C¨®mo la guerra cambi¨® la vida de los ucranios: ¡°El mundo que conoc¨ª ha dejado de existir¡±
Ocho ciudadanos recuerdan el 24 de febrero, cuando Putin invadi¨® su pa¨ªs, y muestran a trav¨¦s de sus fotograf¨ªas personales el antes y el despu¨¦s de un d¨ªa que marcar¨¢ sus biograf¨ªas para siempre
Un joven que sue?a con no o¨ªr hablar nunca m¨¢s de muertos cercanos. Una maestra que conf¨ªa en poder volver a casa alg¨²n d¨ªa. Una dramaturga que no se explica c¨®mo ha podido soportar tanto dolor. Un profesor que dice estar feliz de aportar su granito de arena para contribuir a la victoria de Ucrania. Una mujer que a¨²n recuerda el escalofr¨ªo que sinti¨® cuando Vlad¨ªmir Putin declar¨® la guerra. Ocho hombres y mujeres ucranios comparten con EL PA?S sus recuerdos del 24 de febrero de 2022, d¨ªa del inicio de la invasi¨®n rusa, y su ¨¢lbum de fotograf¨ªas del antes y despu¨¦s de esa fecha que recordar¨¢n siempre. Son im¨¢genes que muestran c¨®mo la guerra ha paralizado ¡ªen el mejor de los casos¡ª la vida de millones de ucranios.
Oleksandr Ananich (26 a?os) Kiev, trabaja en atenci¨®n al cliente y ense?a ingl¨¦s
Por Luis Doncel
?Qu¨¦ sent¨ª cuando empez¨® la guerra? Mucha rabia. Ve¨ªa que el mundo que hab¨ªa conocido, las cosas en las que cre¨ªa, hab¨ªan dejado de existir. Parec¨ªa el final del mundo. Ha pasado un a?o y, en cierto modo, todav¨ªa es dif¨ªcil creer que esto est¨¦ pasando.
Pocos d¨ªas antes, ve¨ªa imposible que estallara la guerra. Pero la sensaci¨®n de peligro crec¨ªa. As¨ª que unos amigos y yo decidimos el 22 de febrero marcharnos de Kiev a Lviv, donde cre¨ªamos que estar¨ªamos m¨¢s seguros. Mi amiga me dijo algo que siempre recordar¨¦: ¡°Alex, los rusos ya han venido. Han mandado sus tropas y no se van a ir de aqu¨ª¡±.
Esa noche, salimos por los bares de Lviv. Intentamos pasarlo bien, y lo hicimos. Me fui a la cama del hostal donde me alojaba y me despert¨¦ a las ocho. Lo que pas¨® a partir de entonces parec¨ªa demasiado loco para ser verdad: los ataques en Kiev, Bucha, Irpin¡ En Lviv tambi¨¦n hab¨ªa explosiones y sirenas. Pero nadie entr¨® en p¨¢nico. Todo el mundo estaba centrado en lo que ten¨ªa que hacer. Nadie gritaba, nadie corr¨ªa. Nadie dec¨ªa nada. Lo pod¨ªas ver en los ojos de la gente. Era todo muy raro. Est¨¢bamos cerca de la frontera y pensamos en huir del pa¨ªs, pero no sab¨ªamos qu¨¦ nos ¨ªbamos a encontrar en las carreteras.
?En qu¨¦ ha cambiado mi vida en este a?o? Intento no pensar demasiado en m¨ª. Me acuerdo de la gente de Bucha, de Irpin, de los muertos, de los que est¨¢n en el frente¡ todos han sufrido m¨¢s que yo.
Para m¨ª, los inconvenientes m¨¢s grandes probablemente son los cortes de electricidad y los toques de queda, que han hecho la vida muy dif¨ªcil para todos. Pero es insignificante en comparaci¨®n con lo que han vivido otras personas. Esto es una tragedia de una escala inimaginable.
Lo que m¨¢s extra?o de mi vida anterior al 24 de febrero es no ver morir a la gente, no tener miedo a ser bombardeado. En general, echo de menos el sentimiento de seguridad.
Olga Dzyhunska (45 a?os) Residente en Jers¨®n trasladada a Kiev por la guerra, maestra
Por Mar¨ªa R. Sahuquillo
Los invasores rusos aparecieron en Jers¨®n al principio de la guerra. Toda la familia nos refugiamos en los s¨®tanos casi dos meses. Solo sal¨ªamos para preparar algo de comer. Llev¨¢bamos una vida casi clandestina. M¨¢s tarde, retomamos el trabajo y las clases online. Los bombardeos eran constantes, hab¨ªa problemas de comunicaci¨®n con internet.
