Mensajes en clave sobre cuarteles y armas: as¨ª sabotearon a Rusia los partisanos ucranios en la Jers¨®n ocupada
Las redes de resistencia ciudadana en la ciudad portuaria, controlada por Mosc¨² durante ocho meses, fueron cruciales para su liberaci¨®n. Ahora que el Kremlin ha perdido la ciudad, la ataca casi sin tregua
Supo siempre que, si llegaba el d¨ªa, formar¨ªa parte de la resistencia. Y cuando los militares rusos le torturaban en un s¨®tano de la ocupada ciudad de Jers¨®n, Viktor record¨® esa mil¨¦sima de segundo, unos meses antes, en la que pas¨® de empresario a partisano. Cuando acept¨® transportar y esconder armas para las fuerzas ucranias e informar de las posiciones de las tropas del Kremlin, que despu¨¦s bombardear¨ªa el ej¨¦rcito de Kiev. ¡°Vinieron a hacer la guerra, mataron a nuestra gente¡±, zanja Viktor, en la cincuentena, atus¨¢ndose nervioso la descuidada barba casta?a mientras camina por su destrozado jard¨ªn. Dos potentes explosiones hacen temblar el suelo. Hace casi tres meses que el Ej¨¦rcito ruso se ha retirado, pero a¨²n castiga a Jers¨®n, a sus habitantes y a sus partisanos, aquellos que ayudaron a forzar su repliegue y a asestar al Kremlin la mayor derrota en un a?o de guerra.
Bajo un pl¨¢stico mojado sobresale la mano de una mujer joven, con la manicura perfectamente dise?ada en forma de almendra. Un toque cotidiano en una imagen compartida por periodistas locales en las redes que ha vuelto a sacudir los est¨®magos de la ciudadan¨ªa ucrania, una imagen que hace a¨²n m¨¢s macabra la realidad de muchos d¨ªas en la ciudad sure?a. Un ataque en la concurrida estaci¨®n de autobuses seg¨® este martes la vida de seis personas e hiri¨® a una veintena m¨¢s en Jers¨®n, una ciudad que albergaba una industria de construcci¨®n naval y que antes de la guerra a gran escala ten¨ªa una poblaci¨®n de unos 280.000 habitantes, pero de la que ahora muchos buscan marcharse para huir de las bombas. Hace semanas que el Gobierno ucranio ha instado a la poblaci¨®n civil a evacuar Jers¨®n, cabeza de una regi¨®n que Mosc¨² se anexion¨® ilegalmente en septiembre, junto a otras tres provincias ucranias parcialmente ocupadas.
Y cada d¨ªa que pasa, que la guerra sigue, que los ataques rusos arrecian, Viktor se reafirma. ¡°Volver¨ªa a hacer mil veces lo mismo¡±, dice. Hace falta paciencia. Y fe, asegura el hombre, que hasta que el presidente ruso, Vlad¨ªmir Putin, lanz¨® la invasi¨®n a gran escala hab¨ªa regentado una casa de ba?os de aspecto r¨²stico junto a su coqueta casa con jard¨ªn. Como ¨¦l, decenas de personas ¡ªtal vez cientos¡ª se jugaron la vida para reportar a los servicios de inteligencia y otros contactos fuera de la ciudad las coordenadas de apartamentos donde se hab¨ªan instalado funcionarios del Gobierno t¨ªtere, puntos de reuni¨®n, centros militares de soldados rusos, datos de todo tipo. Tambi¨¦n para reportar el paso de armas; a veces incluso casi en tiempo real. En solitario o a trav¨¦s del tejido de peque?as redes de resistencia.
Y aunque fueron casos contados, algunos partisanos dieron incluso un paso m¨¢s y mataron a soldados rusos, hicieron estallar sus coches, les hostigaron de distintas formas. La labor de la mayor¨ªa, no obstante, fue contribuir con informaci¨®n, apunta uno de los oficiales de inteligencia que trabaj¨® con personas como Viktor desde la vecina ciudad de Mikolaiv. El gerente de un restaurante muy frecuentado por los rusos que se dedic¨® a ir recopilando muchos de sus datos personales; la anciana que escuchaba desde su ventana en el primer piso las conversaciones de los militares del Kremlin cuando sal¨ªan a fumar al patio que su apartamento compart¨ªa con un punto que usaban las fuerzas de ocupaci¨®n; varios magnates locales que colaboraron para hacer circular armamento ucranio. Empresarios, pescadores, amas de casa, funcionarios, tenderos, peluqueros, pensionistas.
Los partisanos y su encaje con la inteligencia ucrania a trav¨¦s de plataformas de mensajes de m¨®vil encriptados, unidos a las armas de precisi¨®n proporcionadas a Ucrania por sus aliados occidentales, fueron ¡°cruciales¡± para expulsar a las tropas de Putin de Jers¨®n, dice Oleksandr Samiolenko, jefe del consejo regional de Jers¨®n, que asegura que la informaci¨®n proporcionada por la resistencia ayud¨® a las fuerzas ucranias a atacar un hotel lleno de oficiales de inteligencia rusos, una reuni¨®n importante de las autoridades t¨ªtere de Mosc¨² y otros puntos. Sus acciones no solo proporcionaron logros concretos, adem¨¢s contribuyeron a aumentar la paranoia entre las fuerzas rusas. El ruido sobre su existencia tambi¨¦n foment¨® las redes en otras partes ocupadas y un sentimiento de que hab¨ªa posibilidades.
