Los suburbios le dan la espalda a Trump
Tras darle la victoria en 2016, los habitantes de las extensas zonas suburbanas albergan dudas ante un presidente que no parece capaz de conectar con unas preocupaciones que ya han cambiado
Si les preguntas, uno de cada dos estadounidenses te dir¨¢n que viven en un suburb. La etiqueta evoca una imagen n¨ªtida: zonas habitadas por viviendas unifamiliares en las afueras de las ciudades. De ese 52% autodeclarado suburbano, la mitad vot¨® por Trump en 2016; hoy, apenas ser¨ªa un 42%, y su rival dem¨®crata le arrasar¨ªa de cumplirse lo que predicen las ¨²ltimas encuestas.
Para entender este vuelco, hay que fijar primero el significado no solo geogr¨¢fico, sino tambi¨¦n cultural y pol¨ªtico de una categor¨ªa que est¨¢ en transformaci¨®n: de manera lenta pero inexorable, su homogeneidad se va deshaciendo. Y en ella cae hueca la llamada de Trump a salvar los suburbios.
? Sue?o americano uniforme
El estereotipo estadounidense de suburbio, el del blanco de las paredes, verde de los ¨¢rboles y gris de la carretera sin fin, sin nada m¨¢s que vivienda tras vivienda, ya no representa con tanta fidelidad la realidad suburbana como lo hac¨ªa dos o tres d¨¦cadas atr¨¢s. El mosaico geogr¨¢fico del pa¨ªs se ha vuelto m¨¢s variado a medida que emergen nuevas formas de habitar y convivir, que fragmentan la etiqueta de suburbio en una mir¨ªada de configuraciones periurbanas que van desde la zona cuasi-rural con mansiones hasta la reconquista parcial de ¨¢reas antes abandonadas, pasando por nuevos desarrollos que mezclan unifamiliares con peque?os edificios de apartamentos y un mayor o menor grado de vida fuera del veh¨ªculo privado (ir de un lado a otro en coche: otra insignia suburbana ayer que hoy est¨¢ en cuesti¨®n).
Aquella imagen, adem¨¢s, era producto en no poca medida de un fen¨®meno con un nombre elocuente: white flight. El paulatino abandono de los n¨²cleos urbanos por parte de la poblaci¨®n blanca en la segunda mitad del siglo XX reproduc¨ªa patrones de segregaci¨®n racial que le otorgaban impl¨ªcito color de piel al sue?o americano de casa con jard¨ªn rodeada de paz. A¨²n hoy, los suburbios son mayoritariamente blancos, cierto es, a diferencia de las zonas puramente urbanas, donde el ¨²ltimo estudio al respecto de Pew Research encontr¨® que ya no exist¨ªa ninguna raza que representase una mayor¨ªa absoluta de poblaci¨®n. Pero el suburbio de hoy es menos uniforme que las zonas puramente rurales. Uno de cada siete habitantes es latino; uno de cada nueve, afroamericano. En total, alrededor de un tercio de la poblaci¨®n suburbana no es blanca.
Esta cifra ha cambiado al mismo ritmo que la migraci¨®n extranjera alcanzaba las zonas suburbanas. Hoy, un 11% de sus habitantes no naci¨® en los Estados Unidos.
Cuando Donald Trump trata de cautivar el voto suburbano, lo hace evocando la imagen original, estereot¨ªpica, uniforme, blanca. Con pocos ambages, lo que le dice a sus habitantes es: si quer¨¦is detener esta mezcla, si quer¨¦is volver al pasado, si quer¨¦is que vuestros barrios est¨¦n n¨ªtidamente separados de estas derivaciones, soy vuestro hombre.
? Lo que quieren los suburbios
Con su discurso empapado de nostalgia reaccionaria, el candidato republicano cree leer con precisi¨®n en las almas de los habitantes suburbanos. Pero las encuestas indican lo contrario, al menos por ahora. Probablemente, porque le habla a los suburbios del pasado, pero los que votan son los del presente.