La vida en Jers¨®n se volvi¨® cada vez m¨¢s peligrosa. Para preservar la vida, la salud y nuestro estado mental decidimos dejar nuestro hogar. Ocurri¨® en pleno verano, el 16 de julio, el d¨ªa de mi cumplea?os. Tardamos cuatro d¨ªas en llegar a Zaporiyia, un trayecto que normalmente dura unas horas. De all¨ª, nos fuimos a Kiev. Y vuelta a empezar.
La vida me ha cambiado radicalmente. Y lo ha hecho dos veces: primero est¨¢ mi vida antes de la guerra, la vida en Jers¨®n bajo ocupaci¨®n rusa y la vida en Kiev. Estoy malhumorada bastante a menudo, con ganas de volver a casa. Mi hija peque?a tambi¨¦n estudia online; la mayor, que trabajaba en un hotel, ha perdido su puesto: el hotel ya ni siquiera existe, fue bombardeado. Mi yerno decidi¨® alistarse. Estamos muy preocupadas, esperando que vuelva, pero apoyamos que defienda nuestro pa¨ªs.
En noviembre supimos que Jers¨®n hab¨ªa sido liberada. Probablemente fue el mejor d¨ªa de nuestra estancia en Kiev. Hubo muchas l¨¢grimas, mucha alegr¨ªa. Lloramos, est¨¢bamos tristes, est¨¢bamos felices. Pero no todo sucedi¨® como esper¨¢bamos. Est¨¢bamos seguros de que en un mes podr¨ªamos regresar, pero no fue as¨ª. La ciudad empez¨® a ser bombardeada, se convirti¨® en primera l¨ªnea del frente.
Es tremendamente dif¨ªcil escuchar por tel¨¦fono que ha muerto alguien que conoces, que los ni?os se quejan de que perdieron su casa en la noche. Los ni?os aguantan, los padres aguantan, los maestros aguantamos. Todos estamos unidos. No tenemos m¨¢s remedio que aguantar. Nunca esperamos vivir un momento as¨ª, en el que nuestros hijos se convertir¨ªan en hijos de la guerra.
Es el primer aniversario de la guerra, y seguimos esperando y esperando. Espero que el sol primaveral nos traiga la victoria. Pronto volver¨¦ a ver al resto de mi familia, a los maestros, colegas, parientes, a la rutina, ir de vacaciones, a mi escuela, al pizarr¨®n con tiza. Solo quiero ser la maestra que sostiene la tiza en la mano, ver la cara de mis estudiantes. Llorar con ellos, pero de felicidad.
Alla Oleshko (37 a?os) Odesa, dramaturga
Por Cristian Segura
El 24 de febrero me despert¨¦ con el sonido de una explosi¨®n. Fuera todav¨ªa estaba oscuro, mi hija dorm¨ªa y confiaba en que solo hubiera sido un sue?o. Cuando lleg¨® una segunda explosi¨®n, di por hecho que algo serio estaba sucediendo. El d¨ªa pas¨® con un sinf¨ªn de noticias. Todo el mundo se llamaba y se escrib¨ªa mensajes. Mi familiar en Crimea [pen¨ªnsula anexionada por Rusia en 2014] me escribi¨® para decirme que ellos no nos estaban bombardeando, que todo eran mentiras y que deb¨ªa informarme a trav¨¦s de otras noticias. Mi cabeza y mis manos me dol¨ªan de la excitaci¨®n. Jam¨¢s se me hab¨ªa ocurrido que una guerra pudiera empezar tan f¨¢cilmente. Estudi¨¦ Filolog¨ªa ucrania y s¨¦ por la historia de la literatura que los rusos siempre nos consideraron su gente, pero que por alguna raz¨®n no les quer¨ªamos servir. ?Todo se repite, como cuentan nuestros escritores?
Ha pasado un a?o y yo misma no entiendo c¨®mo he podido sobrevivir hasta hoy. Los primeros meses fueron los m¨¢s dif¨ªciles. No quer¨ªa hacer nada y constantemente me fallaban las fuerzas. Mi hija ten¨ªa ataques de p¨¢nico y llor¨® durante una semana entera. La intent¨¢bamos calmar y fing¨ªamos que las cosas no estaban tan mal. Nos mudamos durante unos meses a un pueblo de unos familiares cerca de Odesa, all¨ª nos sent¨ªamos m¨¢s tranquilos. No o¨ªamos las sirenas y los misiles pasaban de largo. Era un alivio saber que all¨ª no hab¨ªa objetivos importantes.
