Katia Hueso: ¡°La sobreprotecci¨®n de los padres arrincona el juego al aire libre y lo convierte en un bien escaso¡±
Esta bi¨®loga madrile?a y autora de 'Jugar al aire libre' reivindica esta actividad como una ¡°poderosa¡± herramienta para el bienestar f¨ªsico y mental de los ni?os
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Katia Hueso, fundadora de la primera escuela infantil al aire libre de Espa?a, aprendi¨® desde su infancia que ¡°jugar era una cosa muy seria¡±. El juego aire libre del que tanto disfrutamos los ni?os de generaciones anteriores est¨¢ hoy en peligro de extinci¨®n. La sobreprotecci¨®n, los miedos, la falta de tiempo, la presencia creciente de la tecnolog¨ªa, la alta exigencia acad¨¦mica y los cambios acontecidos en nuestra sociedad lo han arrinconado hasta convertirlo, para desgracia de los ni?os, en un bien escaso y preciado. ¡°Crecer es un oficio muy duro y los ni?os consiguen superarlo mediante el juego. Si les privamos de jugar, ?qu¨¦ sociedad estamos construyendo?¡±, se pregunta la bi¨®loga madrile?a, que presenta estos d¨ªas su segundo libro, Jugar al aire libre (Plataforma Editorial), una reivindicaci¨®n del juego libre como una ¡°poderosa¡± herramienta para el desarrollo de la personalidad y para el bienestar f¨ªsico y mental de los ni?os.
Pregunta. Leyendo la introducci¨®n de Jugar al aire libre me he acordado de un poema de Karmelo C. Iribarren. Se titula Que la vida iba en serio¡ Y arranca: ¡°Fue lo ¨²nico que me ense?¨® mi padre¡±. T¨², en tu infancia, dices que aprendiste que ¡°jugar era una cosa muy seria¡±.
Respuesta. De alguna manera intu¨ª que el juego era una herramienta muy poderosa para el desarrollo de mi personalidad. No me dedicaba a analizar lo que hac¨ªa, claro, est¨¢, pero s¨ª era consciente de que el momento de juego era algo sagrado, ¨ªntimo, trascendente. El tiempo y el espacio dejaban de existir y me encapsulaba en aquello que estuviera haciendo, ya fuera sola o acompa?ada. Ten¨ªa la sensaci¨®n de pasar mucho tiempo jugando, de tener oc¨¦anos de tiempo a mi disposici¨®n. Hab¨ªa momentos de actividad fren¨¦tica, de inspiraci¨®n¡ y tambi¨¦n los hab¨ªa de transici¨®n, de vac¨ªo. Y sin embargo no me aburr¨ªa. Aunque era una ni?a m¨¢s bien callada y tranquila, creo que fui esencialmente feliz. Y tal vez ah¨ª radicaba mi percepci¨®n de esa trascendencia.
P. Con ese aprendizaje temprano intuyo que era en parte normal que cuando te hicieses mayor, vieras el juego como objeto de estudio. ?Qu¨¦ has aprendido estudi¨¢ndolo?
R. La verdad es que no repar¨¦ en el juego como objeto de estudio hasta que fui madre y me dediqu¨¦ a observar a mis hijas y a otros ni?os jugando. Me lo sigo tomando casi como una actividad de investigaci¨®n antropol¨®gica. Intento averiguar qu¨¦ hay detr¨¢s de cada gesto, de cada palabra, de cada movimiento. Veo, por ejemplo, c¨®mo lo usan para procesar eventos que, de una u otra manera, les han causado impresi¨®n, como una visita al m¨¦dico. Observo c¨®mo son capaces de repetir una acci¨®n una y otra vez, adquiriendo por el camino una nueva destreza. Interpreto las relaciones sociales, incluso de poder, que se disfrazan en el juego. En fin, percibo el juego como un velo de magia detr¨¢s del cual se esconde el secreto y fascinante mundo de la infancia, que solo nos dejan vislumbrar en contadas ocasiones, como lo har¨ªa un prestidigitador con sus trucos.
