La actividad humana amenaza con nuevos peligros a los cactus gigantes de M¨¦xico
Las enormes biznagas de las zonas semides¨¦rticas han conjurado su explotaci¨®n ilegal para el acitr¨®n navide?o, pero otras industrias y el cambio clim¨¢tico se ciernen contra estos dinosaurios vegetales
Sergio trisca como una cabrilla por los cerros de Ojo de Agua, en Guanajuato. Con la soga enrollada como un peque?o vaquero, el muchacho, de 11 a?os, se para, observa las huellas en la tierra y dice: ¡°Por aqu¨ª han pasado vacas¡±. ?No ser¨¢n caballos? ¡°No, son vacas¡±, afirma sin atisbo de duda en su carita curtida. Ha heredado los conocimientos de su familia, pero sus ojos no ver¨¢n jam¨¢s en esos montes lo que vieron sus padres o sus abuelos. Nunca. Miles de biznagas gigantes han sido arrancadas para dedicarlas al acitr¨®n, un dulce t¨ªpico de la Navidad, como fruta escarchada, que adorna las roscas de Reyes. Algunos vecinos reunidos consiguieron parar esas talas ilegales que a plena luz del d¨ªa o en noche cerrada, esquilmaban los montes a lomos de burros. Los ejemplares m¨¢s ancianos pueden alcanzar una altura de dos metros y medio y eso indica una edad probable milenaria, a raz¨®n de 8 mil¨ªmetros de crecimiento anual. La amenaza del acitr¨®n ya parece combatida, pero nuevos peligros acechan a estos dinosaurios vegetales: la siembra intensiva de hortalizas, la ornamentaci¨®n de ranchos de lujo o, eventualmente, la voracidad inmobiliaria. Los Guardianes del Cerro siguen alerta.
Decir cactus es decir M¨¦xico, y asomarse 40 millones de a?os atr¨¢s. Situarse al lado de una echinocactus platyacanthus, o biznaga gigante, es viajar al pasado. Nacen como una bolita espinada, al cabo de 90 a?os pueden tener el tama?o de un bal¨®n de playa, despu¨¦s agarran carrerilla y comienzan a elevarse en forma de columna hinchada que tres o cuatro adultos no pueden abarcar uniendo sus brazos abiertos. Su per¨ªmetro es un acorde¨®n desplegado, un farolillo de papel plisado de los que iluminan las ferias, pero enorme, monstruoso. En cada columna vertebral del plisado, las espinas negruzcas amenazan recias como pu?ales. Pese a estas defensas, los burros las patean con los cascos hasta despojarlas de la piel y meten el hocico: un suculento tonel donde saciar la sed en estas tierras semides¨¦rticas.
As¨ª fue durante siglos. El pueblo otom¨ª nunca explot¨® estas cact¨¢ceas. Apenas hacen mermelada de otra especie similar que da frutos. Pero la carne de la platyacanthus puede convertirse en miles de gajos endulzados para los postres de navidad o los chiles en nogada, otro plato t¨ªpico de M¨¦xico. Y ah¨ª comenz¨® la primera depredaci¨®n, oculta detr¨¢s de leyes in¨²tiles para la protecci¨®n de unas plantas que tardan en crecer cientos de a?os y enredado el asunto con la disoluci¨®n de los ejidos en los noventa, lo que propici¨® la venta de tierras que antes fueron de uso colectivo. Desde la primera d¨¦cada del siglo, M¨¦xico empez¨® a perder uno de sus grandes tesoros, sin que los gobiernos hicieran nada por detenerlo. Lo que bien podr¨ªan ser parques nacionales de estricta protecci¨®n se convirtieron pronto en negocios rentables.
