Cort¨¢zar en Coyoac¨¢n
Despu¨¦s de mi accidentada entrada, se me ocurri¨® afirmar ¡°Yo no cre¨ª que eras tan joven¡±, porque Cort¨¢zar no parec¨ªa tener la misma edad que Octavio Paz y Adolfo Bioy Casares
Lo he contado tantas veces que, incluso, lo puse en tinta en alguna p¨¢gina olvidada. Hoy que ser¨ªa su cumplea?os vuelve el espejismo de Julio Cort¨¢zar en Coyoac¨¢n, casi intacta la ingenuidad y el atrevimiento de acercarme a su inmensa estatura y preguntarle ¡°?Usted es Julio Cort¨¢zar, no?¡± y respondi¨® como dicen que tambi¨¦n lo hac¨ªa Borges: ¡°A veces¡±.
En ese ayer yo era miembro de una honrosa tertulia sabatina (que se alargaba en madrugadas de domingo) donde una luminosa pl¨¦yade de amigos so?¨¢bamos con publicar lo que escrib¨ªamos entre semana. La tertulia se conoc¨ªa como El Parnaso, no por engreimiento o soberbia, sino porque as¨ª se llamaba la librer¨ªa en cuyo caf¨¦ nos reunimos durante varios a?os para componer el mundo y varios de los parroquianos vimos sin poder creerlo del todo al gigante de barba y gafas que entr¨® a la librer¨ªa enfundado en un hermoso saco de pana.
Despu¨¦s de mi accidentada entrada, se me ocurri¨® afirmar ¡°Yo no cre¨ª que eras tan joven¡±, porque Cort¨¢zar no parec¨ªa tener la misma edad que Octavio Paz y Adolfo Bioy Casares. Parec¨ªa un adolescente maduro, alt¨ªsimo y con un ojo al gato¡ y me volvi¨® a lanzar un terciopelo ¨Centre feliz y sarcasmo¡ª cuando me dijo ¡°¡ y yo no cre¨ª que fueras tan viejo¡±. Era la voz honda de un l¨¢nguido tango, con las erres a francesadas y una sonrisa estr¨¢bica que me tom¨® del hombro al filo de la mesa de novedades.
Era un ayer en donde a¨²n viv¨ªan Bioy y Borges y llegaban a las librer¨ªas t¨ªtulos reci¨¦n cocinados por Jorge Ibarg¨¹negoitia y tantos otros fantasmas que ahora, al paso de siglos, parecen cosa de encantamiento. Con cierta confianza le dije a Cort¨¢zar que no ten¨ªa lana para comprar all¨ª mismo un ejemplar de su Rayuela, pero que ten¨ªa mi propio volumen subrayado y manchado de guacamole en casa.
¡°Si me espera, voy por mi libro¡¡± y dijo ¡°Dale¡ dale¡±, como si fuera escena en blanco y negro de la pel¨ªcula entra?able donde me veo corriendo de la plaza central de Coyoac¨¢n a la avenida Taxque?a, esperar el paso de una pesera que ven¨ªa como vianda de sardinas, bajar en la avenida Insurgentes y subir al cami¨®n que se llamaba Ballena¡ recorrer no pocos kil¨®metros, bajar en Hotel de M¨¦xico, correr a velocidad supers¨®nica a mi casa, subir las escaleras gritando que me esperaba Julio Cort¨¢zar ¡°para hablar de literatura¡±, ver de pasada la cara estupefacta de mi padre, salir con mi ejemplar de tapas azules y realizar la misma narraci¨®n de vuelta¡ tan s¨®lo para resoplar ante las carcajadas de dos o tres amigos y el encargado de la librer¨ªa que me abrazaba con ese ¡°?De veras cre¨ªas que Julio Cort¨¢zar te esperar¨ªa una hora con diez minutos?¡±.
As¨ª que hoy que cumple a?os, que a¨²n no es su centenario y que no escucho jazz al intentar cuajar este p¨¢rrafo, me convenzo de que hay d¨ªas en que parece que sigo corriendo triatlones imposibles recorriendo rutas inventadas, ya en tinta o sue?o, con la convencida ilusi¨®n de que al llegar me espera la sonrisa de un gigante entra?able, el viejo m¨¢s joven que yo haya le¨ªdo, para confirmar que no toda la tinta que se desparramaba sobre el caf¨¦ de los s¨¢bados fue en vano, que los milagros a veces se recuperan y que podemos hablar en silencio por no pocas p¨¢ginas de sus libros que no alcanz¨® a dedicarme.
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