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¡°Imaginen un d¨ªa sin periodistas. Ser¨ªa un mundo habitado por el silencio o la mentira¡±

EL PA?S adelanta el pr¨®logo y dos extractos de ¡®Cartas de amor y rebeld¨ªa¡¯ (Debate), un viaje epistolar en el que la reportera y escritora mexicana Lydia Cacho recorre su vida desde la experiencia del exilio

'Cartas de amor y rebeld¨ªa': Una fotograf¨ªa de Lydia Cacho y sus diarios personales
Una fotograf¨ªa de Lydia Cacho y sus diarios personales.Cortes¨ªa

Desde el exilio escribo este libro que inesperadamente se puso frente a mis manos vac¨ªas y temblorosas, negadas a escribir una palabra m¨¢s sobre lo injusto, porque la muerte nuevamente me pis¨® los talones y mis piernas agotadas quer¨ªan detener el paso, darse por vencidas, entregarse al vac¨ªo, a la p¨¦rdida, al agotamiento y la soledad.

El 23 de julio del 2019 unos sicarios entraron en mi hogar, mataron a mis perras, fieles compa?eras de mis d¨ªas, mientras la fortuna quiso que mi viaje encontrase obst¨¢culos para no llegar a tiempo a lo que parec¨ªa el ¨²ltimo enfrentamiento con la muerte. Hui de M¨¦xico cuando dos expertos de la Interpol y la DEA me aseguraron que ¨¦sta s¨ª era, efectivamente, la ¨²ltima llamada de los poderosos l¨ªderes de las mafias de tratantes de ni?as, pues su emporio se resquebraj¨® en abril de ese mismo a?o con mis ¨²ltimas declaraciones y m¨¢s tarde con la alerta roja de Interpol que les convirti¨® en pr¨®fugos de la justicia internacional.

Antes de sentarme a escribir este libro, pas¨¦ por un angustioso periplo por Nueva York, California y Espa?a; hab¨ªa pagado una gran cantidad de dinero a un abogado de migraci¨®n norteamericano para que me buscase una visa de trabajo, que fue preaprobada, y dos semanas despu¨¦s Trump orden¨® la cancelaci¨®n de nuevas visas de trabajo para periodistas y escritoras mexicanas. Pas¨¦ en silencio incesantes noches de angustia, llantos nocturnos bebidos en soledad en las habitaciones de diez viviendas diferentes. Mientras tanto, sonre¨ªa d¨¦bilmente ante mis amistades y familiares para evitar angustiarles m¨¢s; durante las noches me observaba rumiar la ansiedad alejando r¨¢fagas de pensamientos suicidas frente al espejo, dici¨¦ndome cada d¨ªa: ¡°Lydia, tambi¨¦n esto habr¨¢ de pasar¡±.

Una ma?ana, luego de comprar verduras en el mercado en Madrid, me desvi¨¦ para entregar algo de comer a una joven sin hogar que viv¨ªa escondida en un portal al lado del piso que arrendaba; ella me confes¨® que no quer¨ªa ni refugio ni hogar, la hero¨ªna le arrebat¨® la voluntad de a?orar. Al volver a casa me consol¨¦ pensando absurdamente en el privilegio de no estar en una situaci¨®n tan precaria, s¨®lo para descubrirme m¨¢s tarde frente a un listado de gastos del exilio, viendo que mis ahorros empeque?ec¨ªan r¨¢pidamente ante una vida en fuga.

Conforme pasaban los meses aumentaba mi angustia por la b¨²squeda de un estatus legal que me permitiera permanecer en alg¨²n pa¨ªs que me acogiera, sin la amenaza de que ese refugio temporal terminase pronto y me forzara a volver ¡ªen medio de una crisis pand¨¦mica¡ª a manos de los sicarios y de un Gobierno mexicano que avala la impunidad. Mientras trabajaba de sol a sol para mantener dos vidas suspendidas, en un pa¨ªs europeo con mi econom¨ªa de reportera mexicana, mis amistades del alma me cobijaron haciendo un poco m¨¢s llevadero el periplo.

