Miseria, nostalgia y dignidades de una frontera en Ecatepec
Emiliano Ruiz Parra combina en ¡®Golondrinas¡¯ el recuerdo de unos padres trotskistas y su trabajo barrial, con la crueldad del Estado hacia un grupo de vecinos en la periferia de la capital
La precariedad define el espacio fronterizo, territorio donde el Estado flojea y desconoce, como si fuera menos patria que el centro. As¨ª ocurre en Reynosa o Ciudad Ju¨¢rez, pero tambi¨¦n en Ecatepec, una de tantas fronteras que pueblan la periferia de las grandes urbes mexicanas, ninguna tan vasta como la de Ciudad de M¨¦xico, monstruo de mil cabezas y enredados cabellos. Frontera: calles sin terminar, casas sin agua corriente ni luz, Estado como ente mafioso con el que negociar cualquier dignidad.
En esa ecuaci¨®n se ha movido Golondrinas, una colonia de la periferia de Ecatepec, el margen del margen. Antiguo ejido hecho barrio, los vecinos levantaron all¨ª sus casas con palos y telas, pagando el precio de cadenas de especulaci¨®n que les convirtieron en mercanc¨ªa de pol¨ªticos y funcionarios. Es el pecado original del extrarradio: endeudarse por un terreno que antes fue campo. All¨ª, en las fronteras del Estado, el poder penaliza todo intento de sobrevivir, de salir adelante.
¡°Uno de los cambios m¨¢s profundos de nuestra ¨¦poca es la transformaci¨®n de la tierra en barrio marginal¡±, escribe el periodista y escritor Emiliano Ruiz Parra en su ¨²ltimo libro, que toma el nombre de la colonia, Golondrinas (Debate, 2022), y a?ade un subt¨ªtulo que resume sus intenciones: ¡°Un barrio marginal del tama?o del mundo¡±. All¨ª, Ruiz Parra encontr¨® un ejemplo de las barriadas de aluvi¨®n que empezaron a construirse alrededor de Ciudad de M¨¦xico hace m¨¢s de medio siglo. Dice que as¨ª es el futuro, el campo achic¨¢ndose, la periferia creciendo.
Una ma?ana de la semana pasada, Ruiz Parra y su colega Pablo Gasca hicieron el camino que han hecho mil veces, la ruta a Golondrinas, una hora y cuarto en carro desde el centro de Ciudad de M¨¦xico. ¡°Ahora se llega r¨¢pido por la pista y estas v¨ªas, pero antes¡¡±, dec¨ªa el primero. El autor empez¨® a visitar el barrio hace 10 a?os. ¡°Llegu¨¦ con un prop¨®sito intelectual, conocer mi ciudad m¨¢s all¨¢ de los l¨ªmites de mi geograf¨ªa de clase media. Lo que encontr¨¦ fue el reflejo de mi propia nostalgia¡±, escribe.
Golondrinas es un artefacto pol¨ªtico, una cr¨®nica consciente, peleona. Pero tambi¨¦n es un texto personal. Los padres de Ruiz Parra, militantes trotskistas, trabajaron en barrios como este durante a?os. Crearon conciencia de clase, descubrieron el poder del colectivo frente a los tent¨¢culos del Estado pri¨ªsta. En el libro, Ruiz Parra recuerda el cuartel general de su organizaci¨®n, el Partido Obrero Socialista, en la colonia Tlaxpana. La publicaci¨®n que imprim¨ªa su padre, El Socialista, las conversaciones sobre mundos posibles, aquel pasado, aquella ingenuidad. ¡°Por eso fui a Golondrinas¡±, escribe hoy el autor, ¡°a recuperar los nombres y las historias de aquellas mujeres y unos cuantos hombres que le dieron sentido a la vida de mis padres¡±.
