El divorcio entre la UE y el Reino Unido: un largo adi¨®s que se aceler¨® con el euro
El fin de la pertenencia brit¨¢nica entr¨® en fase de no retorno con la moneda ¨²nica y la ampliaci¨®n al este
La burbuja comunitaria de Bruselas debate desde hace a?os el momento en que se rompieron los lazos entre la Uni¨®n Europea y el Reino Unido. Los m¨¢s pesimistas apuntan que nunca existieron porque Londres se sum¨® tarde y a rega?adientes a la Uni¨®n, con el ¨²nico objetivo de superar su estancamiento econ¨®mico y ponerse a rebufo de los seis pa¨ªses fundadores, que solo unos a?os despu¨¦s de crear el club en 1958 multiplicaron su comercio y su producci¨®n industrial.
Otra teor¨ªa considera que el distanciamiento comenz¨® en 1979, con el primer Parlamento Europeo elegido por sufragio directo, un avance democr¨¢tico que en el Reino Unido, en cambio, se vio como una ruptura de su habitual conexi¨®n directa entre votantes y diputados. O que el desamor comenz¨® en 1984, cuando la entonces primera ministra, Margaret Thatcher, consigui¨® su ansiado cheque de descuento en la contribuci¨®n brit¨¢nica al presupuesto comunitario.
En el Parlamento Europeo, por ¨²ltimo, hay quien estima que el Brexit comenz¨® cuando el ex primer ministro brit¨¢nico David Cameron rompi¨® en 2009 con el Partido Popular Europeo y form¨® un nuevo grupo, ERC, compartido con las fuerzas ultranacionalistas del polaco Jaroslaw Kaczynski y donde los eurodiputados brit¨¢nicos a duras penas pudieron mantener la influencia que disfrutaban en el seno del grupo conservador.
Todas esas tesis parecen fundadas. Y probablemente, no son contradictorias, sino complementarias entre s¨ª. Pero tal vez el punto de no retorno hacia la ruptura entre Bruselas y Londres se alcanz¨® en 1999, con el estreno del euro. Y la puntilla lleg¨® con la gran ampliaci¨®n de la UE hacia los pa¨ªses del antiguo bloque sovi¨¦tico, una expansi¨®n alentada por Londres, con la esperanza de sumar aliados para diluir el proyecto de integraci¨®n pol¨ªtica, pero que se tradujo en la masiva llegada de trabajadores comunitarios a un Reino Unido donde buena parte de las clases trabajadoras se sinti¨® humillada y olvidada por la explosi¨®n globalizadora de un Londres antes inaccesible.
Ya antes de la ampliaci¨®n, los brit¨¢nicos interpretaron con acierto que la creaci¨®n del euro llevar¨ªa a nuevos pasos en la integraci¨®n pol¨ªtica y fiscal para poder mantener en pie la divisa ¨²nica. Y ni siquiera un primer ministro como Tony Blair, sin duda el m¨¢s europe¨ªsta de los ¨²ltimos 50 a?os, se atrevi¨® a sumarse al proyecto.
Durante los tres primeros a?os de la uni¨®n monetaria, cuando el euro fue poco m¨¢s que una unidad contable virtual, muchos economistas brit¨¢nicos so?aron con su descarrilamiento. Y el entonces ministro de Finanzas, Gordon Brown, se atrincher¨® en sus famosos cinco test para concluir que el Reino Unido de momento no cumpl¨ªa las condiciones de convergencia econ¨®mica necesarias para cambiar la libra por la divisa europea.
Pero ni el euro fracas¨® ni el autoenga?o de Brown evit¨® que en Bruselas quedase claro que Londres no ten¨ªa ninguna intenci¨®n de integrarse en la uni¨®n monetaria. Los vientos econ¨®micos y financieros empezaron a soplar en direcciones distintas en las dos orillas del canal de la Mancha.
La Uni¨®n puso en marcha la integraci¨®n de sus mercados financieros aprovechando la moneda compartida por 12 pa¨ªses. Se establecieron las primeras autoridades europeas para banca, seguros y mercados burs¨¢tiles, anticipo del salto a la uni¨®n bancaria tras la primera gran crisis del euro (2008-2012). Y los desarrollos legislativos en ese terreno avanzaron imparables, sin apenas tomar en cuenta el parecer del Reino Unido, a pesar de que la City londinense era y todav¨ªa es el mayor centro financiero de la zona euro.
Londres asist¨ªa a los cambios desde la barrera, entre la incredulidad y la impotencia. Brown y los sucesivos ministros de Finanzas se sentaban en el consejo de ministros de Econom¨ªa y Finanzas de la UE (Ecofin) solo para comprobar que la mayor¨ªa de las decisiones ya llegaban precocinadas por el Eurogrupo, el foro informal donde solo se sientan los pa¨ªses del euro. Y el rodillo del Eurogrupo fue ganando potencia a medida que la uni¨®n monetaria sumaba miembros, hasta llegar a los 19 actuales. El peso del voto del Reino Unido era prescindible una vez que los socios de la divisa com¨²n llegaban a un acuerdo.