Un m¨¦dico argentino en Madrid, luego de revisarme y advertir el alto costo que el estr¨¦s postraum¨¢tico cobraba en mi salud, me dijo que estoy sufriendo el ¡°s¨ªndrome de la exiliada¡±: tengo el coraz¨®n partido por la mitad, un fragmento en M¨¦xico y otro aqu¨ª, en Espa?a. Deb¨ªa buscar la forma de traer esa otra mitad conmigo, porque hay vac¨ªos que paralizan, que pulverizan la esperanza, y nos acercan a la muerte emocional y biol¨®gica.

Hab¨ªa algo que necesitaba para sentirme m¨¢s cerca de ese metaf¨®rico coraz¨®n: las cartas que durante toda una vida me escribi¨® mi madre, las que me escribieron amistades y familiares, las que yo escrib¨ª y con los a?os fui recuperando porque la gente hab¨ªa pensado tirarlas y prefiri¨® preguntar si me interesaban. Y mis diarios, desde ese primer cuaderno que mi madre me obsequi¨® a los doce a?os para que documentara historias, hasta el de mis viajes de investigaci¨®n del 2018. Fue entonces que llegaron poco a poco en manos de amistades que, pandemia de por medio, pudieron viajar entre M¨¦xico y Espa?a, ayud¨¢ndome poco a poco a repatriar mi pasado.

Una carta que forma parte del nuevo libro de Lydia Cacho.
Una carta que forma parte del nuevo libro de Lydia Cacho.

Comenc¨¦ a releer las cartas y los diarios, tapic¨¦ una pared con fotograf¨ªas de instantes simb¨®licos, viajes y momentos clave de mi carrera period¨ªstica. Inici¨¦ entonces la aventura de un ¨¦xodo en el que rescat¨¦ a la ni?a que a los doce a?os habl¨® por vez primera sobre la muerte y el suicidio, la que huy¨® de casa y aprendi¨® a amar mirando a sus abuelos caminar por un puente tomados de la mano. Al transcribir las cartas y fragmentos de los diarios, poco a poco acerqu¨¦ las vidas de esa que soy en 2022 y la joven que so?aba una vida de aventuras.

Sin intentarlo siquiera, arrastr¨¦ mi pasado hacia un peque?o estudio en un antiguo barrio madrile?o ¡ªcomo quien trae un animal herido a casa¡ª y escribiendo en mi computadora port¨¢til le fui sanando, hasta que un buen d¨ªa descubr¨ª que reviv¨ªa. Estaba escribiendo la biograf¨ªa de una vida inacabada y, mientras lo hac¨ªa, recog¨ªa retales de mi coraz¨®n regados por el mundo.

Durante treinta y seis a?os, personas de mi entorno y quienes leen mis obras han preguntado c¨®mo llegu¨¦ hasta aqu¨ª, qu¨¦ secreto subyace detr¨¢s de una mujer que a los veintid¨®s a?os decidi¨® lanzarse a la aventura de la defensa de los derechos humanos y la libertad de expresi¨®n bajo la consigna de que se debe vivir desde la congruencia y, de ser necesario, pagar las consecuencias de semejante atrevimiento. Cualquier respuesta ha sido siempre una f¨¢cil huida para no profundizar en toda una vida de asombro y rabia, de inseguridad y fortaleza interna, de b¨²squeda, miedo, pasi¨®n y desconocimiento, habitada desde ni?a por una ansiedad vital que intenta comprender lo que a simple vista parece inescrutable.

