La incombustibilidad de la literatura
Los conflictos y encontronazos entre escritores son los que le permiten a la creaci¨®n y al pensamiento renovarse y expandirse
Como sucede en todas las disciplinas y profesiones, los territorios de la literatura se convierten, de tanto en tanto, en campos de batalla. Y aunque la mayor¨ªa de los conflictos no pasan de las escaramuzas, resultado de odios tan intestinos como vanos, de angustias tan ¨ªntimas y peque?itas que no consiguen hacer florecer el pensamiento, a veces suceden verdaderos encontronazos.
Esas conflagraciones de talla mundial, que reh¨²yen por norma lo superfluo y que provocan bruxismo nocturno, arrasando campos neuronales, son un pilar fundamental de la historia del pensamiento y el arte, pues permiten a la creaci¨®n renovarse, expandirse y volverse incombustible.
Hablo, obviamente, de los combates sin l¨ªmite de tiempo ni reglas que suceden en el campo de las ideas y en el de las sensibilidades, no de aquellos que resultan de las pasiones m¨¢s bajas y sus cortocircuitos. Como sucede con las escaramuzas, no creo que los pleitos cuya semilla no es m¨¢s que el fin de una amistad, por ejemplo, aporten a la literatura m¨¢s que el morbo que habita al silencio, m¨¢s que el fango de los secretos.
El fin de una amistad ¡ªGarc¨ªa M¨¢rquez y Vargas Llosa, Sartre y Camus¡ª no es, por supuesto, el ¨²nico tipo de pleitos destinados a convertirse en reyertas que el tiempo habr¨¢ de olvidar. Y aunque ejemplos hay muchos, atados todos a asuntos tan primitivos como la envidia, el coraje o la bravura, quiero se?alar aquellas disputas de machos cabr¨ªos que, en vez de tocar las ideas y sensibilidades, por m¨¢s que intentaran enga?arse y enga?arnos a todos, no tocaron m¨¢s que el tama?o de uno o m¨¢s miembros.
Ah¨ª est¨¢n Faulkner y Hemingway, Cervantes y Lope de Vega o Lord Byron y Keats, disputando, no en torno de una moral sino de una b¨¢scula; combatiendo, no en el ring de la est¨¦tica, sino en el de los egos m¨¢s perniciosos: ¡°Pobre Faulkner¡±, empieza su ataque el escritor de El viejo y el mar; ¡°Me apena Hemingway¡±, arranca su asalto el autor de El ruido y la furia. Ninguno de ellos, sin embargo, levant¨® el trapo cuando Thomas Wolfe quiso discutir sus literaturas. Aunque ambos, hacia el final de sus vidas, reconocieron en aquel otro escritor al mejor de su generaci¨®n.
Y aunque ac¨¢ podr¨ªa aprovechar para recordar que ni Garc¨ªa M¨¢rquez ni Vargas Llosa sostuvieron el trapo que Juan Jos¨¦ Saer o Julio Ram¨®n Ribeyro presentaron, cuando quisieron hablar y hacerlos hablar sobre el fondo y la forma de la novela y el cuento, mejor vuelvo a donde iba: porque quiero hablar de las conflagraciones de talla mundial, de aquellos conflictos que, en lugar de enfrentar a personas, enfrentan ideas y sensibilidades. Eso s¨ª, que nadie se llame a confusi¨®n: no estoy atacando la obra de ninguno de los escritores que, hasta este punto, he mencionado, estoy hablando de las maneras y de los motivos que eligieron para enfrentarse a los otros.
Volvamos a esas conflagraciones mundiales, a esos encontronazos que colocan, uno ante el otro, dos mundos y dos concepciones, tanto de la forma como del fondo, que viene a ser lo mismo que decir tanto de una est¨¦tica como de una moral. Este tipo de conflictos, que son los que le permiten a la creaci¨®n y al pensamiento renovarse y expandirse, rebasan, obviamente, los combates entre contempor¨¢neos ¡ªVirginia Woolf contra H. G. Wells, Gombrowics contra Borges, G¨®ngora contra Quevedo¡ª, pues tambi¨¦n tratan los ataques furtivos ¡ªlos llamo as¨ª, pues la respuesta, a menos que venga de un tercero, no es posible por ese asunto tan inoportuno que es la muerte¡ª que uno o varios escritores o escritoras llevan a cabo contra una obra a la que el tiempo patin¨® con el brillo del genio.
