Kabul, la vida en la ciudad que mud¨® de piel en una semana
Miles de desplazados en los parques, barrios sin mujeres, cajeros sin dinero, colas en las embajadas y m¨²sica religiosa en las tiendas. El miedo toma las calles de la capital afgana
Las escenas diarias de mujeres llorando sin consuelo y de sus maridos haciendo viajes diarios al aeropuerto ¡ªincluso varias veces¡ª arriesg¨¢ndose a los tiros y a los ataques de las patrullas talibanas, que defienden cada mil¨ªmetro de acceso al aer¨®dromo, describen con nitidez la primera semana de vida del Afganist¨¢n surgido de la victoria del grupo fundamentalista. Fawad, mi vecino de habitaci¨®n en el hotel donde me alojo, explica en un perfecto ingl¨¦s que se ganaba la vida como analista de informaci¨®n y que ahora no deja de recibir amenazas de muerte. Fawad muestra su tel¨¦fono m¨®vil, su cuenta de Instagram y su desesperaci¨®n por salir.
Los correos que ense?a, provenientes de la Embajada de Estados Unidos, son los mismos que yo recib¨ª el jueves por primera vez y que advierten de que no compartamos esta informaci¨®n ante el riesgo de que nuestra salida del pa¨ªs sea a¨²n m¨¢s lenta.
Su experiencia es similar a la que sufren estos d¨ªas miles de afganos con posibilidad legal de abandonar Afganist¨¢n, pero sin v¨ªas reales de llegar al aeropuerto debido al caos que reina en la zona. Fawad tiene todos los papeles en curso, las autorizaciones para ¨¦l y su familia, pero por cuarto d¨ªa consecutivo le ha sido imposible acceder a las puertas de entrada del aeropuerto. All¨ª, la multitud es recibida con balazos por parte de las mismas patrullas talibanas desesperadas por controlar la entrada.
La situaci¨®n tambi¨¦n es estos d¨ªas ca¨®tica en las Embajadas del Reino Unido, de Francia, de Australia, de Canad¨¢... Hay colas de dos kil¨®metros de personas que esperan bajo un sol abrasador ¡ªsin agua, sin comida¡ª la posibilidad de que les tramiten sus visados para poder salir del pa¨ªs. Las autoridades internacionales aseguran no poder hacer m¨¢s por falta de personal.
Desesperaci¨®n
La desesperaci¨®n se agrava en los lugares donde se concentran las decenas de miles de personas desplazadas, que llegaron a Kabul huyendo de los talibanes desde ciudades como Herat o Kunduz y que ahora se han visto atrapadas otra vez. Se reparten en numerosos campamentos improvisados en Kabul. En uno de estos hay cerca de 60 mujeres que trabajaban de polic¨ªas y que ahora, sin uniforme, tratan de esconderse de los talibanes, de que no sepan en qu¨¦ trabajaban.
En los campos de Park Shari y Sarai Shamali se multiplican los testimonios de mujeres que dicen preferir morirse a continuar m¨¢s d¨ªas ah¨ª, hacinados, hombres y mujeres mezclados, con una temperatura superior a los 40 grados. Los all¨ª concentrados se refugian bajo techos de pl¨¢stico y duermen en alfombras y en pl¨¢sticos rotos, con escasez de agua y sin electricidad. Hay familias que han venido a repartir alimentos y han acabado con los vidrios rotos y los espejos quebrados en sus camionetas y se van huyendo con temor a que la multitud los asfixie en la urgencia por conseguir alimentos.
En las calles de Kabul, tambi¨¦n los talibanes, pese a ser el bando ganador de esta guerra, son presa a veces del desconcierto. Hemos visto a algunas patrullas de hombres completamente perdidos preguntando a cada vecino por direcciones y zonas de la ciudad. Se ve que para la gran mayor¨ªa es su primera vez en Kabul y est¨¢n completamente asombrados por algunas comodidades que nunca hab¨ªan visto en sus aldeas. Les fascinan los autos deportivos y se fotograf¨ªan con los pocos Mercedes u otros coches de alta gama que encuentran. Esta batalla no es como las que entablaron en las monta?as, las que tanto caracterizaron sus escaramuzas con los estadounidenses.
Los bancos no funcionan desde el lunes pasado, y los cajeros autom¨¢ticos est¨¢n vac¨ªos de billetes. Tampoco se puede pagar con tarjeta de cr¨¦dito. Hay rumores de que abrir¨¢n el pr¨®ximo lunes, pero nadie lo sabe con certeza porque tambi¨¦n circularon rumores de que abrir¨ªan el viernes. Mientras, muchos andamos sin dinero, dejando todo a deber.
Otro foco de inter¨¦s es la mezquita azul de la comunidad chi¨ª de Kabul, que celebraba una tarde de esta semana el d¨ªa de la muerte del Iman Hossein, el nieto de Mahoma. ?ste es venerado especialmente por la etnia hazara, que ha sido recientemente atacada por las milicias talibanes, enemigos ac¨¦rrimos del chi¨ªsmo por considerarla una corriente her¨¦tica. De hecho, Amnist¨ªa Internacional (AI) denunci¨® el viernes el asesinato de nueve hombres de la etnia hazara a manos de los talibanes tras tomar la provincia de Ghazni el mes pasado.
