La ciudad de los eternos inquilinos: de la carest¨ªa de vivienda en la capital al sobreprecio de los alquileres
La historia de Madrid es el paso de la vida en pensiones al sue?o de la casa en propiedad y al actual encarecimiento del alquiler
La etimolog¨ªa de la palabra posada pudo haberse fraguado entre las cuatro paredes del Petit Palace Hotel de la calle de Postas, en el coraz¨®n de Madrid. Eso le dijo un historiador que pas¨® all¨ª la noche al recepcionista Jon Lalana (Gran Canaria, 41 a?os). El edificio, levantado en 1610 a una manzana de la plaza Mayor, albergaba antiguamente la Posada del Peine, la pensi¨®n m¨¢s antigua de Espa?a. Su fundador se llamaba Juan Posada ¨Dde all¨ª el origen ap¨®crifo de la palabra¨D y su negocio durar¨ªa siglos. El soci¨®logo especializado en vivienda Andr¨¦s Walliser Mart¨ªnez sostiene que la historia moderna de la capital es una par¨¢bola que comienza con la carest¨ªa de vivienda y el auge de las pensiones, a finales del XIX, sigue con el desarrollismo de las d¨¦cadas de los setenta y ochenta, hasta llegar al punto actual de encarecimiento que castiga a los ciudadanos. Madrid ha sido, casi siempre, una ciudad de inquilinos.
¡°Hasta los sesenta¡±, asegura Walliser, ¡°solo se constru¨ªan casas burguesas que la gente obrera no pod¨ªa permitirse¡±. Fue en esa ¨¦poca cuando Jos¨¦ P¨¦rez Serrano (Burgos, 78 a?os) se mud¨® a Madrid. Ten¨ªa apenas 15 a?os y un puesto de botones en el desaparecido Banco de Exteriores. ¡°La suerte es que ofrec¨ªan una residencia en el Hogar del Empleado¡±, recuerda empu?ando su bast¨®n en una terraza de la plaza Espa?a de la capital burgalesa. Hay tres cosas que nunca olvidar¨¢: el ascensorista de un edificio de la Gran V¨ªa con quien compart¨ªa habitaci¨®n, los madrugones obligatorios para ir a misa antes del desayuno y el ¡°Cine Club A¨²n, que estaba justito debajo¡±. Como muchos adolescentes crecidos en esos a?os, P¨¦rez Serrano es un cin¨¦filo empedernido. Razona desde las pel¨ªculas, sabe la historia detr¨¢s de cada rodaje y el fondo de pantalla de su m¨®vil es un retrato en blanco y negro de Grace Kelly.
El Hogar del Empleado, en la madrile?a calle de Cadarso, 18, fue demolido en 2015 para construir un edificio multiuso con pisos de lujo y viviendas tur¨ªsticas. Pero P¨¦rez Serrano se hab¨ªa ido mucho antes. ¡°De botones pas¨¦ a lo que llamaban aspirante de auxiliar¡±, cuenta levantando las cejas. Era 1964 y su estatus profesional superaba los requisitos de la residencia. Entonces, se fue a una pensi¨®n.
Walliser aclara que el ¨¦xito del modelo residencial de aquellos a?os se deb¨ªa tambi¨¦n a ciertos rasgos culturales. Las mujeres que iban a estudiar o a trabajar a la ciudad eran enviadas, generalmente, a pensiones de se?oritas, espacios donde estuvieran ¡°protegidas y donde se conservara la reputaci¨®n de la familia¡±. Un hombre soltero no viv¨ªa solo, no sab¨ªa hacer la limpieza, ni mucho menos cocinar. P¨¦rez Serrano lo confirma: ¡°Irse a un piso, solo, era impensable¡Yo no he tenido ni una novia seria¡±. En las pensiones serv¨ªan desayuno, comida, cena y la limpieza estaba incluida.
Bajo el mismo techo, habitualmente regentado por una viuda necesitada de ingresos, se establec¨ªa una din¨¢mica de socializaci¨®n espec¨ªfica. ¡°Habr¨ªa que pensar de qu¨¦ manera defin¨ªa aquello a la ciudad¡±, reflexiona Walliser. Y agrega socarronamente: ¡°El equivalente ahora es lo que llaman coliving¡±. La diferencia es que en las pensiones conviv¨ªa gente de toda clase de origen y familia.
