El enojo social y sus peligros
Hay un riesgo en el hecho de que no exista un m¨ªnimo de reglas del juego para resolver los conflictos; sin tales acuerdos b¨¢sicos, la vida p¨²blica puede convertirse en una rebati?a con sabor al viejo oeste
Hay rabia y frustraci¨®n en M¨¦xico y podemos verlo en las cada vez m¨¢s numerosas exhibiciones de violencia que sacuden al pa¨ªs. El p¨²blico de un estadio v¨ªctima de la furia de un centenar de salvajes, brigadas negras del movimiento feminista dispuestas a quemar edificios y destruir mobiliario p¨²blico, normalistas capaces de poner en jaque la econom¨ªa y el transporte de una regi¨®n, vecinos indignados de una comunidad que se sienten con el derecho de arruinar el d¨ªa de los conductores de miles de autos y camiones. Y no nos estamos refiriendo a la delincuencia com¨²n o a la brutal ferocidad de los carteles tan presentes en la vida diaria en amplios territorios del pa¨ªs. Hablamos de la violencia que parece acumularse y estalla entre la poblaci¨®n con creciente frecuencia.
Hay mucha gente enojada en M¨¦xico y demasiadas personas que no creen que las instituciones est¨¦n resolviendo sus querellas. Demasiadas experiencias frustradas, abusos recibidos, corrupci¨®n y privilegios siempre en detrimento propio y en favor de los poderosos, ricos o influyentes. En tal situaci¨®n, basta la m¨ªnima oportunidad o pretexto y el anonimato que confiere el grupo, para que un n¨²mero cada vez mayor de mexicanos acuda a la violencia, sea para resolver su problema in extremis o simplemente para expresar su frustraci¨®n con cargo a otros.
Las razones de fondo son muchas, pero todas convergen para hacer de nuestra geograf¨ªa un campo minado. Desigualdad social y falta de oportunidades, ausencia del estado de derecho, corrupci¨®n. Los m¨¢s desfavorecidos est¨¢n convencidos de que la naturaleza del agravio no solo les da el derecho moral a manifestarse violentamente, algo que sab¨ªan desde hace mucho; ahora, adem¨¢s, tienen conciencia de que pueden hacerlo sin ninguna o escasa consecuencia. La ley que no se ejerce para quien pueda pagarla, tampoco se ejerce para quien act¨²a en n¨²mero.
El Gobierno ha decidido no responder, salvo en situaciones l¨ªmite. Entiende que la mera represi¨®n de estos exabruptos sociales, sin atender a las razones de fondo, no solo no resuelve los problemas; en determinados contextos, incluso, la confrontaci¨®n con las fuerzas de seguridad y las inevitables v¨ªctimas que eso arroje podr¨ªan desencadenar estallidos sociales de consecuencias impredecibles. Y en abono a esta prudencia habr¨ªa que decir que, en efecto, han proliferado tomas, ocupaciones y encontronazos, pero ninguna se ha convertido en detonante de un levantamiento de mayor trascendencia.
Sin embargo, en la medida en que tampoco hay condiciones para resolver los problemas de fondo (desigualdad e injusticia social, impunidad y ausencia de estado de derecho), la estrategia de inacci¨®n comienza a no alcanzar. Hay un riesgo en el hecho de que no exista un m¨ªnimo de reglas del juego para resolver los conflictos; sin tales acuerdos b¨¢sicos, la vida p¨²blica puede convertirse en una rebati?a con sabor al viejo Oeste, en la que cada actor social resuelve su problema al margen de la ley y en exclusiva consideraci¨®n a su inter¨¦s particular y afectando a terceros, sin consideraci¨®n, y en ocasiones a contrapelo, del bien com¨²n. Obvio decir que a la larga son escenarios en los que la sociedad en su conjunto sale perdiendo: la toma de una caseta resuelve la necesidad econ¨®mica de un pu?ado de muchachos, pero impone costos millonarios a la sociedad; el otorgamiento de un servicio p¨²blico a una comunidad que se ha violentado simplemente convence a otra docena de hacer lo mismo. Al final el gobierno se ve obligado a responder al margen de cualquier planeaci¨®n o racionalidad de recursos y comienza a actuar en atenci¨®n a la capacidad que cada grupo tenga para infligir da?o al resto. En ¨²ltima instancia una especie de ley del m¨¢s fuerte, medida en capacidad de generar violencia.
