Justicia desde el exilio
La periodista y escritora Lydia Cacho cuenta c¨®mo vivi¨® la detenci¨®n del exgobernador Mario Mar¨ªn y las implicaciones que tiene para ella

Escribo este texto desde Espa?a, donde me encuentro protegida en desplazamiento forzado por la violencia de la delincuencia organizada de mi pa¨ªs en mi contra. Hubiera querido estar en el hogar que me constru¨ª en Quintana Roo (M¨¦xico) desde hace casi dos d¨¦cadas, pero de all¨ª me vi obligada a huir tres meses despu¨¦s de que girara la orden de aprehensi¨®n internacional en contra de tres hombres de poder: el exgobernador de Puebla Mario Mar¨ªn, el multimillonario Kamel Nacif Borge y el exjefe de la polic¨ªa de Puebla Adolfo Karam Beltr¨¢n.
El primero orden¨® a toda la maquinaria judicial y policiaca de su Estado que yo fuese detenida arbitrariamente para ser torturada, y si fuera necesario, seg¨²n lo polic¨ªas, asesinada, para proteger a la red de pederastia, trata y pornograf¨ªa infantil a la que pertenece el empresario Nacif; el tercero orquest¨® con obediencia. Mi detenci¨®n, encarcelamiento y subsecuente persecuci¨®n judicial respond¨ªa a un claro pacto de impunidad construido por Nacif, quien invirti¨® recursos privados en la campa?a de Mar¨ªn y le cobr¨® esa inversi¨®n con la finalidad de silenciar mi trabajo period¨ªstico que revela la red de compra venta y violaci¨®n de ni?as de entre cuatro y 13 a?os, el lavado de dinero sucio de diferentes or¨ªgenes y los negocios opacos entre pol¨ªticos y empresarios consumidores de sexo con ni?as esclavas.
No lograron silenciarme, pues aqu¨ª estoy escribiendo nuevamente, no sin un enorme costo personal que pocas veces evidencio al hablar del caso.
Eran las 10.39 de la noche del 3 de febrero cuando estaba hablando con mi agente literaria respecto a mi nuevo libro. Casualmente hab¨ªa encendido mi celular mexicano, que utilizo muy poco; entr¨® la llamada del fiscal y mi agente me inst¨® a responder: No, dije con hartazgo, seguro me dir¨¢n que ten¨ªan de nuevo cercado a Mar¨ªn y se les escap¨® otra vez. Responde, insisti¨® Andrea, y contest¨¦ aun con ella en mi otra l¨ªnea en altavoz. Al otro lado del tel¨¦fono estaba la voz entrecortada y agitada del fiscal especial de delitos contra periodistas, Ricardo S¨¢nchez P¨¦rez del Pozo. Lydia, dijo, acabamos de detener a Mario Mar¨ªn en una zona complicada de Acapulco, mi equipo acaba de tirar la puerta de una casucha para entrar¡ ya lo tenemos.
Felicidades, fue mi respuesta inicial mientras sonre¨ªa con una sorprendente tranquilidad, sentada sola en un peque?o departamento que rento en Madrid. Lo llevaremos a la c¨¢rcel de Canc¨²n en un par de horas para presentarlo ante el juez, asever¨® el fiscal. Muy bien, respond¨ª. Entonces el fiscal me pidi¨® que le diera unos minutos antes de anunciar el arresto. Mi respuesta fue inmediata: no se preocupe Ricardo, an¨²ncienlo ustedes, yo lo retuiteo. ?De verdad?, pregunt¨® casi incr¨¦dulo y casi puedo apostar que feliz. Gracias, respond¨ª, buen trabajo. Colgamos. Andrea me dijo que hiciera lo propio, ya hablar¨ªamos m¨¢s tarde.
Me levant¨¦ y fui hacia la puerta blindada que tiene doble cerrojo, revis¨¦ que estuviese cerrada, cerr¨¦ las puertas de los dos balcones como si tuviese que acorazarme una vez m¨¢s. Al pasar por la cocina de nuevo, el espejo que cubre una pared me devolvi¨® mi propia imagen en jeans, descalza, con un sweater blanco y una sonrisa inmensa, casi ani?ada. Sola, sin nadie a quien pedirle un abrazo, a quien decirle mir¨¢ndole a los ojos lo que ten¨ªa en mente: uno menos, nos faltan otros, pero al fin cay¨®.
Camin¨¦ a la sala y apagu¨¦ mi tel¨¦fono mexicano, no quer¨ªa que me llamara nadie, no estaba lista para el torbellino medi¨¢tico. Le marqu¨¦ al director de Art¨ªculo 19, la organizaci¨®n de defensa de libertad de expresi¨®n que desde hace a?os lleva mi caso, quienes se han jugado mucho durante a?os por defenderme. Si yo tuviese que pagar mi defensa legal como hice durante a?os, no podr¨ªa alimentarme ni pagar renta, ni siquiera podr¨ªa pagarme un tel¨¦fono celular. Llam¨¦ a mi hermana y envi¨¦ un mensaje a mi familia para avisarles que estaba bien, que hab¨ªan arrestado al gobernador que orden¨® mi tortura y que apagar¨ªa mis tel¨¦fonos porque no estaba lista para hablar. Mi familia, como siempre amorosa, comprensiva y solidaria, me felicit¨® tan ecu¨¢nime como yo misma estaba y me dijo que descansara.