El origen de la valent¨ªa de cualquier ser humano es inverificable, se sustenta en semillas de dolor, de amor, de inconformismo frente a la realidad a veces insoportable; simiente del pasado que retumba en una memoria colectiva que nos llama, aunque intentemos ignorarla. Es inspiraci¨®n originada por las vidas ejemplares de las personas a quienes admiramos en la juventud, es tambi¨¦n el rescate de documentos que nos recuerdan c¨®mo era esa vida, a qu¨¦ ol¨ªa la ciudad, el sabor de los guisos de la ni?ez, los miedos y las alegr¨ªas, crecer a destiempo, contar mientras se vive creyendo que se exorciza el presente sin comprender que se escribe para el futuro.

Me he negado a hablar del imaginario secreto de mi fuerza, porque no creo que exista. Los misterios no me pertenecen, ni siquiera la vida es m¨ªa, la ¨²nica certeza que me habita desde la ni?ez es la del vac¨ªo y la muerte, tenerla de cerca, entender su presencia absoluta en nuestras vidas. No hay nada desconocido en la muerte, todo lo ignoto e incomprensible se halla en el lado de la vida, en lo absurda e injusta que resulta para millones de personas, en la inmoral desigualdad que nos divide en castas, g¨¦neros y clases, en los azotes que enfrentamos al intentar develar un rumbo diferente que favorezca un sentido de humanidad m¨¢s profundo; intentamos desesperadamente erradicar las excusas y argumentos que sostienen la violencia como norma que regula nuestras vidas en lo p¨²blico y lo privado.

He dicho incontables veces que lo m¨ªo no son el martirologio ni la bonhom¨ªa. Lo que me ha movido para dedica mi vida a escribir, a convertirme en reportera de guerra en el mundo que atestigua la batalla contra las vidas y cuerpos de mujeres y ni?as, enfrentar mafiosos y feminicidas, torturadores y corruptores, asesinos y criminales de cuello blanco, es en realidad el simple y claro sentido de justicia, el haber descubierto en la ni?ez que nadie deber¨ªa preguntar si merece la vida que le ha tocado vivir o si alguien merec¨ªa una muerte violenta en manos de un tercero.

Este libro no tiene grandes pretensiones, son los fragmentos hist¨®ricos de una vida bien vivida, los secretos de una chica rebelde, los amores de una feminista, sus discusiones, p¨¦rdidas, confesiones, serendipias y revelaciones. Es la historia de c¨®mo lleg¨® de vuelta a mis manos el otro pedazo de mi coraz¨®n para no morir de hast¨ªo.

Portada del libro.
Portada del libro.

Cuando mi madre me entreg¨® la primera libreta en 1975 y me dijo ¡°escribe lo que sientes¡±, sin saberlo iniciaba un viaje que ella quiso recorrer tambi¨¦n, pues so?aba con ser escritora. Sus cartas aqu¨ª publicadas son un homenaje a ella, que ya muerta publica un retazo de su palabra que inexorablemente va atada a la m¨ªa.

Canc¨²n, Quintana Roo

15 de septiembre de 1988

Querida mam¨¢:

El viento ha dejado de soplar a la velocidad aterradora de m¨¢s de 320 kil¨®metros por hora. Es ahora cuando me entero con la poca informaci¨®n que podemos recibir, de que el da?o que ha sufrido Canc¨²n es tan inmenso que ha sido clasificado como zona de desastre. Lo hemos escuchado por la radio del barco que Salvador instal¨® en casa de Andr¨¦s, donde nos vinimos a resguardar del hurac¨¢n Gilberto. La radio es de Miami, pues all¨¢ a¨²n no ha llegado el hurac¨¢n y hemos estado parcialmente informados gracias al centro meteorol¨®gico de Florida.

Salvador acaba de salir del departamento, a¨²n hay viento de 80 kil¨®metros por hora; me pidi¨® que me quedara, no sabe en qu¨¦ condiciones encuentre las calles, parece que hay robos y ataques a transe¨²ntes. A m¨ª solo se me ocurre tomar mi libreta y pluma para escribirte esta carta.