Trump ve, por ejemplo, a las mujeres casadas y con hijos de estas zonas como su principal p¨²blico. Les promete protecci¨®n para sus hogares, para sus barrios, y les pide en consecuencia: ¡°por favor, ?les puedo gustar?¡±. La respuesta es por ahora negativa: la ¨²ltima encuesta del Grinnell College le da un 31% de su voto, frente a un aplastante 64% para Biden. El presidente, encajado en una imagen arcaica (de hecho, sexista) de la mujer blanca encerrada en y desvivida por su familia, parece incapaz de conectar con sus preocupaciones. Hace un mes, en una encuesta del Sienna College, se interrog¨® a un grupo de mujeres suburbanas en Estados del tranquilo Medio Oeste por los miedos predilectos de Trump: el crimen y los disturbios. Las protestas por la justicia racial, los saqueos y la violencia quedan empaquetados junto a la victoria dem¨®crata en un discurso cuya piedra angular es una advertencia: van a por tu barrio, tu ciudad, tu estilo de vida. Van a destrozar no solo la naci¨®n suburbana, sino tu parcela en ella, y Trump la proteger¨¢ (la cita en la que pide afecto, enunciada en mitad de un evento de campa?a en el crucial Estado de Pensilvania, acaba con un directo ¡°yo salv¨¦ tu maldito vecindario¡±). Pero aunque la preocupaci¨®n por crimen y disturbios en el pa¨ªs es alta, apenas se traslada a la percepci¨®n de ambos en la zona de cada mujer entrevistada: lo ven como problemas graves, s¨ª, pero nacionales, ajenos.
La cadena argumental de Trump suele completarse con una menci¨®n apocal¨ªptica a una serie de pol¨ªticas de vivienda populares entre los dem¨®cratas (sobre todo los m¨¢s progresistas). Facilitar la construcci¨®n de viviendas en apartamentos, concesi¨®n de subvenciones o cheques para reducir el grado de segregaci¨®n racial, forman parte de las acciones por las que abogan destacados legisladores dem¨®cratas. El t¨¢ndem Biden-Harris tambi¨¦n las contempla. Trump las convierte en el ariete azul contra los suburbios. Y aunque las mujeres en Minnesota y Wisconsin muestran cierta preocupaci¨®n por ellas, no parece ni decisiva, ni mayoritaria.
Es dif¨ªcil adem¨¢s que asuntos de cariz tan local se traduzcan bien al plano nacional. No es solo que la eventual implementaci¨®n de estas medidas variar¨ªa enormemente en cada zona, sino que el mosaico geogr¨¢fico cada vez m¨¢s heterog¨¦neo del que habl¨¢bamos antes produce encajes muy distintos con cada una de estas medidas. Poco tendr¨¢ que ver su recepci¨®n en una zona periurbana mixta, de nueva planta y diversa, en ciudades como Portland, Denver o San Diego, con la que pueda tener lugar en una comunidad tradicionalmente segregada en Alabama o Georgia.
Pero en las cuestiones de orden nacional, las posiciones suburbanas tampoco parecen encontrarse donde Trump supone. No al menos en los aspectos culturales, raciales o identitarios, a los que suele apelar cuando le habla a los suburbios: en todos ellos, sus habitantes parecen m¨¢s cercanos al n¨²cleo urbano que a los feudos republicanos rurales.
Hay una excepci¨®n muy notable: la intervenci¨®n del gobierno en asuntos particularmente materiales. Ah¨ª, el esp¨ªritu suburbano es mucho m¨¢s individualista, liberal de hecho. Pero la buena marcha de la econom¨ªa, que siempre fue la baza fuerte de Trump antes de estas elecciones, ha quedado anulada por la pandemia. Y en este particular, en todo lo relacionado con el virus, se reproduce el mismo patr¨®n: el suburbio es al fin y al cabo m¨¢s urbano que rural.
Ni en lo inmediato, ni en lo estructural; ni en lo nacional, ni en lo local Trump parece conectar como s¨ª lo hizo en 2016 con esa mitad de la poblaci¨®n estadounidense que est¨¢ mucho menos estancada en el pasado de lo que pretende el candidato. De hecho, es el propio cambio el que anula la apelaci¨®n a la vuelta atr¨¢s. Mientras, se relegan los asuntos que parecen verdaderamente centrales en muchas mentes suburbanas: econom¨ªa, pandemia, el papel de gobierno; y seg¨²n una encuesta de Pew Research en 2018, tambi¨¦n los problemas de adicci¨®n a las drogas, vivienda, infraestructura, transporte p¨²blico y tr¨¢fico. Todo ello queda por ahora en los m¨¢rgenes de lo que parece dispuesto a ofrecerles el actual presidente, empe?ado en rescatar a unos suburbios que no parecen particularmente deseosos de que nadie los salve de s¨ª mismos
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