P. Fruto de ese estudio y de esa observaci¨®n que dedicas al juego dices que aparece tu preocupaci¨®n ¡°por el devenir de tan importante actividad¡±. ?Est¨¢ el juego libre en peligro de extinci¨®n?
R. Es un asunto que me preocupa, en efecto. Muchos ni?os tienen una agenda tan apretada que apenas les queda tiempo para jugar, salvo algunos huecos entre una actividad y otra. Adem¨¢s, supervisamos el juego de los ni?os de tal manera que pierden la capacidad de decidir por s¨ª mismos qu¨¦ hacer, cuando por fin pueden disponer de tiempo para ello. Nos pasamos el d¨ªa proponiendo cosas que hacer, planes de fin de semana, campamentos de verano, extraescolares...
P. Y cuando no hay nada que hacer aparece la tecnolog¨ªa.
R. Ofrecerles medios electr¨®nicos tampoco ayuda, pues cercenamos con ellos su autonom¨ªa y creatividad. El otro d¨ªa alguien me comentaba que d¨®nde quedaron esos ni?os que tanto molestan al correr entre las mesas de un restaurante. Ahora tienen todos la nariz pegada a un m¨®vil. Al final, nos encontramos con un segmento amplio de la poblaci¨®n infantil que ya no sabe jugar en libertad.
P. Hablas incluso en el libro del ¡°s¨ªndrome de d¨¦ficit de juego¡±. ?En qu¨¦ se manifiesta? ?Caminamos hacia su generalizaci¨®n?
R. La falta de libertad en el juego trae como consecuencia una falta de autonom¨ªa y de autoconocimiento en el ni?o, no le damos herramientas para ser capaz de solucionar sus conflictos, sus problemas. Podr¨¢ adquirir destrezas, conocimientos y habilidades, pero ?son las que ¨¦l o ella desea alcanzar, o somos los padres los que proyectamos nuestras expectativas en ellos? Si a esto a?adimos la falta de juego como tal¨Cpor la falta de tiempo a la que me refer¨ªa¨C, el asunto se agrava, porque no hemos permitido al ni?o procesar esos eventos impactantes, adquirir competencias f¨ªsicas y sociales a su ritmo, o simplemente disfrutar de la vida. Crecer es un oficio muy duro y los ni?os consiguen superarlo mediante el juego. Si les privamos de ¨¦l, ?qu¨¦ sociedad estamos construyendo?
P. En ese sentido me he quedado muy impactado con dos conceptos: ¡°profesionalizaci¨®n del juego¡± y ¡°adultizaci¨®n¡± de la infancia. Suenan tan mal que lo explican todo.
R. Los ni?os de hoy realizan muchas m¨¢s actividades programadas que antes. Nos dicen que ¡°aprenden jugando¡±, pero en realidad lo que estamos haciendo es profesionalizar su juego, convertirlo en algo tan dirigido y r¨ªgido que deja de ser juego como tal para ser, como mucho, una actividad l¨²dica. Si nos venden que nuestro hijo va a aprender arte jugando, no le podemos obligar a pintar una flor azul (?y sin salirse de los m¨¢rgenes!). Eso es una clase en toda regla, no un juego. Paralelamente, la exposici¨®n a los medios y a la publicidad hace que tengan acceso a contenidos poco adecuados para su edad. En fin, que estamos acelerando a los ni?os para que se conviertan en peque?os adultos cuanto antes.
P. ?Y qu¨¦ culpa tenemos en ello los padres? ?Estamos sobreprotegiendo demasiado a nuestros hijos por miedo al hombre del saco, a que se hagan da?o, a que se ensucien¡?