Las clases de la escuela eran por internet, los amigos tambi¨¦n por internet, y mi vida entera era ahora a distancia por internet. Y al mismo tiempo no lo era¡ Ahora intento trabajar. Trabajar ayuda. Hay amigos que est¨¢n combatiendo, otros que fueron heridos y asesinados. Nunca hemos llorado tanto. Y me parece que nunca volveremos a llorar tanto.
Serhii Fokin (44 a?os) Kiev, profesor de traducci¨®n e interpretaci¨®n
Por ?scar Guti¨¦rrez
Este a?o hemos aprendido que la guerra no es una foto en blanco y negro, sino que est¨¢ te?ida de muchos colores. Que puedes perder la vida, la salud, la vivienda, tu trabajo o tu tiempo, lo m¨¢s valioso de todo. Pero tambi¨¦n te sientes m¨¢s unido, comprendido, realizado en peque?as y grandes cosas, muy necesario en cada momento o muy desesperado por no poder dar marcha atr¨¢s a muchos horrores, contento de escapar a la sombra de la muerte por en¨¦sima vez, feliz de poder contribuir a la victoria con tu granito de arena.
El 24 de febrero me despert¨¦ a las dos de la madrugada. Ten¨ªa covid, me sent¨ªa molesto, no pod¨ªa conciliar el sue?o. Sobre las 4.50 o¨ª la primera explosi¨®n: el sonido de la guerra, que me pareci¨® extra?amente familiar. Sent¨ª irritaci¨®n mezclada con desesperaci¨®n. No me lo cre¨ªa, empec¨¦ a hurgar en las p¨¢ginas de noticias, pero no comentaban nada. Pasado un cuarto de hora aparecieron las primeras menciones de explosiones en Mikolaiv, Dnipr¨® y Kiev sin explicar la raz¨®n.
Otra noticia informaba de que Putin hab¨ªa anunciado una operaci¨®n especial en Ucrania, otra comunicaba que Rusia hab¨ªa declarado la guerra a Ucrania, pero pensaba que era una patra?a. Y s¨ª, me lo cre¨ª todo cuando vi a mi vecino bajar al coche con su beb¨¦ y dos mochilas de emergencia.
En los d¨ªas siguientes aprendimos a distinguir entre disparos y ca¨ªdas de misiles al estrellarse contra un muro, silbidos de proyectiles; diferenci¨¦ un misil de una lanzadera Grad. Aprendimos la regla ¡°de las dos paredes¡± (si no est¨¢s en un refugio, el lugar m¨¢s seguro de la casa es entre dos paredes) y a dormir en los pasillos, a proteger los cristales de las ventanas con cinta adhesiva, como en los noticiarios de los a?os cuarenta del siglo XX, a compartir comida, f¨¢rmacos, colas, problemas, sue?os, pesadillas e insomnios, la vida y las muertes con los vecinos; a sintonizar la radio para no estar incomunicado, a calcular muy bien el tiempo que dura la bater¨ªa del m¨®vil y del port¨¢til, a predecir los intervalos entre los ataques por el ritmo que llevaban.
Te dabas cuenta de que ya no viv¨ªas en tu casa, sino que emerg¨ªas de pronto en una plaza abierta. Los bombardeos abr¨ªan tu espacio personal al mundo, lo m¨¢s ¨ªntimo de tu alma: tus sue?os, gustos, temores y vicios, tu fuerza y tu flaqueza. Te dabas cuenta de que lo mejor que pod¨ªas hacer era unirte a los que se mantendr¨ªan fieles a sus valores.
Anelia Pilkevich (31 a?os) Lviv, directora regional en una tecnol¨®gica de EE UU
Por Luis de Vega
Recuerdo el comienzo de la guerra como si fuera ayer. La noche del 23 al 24 de febrero me pill¨® en Kiev. Ante el deterioro de la situaci¨®n, hab¨ªa decidido pasar un par de semanas en Lviv, en el oeste de Ucrania, una ciudad en la que ya hab¨ªa vivido y en la que me sent¨ªa c¨®moda.
As¨ª que la noche del 23 ten¨ªa las maletas preparadas para salir a la ma?ana siguiente. Estaba muy nerviosa y no me pod¨ªa dormir. Desde las dos de la madrugada los canales de Telegram informaban de que se estaban intensificando los disparos. Me enganch¨¦ al tel¨¦fono hasta que a las cuatro de la madrugada apareci¨® Putin dando un discurso. Me acuerdo del escalofr¨ªo que sent¨ª cuando le escuch¨¦ ordenar a las Fuerzas Armadas ucranias rendirse. Est¨¢bamos en el peor de los escenarios posibles.