Por 2008, algunos vecinos de Ojo de Agua, se organizaron para detener el saqueo de sus gigantes. Sin ayuda de las Administraciones, sin un licenciado que les asesorara. Sub¨ªan al monte a cuidar su ganado y cuando ve¨ªan movimientos sospechosos daban la voz de alarma. ¡°Se llevaron en unos pocos a?os m¨¢s de 20.000 biznagas. De noche ven¨ªan con motosierras, las pelaban y las talaban¡±, dice Jos¨¦ Reyes Estrada, uno de los guardianes. En la tierra quedaban las se?ales del ecocidio, una palabra que han tenido que aprender los lugare?os: peladuras espinadas por todas partes, como en un aserradero, y un hueso blanco que era la espina dorsal del cactus. Esos cad¨¢veres secos a¨²n est¨¢n regados por toda la sierra. Cuando la biznaga muere de forma natural se convierte en un mont¨®n de ceniza blanca, tal que hubiera sido incinerada. Cuando es el machete el que pone fin a su vida queda ese hueso de testigo.
¡°Creo que ya hemos conseguido parar lo del acitr¨®n, pero seguimos vigilantes, porque sabemos que sus intenciones son acabar con todo¡±, asegura Mar¨ªa Isabel Ordu?a Estrada, una de las guardianas de Ojo de Agua, en el municipio de Victoria, en ese tri¨¢ngulo semides¨¦rtico entre Guanajuato, Quer¨¦taro y San Luis Potos¨ª, buen h¨¢bitat para las cact¨¢ceas gigantes. Tambi¨¦n las hay en Sonora, Chihuahua, Baja California y otros emplazamientos de similares condiciones clim¨¢ticas. Su familia est¨¢ en la misma lucha, y otros vecinos tambi¨¦n. Pero no son muchos los que levantan su voz para proteger las biznagas. No es de extra?ar, los ambientalistas pelean solos en muchas zonas de M¨¦xico y reciben amenazas de muerte que no se quedan en eso. La defensa de la tierra deja cada a?o en este pa¨ªs decenas de activistas muertos, ya sea por causa de la madera, de la mariposa monarca, de la lucha contra el envenenamiento industrial de las aguas, o cualquier otra causa. Lo Guardianes del Cerro tambi¨¦n las han recibido. ¡°No es una broma, es verdad, pero si a m¨ª me pasara algo, querr¨ªa que los dem¨¢s siguieran en la lucha¡±, dice Mar¨ªa Ang¨¦lica Ordu?a, hermana de Mar¨ªa Isabel, y delegada de Ojo de Agua. ¡°Es un orgullo ense?ar estos montes a quienes no los conocen, no queremos explotarlos tur¨ªsticamente por dinero, queremos que sean para todos, nuestros abuelos nos los dejaron intactos para todos¡±, afirma.
A las seis de la ma?ana, la luna llena obliga a las monta?as a perfilarse sobre un cielo que se resiste a clarear. Los pueblos est¨¢n adornados con cientos de bombillitas y cachivaches iluminados, con esa facilidad que tiene la Navidad para deslizarse hacia el mal gusto. Los excursionistas toman una jarra de atole chocolateado, dulces y quesadillas calentitas. Van a hacer falta para las cinco horas monte arriba monte abajo. Caminan en fila, entre magueys, chimales, ramas de chivo y moros. A cada momento hay que apartar las ramasantas para abrirse paso cuidando de que, al soltarlas, no aticen al que viene detr¨¢s. La ropa y la piel quedar¨¢n ara?adas por los gatillos, una suerte de espinos con u?as de gato, efectivamente. La mirada recorre las lomas. Hace apenas unos a?os, familias enteras de biznagas habitaban esas laderas. Hoy, varias se ven peladas, pura bre?a. Pero otras conservan la grandeza de los enormes toneles verdes, que van apareciendo al cabo de un par de horas de trayecto, cada vez m¨¢s grandes, como si el cerro entero hubiera sido bombardeado con obuses espinados. Son como Ob¨¦lix en su Galia. No hay muchos sitios en el mundo con capacidad para tanto asombro.
