Hemos ¡®colonizado¡¯ la infancia y necesitamos recuperar el territorio erosionado por el adultocentrismo
No consideramos a beb¨¦s, ni?os, ni?as y adolescentes sujetos protagonistas de sus propias vidas, negamos sus expresiones, ninguneamos sus quejas y les hacemos crecer sobre las expectativas de quienes les cuidan o tutelan. Su juego, su enfado, su curiosidad y sus llantos son expresiones de resistencia
Una colonizaci¨®n pasa por ir suplantando los elementos propios de un grupo por los significados y significantes del amo, por ir instaurando un nuevo marco desde el que entender y actuar sobre una realidad que, en la medida que se coloniza, se explica de acuerdo al pensamiento y a la cosmovisi¨®n hegem¨®nica. El modelo actual basado en el individualismo, que margina los cuidados y desestima la interdependencia entre las personas, no da cabida a poder comprender a los ni?os y a las ni?as desde su propia idiosincrasia, ni a respetar sus procesos de crecimiento, autonom¨ªa y emancipaci¨®n.
El adultocentrismo (o mejor, adultocracia, porque hay un poder que ejercen personas e instituciones con autoritarismo y violencia) hace de agente colonizador que imposibilita integrar la realidad de la ni?ez en una sociedad que, obviamente, tambi¨¦n les pertenece. Como adultos tenemos un ego y un orgullo que nos parece digno de exportar. Nos sentimos legitimados para imponer nuestro sistema de representaciones all¨¢ donde estemos. Una din¨¢mica de autoafirmaci¨®n que nos niega la posibilidad de dialogar con lo que acontece.
En el caso de las infancias, la colonizaci¨®n deja poca alternativa: negamos sus propias expresiones, no consideramos a beb¨¦s, ni?os, ni?as y adolescentes sujetos protagonistas de sus propias vidas, ninguneamos sus quejas y les hacemos crecer sobre la base de las expectativas de quienes les cuidan o tutelan. Dise?amos con poder y mentalidad adulta los contextos en los que se van a socializar, de la familia heteronormativa al sistema educativo, pasando por la arquitectura de las ciudades y el dise?o de los parques o de los paritorios. Forzamos que tengan que lidiar con unas artificialidades adultas a las que damos consideraci¨®n de verdades universales: que si el empleo, la separaci¨®n de lo productivo y lo reproductivo, el antagonismo de aprendizaje y juego o la confusi¨®n del tiempo libre con el tiempo liberado para lo extraescolar. Todo un marco de representaciones que configuran la realidad al margen de lo que se siente y de lo que pasa. Un espect¨¢culo disociado de la vida que se pone al servicio del consumo, donde el papel de las infancias es absolutamente secundario respecto a la trama, pero consustancial para asentar el orden y la organizaci¨®n social vigente.
Tenemos a las criaturas instrumentalizadas como objetos que podemos utilizar en los debates de la escolarizaci¨®n, de la conciliaci¨®n o de los percentiles de crecimiento, pero sin verlas, sin respetar sus necesidades (ni sus derechos), viviendo nuestra vida adulta en una fantas¨ªa de autosuficiencia separados de ellos y ellas. Hemos fabricado un muro con nuestra propaganda, con las representaciones y los trofeos de la hegemon¨ªa adulta, que nos impide entrar en relaci¨®n, habitar situaciones comunes y entrenar una socializaci¨®n alternativa.
Ni siquiera en los casos de m¨¢s da?o, con vulneraci¨®n de cuerpos, de vidas y de futuros, somos capaces de actuar dejando de lado las l¨®gicas propias de quien manda: protegemos encerrando, seguimos desahuciando familias y no queremos organizar la econom¨ªa para aportar recursos directos a la crianza y al amparo. Promovemos un trabajo social que pretende educar la miseria con cursos y contraprestaciones, dando muy poco a cambio ¡ªasimilar la pobreza a la infancia siempre ha sido una buena idea para justificar la dependencia y el paternalismo en la intervenci¨®n social¡ª. Hay una pedagog¨ªa colonizadora, una ¡°pedagog¨ªa de la crueldad¡±, como dice Amador Fern¨¢ndez-Savater, que se impone. Se dise?a el modelo y es la vida la que se ha de adaptar luego al marco prefabricado.