Cuando lleg¨® el ojo del hurac¨¢n baj¨® la presi¨®n atmosf¨¦rica y la tensi¨®n emocional, entonces pudimos dormir un par de horas. La tensi¨®n ha bajado. Andr¨¦s y Paty durmieron en una rec¨¢mara y en la otra Tom¨¢s, Patricia, Salvador y yo. Por supuesto hemos estado vestidos y con zapatos todo el tiempo por si tenemos que abandonar el edificio en caso de emergencia. Despu¨¦s de pedirle a Sal que se cuide y no haga ninguna tonter¨ªa heroica intent¨¦ conciliar el sue?o. Ya me conoces, no dorm¨ª los dos d¨ªas previos al hurac¨¢n, estuve acelerada y pas¨¦ m¨¢s de veinte horas sin parar. Acomodamos todas las cosas de nuestro apartamento en el ba?o, dicen que es el ¨²nico lugar seguro. Prevemos inundaci¨®n, pues como sabes tenemos la laguna enfrente. As¨ª que guardamos toda la casa en el ba?o. Despu¨¦s estuve cocinando para todos, somos seis; poniendo la comida para una semana en raciones y en las hieleras, comprando hielo y agua embotellada, pues lo dem¨¢s v¨ªveres y medicamentos ya lo ten¨ªa desde hace d¨ªas cuando sab¨ªamos que podr¨ªa llegar la tormenta.

El caso es que a pesar de estar agotada me es imposible conciliar el sue?o, no hago nada m¨¢s que inventarme alg¨²n tipo de oraci¨®n que se parezca a un rezo. Pienso en toda la gente que vive en las peores condiciones en las zonas que se inundan, a ratos me temo lo peor. Salvador me dijo que deje de pensar en los dem¨¢s pero es imposible, somos privilegiados, pudimos comprar v¨ªveres y venirnos a casa de amigos en el centro, lejos del mar y la laguna, pudimos resguardar nuestras cosas, incluso los bienes superfluos como la ropa de esquiar en nieve, mientras tant¨ªsima gente no tiene a d¨®nde ir porque dijeron en la radio que los albergues anti hurac¨¢n estaban saturados. Me angustia pensar en la gente que con el mismo miedo que hemos sentidos nosotras, no tenga posibilidad de sobrevivir.

Me levanto y tomo un plato, sirvo un poco de cereal y leche, s¨®lo sirvo un tercio del vaso de agua. Tenemos que racionar los v¨ªveres, estamos conscientes de ello. Canc¨²n es una isla y podr¨ªan tardar semanas en volver a traer alimentos y en recuperar los servicios de agua y luz.

Ya son treinta y seis horas sin salir del departamento, siento ganas de salir a las calles, de caminar. Tengo el cuerpo entumido de estar tantas horas recostada sobre una escalera, hincada y luego por largas horas sentada en el piso. Miro por el hueco que dejaron los ventanales rotos, la oquedad de ojos que ya no miran la belleza. El olor a mar se convirti¨® en tufo de algo podrido, las palmeras arrancadas de tajo por el viento arrojadas en la avenida abajo del edificio. Hay s¨®lo un almendro en pie, la calle entera est¨¢ cubierta de ¨¢rboles destrozados, vidrios, arbustos, un auto volteado como prueba del caos.

Veo a un hombre que sale de la casa vecina, ayuda a otros hombres y mujeres a barrer un poco, tarea in¨²til. El viento comienza a aullar de nuevo. Viene de vuelta, esto no ha terminado. Estoy angustiada, el cereal se revuelve en mi est¨®mago, me pregunto para qu¨¦ com¨ª. Son las 10.30. Salvador lleg¨®, pudo localizar a Rambo, el marinero que se qued¨® cuidando nuestra lancha, escondido en el manglar. Est¨¢ bien, pudo volver a tierra sin problema, dice que no la pas¨® mal, que se re¨ªa emocionado, se tom¨® unas cervezas con su compa?ero de aventura la dulzura de la inconsciencia. Su familia lleg¨® a su encuentro, no hay tel¨¦fonos, la gente est¨¢ saliendo, pero la radio dice que esto a¨²n no termina. La esposa les dijo que la casa qued¨® destrozada por el viento, no hay un muro en pie en su palapa. Sal dice que la esposa estaba tranquila, dijo que estar¨ªan bien, los vecinos les ayudaron a sacar algunas cosas en una lancha ahora las calles son un r¨ªo y se van a una escuela que han improvisado como albergue. ¡°No hay tristeza por lo material, dice Salvador, pero cuando termine esto les ayudaremos a reconstruir su casita¡±. Por eso lo amo.