En la Posada del Peine, hace dos a?os, Jon Lalana recibi¨® a m¨¢s de una ¡°docena de nietos y bisnietos que celebraban el aniversario de boda de sus abuelos¡±. Se hab¨ªan conocido en la recepci¨®n de la pensi¨®n, donde ambos viv¨ªan. Le contaron que ¨¦l era un aviador falangista y ella, la hija de un republicano fallecido en la Guerra Civil. Como pedirle la mano era un esc¨¢ndalo en la sociedad franquista de posguerra, fingieron un embarazo ¨Desc¨¢ndalo menor¨D. ¡°En memoria de ellos, los nietos y bisnietos hicieron una reserva grupal y pasaron aqu¨ª la noche¡±, relata el recepcionista.
La par¨¢bola de Walliser alcanza su cima durante el desarrollismo. En los setenta y ochenta, Espa?a da el salto industrial. Los migrantes rurales que se hab¨ªan desplazado a Madrid desde Andaluc¨ªa, Extremadura y Castilla, principalmente, comienzan a tener estabilidad laboral y econ¨®mica, transform¨¢ndose as¨ª en clientes del mercado inmobiliario. La periferia experimenta un desarrollo acelerado. Donde antes hab¨ªa arrabales o chabolas, se empiezan a levantar bloques residenciales. Los obreros pod¨ªan adquirir una propiedad con un a?o y medio de sueldo. ¡°Hoy ni con dos o tres, probablemente ni con cinco, seis o siete¡±, dice el investigador.
En los setenta, cierra la Posada del Peine y tantas otras se transforman en hoteles. Despu¨¦s de la mili y un par de pensiones, Jos¨¦ P¨¦rez Serrano se muda a un piso por el barrio de Ventas con su hermano, pero el que pagaba todo era ¨¦l. Seg¨²n cuenta, la estabilidad econ¨®mica se lo permit¨ªa y mudarse soltero ya no era cosa muy extra?a. Lo que no recuerda es si el piso ten¨ªa cocina.
¨DEl dinero que ten¨ªa me lo gastaba en comer fuera y en las sesiones continuas de los cines de la Gran V¨ªa¨D, rememora, mordi¨¦ndose el labio.
Del desarrollismo y la movilidad social, la par¨¢bola cae desde su v¨¦rtice a lo que Walliser define como una disociaci¨®n entre los precios y el poder adquisitivo de los ciudadanos. El presente. Las razones son m¨²ltiples, se?ala el soci¨®logo, pero hay una fundamental que es la ¡°financiarizaci¨®n de la propiedad¡±. Es decir, la transformaci¨®n del inmueble en objeto de especulaci¨®n financiera con el que operan actores tanto locales como globales. ¡°Es desde este escenario que se impulsa el capitalismo de plataformas como Airbnb y los procesos de turistificaci¨®n¡±, comenta. Seg¨²n el portal inmobiliario Idealista, el precio de los alquileres en la capital espa?ola aument¨® m¨¢s del 32% en los ¨²ltimos 15 a?os.
El burgal¨¦s no vivi¨® ese proceso. O por lo menos no de esa manera. Con 52 a?os lo invitaron a prejubilarse. Entonces, viv¨ªa en El Bat¨¢n, al sur de la ciudad. El piso lo hab¨ªa conseguido de palabra en 1985, en un caf¨¦. ¡°Pregunt¨¦ a la camarera y f¨ªjate qu¨¦ suerte, hab¨ªa un matrimonio ah¨ª mismo que dejaba el suyo¡±, dice.
Se qued¨® en el barrio hasta 2001. Despu¨¦s, la ciudad lo expuls¨®. Hace 23 a?os vive en un piso interior de la ciudad de Burgos, por el que paga 600 euros mensuales.
En Madrid, las cosas vuelven a parecerse a los a?os cincuenta, cuando se rodaba la pel¨ªcula El pisito, de Marco Ferreri. All¨ª un treinta?ero desesperado por hacerse con la pensi¨®n en la que vive, pide un aumento a su jefe.
¨D?Ale, ale, ale! ?A trabajar, a trabajar, a trabajar!¨D responde el patr¨®n, hojeando el cuaderno de la contadur¨ªa¨D. ?Qu¨¦ tendr¨¢ que ver el sueldo con el l¨ªo de la vivienda?
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