Despert¨¦ a mi marido y a los cinco minutos ya est¨¢bamos bajando las maletas al coche. Al abrir el maletero escuchamos explosiones. No sab¨ªamos qu¨¦ eran, si bombas o misiles. Me qued¨¦ paralizada sin poder pensar qu¨¦ hacer: si era mejor buscar un refugio o intentar salir de la ciudad. Decidimos salir. No ten¨ªa mucha idea de c¨®mo empiezan las guerras. Entonces pensaba que los rusos ten¨ªan aviones y misiles ilimitados y que los iban a usar para arrasar el pa¨ªs aquella noche.
Fuimos de los primeros en salir de la ciudad. ?bamos saltando los sem¨¢foros en rojo mientras nos adelantaban coches a toda velocidad. No sab¨ªa si la autov¨ªa a Lviv seguir¨ªa operativa, o si era seguro salir del coche para echar gasolina. Despert¨¦ a mi madre por tel¨¦fono para decirle que hab¨ªa empezado la guerra. Le ped¨ª a ella y mi padre que se vinieran con nosotros, pero no quisieron.
A diferencia de muchos ucranios, tengo un lugar donde volver. Pero sigo viviendo en Lviv, porque all¨ª me siento m¨¢s segura, pese a que los rusos bombardeen sus infraestructuras. Siento que estoy relativamente lejos de la l¨ªnea del frente para poder respirar, aunque a veces cuesta.
Como muchos ucranios, vivo en la incertidumbre, d¨ªa a d¨ªa, sin hacer muchos planes, pero con fe y esperanza de que llegue un ma?ana mejor.
Caterina J¨®lod (21 a?os) Kremenchuk, estudiante de Filolog¨ªa hisp¨¢nica
Por Luis Doncel
La noche del 23 de febrero la pas¨¦ en mi residencia de estudiantes, en Odesa, la ciudad donde estudio. Sobre las cuatro de la madrugada o¨ª el sonido de un helic¨®ptero, pero me volv¨ª a dormir. A las siete me despert¨¦ y vi un mensaje de Telegram de una compa?era que me alertaba de que la guerra acababa de empezar. Me qued¨¦ en shock. Llam¨¦ a mis padres y me dijeron que me comprara corriendo un billete para volver a casa, en la ciudad de Kremenchuk.
La gente corr¨ªa por toda Odesa para sacar dinero del banco. La estaci¨®n de tren estaba llena. Mis padres ten¨ªan mucho miedo de que me pasara algo por el camino, que los rusos atacaran mi tren. Llegu¨¦ a Kremenchuk el 25. Entonces o¨ª por primera vez una alarma. Yo no entend¨ªa nada, pero mi hermana peque?a me llam¨® y me dijo que estaba en un refugio. Pas¨¦ mucho miedo.
Estoy agotada, como todos los ucranios. Pero, aunque suene extra?o, ahora estoy m¨¢s tranquila tras tantas alarmas y tantos ataques. Ahora entiendo que planificar es imposible. Todos mis planes han desaparecido. Me he acostumbrado a estas situaciones: primero pas¨® con la pandemia de covid y ahora con la guerra.
Mi vida ahora es bastante aburrida. Paso todo el d¨ªa en casa. No hay emociones. Mi mejor amiga se ha ido a Polonia y aqu¨ª estoy sola, sin amigos. Hablamos casi cada d¨ªa, pero no es lo mismo. Es muy dif¨ªcil comunicarse solo por tel¨¦fono.
He perdido muchas ilusiones. Estoy triste a menudo. La guerra deja muchas marcas. En verano estuve en Espa?a en un viaje de estudios. All¨ª estaba muy tranquila y alegre. Entonces pens¨¦ en huir a Espa?a, pero he cambiado de opini¨®n. Por ahora no quiero abandonar Ucrania. No s¨¦ c¨®mo evolucionar¨¢ la situaci¨®n, pero por ahora quiero estar aqu¨ª.
Christian Borys Canadiense-ucranio, fundador de la iniciativa ben¨¦fica Saint Javelin
Por Luis de Vega
El 24 de febrero trabajaba entre 16 y 18 horas al d¨ªa en Saint Javelin, [iniciativa ben¨¦fica para recaudar fondos para Ucrania]. Eran las 22.00 en Canad¨¢ cuando me sent¨¦ para ver el discurso de Putin en el que anunciaba la invasi¨®n. Esos d¨ªas hablaba con viejos amigos en Ucrania y ve¨ªa las noticias al minuto, as¨ª que estaba seguro de que Rusia iba a empezar la guerra. La ¨²nica pregunta era cu¨¢ndo y d¨®nde.
