La biblioteca superviviente de Carlos Fuentes
EL PA?S entra en la casa del escritor mexicano, donde a¨²n permanece su colecci¨®n personal: 14.000 libros. Es uno de sus pocos archivos que no tendr¨¢ como destino la Universidad de Princeton
Pocos d¨ªas antes de morir, Carlos Fuentes escribi¨® el esqueleto de lo que podr¨ªa haberse convertido en su pr¨®xima novela. En una hoja de papel con fecha de mayo de 2012 fue apuntando a mano, con bol¨ªgrafo negro, una lista de 28 escenas y personajes: ¡°el baile del centenario¡±, ¡°Madero¡±, ¡°la madrugada¡±, ¡°madre-hijo¡±. Al terminar, grap¨® la cuartilla a la pared de su escritorio. Aquella hoja sigue en el mismo lugar ocho a?os despu¨¦s. En el hueco de la estanter¨ªa, detr¨¢s de la silla de trabajo. Encima del fax, sobre los dos retratos enmarcados de sus padres y al lado de unas vi?etas gr¨¢ficas del New Yorker. Uno de los estilizados chistes recortados del semanario es que un hombre entra a una peluquer¨ªa a cortarse el cabello y cuando termina sale de la tienda sin cabeza.
En los cajones tambi¨¦n est¨¢n sus plumas, rotuladores, marcadores de hojas y hasta un hatillo de antifaces para dormir. Una pila de libros, algunos en doble y triple fila, cubren la mesa de madera en forma de ele. ¡°Siempre trabajaba en un huequito a pesar de la mesa grande que le compr¨¦. Qui¨¦n sabe por qu¨¦. Man¨ªas de escritor¡±, explica sentada en la silla de trabajo de su marido Silvia Lemus, su esposa durante los ¨²ltimos 40 a?os y albacea de su legado. Mientras nos explica m¨¢s an¨¦cdotas, Lemus intenta echar el respaldo de la silla para atr¨¢s sin conseguirlo: ¡°Al no usarla nadie desde hace ocho a?os, est¨¢ tiesa¡±.
Como si el tiempo se hubiera detenido aquel 15 de mayo de 2012, todo est¨¢ pr¨¢cticamente igual en el escritorio de uno los grandes nombres del boom latinoamericano. Incluida la extensa biblioteca que se abre a la izquierda colonizando la pared de la habitaci¨®n del estudio. Ocho filas de estanter¨ªas que van del suelo al techo. Es la zona de ensayos: filosof¨ªa, antropolog¨ªa, historia. Otras dos hileras ocupan el espacio de la esquina con traducciones al indio, al polaco o al chino de sus propias obras: La muerte de Artemio Cruz, Aura, Terra Nostra. Solo queda libre una pared con diplomas, la puerta y el ventanal que da paso a la azotea de la vivienda. M¨¢s de 14.000 t¨ªtulos repartidos por toda la casa. Una elegante y asc¨¦tica construcci¨®n de Luis Barrag¨¢n, el ¨²nico premio Pritzker mexicano, en un barrio residencial del sur de la Ciudad de M¨¦xico, donde se asent¨® la pareja tras los diferentes destinos del escritor como diplom¨¢tico mexicano: Par¨ªs, Washington o Londres. En el apartamento que Lemus a¨²n conserva en la capital inglesa hay otros 8.000 vol¨²menes.
Dos veces a la semana, una bibliotecaria viene a la casa de los Fuentes a poner orden en el caudal de libros. La colecci¨®n es uno de los pocos supervivientes del acervo del premio Cervantes mexicano. Casi todo el archivo est¨¢ ya a resguardo en la Universidad de Princeton por deseo expreso del propio autor. De hecho, los env¨ªos a la universidad estadounidense, donde fue profesor durante la d¨¦cada de los ochenta, a¨²n no han finalizado. Los otras dos habitaciones del estudio guardan cajas y cajas de material. En uno de los archivadores, escrito en una papel adhesivo, se lee: ¡°Correspondencia 1943-2012. Revisar y enviar a Princeton¡±.
Silvia Lemus tiene, sin embargo, otros planes para la biblioteca. ¡°Vamos a donarla a la Universidad Veracruzana. Su familia paterna viene de all¨ª¡±. La decisi¨®n tambi¨¦n la dej¨® encargada en vida el autor. El nuevo fondo universitario llevar¨¢ por nombre Biblioteca Carlos Fuentes Lemus. Su bisabuelo fue un migrante alem¨¢n que en el siglo XIX fund¨® una hacienda cafetalera en el lago de Catemaco. Su padre, ya veracruzano, fue tambi¨¦n diplom¨¢tico. En una de sus primeras paradas internacionales, en Panam¨¢, nacer¨ªa el escritor en 1928. En Brasil, mientras su padre trabaja como secretario del embajador, ensayista, narrador y poeta Alfonso Reyes; el hijo, como ¨¦l mismo sol¨ªa contar, aprendi¨® ¡°a ser novelista sentado en las rodillas¡± del prototipo de intelectual liberal mexicano.
