Pedro Casald¨¢liga, ¡®el obispo de los olvidados¡¯
El religioso era visto con recelo por todos los poderes, hasta por la Iglesia oficial
¡°Llamadme Pedro a secas¡±, nos dijo Pedro Casald¨¢liga el obispo de S?o Felix de Araguaia, en Brasil, a un grupo de periodistas espa?oles que fuimos a visitarle a su casa despojada. Al ya m¨ªtico obispo, considerado siempre como revolucionario por la jerarqu¨ªa vaticana, se le ha designado con muchos nombres: obispo de los pobres, obispo del pueblo, padre de los ¨²ltimos. Pero a ¨¦l le gustaba que se le llamara obispo de los olvidados.
Y esa fue la obsesi¨®n de su vida en la que siempre se consider¨® como un misionero que encarnaba el Evangelio en vivo, como religioso al servicio de los que se quedan siempre en la cuneta, olvidados por todos los poderes, v¨ªctimas del capitalismo salvaje.
Amenazado de muerte por los terratenientes que explotaban a los campesinos dorm¨ªa con la puerta de su casa abierta. Su dormitorio era min¨²sculo, con dos catres, uno libre para que si alguien sin techo pasaba y no ten¨ªa donde dormir pudiera quedarse.
Era visto con recelo por todos los poderes, hasta por la Iglesia oficial. Le criticaban lo que ellos llamaban ¡°exceso de celo¡±. Una vez acudi¨® en autob¨²s a Brasilia para una reuni¨®n de la Conferencia Episcopal. Tard¨® una eternidad en llegar y los obispos le preguntaron para qu¨¦ perder todo aquel tiempo. Casald¨¢liga les respondi¨®: ¡°Perd¨ª el mismo tiempo que mis campesinos pierden para venir a vender un saco de ma¨ªz¡±.
La autenticidad de la vida del obispo fue siempre tan evidente para quienes lo trataron y compartieron su apostolado, empezando por los m¨¢s humildes; que si hoy fuera la gente com¨²n (como en la Iglesia primitiva) quien declarase la santidad de una persona, ya hubiese sido canonizado en vida.
Su coherencia de obispo despojado de bienes materiales hasta el final, su mirada profunda, su sencillez natural, su preocupaci¨®n y su lucha constante por los olvidados de la tierra, por todos los que sufr¨ªan persecuci¨®n, por los sin nombre y sin esperanza era lo que conquistaba a cuantos pasaban a su lado.
Quiz¨¢s su pasi¨®n por los olvidados se debiera tambi¨¦n a que ¨¦l mismo se sinti¨® muchas veces abandonado por su propia Iglesia, perdido entre los m¨¢s pobres del Brasil pobre.
Casald¨¢liga fue un s¨ªmbolo y una bandera de lucha y de paz a la vez durante toda su vida, sin claudicar nunca ni siquiera en los momentos m¨¢s duros, como cuando asesinaron a un sacerdote al que confundieron con ¨¦l.
Hubo un momento en que pens¨® en irse a trabajar al ?frica m¨¢s abandonada. Cuando me lo cont¨® empezaba a sufrir ya los primeros s¨ªntomas del P¨¢rkinson: ¡°Ahora ya no puedo. No es justo que vaya a darles mi muerte cuando no les di mi vida¡±.
No ha habido una sola causa en Brasil de esos olvidados a los que ¨¦l se hab¨ªa entregado que no llevara el sello de su defensa. Los ¨²ltimos eran para ¨¦l siempre los primeros. A quienes a veces le reprochaban lo que consideraban un exceso de austeridad ¨¦l les recordaba los evangelios en los que se dice que Jes¨²s era tan pobre que no ten¨ªa ni casa.
Era cr¨ªtico de lo que llamaba el ¡°eurocentrismo¡± de la Iglesia. ¡°El tercer mundo a¨²n no se siente en su casa¡±, dec¨ªa. Contaba que la Iglesia era demasiado condescendiente con los poderosos. Y es verdad que no era bien visto cuando tomaba posiciones radicales, por ejemplo, con los latifundistas que explotaban a los campesinos o a los ind¨ªgenas. Una vez se neg¨® a bautizar a los hijos de un terrateniente considerado un tirano con sus campesinos.
Fue llamado una vez por el papa Juan Pablo II a Roma para rendir cuentas. Era la primera vez que sal¨ªa de Brasil donde hab¨ªa prometido morir. Ni siquiera fue a Espa?a cuando muri¨® su madre. La visita al Papa polaco no fue serena. Recuerdo que sali¨® de los Palacios Pontificios con un visible dolor en su rostro. El Papa le hab¨ªa recriminado sus ¡°excesos¡± en las causas que defend¨ªa. Y Casald¨¢liga no se pleg¨®. Le record¨® que ¨¦l ten¨ªa un compromiso con Pedro, el ap¨®stol y no con los enredos de poder del Vaticano.
Hac¨ªa gala de su amor por la poes¨ªa y le gustaba escribir en verso. En uno de sus poemas escribi¨®: ¡°Quiero morir de pie como los ¨¢rboles¡±. Aunque ha pasado estos ¨²ltimos a?os en una silla de ruedas lo cierto es que Casald¨¢liga nunca se rindi¨®. Vivi¨® siempre en pie, firme en sus convicciones, proclamando una Iglesia pobre y de los pobres, de todos los oprimidos. Una de sus consignas, escrita en un poema, era la de ¡°convertir en impaciente al pueblo sumiso¡±.
Si Casald¨¢liga era el obispo de los olvidados, de los sin nombre, tambi¨¦n dec¨ªa que su coraz¨®n estaba lleno de nombres. ¡°Al final de la vida me dir¨¢n: ?Has vivido? ?Has amado? Y yo, sin decir nada, abrir¨¦ el coraz¨®n lleno de nombres¡±.
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