Los beb¨¦s como agentes del caos
Mi hija despliega el desorden por casa como un campo de minas y todav¨ªa no diferencia, muy sabiamente, entre suciedad y limpieza
Candela, que ya tiene m¨¢s de un a?o, repta como Rambo y parece ir adquiriendo conocimientos especializados de estrategia militar: movida por no s¨¦ qu¨¦ ansias de emboscada y sabotaje, tiene la casa sembrada de cosas como un campo de minas que cuida y recompone muy minuciosamente. Luego se r¨ªe y espera a que pasemos. Tiene pocos juguetes, pero en manos de un ni?o todo es un juguete, eso es lo bonito, de modo que trastea con el mando a distancia, las pinzas de la ropa, las ¨²ltimas novedades editoriales. Para ella un libro es un mecano. Si no he pisado un mu?eco puntiagudo durante el d¨ªa es porque voy muy atento. Si no lo he pisado durante la noche es porque me acompa?a la diosa Fortuna.
Cuando no era padre y visitaba a mis amigos con hijos me horrorizaban aquellas casas llenas de cosas tiradas por todas partes y me preguntaba por qu¨¦ demonios no las recog¨ªan. Mucho antes, de joven, como buen estudiante de Ciencias F¨ªsicas, yo hab¨ªa sido partidario de ceder ante el inevitable aumento de la entrop¨ªa: las cosas en el Cosmos siempre van a estar m¨¢s desordenadas. De modo que no le ve¨ªa sentido a hacer cada ma?ana una cama que cada noche iba a deshacer. Pero con la edad uno se va haciendo antientr¨®pico y empieza a valorar una cosa que valoran muchos humanos: el orden.
Entonces uno se hace padre y tiene un beb¨¦, y un beb¨¦ es, por definici¨®n, un agente del caos. Nos dicen que lo maravilloso de la vida es que crea orden del desorden, como un chorro de entrop¨ªa negativa. Y es cierto: las c¨¦lulas de Candela, todas sus estructuras corporales, son sumamente ordenadas, porque los seres humanos somos como castillos de naipes que alg¨²n d¨ªa se derrumbar¨¢n. Pero mientras tanto, para mantener ese orden, generamos desorden alrededor, y as¨ª evitamos contradecir los principios de la termodin¨¢mica. Respirando, digiriendo, realizando el metabolismo, viviendo, generamos entrop¨ªa.
Los beb¨¦s, adem¨¢s, la generan alrededor muy notablemente. Solo hay que ver a Candela en la trona, distribuyendo la comida, que come con las manos, por todas las superficies del sal¨®n y por buena parte de su cuerpo. El yogur en el pelo, una semilla de granada en la frente, como el tercer ojo. Es fascinante: los beb¨¦s no diferencian entre lo sucio y lo limpio. Para un adulto, un pedazo de salsa bolo?esa sobre un espagueti es comida, pero el mismo pedazo de salsa bolo?esa sobre la mejilla o sobre el parqu¨¦ es suciedad. Es una alucinante metamorfosis, a la par que absurda, como la transmutaci¨®n de algunas mercanc¨ªas en basura, una cazadora, una silla vieja, un libro. Los ni?os, que van a las esencias, no diferencian entre orden y desorden o entre sucio y limpio, porque sus intereses no son de este mundo, sino de una dimensi¨®n superior que todav¨ªa no han abandonado del todo. Pero pronto les lavaremos el cerebro, nunca mejor dicho.
Y Candela sigue y sigue. Es imposible que renuncie a tocarlo todo, a investigarlo, a observarlo y sopesarlo y, una vez observado y sopesado, a arrojarlo en cualquier direcci¨®n, mientras recorre nuestro hogar tan azarosamente e igual de tenaz que nuestra aspiradora Roomba, su gran rival y enemiga. Hay d¨ªas que, demonios, preferimos rendirnos a la inevitable disgregaci¨®n del cosmos que nos lleva hacia la nada. Al fin y al cabo, no hay otra cosa que merezca m¨¢s la pena en la vida que mirar c¨®mo Candela, inspirada en Shiva, lo va destruyendo todo.
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