Han pasado las horas, salimos de la casa de Andr¨¦s y Paty, ahora s¨ª el hurac¨¢n se ha ido hacia Florida. La entrada a la zona hotelera muestra un retrato de la devastaci¨®n. Est¨¢ lleno de soldados a lo largo de la avenida Kukulc¨¢n, la que comunica la zona hotelera y el centro de la ciudad. Entre los soldados las palmeras arrancadas de ra¨ªz, el manglar como un ¨¢rbol de oto?o deshojado abre la vista de la cat¨¢strofe.

Poco a poco nos abrimos paso junto a otros automovilistas que quieren volver a sus casas. Los hoteles est¨¢n llenos de turistas, seguramente aterrados. Tendr¨¢n an¨¦cdotas inolvidables que narrar. Algunos vienen a atestiguar el desastre, a saciar su morbo c¨¢mara fotogr¨¢fica en mano. No importa que no haya gasolina y no sepamos cuando la habr¨¢ de nuevo, est¨¢n disfrutando ver los muebles de todo el hotel de aquel lado de la laguna; el restaurante arrasado con lo que conten¨ªa ha quedado a la vera del hogar de los cocodrilos. El tour de la tragedia, la humanidad curiosa, el gozo de la p¨¦rdida de los m¨¢s ricos.

Pero no todo est¨¢ perdido, madre, hay quienes han salido a la ayuda de otros, gente que se baja para ayudar a los propietarios de peque?os negocios a meter muebles y objetos que quedaron en la avenida. Gente que ayuda a otra gente a salir de la zona hotelera para volver a sus hogares en el pueblo. Los lobbies de los hoteles son bocas abiertas, desdentadas, vac¨ªas. Todo lo suyo al otro lado de la laguna donde las olas imitan a¨²n la fuerza del mar. La naturaleza no pide permiso a la invasi¨®n humana y vuelve a recuperar terreno, no durar¨¢ mucho.

Salvador y yo caminamos por una playa, nos paramos frente a un inmenso barco pesquero cubano que intent¨® enfrentar el hurac¨¢n a motor. Termin¨® encallando en la playa, a unos metros de casas y hoteles. Los pescadores metidos en una casa, dormidos de borrachos, bebieron y comieron hasta saciarse. Salen rasc¨¢ndose la barriga y nos cuentan su haza?a, el sudor huele a vodka y tequila. Sonr¨ªen, es libertad.

Estamos vivas y volveremos a levantarlo todo, estoy segura. Entramos a casa, Salvador ve mi libreta en mano, me pregunta si escrib¨ª algo, le digo que todo. Sonr¨ªe, en medio del desastre comenzamos a volver a la normalidad. La casa huele a peces muertos, hay agua de la laguna, un vidrio roto, una peque?a gaviota muerta en la sala.

Limpiamos juntos durante horas, terminamos por hoy despu¨¦s de hacer la cama. No hay luz, abrimos las ventanas para dormir desnudos con un calor insoportable. Antes saco dos s¨¢ndwiches de la hielera. Las cervezas a¨²n est¨¢n heladas, sonre¨ªmos y las bebemos sentados en la cama. Salvador me pide que lea en voz alta esta carta antes de guardarla en el sobre para envi¨¢rtela a la Capital. Caigo en cuenta de que no tengo ni idea de cu¨¢ndo abrir¨¢n Correos, tampoco hay tel¨¦fonos.