De la larga tradici¨®n de escritores-diplom¨¢ticos tambi¨¦n form¨® parte Octavio Paz. Ambos se conocieron en Par¨ªs, en 1950, cuando Fuentes ten¨ªa 21 a?os y el futuro Nobel mexicano 35. ¡°Nos hicimos amigos inmediatamente¡±, cuenta el propio Fuentes en A viva voz, un compendio de conferencias y otros textos sobre literatura publicado por Alfaguara a finales del a?o pasado. Junto a Elena Garro, Bioy Casares o Silvina Ocampo, los dos amigos sal¨ªan de fiesta por los cabarets de Saint-Germain-des-Pr¨¦s, ¡°donde Albert Camus demostraba ser un gran bailar¨ªn de boogie y donde Luis Bu?uel regresaba al triunfo de Los olvidados en Cannes¡±. Cinco a?os despu¨¦s, ya en M¨¦xico, continuaron las correr¨ªas: ¡°organiz¨¢bamos fiestas toga parties con muchachas muy guapas¡±. Eran los d¨ªas de vino y togas, antes del giro conservador de Paz, que lo alej¨® de Fuentes y tantos otros escritores latinoamericanos. ¡°Aun as¨ª ¡ªrecuerda hoy Lemus¡ª fue un amigo a quien siempre quiso. Lo quiso de verdad¡±.
En uno de los pocos huecos sin libros en las paredes del estudio hay cinco fotograf¨ªas enmarcadas de algunos de sus escritores fetiche: Balzac, Kafka, Faulkner, Poe y Melville. A casi todos dedic¨® el autor mexicano reflexiones y alabanzas. En su libro de conferencias, se centra en una de las primeras novelas de la serie La Comedia Humana, de Honor¨¦ de Balzac. El protagonista es un joven que recibe de un viejo anticuario una extra?a piel con poderes m¨¢gicos. Un veh¨ªculo para abordar la ambici¨®n, la miseria, el ascenso social, o la corrupci¨®n como ingredientes del naciente capitalismo. Temas centrales en la novela naturalista y que, de alguna manera, Fuentes integr¨® tambi¨¦n en su narrativa. A modo de lecci¨®n, reflexiona en su ensayo: ¡°Acaso el protagonista balzaciano sea el primer h¨¦roe del absurdo moderno¡±.
De Herman Melville, dice que ¡°la loca cacer¨ªa de la ballena blanca por el capit¨¢n Ahab revela el desastre al que puede conducir ¡°el orgullo fatal¡± de un hombre y un pa¨ªs que se despiden de su inocencia¡±. Una alegor¨ªa universal, pero que resuena con fuerza al analizar el M¨¦xico posrevolucionario y la vileza de sus caudillos, n¨²cleo central de La muerte de Artemio Cruz. Sobre Faulkner, del que tanto bebieron los exponentes del boom, destaca la importancia del territorio m¨ªtico de sus novelas, el condado de Yoknapatawpha, perdido en alg¨²n lugar del sur profundo de EE UU. Y subraya: ¡°Como en los casos de la Comala de Rulfo y el Macondo de Garc¨ªa M¨¢rquez, a mayor intensidad local corresponde mayor significancia universal¡±.
Las notas sobre sus lecturas sol¨ªa apuntarlas a mano, sobre las mismas hojas de los libros o en cuadernos. ¡°Viv¨ªamos siempre rodeados de libros. Los subrayaba, escrib¨ªa en el margen y utilizaba c¨®digos. Alg¨²n d¨ªa se descifrar¨¢n sus garabatillos¡±, apunta Lemus con una sonrisa. Luego, sale del estudio a la terraza y por unos escalones a la derecha baja directamente al dormitorio. Tambi¨¦n aqu¨ª hay libros. En las dos mesillas de noche. En la del lado derecho de la cama, el lado de Fuentes, todo sigue tambi¨¦n intacto desde hace ocho a?os. La l¨¢mpara y los cinco libros: Un ensayo de Orson Wells, otro sobre Faulkner, una antolog¨ªa de poemas de Le¨®n Felipe, otra de poes¨ªa Latinoamericana y una novela polic¨ªaca. ¡°La novela negra ¡ªexplica Lemus¡ª le ayudaba a dormir¡±.
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