El triunfo de Andr¨¦s Manuel L¨®pez Obrador en 2018 constituy¨® un factor de estabilidad pol¨ªtica enorme, toda vez que ofreci¨® una salida pac¨ªfica a la inconformidad de las mayor¨ªas desfavorecidas. Que hayan encontrado en las urnas una expresi¨®n para canalizar su molestia no es poca cosa. Pero el efecto esperanzador ha comenzado a diluirse, a perder su capacidad de contenci¨®n de la rabia social. Y no necesariamente porque est¨¦n desenga?ados del presidente; AMLO mantiene altos niveles de aprobaci¨®n en esos sectores. M¨¢s bien parecer¨ªa que muchos de ellos se han convencido de que su presidente mantiene las buenas intenciones y sigue buscando el cambio, pero los intereses creados (la mafia en el poder, como dir¨ªa la jerga obradorista) impide cualquier avance significativo. L¨®pez Obrador est¨¢ con ellos, pero los funcionarios de abajo, las autoridades locales y los poderosos de siempre siguen igual de coludidos. De all¨ª la legitimidad de cada cual para intervenir en la resoluci¨®n unilateral de su conflicto. Y ciertamente el lenguaje polarizado del presidente y el recordatorio diario de la perversidad de los conservadores refuerza esta visi¨®n de confrontaci¨®n a nivel de la base. Su propio agravio los impulsa, la narrativa presidencial los legitima.
El resultado es una extra?a combinaci¨®n en la que la fuerza pol¨ªtica del presidente no se debilita, pero la paz social se desdibuja y el ambiente econ¨®mico se polariza y termina desacelerando la inversi¨®n y el crecimiento. De no modificarse las cosas el balance del gobierno de la transformaci¨®n habr¨¢ sido p¨ªrrico: el presidente se ir¨¢ a su casa satisfecho de ser amado por las mayor¨ªas pero con las ilusiones truncadas por no haber hecho una diferencia en la vida de los pobres, la corrupci¨®n o el crecimiento.
Imposible predecir los alcances de esta violencia social. Quiz¨¢ sin pandemia las propuestas y reformas de la 4T podr¨ªan haber alcanzado a mejorar la condici¨®n de los pobres y mantener la esperanza viva en la posibilidad de un cambio. Quiz¨¢ si el presidente no hubiera escogido la confrontaci¨®n la crispaci¨®n social ser¨ªa menor. Lo que est¨¢ claro es qu¨¦ hay un riesgo de que los estallidos de violencia social sigan proliferando y el sistema profundice su inoperancia.
Ante ello solo alcanzo a ver dos salidas. Una, que este deterioro se sostenga sin consecuencias mayores hasta que arribemos a un obradorismo m¨¢s conciliador, capaz de concitar a los actores sociales a respetar reglas de convivencia m¨ªnimas y reactivar la econom¨ªa. O dos, que los votantes terminen cayendo en la tentaci¨®n de ceder ante una propuesta autoritaria, es decir, un gobierno represivo. Las auto llamadas fuerzas democr¨¢ticas, aglutinadas en partidos pol¨ªticos de oposici¨®n y algunas organizaciones de la sociedad civil, siguen pasmadas ante el fen¨®meno de AMLO, incapaces de ofrecer alternativas al pa¨ªs de las mayor¨ªas empobrecidas que no parece estar dispuesto a conformarse hasta que sus demandas sean atendidas. Pocas salidas ante una rabia que amenaza con desbordar a M¨¦xico y sus precarias instituciones.
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