales sin llegar a romperlos (como s¨ª ha sucedido en los otros tres pa¨ªses). Pero, m¨¢s all¨¢ de las diferencias, un rasgo com¨²n a todos ellos es el deterioro de la capacidad para canalizar las diferencias de manera ordenada.
Un sistema de gobierno democr¨¢tico debe cumplir dos funciones potencialmente contradictorias: la representanci¨®n de los diferentes intereses que conviven en la sociedad y la b¨²squeda de soluciones de relativo consenso. Una manera de entender el problema com¨²n de Bolivia, Nicaragua y Venezuela es el siguiente: durante d¨¦cadas, amplias capas de la sociedad consideraron que estaban completamente fuera del sistema de producci¨®n deliberativa de pol¨ªticas, reservado a una ¨¦lite restringida. Cuando los auto-definidos como excluidos llegaron finalmente al poder, en lugar de embarcarse en la aventura de compartirlo, inician una re-colonizaci¨®n de las instituciones por parte de una nueva ¨¦lite que es inversa a la anterior precisamente porque tienen miedo de que si pierden alguna vez jam¨¢s volver¨¢n a ganar (es decir: descreen de la posibilidad de que las ¨¦lites tradicionales ampl¨ªen la dimensi¨®n representativa de la democracia si regresan al gobierno).
Es as¨ª como se activa la polarizaci¨®n extrema, esa que vuelve casi imposible la b¨²squeda com¨²n de soluciones, y que puede terminar por suprimir una parte (mayoritaria incluso) de la sociedad del proceso. Efectivamente, Nicaragua y Venezuela son los casos paradigm¨¢ticos de esta din¨¢mica en la regi¨®n. Pero Bolivia sigue sus pasos, aunque el hecho de que el apoyo social se mantenga relativamente repartido entre dos mitades produce la din¨¢mica guerracivilista que por desgracia hemos visto en el final de 2019.
Los datos anteriores a las elecciones ya nos daban alguna pista bastante clara: en Bolivia, la cuesti¨®n pol¨ªtica central de los ¨²ltimos dos o tres a?os ha sido la posibilidad de que Evo Morales se presentase a una reelecci¨®n. Finalmente as¨ª fue, pasando por encima de un refer¨¦ndum que le ped¨ªa que no lo hiciera. En consecuencia, la valoraci¨®n del propio sistema en Bolivia depende en parte de la afinidad con Evo: aquellos que s¨ª quer¨ªan que se presentase est¨¢n m¨¢s apegados a la democracia que quienes no deseaban su candidatura.
El golpe militar posterior, de hecho, solo viene a confirmar los miedos del evismo, aunque es imposible no pensar que hay una parte de profec¨ªa auto-cumplida: ?cu¨¢l es el punto en el que un gramo m¨¢s de polarizaci¨®n hace que se pierda toda la credibilidad en el proceso? Es imposible saberlo hasta que ya es demasiado tarde.
Brechas dentro de la democracia
Argentina, Chile, Colombia, Ecuador vieron a la gente salir a las calles por la l¨®gica opuesta: no era que en estos pa¨ªses el sistema se estuviera tensando debido a la polarizaci¨®n, sino que ¨¦ste no lograba actualizarse e incorporar las demandas emergentes en la poblaci¨®n.
Demandas, que, adem¨¢s, no eran de consenso. Curiosamente, en la ¨²ltima d¨¦cada la presencia de fuertes preferencias contra la desigualdad ha disminuido en varios pa¨ªses de la regi¨®n. Las de apertura cultural (medida, por ejemplo, por la aprobaci¨®n del matrimonio igualitario) s¨ª han aumentado, pero de forma irregular.
Eso quiere decir que la grieta que se est¨¢ abriendo entre la ciudadan¨ªa y sus representantes no incluye al conjunto de la poblaci¨®n, sino m¨¢s bien a ciertos grupos amplios pero espec¨ªficos. Cuando observamos el perfil de los que est¨¢n protestando en Latinoam¨¦rica empezamos a vislumbrar la respuesta.
El porcentaje de participantes en protestas ha aumentado en toda la regi¨®n en la ¨²ltima d¨¦cada, pero lo ha hecho sobre todo entre las mujeres, las generaciones m¨¢s j¨®venes (millenials y centennials, nacidos despu¨¦s de 1980), y aquellas personas cuyo hogar ingres¨® menos dinero en los ¨²ltimos dos a?os.
La dimensi¨®n generacional del descontento latinoamericano ya ha sido rese?ada en m¨²ltiples ocasiones. Lo interesante es observar sus patrones internos. Primero, parece que la brecha es mucho mayor en cuestiones de derechos individuales que en aspectos econ¨®micos: mientras todas las generaciones del continente mantienen un cierto acuerdo por la necesidad de m¨¢s redistribuci¨®n, la diferencia sobre las bodas entre personas del mismo sexo se va agrandando conforme bajamos en la escala de edad.
Normalmente, la posici¨®n en torno al matrimonio igualitario es una buena aproximaci¨®n al grado de apertura en el eje cultural: sirve como aproximaci¨®n a las opiniones sobre derechos reproductivos, respeto por las minor¨ªas, etc¨¦tera. Lo que indica este gr¨¢fico es que, en Latinoam¨¦rica, hay una mayor¨ªa (relativa, y menor que hace diez a?os, pero lo hay) echada a la izquierda en cuestiones econ¨®micas, pero lo que antes era un dominio de los argumentos conservadores en lo social se est¨¢ reduciendo a medida que se incorporan nuevas cohortes al ejercicio de la ciudadan¨ªa plena.
Y, de hecho, las divisiones (tambi¨¦n ahora en los intereses materiales) se agrandan cuando cruzamos la variable generacional con otras que, como hemos visto, est¨¢n siendo m¨¢s activas en las calles.
Resulta que las mujeres de menos de cuarenta a?os son mucho m¨¢s progresistas que los hombres mayores en todos los pa¨ªses, as¨ª en aquellos donde las posiciones reaccionarias todav¨ªa dominan en agregado. La diferencia es generalizada, pero hay mayor¨ªas o cuasi-mayor¨ªas pro-derechos entre las mujeres j¨®venes precisamente en los lugares en los que ¨¦stas han salido a la calle con m¨¢s fuerza: Argentina, Brasil, Chile, M¨¦xico.
El lado econ¨®mico tambi¨¦n nos deja se?ales similares: Colombia, Ecuador y el mismo Chile tienen la mayor diferencia en porcentaje de personas con fuerte querencia redistributiva cuando se comparan a aquellos de m¨¢s de cuarenta a?os y sin problemas econ¨®micos con los menores que s¨ª los tienen.
Aqu¨ª est¨¢n las diferencias de intereses que empiezan a se?alarnos por d¨®nde camina el descontento latinoamericano. El reto para estos pa¨ªses es precisamente incorporar las demandas emergentes dentro del sistema lo antes posible. Porque, a m¨¢s tiempo pase, m¨¢s probabilidad hay de que lo que es un problema dentro de la democracia se convierta en una cuesti¨®n sobre la misma, como les sucedi¨® a sus vecinos. Si Venezuela, Nicaragua o Bolivia necesitan reconstruir puentes para disminuir diferencias, Chile o Colombia requieren de justo lo contrario: reconocerlas, aceptarlas e incluso celebrarlas dentro de las instituciones. Esa es la paradoja eterna del pluralismo, la que probablemente marcar¨¢ 2020 y la d¨¦cada que vendr¨¢ en Latinoam¨¦rica: la mejor receta contra el conflicto es, precisamente, aceptar que es inevitable.
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