15 a?os, dije haciendo cuentas en voz alta a solas, lo logramos, carajo. Volv¨ª a marcarle a mi agente y hablamos brevemente sobre ello, ella exultante, yo tranquila le dije que no quer¨ªa extenderme sobre el tema. Sab¨ªa que era apenas el principio del tercer round contra las mafias de tratantes de ni?as protegidos por el sistema pol¨ªtico.
El Gobierno mexicano acaba de liberar al general Salvador Cienfuegos, vinculado con pruebas irrefutables a la delincuencia organizada. Tambi¨¦n negociaron con el exdirector de Pemex arrestado en Espa?a protegido por la mafia rusa. No es tiempo de cantar victoria, comienzan a moverse los m¨¢s poderosos para proteger sus intereses y los del gobernador, yo no soy nadie en su esquema, solo una inc¨®moda reportera a la que subestimaron siempre. Ellos conf¨ªan en sus alianzas con la secretaria de Gobernaci¨®n, Olga S¨¢nchez Cordero, siempre fiel a los intereses del PRI y de quienes la llevaron a la Suprema Corte de la Naci¨®n hace a?os.
¡°Esta no es una guerra personal contra un pu?ado de poderosos criminales, es una batalla de la sociedad mexicana contra la explotaci¨®n sexual comercial infantil, el blanqueo de capitales y los ataques contra la prensa¡±, escrib¨ª en mi libreta roja.
Apagu¨¦ mis tel¨¦fonos sin ver los mensajes de algunas de las sobrevivientes de esa red que confiaron en m¨ª. Los vi al d¨ªa siguiente. Casi con la misma parsimonia con que yo actu¨¦, ellas celebraron la detenci¨®n en espera de un juicio que sabemos que podr¨¢ durar entre dos meses y dos a?os, dependiendo de cu¨¢nto decida alargarlo el equipo legal del exgobernador a fin de halar los hilos del poder en turno para negociar su libertad.
Este ser¨¢ el primer juicio de un gobernador llevado a prisi¨®n por una mujer, por una periodista que ha sobrevivido de todo durante 15 a?os. Lo soport¨¦ gracias al apoyo inconmensurable de colegas periodistas y de una sociedad que sali¨® a las calles para exigir justicia para las ni?as v¨ªctimas y para quien document¨® su historia. En silencio escribo en mi libreta cu¨¢ntas primeras veces hemos logrado con este caso: la creaci¨®n de la primera ley contra la pornograf¨ªa infantil vinculada con la trata de menores de edad; la primera sentencia de 112 a?os por explotaci¨®n sexual infantil; la primera vez que ministros de la Suprema Corte publican un libro para denunciar la corrupci¨®n dentro de esa magna instituci¨®n; la primera sentencia de un polic¨ªa torturador de periodistas; la primera orden de aprehensi¨®n internacional, surgida a partir de investigaciones period¨ªsticas contra un empresario vinculado con m¨²ltiples delitos.
Desde hace diecisiete meses que sal¨ª de M¨¦xico para resguardad mi vida anhelaba el d¨ªa del arresto del gobernador, no por sed de venganza, m¨¢s bien por la clara conciencia de que el pa¨ªs necesita la certeza de que la justicia puede tocar a las redes pol¨ªticas de trata de personas que tantas infancias ha robado en M¨¦xico. Es una sed de justicia compartida que millones de personas deseamos saciar con la certeza incontrovertible de un juicio transparente que nos recuerde que vale la pena denunciar los cr¨ªmenes contra los derechos humanos y el intento de silenciar a quienes los denunciamos. Es una sed por abrevar de la no repetici¨®n de la compraventa de ni?as y ni?os, del asesinato, violaci¨®n y tortura de periodistas.
Al d¨ªa siguiente hablo con el experto de pr¨®fugos internacionales de Interpol, discutimos la noticia. Se?ora Cacho, le queda claro que no podr¨¢ volver a su pa¨ªs ?verdad?, me dice con voz ronca intentando suavizar la pregunta. S¨ª, respondo sin m¨¢s, suspirando en el exilio. Recuerde que no est¨¢ sola, asegura intuyendo mi aislamiento emocional.
Vamos tranquilamente a este tercer asalto. Ha sonado la campana y en silencio nos preparamos para subir nuevamente al ring de la pelea por la verdad contra un sistema que protege la mentira. Intuyo que ganaremos, no sin complicaciones, nadie dijo que es f¨¢cil defender los derechos humanos contra un sistema construido sobre sus flagrantes violaciones. Apago la luz, duermo tranquilamente en el peque?o departamento protegido mientras el gobernador lo hace en una prisi¨®n igual a aquella en que me mand¨® encerrar y violar. En la oscuridad cada uno reflexionar¨¢ sobre su vida. Tengo claro que esa batalla de la paz interior la gan¨¦ yo hace tiempo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.