En contextos totalitarios, la ¨²nica manera de sobrevivir a una invasi¨®n es la asimilaci¨®n, asumir la representaci¨®n como algo propio para poder hacer posible un proyecto vital m¨¢s all¨¢ del exterminio. Y la adultocracia se expresa en muchas situaciones de forma totalitaria: a las criaturas no les quedan muchas m¨¢s opciones que hacer lo que se espera de ellas, tienen que hacer los deberes.
As¨ª, la colonizaci¨®n de las infancias va poco a poco haciendo invivible el territorio de la ni?ez. La externalizaci¨®n de los cuidados se plasma como la ¨²nica alternativa posible (la quieren vender tambi¨¦n como deseable) y los ni?os y las ni?as se conceptualizan como cargas familiares de las que hay librarse y colocar para no perder estatus.
La conquista de lo adulto va dejando tras de s¨ª un desierto, un ecosistema devastado y contaminado con mil normas que lo hacen irrespirable. Pero no hay alternativa que no pase por poblar el territorio que nos empe?amos en desertificar. Obligar a las personas desde que son beb¨¦s a acomodarse al dise?o adultoc¨¦ntrico las condena a un crecimiento ansioso, a una precariedad afectiva. Les da?a. Nos da?a. No vale.
Por corresponsabilidad social hay que reivindicar y organizar la resistencia. Todas las colonizaciones han tenido oposici¨®n. Frente a los mapas que describen las conquistas ¡ªde colores homog¨¦neos conforme se iban venciendo batallas y anexionando regiones¡ª sabemos que en el territorio se pintaban otros muchos tonos y matices. Los colores del da?o y del sufrimiento, pero tambi¨¦n los del apoyo mutuo y los de las alternativas comunitarias de vida. Colores nunca incluidos en los libros de texto de los vencedores, pero que a¨²n hoy podemos seguirles el rastro.
Cada vez tenemos mapas m¨¢s complejos y perfectos, hasta podemos cultivar la fantas¨ªa (la distop¨ªa) de que las representaciones pueden sustituir a la realidad. El mapa adultoc¨¦ntrico es tambi¨¦n cada vez m¨¢s completo y detallado. Parece que ya lo sabemos todo de la infancia, pero conforme m¨¢s la recorremos siguiendo las cartograf¨ªas m¨¢s nos alejamos de ella. No se puede existir en un mapa. Hemos de salirnos para romper con la impostura y que ni?os y ni?as puedan vernos y contar con nosotros sin mutilarse. Las criaturas pulsan por permanecer en el territorio ocupado, all¨ª nos/las podemos encontrar. No se rinden, les va la vida en ello. Su juego, su enfado, su curiosidad y sus llantos son expresiones de resistencia con una potencialidad pol¨ªtica que debi¨¦ramos abrazar mucho antes que ningunear o reprimir.
Necesitan aliados y aliadas, no mercenarios que les cuiden a sueldo. Necesitan presencia: personas que pongan su tiempo y su cuerpo en disponibilidad para entrar en relaci¨®n.
La respuesta a la colonizaci¨®n es habitar la infancia y jugarnos otra vida juntas, con ternura, con gozo, con sorpresa y con responsabilidad, hacer hogar con los ni?os y ni?as que fuimos para, sin olvidar ni traicionar, seguir creciendo colectivamente. Habitar es compatibilizar el hacer, el ser y el existir, es una concreci¨®n de la libertad y del cuidado que necesitamos m¨¢s que nunca como sociedad.
Y as¨ª habr¨¢ esperanza. Sabremos que bajo el mapa colonizador que dibujan la pedagog¨ªa, la pediatr¨ªa, las leyes educativas, los dibujos animados o las leches de f¨®rmula sigue latiendo un territorio que, aun devastado y mutilado, se regenera r¨¢pido y con fuerza porque no hay nada m¨¢s nutritivo que la relaci¨®n humana y sus v¨ªnculos de confianza.
La relaci¨®n honesta y emp¨¢tica con beb¨¦s, ni?os, ni?as y adolescentes es capaz de frenar la erosi¨®n m¨¢s violenta y hacer f¨¦rtil el futuro y, a¨²n m¨¢s, un presente com¨²n que merece ser defendido y disfrutado.
Paco Herrero Azor¨ªn es pap¨¢ y educador social. Experto en pedagog¨ªa del cuidado es autor de Paco Herrero Azor¨ªn blog.
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