Ma?ana ser¨¢ otro d¨ªa.

Te quiero,

Lydia

Maputo, Sud¨¢frica

3 de mayo de 2008

Una mujer camina por la monta?a en una provincial del norte de China, se encuentra una manta que cubre lo que parece un animalito. Se acerca y descubre la peque?a manita de un beb¨¦, abre la manta y descubre a una ni?a reci¨¦n nacida muerta. Avisa a la polic¨ªa del pueblo, la ignoran.

Un hombre encuentra a una mujer de su pueblo escondida tras un ¨¢rbol. La mujer llora. El hombre se acerca y descubre que tiene en sus manos el cad¨¢ver de una preciosa ni?a. La mujer se asusta y le pide al hombre que no la denuncie. El Gobierno chino ha prohibido a las familias que tengan m¨¢s de un hijo. Las ni?as no tienen derecho a la educaci¨®n, ni a ser propietarias de sus tierras, no obtienen buenos trabajos: las mujeres en China son ciudadanas de segunda clase; los ni?os tienen escuela y derechos y trabajo, ellos s¨ª pueden cuidar y mantener a los viejos de la familia. Un reportero chino de la provincia de Hunan descubre que cientos de ni?as est¨¢n siendo asesinadas selectivamente por padres y madres. Escribe un texto. Una semana m¨¢s tarde el corresponsal del New York Times encuentra la nota del joven chino, perdida en internet; se va a China y escribe un extraordinario reportaje. Organizaciones de derechos humanos del mundo y de China se movilizan, acad¨¦micos de varios pa¨ªses analizan el fen¨®meno del feminicidio infantil selectivo. La comunidad internacional llama la atenci¨®n al gobierno chino, exige pol¨ªticas p¨²blicas que mejoren la vida de las mujeres y una pol¨ªtica p¨²blica de salud sexual y reproductiva para todas las mujeres. Las cooperaciones internacionales ponen la mirada sobre China e invierten en la creaci¨®n y fortalecimiento de Organizaciones de derechos humanos de mujeres y ni?as.

Una reportera de The Guardian en el Reino Unido lee el reportaje sobre infanticidio en China, ella vive en la India y algo similar sucede. ¡°?Qu¨¦ puede ser?¡±, se pregunta. La periodista investiga el infanticidio en la India y descubre algunos factores similares al fen¨®meno de China: las beb¨¦s muertas son ni?as. Su reportaje levanta la indignaci¨®n social en Inglaterra y Oxfam act¨²a de inmediato subi¨¦ndose a la ola medi¨¢tica para defender los derechos humanos de las ni?as y mujeres de la India. El periodista John Thor Dahlburg escribi¨® Where killing baby girls is no big sin, lo public¨® en The Los Angeles Times y en The Toronto Star en 1994 y las organizaciones de derechos humanos lograron que se reinvirtieran recursos para ONG indias con perspectiva de g¨¦nero, lo que produjo cientos de estudios acad¨¦micos sobre el v¨ªnculo entre el infanticidio femenino y la inequidad de g¨¦nero, la desnutrici¨®n y el sexismo cultural. Miles de mujeres en la India se movilizaron para defender y exigir sus derechos.

Un reportero de EL PA?S en Espa?a entrevista a una feminista sobre las mujeres migrantes y ¨¦sta le platica acerca de las mujeres que huyen de pa¨ªses africanos a Espa?a y Francia por miedo a morir lapidadas. El reportero decide darle seguimiento a un correo electr¨®nico en el cual un grupo internacional de feministas, desarticuladas pero con la misma misi¨®n, intentan que el gobierno iran¨ª detenga la muerte por lapidaci¨®n de siete mujeres que hab¨ªan sido v¨ªctimas de violencia dom¨¦stica, cuyo ¨²nico delito fue no obedecer a un hombre. El reportaje impacta de tal forma que los llamados de Amnist¨ªa Internacional obtienen un eco impresionante, y las presiones medi¨¢ticas hacia los gobiernos que practican la lapidaci¨®n surten efectos importantes. Amnist¨ªa Internacional env¨ªa un llamado urgente y le siguen cientos de organizaciones de derechos humanos en todo el mundo.

