En Zacatecas no hay paz ni en el cementerio: los asesinos tambi¨¦n est¨¢n aqu¨ª
Las familias de los seis adolescentes asesinados en Zacatecas entierran a sus muertos con rabia y miedo por la presencia de ¡®halcones¡¯ del crimen organizado en el funeral
Ellos, los asesinos, tambi¨¦n est¨¢n aqu¨ª. Los que mataron a ?scar Ernesto y a Diego, a Jorge Alberto y H¨¦ctor Alejandro, a Gumaro y Jes¨²s Manuel. Los que abandonaron en un monte de Zacatecas sus cuerpos maltratados. Est¨¢n aqu¨ª, en el cementerio de Malpaso, camuflados entre madres desencajadas y familias retorcidas por la p¨¦rdida. Ellos: los ¡°malos¡±, los hombres armados, los c¨¢rteles, el narco. Est¨¢n aqu¨ª para dejar claro un mensaje: son la ley; la mano invisible que todo el pueblo ve; la que dicta, asfixia, aterroriza, ejecuta. En la l¨®gica de sus cabezas enfermas de guerra, no hay paz para el enemigo ni en el d¨ªa de su entierro. Poco importa que tenga 14, 15, 17, 18 a?os, y su cara, m¨¢s rasgos de ni?o que de hombre.
Malpaso llora con rabia y miedo porque ellos est¨¢n aqu¨ª. Su presencia es un recordatorio al rojo vivo en la piel de que las palabras pueden ser peligrosas y las paredes escuchan. Han enviado a sus halcones a vigilar y tomar nota de quien habla de m¨¢s, disfrazados de gente normal: la que ha venido este jueves a compartir su dolor frente a ata¨²des adolescentes; a repetir con la boca peque?ita ¡ªmientras mira por encima del hombro para asegurar que no hay o¨ªdos peligrosos al acecho¡ª que no es justo, que esos chicos no se met¨ªan en problemas, que nunca hicieron da?o a nadie.
Las l¨¢grimas se mezclan con sudor en el cementerio. Las mujeres sujetan paraguas para protegerse de un sol violento que calcina la piel. El polvo se pega a la ropa mientras los enterradores remueven la tierra que pronto cubrir¨¢ a Diego Rodr¨ªguez Vidales (17 a?os). La multitud rodea en c¨ªrculos conc¨¦ntricos a la madre que, vencida sobre el ata¨²d, solloza palabras rotas e incomprensibles. Una mujer joven, quiz¨¢ su hermana, se desmaya. La abuela a¨²lla una y otra vez: ¡°?Ay, mi Dieguito!¡±. Las c¨¢maras de televisi¨®n graban, la orquesta de vientos entona una marcha que no consigue ahogar los llantos roncos, los quejidos graves. La misma escena se repetir¨¢ minutos despu¨¦s en la tumba de ?scar Ernesto Rojas Alvarado (15 a?os). Y la trompeta no toca una balada triste, pero aun as¨ª, la m¨²sica suena demoledora.
El hombre est¨¢ muy nervioso en un rinc¨®n del cementerio. Es familiar de uno de los chicos asesinados. Mira constantemente a los lados y pide a los reporteros que escondan la c¨¢mara y la libreta. Solo acepta hablar si su nombre no aparece, como casi todos los entrevistados. El miedo aqu¨ª es una sustancia espesa, palpable, que se pega a la piel con la misma facilidad que el polvo o el sol. ¡°Est¨¢ en zona de guerra Malpaso. Cuando est¨¢ oscuro, hay orden de no salir de casa, no hay ning¨²n polic¨ªa¡±. Dice que aqu¨ª ¡°el Gobierno son ellos¡±: el Cartel Jalisco Nueva Generaci¨®n (CJNG), en eterna guerra con el Cartel de Sinaloa por el control del territorio, arteria clave en el narcotr¨¢fico hacia Estados Unidos. Y hoy, los c¨¢rteles est¨¢n nerviosos. Demasiada exposici¨®n, demasiada gente.
¡ªSi no hubiera venido tanta [prensa al funeral], har¨ªan una masacre. Despu¨¦s de esto, viene el infierno.