Rosales
Ecatepec es un municipio de un mill¨®n y medio de habitantes, donde el 20% del suelo es irregular. Es decir, que los vecinos que viven en un quinto de las casas lo hacen sin permiso oficial, situaci¨®n que marca los l¨ªmites de sus vidas. No es una exageraci¨®n. El car¨¢cter irregular de las viviendas somete a sus inquilinos a pol¨ªticos y caciques, que negocian paz, tranquilidad y servicios b¨¢sicos a cambio de apoyo electoral.
En Golondrinas, Ruiz Parra narra varios casos as¨ª, como el de Leti Solorio, que lleg¨® all¨ª en 1996, con 26 a?os y dos hijas, pr¨¢cticamente con lo puesto. En este tiempo, la mujer ha peleado duramente por una tuber¨ªa de agua, un enganche a la corriente el¨¦ctrica, papeles que regularizaran la casa. ¡°Todo era tan nuevo¡±, escribe el autor, ¡°que bastaba se?alarlo con el dedo para ponerle nombre. As¨ª fue como Leti Solorio llam¨® a su calle Rosales, porque so?aba con llenar de rosas sus veredas¡±.
La irregularidad es solo una de las tragedias modernas de Golondrinas. Hay otras anteriores, como la de los viejos ejidatarios, que trataron de proteger la tierra cuando a¨²n era eso, tierra, posibilidades de cosecha, y acabaron asesinados. Tambi¨¦n posteriores, como los vecinos que han vivido y revivido su propia obsolescencia, primero como campesinos, luego como obreros y finalmente como comerciantes. ¡°La periferia urbana deja de ser solo un lugar: se convierte en una relaci¨®n de explotaci¨®n¡±, escribe el autor.
Por eso Golondrinas es, ante todo, un texto pol¨ªtico, porque denuncia esa relaci¨®n tramposa e injusta sobre la que han construido sus vidas decenas de millones de familias en este pa¨ªs en los ¨²ltimos 50 a?os. Lo vieron sus padres, Cuauht¨¦moc Ruiz y Carmen Parra, en la d¨¦cada de 1980. Lo narra ahora el hijo, que recupera la batalla de los suyos y descubre que la guerra sucia en la periferia nunca fue ideol¨®gica, sino extractivista, una embestida de los buitres del mercado contra viejos comuneros que nunca supieron lo que se les ven¨ªa encima.
En sinton¨ªa con el canon literario y la enramada de la autoficci¨®n, el autor considera adem¨¢s el espacio desde el que cuenta y vive, el ¨¢gora en el que se form¨®, ¡°la clase media, la doctrina burguesa¡±. As¨ª, Ruiz Parra discute desde el mismo concepto de barrio marginal, favela o slum, una identidad, dice, otorgada por los otros, la clase media, la gente adinerada, los que no viven en Golondrinas. Porque en el barrio, la identidad es pelea y garra. ¡°All¨¢ se matan en sus chabolas, favelas, villorrios o como se llamen sus calles polvorientas¡±, escribe con todo el sarcasmo del mundo. ¡°Ac¨¢ ejercemos el derecho a la cr¨ªtica¡±, remata.
La barda
En la calle de Leti Solorio no hay rosales en las veredas. En realidad, no hay casi plantas en las calles, tampoco ¨¢rboles, salvo alguna excepci¨®n. Golondrinas es un tri¨¢ngulo de casas grises, el color del cemento. Un canal de aguas negras separa el barrio de la colonia grande, la Luis Donaldo Colosio, nombrada as¨ª en honor a una de las deidades del Olimpo pri¨ªsta, asesinado en una barriada parecida, en Tijuana, en 1994. Una ruinosa barda limita Golondrinas al oeste, la cicatriz de una vieja afrenta.