R. Sin duda pecamos de sobreprotecci¨®n. Los padres tenemos, evidentemente, mucha culpa. La sobrexposici¨®n a malas noticias hace que nuestra percepci¨®n del peligro sea mayor de lo que realmente es con los datos en la mano. No hay m¨¢s que recordar hasta qu¨¦ nivel fuimos expuestos al caso de Julen, algo impensable hace algunos a?os. La presi¨®n de nuestros pares (el resto de los padres), hace tambi¨¦n mucho da?o. Si nadie deja salir a sus hijos a jugar solos a la calle, ?c¨®mo lo vamos a hacer nosotros? Nos justificamos con las noticias en la mano, o compramos alg¨²n gadget de vigilancia remota para saber qu¨¦ hacen y d¨®nde est¨¢n los ni?os. Estamos entrando en una espiral del temor que no beneficia a nadie, ni a los ni?os ni a sus familias. Pero a ver qui¨¦n es el guapo que rompe esa tendencia sin ser tachado de temerario.
P. Mi infancia me suena mucho a la que cuentas en la introducci¨®n. Mucha calle, mucha libertad, mucho juego natural. Hoy la veo imposible incluso en el pueblo donde yo crec¨ª. Hay coches por todas partes, han desaparecido los descampados y han sido sustituidos por parques vallados, no hay sensaci¨®n de comunidad, de barrio, en la que todos protegen a todos¡ No toda la culpa la tienen los padres, ?no?
R. En efecto, la sociedad ha cambiado mucho. Ya no quedan solares o descampados abandonados. Los pocos que hay est¨¢n vallados o colonizados por personas que no ser¨ªan, tal vez, compa?eros muy recomendables para nuestros hijos. El tr¨¢fico rodado es m¨¢s abundante, ubicuo y agresivo, por lo que se limita mucho la movilidad aut¨®noma de los ni?os. Y si a eso le a?adimos un estilo de vida suburbano, en el que los lugares de encuentro como plazas o parques est¨¢n alejados de las viviendas y necesitamos un veh¨ªculo para acudir a ellos, pues los chavales lo tienen complicado. No es de extra?ar que los centros comerciales se hayan convertido en los nuevos lugares de juego, pero de una forma mucho m¨¢s perversa.
P. Contra todo este panorama t¨² propones la recuperaci¨®n del juego libre y al aire libre. ?Qu¨¦ beneficios tiene para los ni?os?
R. El juego libre al aire libre es una forma de recuperar la esencia de la infancia. Salir al campo, a la plaza, al monte y confiar en el ni?o, son elementos imprescindibles para dejarles crecer como personas. No digo que haya que soltarles con una patada en el trasero y la consabida frase ¡°?y no te quiero ver hasta la hora de cenar!¡±. Eso forma parte de otros tiempos. Se trata de buscar tiempos y espacios para salir, relajarse, dejar que jueguen con un m¨ªnimo de supervisi¨®n, la justa y necesaria para su edad, pero sin agobios. Estar al aire libre les ayudar¨¢ en su bienestar y en su salud f¨ªsica y mental.
P. Hace unos meses entrevistaba a Richard Louv y me insist¨ªa en que los padres ¡°debemos convertir el tiempo al aire libre con nuestros hijos en una prioridad¡±. ?Por qu¨¦ nos cuesta tanto salir de casa, sacarlos a jugar al aire libre, a la naturaleza?
R. Supongo que estamos m¨¢s a gusto en casa, con todas las comodidades a mano. Tenemos tambi¨¦n horarios m¨¢s apretados, como dec¨ªa antes, y eso tiene como efecto secundario que estamos m¨¢s cansados. En el poco tiempo de ocio que nos queda, nos falta la energ¨ªa que se necesita para salir a patear por el monte o a aguantar un d¨ªa de lluvia al aire libre. Creo que debemos ser valientes y liberar espacios y tiempos de tanta obligaci¨®n autoimpuesta. Tiempo tendr¨¢n los chavales de aprender chino o ajedrez cuando lo deseen. Ahorremos dinero y salgamos ah¨ª afuera. No requiere de equipamiento alguno, solo de unas ganas de jugar que los ni?os ya llevan de serie.
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