¡®Nos mandaron videos de c¨®mo los torturan¡¯
El domingo, un grupo de hombres armados irrumpi¨® en un rancho de Malpaso y secuestr¨® a los siete adolescentes. Envi¨® videos a sus familias en los que se ve a los j¨®venes desfilando descalzos por el monte. Asesin¨® a seis de ellos y dej¨® sus cuerpos en un cerro cerca de La Soledad, una comunidad a apenas cinco kil¨®metros del lugar donde fueron raptados. Solo uno sobrevivi¨®, Sergio Yobani Acevedo Rodr¨ªguez, de 18 a?os, que fue ingresado en un hospital por heridas en la cabeza. Uno de sus familiares, tambi¨¦n en condici¨®n de anonimato, asegura que el muchacho no recuerda nada de lo que pas¨®: ¡°Tiene secuelas, se despierta diciendo: ¡®Ya no me pegue, no he hecho nada malo¡¯. No hay palabras para explicarte en qu¨¦ condiciones lo encontraron¡±.
El resto de adolescentes han sido velados este jueves en diferentes puntos de Zacatecas. El funeral de ?scar Ernesto y Diego ha sido el m¨¢s multitudinario; los dem¨¢s han transcurrido en la intimidad. Los vecinos de Malpaso han acudido poco a poco hasta llenar un sal¨®n municipal que ha hecho las veces de capilla. Los dos ata¨²des descansaban en el medio, con las fotos enmarcadas de los chicos, rodeados de velas y coronas de flores.
Sus historias, ya antes del secuestro, estaban marcadas por la violencia y la pobreza. Como la de ?scar Ernesto: su padre asesin¨® a su madre. El ni?o se encontr¨® a la mujer todav¨ªa viva, con una navaja en el cuello. Solo ten¨ªa 12 a?os. ¡°Imag¨ªnese ver a su madre en un charco de sangre. Era un sufrir para ¨¦l, estaba da?ado, necesitaba ayuda y no la tuvo. No se merec¨ªa la muerte as¨ª, no se met¨ªa con nadie, no lo debieran de haber acabado as¨ª, ¨¦l hab¨ªa sufrido much¨ªsimo desde que perdi¨® a su mam¨¢¡±, llora su t¨ªa, Mar¨ªa de la Luz Caldera, que junto a m¨¢s familiares se hab¨ªa hecho cargo del adolescente desde entonces.
¡±?l no era pleitista, simplemente andaba con sus amigos. Llegaron esas personas armadas y se los llevaron descalzos, nos mandaron videos de c¨®mo los torturan. No se vale. Queremos seguridad aqu¨ª en Malpaso. Si hubiera sido hijo del gobernador o del presidente habr¨ªan mandado hasta drones [a buscarlos]¡±, abunda la mujer. ¡°[Los c¨¢rteles] entran aqu¨ª muy seguido, cu¨¢ntos muchachitos no se han llevado y no han sabido de ellos¡ Ya uno tiene miedo, llega cierta hora y uno se encierra, no podemos salir porque ya andan aqu¨ª¡±.
Otro familiar relata historias de terror similares: c¨®mo en los ¨²ltimos meses las desapariciones de los j¨®venes de la comunidad se multiplican. ¡°Nunca aparece ni uno vivo, pero suele ser de uno en uno, nunca hab¨ªan sido tantos¡±. No tiene duda de que ¡°al que dejaron vivo [Sergio Yobani] fue para que diera el mensaje¡±, para que contara lo que le hicieron a sus amigos, para que el resto del pueblo supiera de qu¨¦ nivel de brutalidad son capaces. Sobrevivir, dice, es cuesti¨®n de suerte, ¡°de que no les caigas gordo¡±. La vida, en Malpaso, se parece mucho a una enfermedad cr¨®nica.
Durante las horas de velatorio, solo pasa una patrulla, a pesar de que el Gobierno ha anunciado un gran despliegue de seguridad. En la sala reina el silencio. De pronto, un hilo de voz de mujer comienza a brotar. M¨¢s gargantas lo siguen. Corean una canci¨®n religiosa que tiene algo de efecto reconfortante en el ¨¢nimo colectivo. El calor aumenta. Llegan los perros, las moscas. A las 14:30, los hombres cargan los ata¨²des en dos coches f¨²nebres. La banda toca la primera canci¨®n, las c¨¢maras ruedan. Una madre grita, con la cara hinchada: ¡°Est¨¢n grabando esto y, cuando debieron estar, ni uno vali¨® verga, ?ni uno!¡±. La comitiva procesiona hacia la Iglesia, donde se celebra una misa en honor de los j¨®venes. A los militares solo se los ve al final, custodiando la entrada al cementerio. Tampoco es que los esperaran ya. Ma?ana, la prensa tambi¨¦n se habr¨¢ ido. Malpaso volver¨¢ a quedarse solo con ellos: los verdugos y los muertos.
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