Los diplom¨¢ticos brit¨¢nicos, considerados hasta entonces en Bruselas entre los mejor informados y m¨¢s influyentes, fueron perdiendo relevancia por su ausencia en los debates trascendentales. El Gobierno de Tony Blair a¨²n hizo un ¨²ltimo esfuerzo por no descolgarse de la integraci¨®n europea y particip¨® en la convenci¨®n que dise?¨® la frustrada Constituci¨®n europea. Pero la llegada de Gordon Brown a Downing Street, en 2007, marca el final de la ¨²ltima tentativa de acercamiento.
Brown, identificado con el ala euroesc¨¦ptica del laborismo, no ocult¨® su creciente incomodidad con la UE. Una imagen, durante la ceremonia de la firma del Tratado de Lisboa a finales de 2007 resumi¨® su distanciamiento del resto de l¨ªderes europeos. El primer ministro brit¨¢nico lleg¨® a la capital portuguesa cuando la ceremonia hab¨ªa concluido. Y estamp¨® su r¨²brica casi a escondidas, en un acto anodino y solitario sin la solemnidad que hab¨ªa rodeado el acto oficial de la puesta en marcha del tratado europeo todav¨ªa vigente.
Londres, adem¨¢s, a?adi¨® un protocolo al tratado para desmarcarse de la Carta de Derechos fundamentales de la UE, que con el acuerdo de Lisboa pasaba a ser legalmente vinculante. Polonia se sum¨® tambi¨¦n al texto de la reticencia. Al Reino Unido, que en otro tiempo podr¨ªa haber movilizado socios del norte y el este de Europa para frenar una iniciativa como la Carta, ya no le quedaba casi ning¨²n compa?ero en su viaje hacia ninguna parte.
La frialdad europea de Brown coincidi¨® con el ascenso en el bando conservador del UKIP, un partido cuyo programa giraba por completo en torno a la salida del Reino Unido de la UE. Tras las ampliaciones de 2004 y 2007, con el ingreso en la UE de 10 pa¨ªses de Europa central y del este, el UKIP se nutri¨® de la xenofobia generada por la llegada a la isla de miles de trabajadores polacos, checos o rumanos. El n¨²mero de trabajadores europeos en el Reino Unido casi se dobl¨® en tres a?os, pasando de 750.000 en el primer trimestre de 2004 a m¨¢s de 1,2 millones a finales de 2007. En junio de 2016, cuando se celebr¨® el refer¨¦ndum del Brexit, ya eran m¨¢s de 2,3 millones.
El UKIP se convirti¨® en el partido m¨¢s votado en las elecciones al Parlamento Europeo de 2014, para pavor del primer ministro conservador, David Cameron, quien decidi¨® contraatacar con un ¨®rdago hist¨®rico: un refer¨¦ndum sobre la permanencia o la salida de la UE. Cameron, que pasar¨¢ a la historia por sus continuos errores de c¨¢lculo, confiaba en ganar la partida mediante un acuerdo con Bruselas que le autorizara a limitar los derechos de los inmigrantes comunitarios durante cuatro a?os y suprimir las ayudas familiares a quienes dejaran a sus hijos en el pa¨ªs de origen.
Pero el Brexit se impuso con el 51,9% de los votos en una consulta con una participaci¨®n del 72,2%. Los partidarios de abandonar la UE ganaron en nueve de las 12 regiones. Solo Londres, Escocia e Irlanda del Norte apoyaron la continuidad en el club comunitario, pero en los tres casos con una participaci¨®n bastante por debajo de la media.
El resultado del refer¨¦ndum se ejecut¨® el 31 de enero de este a?o 2020, con Cameron y su sucesora, Theresa May, en el ba¨²l de la historia, y Boris Johnson en Downing Street. El histri¨®nico l¨ªder conservador ha logrado en tiempo r¨¦cord cerrar el acuerdo de salida de la UE, arrasar en unas elecciones generales y sellar el acuerdo comercial m¨¢s ambicioso firmado nunca por Bruselas, que entrar¨¢ en vigor este viernes. Las 1.246 p¨¢ginas del texto preservar¨¢n buena parte de la relaci¨®n comercial entre la UE y el Reino Unido, que estar¨¢ libre de aranceles y de cuotas de importaci¨®n. El documento configura, adem¨¢s, una estructura institucional que permitir¨¢ a la UE mantener con Londres una relaci¨®n m¨¢s estrecha que con ninguna otra capital en el mundo. El documento es fruto de un imperativo geogr¨¢fico e hist¨®rico. La UE y el Reino Unido no est¨¢n obligados a llevarse bien, pero no tienen m¨¢s remedio que entenderse. Los brit¨¢nicos, como han resaltado conservadores y laboristas en el momento del adi¨®s, seguir¨¢n siendo europeos. Y despu¨¦s de 47 a?os de desencuentros (1973-2019), tal vez el Brexit marque la cuenta atr¨¢s para un nuevo reencuentro.
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