Tapiar un muro
Las constantes mudanzas de una vida en movimiento y el sufrimiento que han causado ciertos naufragios se parecen a la desesperada ma?ana en que Don Quijote no encuentra sus libros ni sus estantes
¡°Uno de los remedios que el cura y el barbero dieron por entonces para el mal de su amigo fue que le murasen y tapiasen el aposento de los libros, porque cuando se levantase no los hallase ¡ªquiz¨¢ quitando la causa cesar¨ªa el efecto¡ª, y que dijesen que un encantador se los hab¨ªa llevado, y el aposento y todo; y as¨ª fue hecho con mucha presteza¡±, escribe Cervantes en tan pocas l¨ªneas la fugacidad con la que esfuman la biblioteca de Alonso Quijana como supuesto remedio a la sana enfermedad de los libros que lo llev¨® a salir solo y contra vientos a componer el mundo, volver molido y luego, despertar del desmayo para ir precisamente al sitio exacto donde se hallaban sus libros como quien acude al botiqu¨ªn de los primeros auxilios. Don Quijote pasa las manos sobre el muro vac¨ªo e interpreta la desaparici¨®n como artilugio de alg¨²n vago encantador, un mal¨¦volo mago que ha desaparecido lo que parecer¨ªa el combustible indispensable de su imaginaci¨®n.
A menudo evoco la desolaci¨®n inesperada que asocia ese pasaje del Quijote con las constantes mudanzas de una vida en movimiento y se me afigura que el sufrimiento que han causado ciertos naufragios se parece a la desesperada ma?ana en que Don Quijote no encuentra sus libros ni sus estantes: solo el muro tapiado, blancamente encalado como met¨¢fora del vac¨ªo. Lo cierto es que al paso de los a?os y la lluvia de ciertas canas, el pasaje se conforma no como una derrota sin soluci¨®n, sino la explicaci¨®n sutil de que el verdadero due?o de su imaginaci¨®n y creatividad ha de emprender ¡ªcontra todo pron¨®stico de curas y barberos¡ª una salida m¨¢s para atravesar los campos de Montiel, ahora acompa?ado de un fiel escudero, multiplicando la locura indescriptible de esfumarse uno mismo de la monoton¨ªa cotidiana y emprender otra aventura libre y sin m¨¢s destino que desfacer todos los entuertos y arreglar todos los enredos que nublen la visi¨®n de cualquier paisaje.
El Quijote no se da por vencido ni vencido ante el muro vac¨ªo y as¨ª pasen las yemas de sus dedos por el muro con el que se ha tapiado la biblioteca ser¨¢ la fuerza de su memoria y el impulso de su instinto quienes hilan no s¨®lo la posible explicaci¨®n m¨¢gica con la que se asumen las mentiras tapiadoras, sino la pura vitalidad con la que recupera fuerzas, ingenio y ¨¢nimo para la tenaz vuelta a la conquista del mundo entero.
En el oto?o de 1987 compr¨¦ la edici¨®n con dise?o de Daniel Gil del Quijote de Miguel de Cervantes en dos vol¨²menes porque me atrajo la c¨®moda caja que contiene ambos tomos, la tipograf¨ªa digna de subrayarse en colores diferentes y con suficientes espacios de margen para navegar la lectura con todas las anotaciones que me azotaban a los 25 a?os de edad. Sobre todo, compr¨¦ el Quijote en la Casa del Libro de Gran V¨ªa porque me parec¨ªa inaplazable leerlo habiendo llegado a Madrid con la intenci¨®n de doctorarme en sus aulas y calles y plazas y tabernas de anta?o y hab¨ªa mucho de verg¨¹enza en s¨®lo citar escenas que proven¨ªan m¨¢s de las pel¨ªculas sobre el Quijote que de la lectura pura de sus p¨¢rrafos. Durante meses navegu¨¦ la Espa?a entera cargando en mochila azul la mejor historia jam¨¢s contada y es hasta ahora, d¨¦cadas despu¨¦s de leer el mismo libro todos los a?os, que me resigno a digerir como inesperada gratificaci¨®n ponderada la convencida creencia en que los muros tapiados de tant¨ªsimas ilusiones pasadas no han sido m¨¢s que alicientes para apuntalar la memoria de todo lo memorable y saber olvidar todo lo que en realidad hab¨ªa sido lastre y estorbo para volver a salir campante por la plana blanca de una p¨¢gina nueva que ha de escribirse con la caligraf¨ªa de la taquicardia y la emoci¨®n de toda la ilusi¨®n imaginada tan recuperada¡ que no hay muro que la tapie.
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