Hace a?os, el pueblo de Coacalco, aleda?o a Golondrinas, proyect¨® un parque industrial a orillas de la colonia. La idea que vendieron a los vecinos es que la barda del parque respetar¨ªa la ¨²ltima calle del barrio, de forma que los habitantes del lado oeste no encontraran, de repente, un enorme muro frente a sus ventanas. Tambi¨¦n por cuestiones m¨¢s pr¨¢cticas: la comunidad necesitaba paso para los veh¨ªculos, acceso para servicios de emergencia, ambulancias, bomberos¡ Ocurri¨®, sin embargo, que hicieron la barda a medio metro de puertas y ventanas, situaci¨®n que llev¨® el vecindario al l¨ªmite. La colonia se levant¨® contra la barda y las empresas del parque industrial. Hubo negociaciones, los pol¨ªticos prometieron hacer algo. Al final no hubo soluci¨®n. La barda se qued¨®, el parque industrial no lleg¨®.
El muro aparec¨ªa la semana pasada como un recuerdo marciano. Una cicatriz. Del lado de Golondrinas, un peque?o pasillo imped¨ªa el paso y provocaba la expansi¨®n de un extra?o ecosistema hecho de rincones propios del centro hist¨®rico de una ciudad de la vieja Europa. Del otro, la calle se hab¨ªa convertido en un estercolero donde cualquiera llega y avienta su basura. ¡°Esto le pasa a muchos lugares en M¨¦xico¡±, dec¨ªa Ruiz Parra, ¡°pedazos de tierra comunal que se venden a manos privadas, que luego chocan con las comunidades¡±, a?ad¨ªa.
El autor y Gasca, que prepara un documental a partir del trabajo del primero y de a?os de visitas al la comunidad, caminaban por Golondrinas como viejos sabuesos, confiados en una sabidur¨ªa de mil conversaciones, olores asumidos, errores, complicidades y malentendidos. A cada paso aparec¨ªa uno de tantos vecinos que pueblan las p¨¢ginas del libro, caso del maestro Jos¨¦ Encarnaci¨®n, viejo l¨ªder barrial que protagoniza las primeras p¨¢ginas, cuando sus propios compa?eros tratan de lincharlo, acusado de traidor.
Los detalles de aquel encontronazo y su soluci¨®n figuran en las p¨¢ginas de Golondrinas, igual que las peripecias vitales de Imelda Reyna, que ahora maneja una tienda de abarrotes al lado del canal de aguas negras. Su historia es una de las m¨¢s tristes del libro y por eso parec¨ªa incre¨ªble que el milagro de una sonrisa iluminara su cara. Como cuenta Ruiz Parra, su hijo fue asesinado y ella sola persigui¨® al asesino, pese a la Fiscal¨ªa del Estado de M¨¦xico que, al menos en su caso, funcion¨® como una mafia.
La visita a Golondrinas pas¨® tambi¨¦n por la barber¨ªa de Carlos Guzm¨¢n, el peluquero m¨¢s madrugador del mundo, que abre pasadas las seis de la ma?ana y es capaz de dibujar gatos y otras frusler¨ªas en la cabeza m¨¢s corriente. Ruiz Parra se sent¨ªa all¨ª como en su casa. Pidi¨® a Guzm¨¢n que le cortara el pelo, no tanto por necesidad sino como un homenaje a los recuerdos compartidos. El autor le dedica a Guzm¨¢n un cap¨ªtulo entero. Cuenta sus cruces fronterizos, una detenci¨®n en Estados Unidos, un escondite en el desierto, sue?os frustrados.
No hay migajas de tristeza en la narraci¨®n, igual que no las hubo en aquella charla desenfadada en la barber¨ªa. En una de las conversaciones reflejadas en el libro, Guzm¨¢n le dice al escritor: ¡°Mi sue?o es invitar a Ivonne a tomar un caf¨¦ junto a la torre Eiffel. No s¨¦ c¨®mo le voy a hacer, pero alg¨²n d¨ªa lo voy a hacer¡±. Ivonne es su esposa y lejos de ser un simple gesto rom¨¢ntico, las palabras de Guzm¨¢n recogen de alguna forma el car¨¢cter arrojado del barrio. El dilema no es si se puede, sino c¨®mo hacerle.
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