La di¨¢spora de Mariupol se extiende por Ucrania: ¡°Mi padre muri¨® salv¨¢ndonos¡±
El Ayuntamiento de la mayor ciudad ocupada por los rusos abre sedes en una decena de regiones para atender a miles de refugiados
Natalia acaricia y besa sin parar a Businka, su pomerania blanca impoluta y faldera. La mujer, de 50 a?os, luce melena rubia perfecta, como su manicura. Es una de los aproximadamente 13.000 desplazados internos de Mariupol censados ahora en Kiev, pero son m¨¢s porque muchos no se registran. La di¨¢spora de esa ciudad arrasada por la guerra en Ucrania es de entre 300.000 y 350.000 de los 450.000 habitantes previos a la invasi¨®n rusa, estiman las autoridades. Natalia, que prefiere no dar su apellido, narra su historia sin apenas mover un m¨²sculo de su terso cutis, como la que habla de otro. Pero detr¨¢s de ese rictus algo fr¨ªo y distante a primera vista, se esconde alguien con un ¨¢nimo a prueba de bombas, literal. Esbozando una sonrisa se quita las gafas de sol para acribillar con los ojos al reportero: ¡°Somos Azovstal, gente de acero, y podemos con todo¡±. Se refiere a la acer¨ªa de su ciudad, ¨²ltimo basti¨®n de la resistencia hasta que la urbe cay¨® en manos de los invasores en mayo.
Es all¨ª donde su marido fue hecho prisionero de guerra. Sergu¨¦i, de 50 a?os y combatiente desde que comenz¨® la contienda en el este del pa¨ªs en 2014, ni siquiera sabe que es abuelo. El nieto de ambos, Max, naci¨® este 7 de junio en una maternidad p¨²blica de Kiev en un parto que ha estado rodeado de la solidaridad de la comunidad desplazada de Mariupol. Lo agradece Natalia, aunque a¨²n no haya podido ir a conocerlo por las restricciones de acceso a hospitales por la covid y la ley marcial. Se conforma con mostrar la foto del peque?o unido al pecho de su madre. Con la llegada al mundo de un nuevo miembro, la familia est¨¢ ya echando ra¨ªces sin quererlo a 800 kil¨®metros de su casa. Como ellos, hay decenas de miles por toda Ucrania, a los que hay que sumar los que se fueron al extranjero y los que han sido deportados a Rusia por los ocupantes, alerta el Gobierno de Kiev. Los muertos de Mariupol ascienden a 22.000, seg¨²n el recuento temporal de las autoridades municipales. De ellos, 287 son ni?os, seg¨²n la Fiscal¨ªa, que avanza en la investigaci¨®n de cr¨ªmenes de guerra.
Mientras, los tent¨¢culos de la comunidad refugiada de Mariupol, la mayor conquista militar de Rusia en esta guerra, se extienden ya por todo el pa¨ªs. Nada hace prever que esas decenas de miles de personas vayan a poder regresar en breve a sus casas, si a¨²n est¨¢n en pie. Para hacer frente a ese movimiento de poblaci¨®n y por iniciativa del alcalde de la ciudad arrasada, Vadim Voichenko, se est¨¢n abriendo delegaciones municipales en distintas provincias para facilitar a los desplazados el asentamiento y normalizaci¨®n de su nueva vida. La oficina en Kiev funciona desde el 26 de mayo. ¡°Todos nuestros empleados son de Mariupol y han pasado por el infierno¡±, explica Iaroslav Kildishov, un empresario y diputado local que hace las veces de representante. Es media ma?ana y decenas de personas se agolpan en el registro, recogen alimentos y productos de primera necesidad, reciben asesor¨ªa legal, acuden al m¨¦dico, al psic¨®logo, a dejar a los ni?os en la guarder¨ªa¡ Muchos ni siquiera lograron llevarse la documentaci¨®n al escapar.
El m¨¢s activo de la sala de juegos en la que los ni?os se esparcen es Igor, de nueve a?os, que no para de alborotar con los globos. ¡°Tiene detr¨¢s una historia tremenda¡±, advierte Valeria Zabirko, una periodista de Mariupol que trabaja de voluntaria en el centro. La familia de Igor, llegada en los ¨²ltimos d¨ªas a Kiev, fue testigo de la muerte del abuelo. El 18 de marzo hubo un bombardeo como otros en una casa que ya no ten¨ªa ni cristales, explica la madre, Olena Kravtsova, de 38 a?os. ¡°Cay¨® una bomba en la habitaci¨®n donde est¨¢bamos escondi¨¦ndonos y vol¨® una puerta. Pap¨¢ nos pidi¨® que nos escondi¨¦ramos en el ba?o y ¨¦l se qued¨® para apoyar la puerta. Le dije que viniera con nosotros, pero no quiso y se qued¨® para protegernos. Las bombas continuaban llegando y yo solo pod¨ªa rezar. En un momento dado escuch¨¦ una explosi¨®n muy grande y sent¨ª c¨®mo el techo se nos cay¨® encima¡±.