Las biznagas son inteligentes, ah¨ª donde las ven como pasmarotes del mioceno o del plioceno, inm¨®viles, a prueba del viento m¨¢s correoso. Sus ra¨ªces son someras, preparadas para adue?arse de las primeras gotas de lluvia que mojen la tierra, con las que ir¨¢n llenando el tonel. Pueden aguantar seis a?os de sequ¨ªa inusual. Lo que debieron ser hojas son ahora espinas, para que la humedad no se pierda y les protejan. Y sus estomas microsc¨®picos operan al rev¨¦s que en otros vegetales: en las biznagas se cierran por el d¨ªa y se abren por la noche. Monopolizan la humedad y la atesoran, como los camellos. Otra cosa son los burros, que a coz limpia son capaces de chuparles la vida. Pero con lo que no contaban, definitivamente, es con la voracidad humana, o su derivado m¨¢s temible: el cambio clim¨¢tico.
Todo esto lo cuenta Mario Hern¨¢ndez, director del Jard¨ªn Bot¨¢nico de San Miguel de Allende, uno de los pueblos m¨¢s bonitos de M¨¦xico, cerca de estas tierras de cact¨¢ceas en Guanajuato. Habla de una ¡°segunda depredaci¨®n¡±, la que se avecina con las plantaciones intensivas de hortalizas, o la inmobiliaria o cualquier industria que esquilme los acu¨ªferos. Dice que ya se est¨¢ viendo en tierras colindantes. Tambi¨¦n el ornato de jardines privados puede inclinarse hacia la venta ilegal de estas gigantes. ¡°En los viveros necesitan permisos y garant¨ªas para vender esas plantas, pero no los tienen. Venden algunas que tienen 90 a?os y el vivero apenas lleva 10 abierto¡±. Y por supuesto, el cambio clim¨¢tico. ¡°Los ejidatarios no pueden por s¨ª solos vigilar tantos miles de hect¨¢reas. Estas plantas est¨¢n catalogadas en peligro de extinci¨®n¡±, prosigue Hern¨¢ndez, soci¨®logo experto en aguas subterr¨¢neas y cuencas hidrogr¨¢ficas. Pero en M¨¦xico las leyes son fuertes y su aplicaci¨®n d¨¦bil. En ocasiones, los ilegales cuentan con la connivencia, cuando no el impulso, de ciertas administraciones locales. ¡°Y no son muchas las personas que tengan, como por ejemplo el maestro L¨¦on, conciencia medioambiental para proteger esta vegetaci¨®n¡±, dice el bi¨®logo. Don Le¨®n Rodr¨ªguez Garc¨ªa es un maestro de la comunidad vecina de Ojo de Agua, Cienaguilla, donde el camino muestra rutas tur¨ªsticas para visitar los cactus gigantes. Es un gran defensor del medioambiente, y tambi¨¦n de que sean los habitantes de la zona quienes lleven la voz cantante en la protecci¨®n de su patrimonio vegetal.
El acitr¨®n navide?o se sigue vendiendo, pero quiz¨¢ mucho de lo que se encuentra en las roscas de Reyes es ya, felizmente, pura imitaci¨®n. Cientos de empresas presumen de productos sostenibles medioambientalmente, pero al acitr¨®n no le ha alcanzado esa salvaguarda. Si es imitaci¨®n, nadie lo dice. Quiz¨¢ habr¨ªa quien lo encontrara de buen gusto. Otros pagar¨ªan m¨¢s en el mercado negro si les garantizan un acitr¨®n verdadero. Miserias del ser humano.
Las platyacanthus siguen, por ahora, contando la historia, las sequ¨ªas de hace un siglo y las heladas de hace dos dejan huella en sus anillos de tiempo, pero sus esqueletos desperdigados por el monte tambi¨¦n evidencian la insania actual: los que depredan y los que no quieren o no pueden parar este destrozo medioambiental sin retorno. Mar¨ªa Ang¨¦lica Ordu?a muestra en su mano una de esas bolitas espinadas que supuestamente replantaron los que arrancaron las gigantes. ¡°No valen nada, mira, aqu¨ª est¨¢ el gusano que tiene dentro, encima traen plagas¡±. Nada podr¨¢ reparar el crimen cometido contra estos hermosos toneles que tardan siglos en crecer. Durante las pr¨®ximas d¨¦cadas, podr¨¢ hablarse de cactus, pero no de gigantes. Aunque los que se arrancaron dejaran sus semillas en la tierra, los ojos del ni?o Sergio nunca volver¨¢n a verlos en su tama?o espectacular.
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