En M¨¦xico, cada a?o medio mill¨®n de personas cruza la frontera hacia Estados Unidos, huyendo de la pobreza y la violencia. Una reportera de televisi¨®n elabora un reportaje sobre mujeres migrantes y descubre que cientos de ni?os se han ido solos en busca de sus familiares a los Estados Unidos. Un par de reporteros siguen la pista y encuentran un vag¨®n de ni?os y ni?as de entre 7 y 12 a?os que viajan como ilegales atravesando m¨¢s de cuatro mil kil¨®metros de territorio, solos, con hambre, sed y miedo, pero so?ando reunirse con su madre o su padre en el norte.

Universidades de la frontera estudian el fen¨®meno. Human Rights Watch elabora un informe sobre violaci¨®n de derechos de ni?os y ni?as migrantes, una agrupaci¨®n de San Diego lee el reportaje sobre ese informe y decide fundar una organizaci¨®n de derechos humanos para cuidar, proteger y ayudar a los ni?os y ni?as migrantes.

Podr¨ªamos pasar el d¨ªa entero exponiendo ejemplos de la trascendencia social y humana que tiene el buen periodismo en el mundo entero. Pero estos ejemplos bastan por ahora.

Yo estoy aqu¨ª, viva y hablando en un foro de la UNESCO gracias a las buenas acciones de las redes de defensa de derechos humanos y gracias al buen periodismo. Como reportera devel¨¦ una red de pornograf¨ªa infantil en mi pa¨ªs, M¨¦xico. En ella est¨¢n implicados poderosos pol¨ªticos y empresarios. Por publicar la verdad fui torturada y encarcelada, pero sobreviv¨ª y sigo haciendo mi trabajo como reportera especialista en derechos humanos.

El periodismo es una linterna para iluminar al mundo, un buen periodismo no solamente nos permite entender lo que sucede en nuestra comunidad, tambi¨¦n ayuda a revelar aquello que impide que nuestros derechos humanos se respeten plenamente. Un buen periodismo educa, descubre, revela, ayuda a formar opini¨®n. El buen periodismo enciende una flama que ilumina al mundo, una flama que incita nuevas ideas, genera procesos de solidaridad global y, a su vez, sensibiliza a m¨¢s gente sobre la tragedia del dolor humano provocado por los humanos. Un buen periodismo hace la diferencia en la velocidad en que la sociedad reacciona ante un tsunami o un temblor. Cada vez que un gobierno como el mexicano o el ruso o el liban¨¦s permite la impunidad del asesinato de una reportera o un reportero, no solo arrebata a la sociedad de su derecho de conocer la realidad, silencia tambi¨¦n a cientos de periodistas que temen ser asesinados por decir la verdad.

Hoy les pido que imaginen un d¨ªa del mundo sin periodistas. Nadie sabr¨ªa lo que sucede en su comunidad. Ni el clima, ni el tr¨¢fico, ni los peligros, ni las buenas nuevas, ni los peque?os milagros cotidianos. Ser¨ªa un mundo habitado por el silencio o la mentira, un mundo de falsas noticias, una fiesta para los criminales, un aliciente para los pol¨ªticos corruptos y abusivos. Un d¨ªa sin periodistas es lo que nos espera si la comunidad internacional no reacciona adecuadamente ante el silenciamiento hacia reporteros del mundo que muestran las diarias violaciones a los derechos humanos.

Ser periodista es una responsabilidad, un privilegio que mientras haya historias que contar all¨ª estaremos, trabajando para revelar la realidad, para acompa?ar a millones de personas a tejer redes de solidaridad global de derechos humanos.

Porque el buen periodismo es necesariamente la principal herramienta de los derechos humanos del mundo.

Un abrazo,

Lydia

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