El Kremlin hab¨ªa sembrado Jers¨®n de colaboradores, bastantes de ellos muy bien cultivados antes de la guerra a gran escala, otros que viraron con la llegada de los rusos y algunos m¨¢s forzados por las circunstancias, una variable que mucho tuvo que ver con el r¨¢pido desplome de la ciudad, casi puerta de entrada en un flanco a la pen¨ªnsula de Crimea, en los primeros compases de la invasi¨®n. Y en ese entorno lleno de ojos ¨¢vidos, la rutina de Viktor era casi todos los d¨ªas muy parecida. Paseaba por la ciudad haciendo recados llevando el m¨®vil de su esposa, Vika, una risue?a taxista rubia y bajita, y se dedicaba a tomar fotograf¨ªas y grabar algunos v¨ªdeos mientras hac¨ªa que hablaba por tel¨¦fono o recopilaba datos: una cafeter¨ªa o un supermercado particularmente frecuentado por los rusos, algunos nombres y datos escuchados aqu¨ª y all¨¢, detalles sueltos sobre armamento que iba viendo. Despu¨¦s, al llegar a casa, enviaba la informaci¨®n a su contacto fuera de Jers¨®n, borraba cuidadosamente absolutamente todo del m¨®vil y se lo devolv¨ªa a Vika.
Reconoce que ten¨ªa miedo. ¡°P¨¢nico¡±, dice. Alg¨²n d¨ªa tuvo ciertos encargos algo ¡°diferentes¡±, como recoger un paquete aqu¨ª y entregarlo all¨¢. No hizo demasiadas preguntas y reh¨²sa dar detalles. Poco a poco, adem¨¢s, Rusia trataba de absorber Jers¨®n. Introdujo el rublo, cort¨® la televisi¨®n ucrania, instal¨® redes de telefon¨ªa rusa, impuso su curr¨ªculo escolar en las escuelas.
Cuando las fuerzas rusas de ocupaci¨®n arrestaron a Viktor, en verano, hab¨ªa proporcionado decenas de datos, claves y coordenadas a la inteligencia ucrania, seg¨²n su relato y el de uno de los oficiales que trabaj¨® con ¨¦l desde fuera. El peque?o empresario, que ha vivido toda la vida en Jers¨®n, afirma que jam¨¢s revel¨® a las fuerzas de Mosc¨² que era un informador ucranio, un partisano, miembro de la resistencia.
En los ocho meses que dur¨® la ocupaci¨®n de Jers¨®n y los casi tres que han pasado tras el repliegue de las fuerzas rusas, con una vida cada vez m¨¢s dura en la simb¨®lica ciudad, Viktor parece haberse echado diez a?os encima. Habla, habla, habla. Tembloroso, sin dejar de moverse por la casa, de buscar objetos para apuntalar su relato, un cuchillo, un documento arrugado. Cuenta durante un par de horas casi cada uno de sus d¨ªas durante la ocupaci¨®n. Como si decirlo todo en voz alta, compartirlo, contarlo, fuera una especie de terapia. Le torturaron durante dos semanas. ¡°No sab¨ªamos d¨®nde estaba, le cre¨ª muerto muchas veces, pens¨¦ que despu¨¦s me llevar¨ªan a m¨ª, a mi hijo¡¡±, se lamenta Vika en el patio de su casa, que antes de la guerra acog¨ªa un jard¨ªn con mesas y sillas para pasar el rato. Hoy, parece que ha pasado un tornado.
Las fuerzas de ocupaci¨®n terminaron por soltar a Viktor. No sabe si alg¨²n vecino le denunci¨® o si su arresto se debi¨® a la pol¨ªtica sistem¨¢tica de las fuerzas del Kremlin, que golpearon, electrocutaron, interrogaron y amenazaron de muerte a miles de ciudadanos en aquellos oscuros s¨®tanos. Y pese a los temblores, el insomnio, las heridas f¨ªsicas y psicol¨®gicas, no solo sigui¨® pasando informaci¨®n, sino que realiz¨® algunas otras ¡°peque?as acciones¡±. No solo ¨¦l. Ya con la contraofensiva ucrania en marcha y bajo la atenta mirada de Viktor, su hijo, Kostia, un t¨ªmido muchacho de 17 a?os con una sonrisa id¨¦ntica a la de su madre, se atrevi¨® a acercarse al edificio de la Administraci¨®n regional y a arrancar de cuajo la bandera rusa que los ocupantes hab¨ªan colgado. Su acci¨®n, la fotograf¨ªa a la ma?ana siguiente de la fachada, desnuda, del edificio, aliment¨® cientos de comentarios patri¨®ticos en las redes sociales.
Y hubo muchos peque?os ¨®rdagos as¨ª durante ocho meses. Detalles que antes de la ocupaci¨®n podr¨ªan haber sido cotidianos o sin importancia, que sirvieron para seguir saboteando el ¨¢nimo de las fuerzas de Mosc¨² y las autoridades t¨ªtere. Para ponerles nerviosos y que fueran conscientes de que, pese a los arrestos y las torturas, las redes de resistencia segu¨ªan vivas. Familias, personas de todo tipo arrancaron carteles en los que el Kremlin promet¨ªa que se quedar¨ªa en Jers¨®n para siempre, pintaron las paredes de varios edificios estrat¨¦gicos de la ciudad con los colores azul y amarillo de la bandera de Ucrania, sembraron Jers¨®n de lazos azules y amarillos pintados con spray. ¡°Creyeron que nos quedar¨ªamos escondidos en casa, encogidos de miedo¡±, zanja Viktor, ¡°pero salimos, actuamos, nos volvimos m¨¢s fuertes¡±.
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