Desde que llego a la mezquita se siente el temor. Nos recibe el imam con tremenda amabilidad, invit¨¢ndonos a cobijarnos bajo las dependencias del personal. Entonces empiezan a llegar numerosos grupos de chi¨ªes que, desafiando la prohibici¨®n de realizar manifestaciones, aparecen incluso armados a venerar y gritar por su adorado Iman Hossein. Al verme hacer fotograf¨ªas cunde la alarma. Muchos me hacen preguntas. La primera es sobre mi nacionalidad. Ya me cans¨¦ de explicar que soy chileno, un largo pa¨ªs de Am¨¦rica del Sur pegado a Argentina: cada vez que pronuncio la palabra Am¨¦rica parece que los ojos de quienes preguntan se llenan de rabia. Como ocurre siempre hoy en gran parte del mundo, la fama de los clubes de f¨²tbol espa?oles es tan grande que no dudo en responderles que soy espa?ol, de Barcelona. El problema queda solucionado. El temor de la poblaci¨®n ante mi c¨¢mara est¨¢ justificado. Una fotograf¨ªa los puede poner en peligro. ¡°Estamos doblemente tristes. Hoy es la conmemoraci¨®n de la Batalla de Kerbala, donde muri¨® masacrado nuestro imam, y hoy nuestra historia, nuestra ciudad, nuestros barrios, tradiciones y cultura se encuentran otra vez amenazados por los talibanes. Es preferible morir que vivir bajos sus reglas opresivas¡±, explica un m¨¦dico que prefiere no revelar su identidad.
El d¨ªa anterior, la visita correspondi¨® a los sijs. Ellos tambi¨¦n se sienten amenazados y aseguran que casi 5.000 miembros de esta comunidad han abandonado Kabul poco antes de la entrada de los talibanes. Ya sufrieron dos atentados el a?o pasado. Y esta comunidad pujante de m¨¢s de 10.000 personas se encuentra hoy reducida a menos de 500 fieles. Hay que recordar que el primer imperio mogol gobern¨® la India casi 300 a?os y que la primera capital fue Kabul, antes de que los sucesivos gobernantes la trasladaran a Acra. Por eso siempre ha existido una relaci¨®n con India que actualmente se ve totalmente amenazada.
Historia y tradici¨®n
Hoy, en esta ciudad llena de historia y tradici¨®n, hasta las bodas son tristes. Antes, un casamiento era sin¨®nimo de fiesta, de baile, de derroche. Esta semana fui invitado a una boda en la que nadie bail¨®, en la que todo el mundo estaba con miedo, temeroso. Parec¨ªa un funeral m¨¢s que una boda.
Por la calle es lo mismo. La m¨²sica estridente que sonaba a veces desde las radios de los comercios ha dejado por lo general de sonar. En muchas tiendas, para evitarse problemas ¡ªentre otras cosas, que los talibanes se apropien del g¨¦nero¡ª muchos comerciantes ponen, en vez de m¨²sica, las declamaciones religiosas instrumentadas de los talibanes.
Mientras, los talibanes buscan, puerta a puerta y edificio a edificio, las armas y los veh¨ªculos militares y de lujo de la Administraci¨®n anterior, que arrastraba una mala reputaci¨®n de corrupci¨®n y nepotismo.
Por las calles, por los barrios, no todo es descontento. En los mercados se ve tambi¨¦n que parte de los comerciantes, f¨¢cilmente reconocibles por sus largas barbas y sus turbantes, no ocultan su alegr¨ªa porque los talibanes de su misma etnia controlen ya el poder. ¡°Quiz¨¢s puede ser un problema para usted como extranjero¡±, explica Youssuf, un vendedor de melones y sand¨ªas. ¡°Nosotros nunca hemos tenido un problema con los muyahidines¡±, a?ade, admitiendo abiertamente su simpat¨ªa por los talibanes.
Lo que s¨ª ha cambiado radicalmente en las calles es la presencia de mujeres. En los barrios acomodados no se las ve ya caminar con sus vestimentas occidentales. Hay caf¨¦s que antes serv¨ªan de lugares de esparcimiento y adonde acud¨ªan mujeres solas. Ahora estos caf¨¦s est¨¢n cerrados. Y esas mujeres, metidas en casa. Muchas de estas mujeres han comprado o encargado burkas, como nos cuentan los vendedores de una tienda de ropa tradicional. Yo mismo compro ropa t¨ªpica afgana de hombre para tratar de pasar inadvertido en la distancia.
No ocurre lo mismo en las ¨¢reas m¨¢s pobres. All¨ª s¨ª se ven grupos de mujeres en los mercados, aunque completamente cubiertas. ¡°Es preferible morir a manos de los talibanes que morir de hambre¡±, conf¨ªa Sahima, que lleva a su hijo en brazos y acarrea decenas de hortalizas para el almuerzo familiar.
En medio del caos y del desconcierto que parecen apoderarse de Kabul, no se sabe si los talibanes podr¨¢n controlar esta ciudad de casi cinco millones de habitantes. La situaci¨®n cambia a cada momento y yo voy viviendo estos acontecimientos a una velocidad vertiginosa. Nadie sabe qu¨¦ puede pasar ma?ana con el aeropuerto, con los desplazados o con las minor¨ªas ¨¦tnicas. Ni siquiera se sabe qu¨¦ pasar¨¢ con los fumadores de opio ¡ªaqu¨ª una costumbre muy arraigada¡ª que se juntan en los parques con sus pipas. Los talibanes proh¨ªben esa pr¨¢ctica, pero los fumadores no pueden dejar de hacerlo de un d¨ªa para otro tras una adicci¨®n de a?os. Kabul es hoy una ciudad que lucha por su supervivencia y su destino.
Jorge Said es un periodista y cineasta chileno que produc¨ªa reportajes en Kabul cuando la capital cay¨® en manos de los talibanes.
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