El discurso de Putin fue uno de los momentos m¨¢s desgarradores de mi vida: pens¨¦ que muchos amigos iban a ser asesinados por el ej¨¦rcito ruso. Cuando le o¨ª decir las palabras ¡°desmilitarizar y desnazificar Ucrania¡± romp¨ª a llorar, por primera vez en muchos a?os. Luego me enfad¨¦ mucho. Y cog¨ª fuerzas para trabajar m¨¢s en Saint Javelin.
Inmediatamente cambiamos nuestras donaciones para apoyar a las v¨ªctimas de la violencia rusa en Ucrania. A principios de marzo, ya hab¨ªamos donado medio mill¨®n de d¨®lares, destinados a la compra de botiquines, cascos, chalecos antibalas y otros equipos m¨¦dicos.
A principios de marzo, me pidieron que ayudara a desarrollar una cadena log¨ªstica y de suministro desde Polonia a Ucrania. Vol¨¦ a Polonia a principios de marzo. Desde entonces, el Congreso Mundial de Ucrania ha entregado al pa¨ªs m¨¢s de 50 millones de d¨®lares. Durante ese tiempo me qued¨¦ con mi padre, que vive en Polonia. Acogi¨® en su casa a varios refugiados y conduc¨ªa cada d¨ªa a sus dos hijas a la estaci¨®n de tren en Przemysl, donde ayudaban como traductoras.
Este a?o mi vida se ha centrado en la guerra, lo que ha tenido un duro efecto en mi familia. Mi madre estaba preocupada por m¨ª y mi prometida estaba embarazada. Desde que comenz¨® la guerra, he pasado la mitad del embarazo lejos de ella: en Ucrania, en Polonia o con mi trabajo para Saint Javelin.
En este a?o, el mundo ha despertado de una manera que nunca imagin¨¦, brindando a Ucrania la ayuda que necesita para derrotar la invasi¨®n rusa. Estoy agradecido por todos los que hicieron algo, ya sean los voluntarios que luchan en Ucrania o trabajan como m¨¦dicos, dan comida a los refugiados o donan aunque sea un d¨®lar. Cualquier gesto es importante.
Stanislav Shostak (32 a?os) Lviv, soldado y dise?ador de videojuegos
Por Cristian Segura
La ma?ana del 24 de febrero me llam¨® mi madre llorando para anunciarme que la guerra hab¨ªa empezado. Entonces o¨ª las sirenas antia¨¦reas en la calle. Fui a recoger a mi madre, y un viaje que en condiciones normales requiere siete minutos en coche dur¨® una hora. Vivimos en Lviv y la mitad de la poblaci¨®n estaba saliendo de la ciudad en direcci¨®n a Polonia. Fue una gran sorpresa constatar que la gente se comportaba mejor que en un d¨ªa normal, sin incumplir las normas, cediendo el paso, como si todo el mundo entendiera que todos est¨¢bamos en la misma situaci¨®n. Aquello me dio esperanza sobre mi gente desde las primeras horas de la invasi¨®n.
Teniendo en cuenta que nuestro apartamento est¨¢ en una 13? planta en un edificio al lado de una base militar, est¨¢bamos convencidos de que recibir¨ªamos el impacto de un misil. Por eso, cada alarma antia¨¦rea nos la tomamos muy en serio al menos durante los seis primeros meses de la guerra.
Pasados los primeros d¨ªas, nos relajamos y nos pusimos a trabajar como voluntarios: mi madre tej¨ªa redes de camuflaje para el ej¨¦rcito, mi mujer empez¨® a recaudar dinero de sus amigos europeos, a colaborar en la log¨ªstica para refugiados y en la cadena de suministros desde Europa. Yo empec¨¦ a conducir por el pa¨ªs transportando ayuda militar y a refugiados. Tambi¨¦n hice de conductor para un equipo brit¨¢nico especializado en desminar.
Antes de la invasi¨®n yo era dise?ador de videojuegos y director de cine, tambi¨¦n de videoclips. Mi trabajo como voluntario finaliz¨® el pasado agosto, cuando fui movilizado por las Fuerzas Armadas. Llevo seis meses en el ej¨¦rcito. Tuve la suerte de ser entrenado en el Reino Unido. A diferencia de mis compa?eros de formaci¨®n, no fui destinado al frente, sino a una base en el centro del pa¨ªs. All¨ª me dedicaba al papeleo. Quiero pensar que aqu¨ª soy ¨²til, haciendo la vida de los soldados m¨¢s f¨¢cil, evit¨¢ndoles tener que ocuparse de tanta burocracia absurda.
Cr¨¦ditos
Sigue toda la informaci¨®n internacional en Facebook y Twitter, o en nuestra newsletter semanal.