El relato de Kravtsova refleja el horror de las semanas en las que se fragu¨® la ca¨ªda de la ciudad. Se vieron en medio del polvo, con sus dos hijos gritando y heridos, la ni?a en la cabeza e Igor en la espalda. ¡°Empezamos a salir uno por uno. Mi madre, mis hijos y yo, para que el techo no se nos cayera encima. Al salir vimos que mi padre estaba tumbado en suelo. Estaba vivo, pero no se pod¨ªa mover. A los ocho d¨ªas acab¨® muriendo desangrado. Habr¨ªa sobrevivido si hubiera podido recibir ayuda m¨¦dica, pero muri¨® salv¨¢ndonos¡±. Entonces se refugiaron en otro edificio del que fueron expulsados por las tropas chechenas del presidente Ramz¨¢n Kad¨ªrov, que apoyan a los rusos sobre el terreno. Regresaron a su casa en ruinas y all¨ª permanecieron hasta el 30 de mayo. ¡°Igor ya se est¨¢ recuperando, aunque por las noches se despierta, me llama y tengo que estar junto a ¨¦l¡±, explica la mujer.
La psic¨®loga Anna Chasovnykova, otra m¨¢s de las evacuadas, no para de recibir gente en el despacho que hace las veces de consulta: ¡°Lo primero que necesitan es vivir en el presente. La gente que viene sigue viviendo en el ayer y necesita reencontrarse en el hoy. Lo segundo es el miedo, el miedo a las explosiones, a los soldados rusos. Y luego, la pregunta que nos hacemos todos. C¨®mo vivir sin trabajo, c¨®mo vivir sin hogar, sin futuro, d¨®nde encontrar la motivaci¨®n para seguir adelante¡±. Para algunos, el camino es todav¨ªa muy largo, como el de esa mujer que le cont¨® a Chasovnykova que fue la ¨²nica que sobrevivi¨® a una explosi¨®n en la que murieron todos los presentes, una decena, incluido su marido, y tuvo que recoger los cuerpos desmembrados.
Iaroslav Kildishov detalla qu¨¦ pretenden con estas sedes mientras varios voluntarios descargan comida de una furgoneta de World Central Kitchen (WCK), la ONG del cocinero Jos¨¦ Andr¨¦s. ¡°La gente se reconoce, se abraza, se besa, lloran juntos. Es un entorno de familia. La gente de Mariupol es una familia grande. Nuestra tarea es unir a la gente, socializarla, y, con buenos ¨¢nimos, poder volver a la ciudad luego para reconstruirla. Estar feliz con la vida¡±, afirma. Adem¨¢s de en la capital, esta especie de casa del pueblo tiene ya sede en Dnipr¨®, Zaporiyia, Vinnitsia y Khmelnytskii. Pronto prev¨¦n que se sumen centros en Lviv, Odesa, Chernivtsi, Ivano-Frankivsk, Kropivnitsi y Uzhgorod.
El sue?o de Natalia, la abuela primeriza, es doble: ¡°Esperar a mi marido y regresar juntos a Mariupol. Pero vivimos al d¨ªa, no hacemos planes m¨¢s all¨¢ de una semana¡±. Recuerda la tempestad que han supuesto estos casi cuatro meses en los que incluso vio salir de casa a su hija desnuda en brazos de su yerno porque empezaron a bombardear mientras esta se estaba duchando en el s¨¦ptimo mes de embarazo. Ocurri¨® en Pokrovsk, la primera ciudad en la que buscaron refugio en su huida. ¡°Yo ten¨ªa un sal¨®n de belleza y me ganaba muy bien la vida. Pero ahora necesito ayuda. Una amiga me ha mandado una caja con ropa de verano¡±, explica agradecida en un suburbio de Kiev, donde est¨¢ acogida por otra amiga tambi¨¦n originaria de Mariupol.
Natalia se ha acabado enterando por fuentes indirectas de que Sergu¨¦i, miembro del Batall¨®n Azov, estaba herido leve cuando lo apresaron los rusos. Seg¨²n fue estrech¨¢ndose el cerco a Azovstal, las comunicaciones con ¨¦l fueron cada vez m¨¢s complicadas. El ¨²ltimo mensaje de texto lo recibi¨® en el m¨®vil el 5 de mayo, 11 d¨ªas antes de que los ¨²ltimos de la acer¨ªa sucumbieran. ¡°Siento mucha alegr¨ªa. Mi marido est¨¢ vivo, lo vamos a intercambiar (por prisioneros rusos) y, adem¨¢s, el nacimiento de mi nieto da sentido a mi vida¡±.
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