Y aunque ahora podr¨ªa escribir sobre lo importante que fue que alguien como Gombrowics, tan ajeno a todo y a todos, desentra?ara la obra de Borges y, sobre todo, la de sus imitadores, abriendo caminos que hasta entonces ¡ªy si no¡ª seguir¨ªan cerrados en las letras latinoamericanas, tanto como tambi¨¦n seguir¨ªan cerrados la mayor¨ªa de los senderos de nuestro jard¨ªn, si el propio Borges, antes, no hubiera dinamitado buena parte de la tradici¨®n que lo preced¨ªa, es decir, aunque podr¨ªa, ac¨¢, ejemplificar con conflagraciones entre contempor¨¢neos, prefiero hacerlo con las que trascendieron el tiempo, entre las cuales, am¨¦n de la que tantos libraron y siguen librando con la obra de Jane Austen ¡ªsin duda, la escritora que m¨¢s conflictos ha desatado¡ª, quiero ce?irme al ataque que Tolstoi llev¨® a cabo en contra de Shakespeare.
Y es que, aunque el ensayo de Tolstoi, tras una primera lectura, podr¨ªa parecer, precisamente, el texto de un macho cabr¨ªo, en una segunda lectura se desdobla de otra manera, justo, de hecho, de un modo opuesto: a Tolstoi le molesta, honesta, enardecidamente, la sensibilidad est¨¦tica del escritor ingl¨¦s, tanto como le molesta su contenido moral, es decir, el genio ruso aborda aquellos dos temas que, me parece, permiten que el pensamiento y la creaci¨®n se mantengan incombustibles: el fondo y la forma. Y es que m¨¢s all¨¢ de que, efectivamente, Tolstoi ataca a Shakespeare en tanto hombre, esto no impide que busque demostrar que el genio brit¨¢nico era un escritor sobrevalorado, uno de "los autores m¨¢s despreciables que el mundo conozca".
¡°Trivial, inconsciente, blando, vac¨ªo¡±, palabras como ¨¦stas son las que utiliza el ruso, pero no tan solo para insultar, como har¨ªa un pendenciero, un escritor de poca monta, un ser en conflicto con alg¨²n examigo o un personaje inseguro y resentido, sino para llegar al objetivo que busca: demostrar que Shakespeare carec¨ªa de la filosof¨ªa necesaria sobre la cual debe sostenerse la moral de una obra, tanto como carec¨ªa de una est¨¦tica congruente, sobre la cual debe erigirse la arquitectura del tiempo y la de las palabras que conforman esa misma obra: ¡°Tras leerlo, no queda en el lector ninguna idea digna de consideraci¨®n¡±, afirma el autor de La muerte de Iv¨¢n Ilich.
M¨¢s adelante, el autor de Guerra y paz ¡ªsolo con estos dos libros, que apenas he citado, Tolstoi demostr¨® que para ¨¦l no eran un problema ni la forma ni el fondo¡ª, anota sentencias como ¨¦stas: ¡°no le interesan los problemas del mundo¡±; ¡°no domina, en ninguna de sus obras, el car¨¢cter de sus personajes¡±; ¡°a consecuencia de su cinismo, pierde por completo la verosimilitud¡±; ¡°resuelve las situaciones m¨¢s importantes improvisando¡±; ¡°sus personajes hablan de una manera que resulta imposible¡±; ¡°en sus obras hay de todo, menos credibilidad¡±.
Dice George Orwell ¡ªrecordar¨¢n que antes anot¨¦ ac¨¢ que, en las reyertas en las que el tiempo es el terreno, a veces aparece un tercer individuo, para encargarse de la defensa de la obra que fuera atacada¡ª: "En pocas palabras, (Tolstoi) lo acusa (a Shakespeare) de ser un escritor atropellado y descuidado, un hombre de moral dudosa y, por encima de todo, lo acusa de no ser un pensador". Y aunque el objetivo del autor de 1984 es defender a su compatriota, muy pronto acepta que Tolstoi tiene raz¨®n.
"Lo que dice Tolstoi, en el fondo, es cierto", escribe Orwell: "Shakespeare no es un pensador, y los cr¨ªticos que afirman que era uno de los grandes fil¨®sofos del mundo no sab¨ªan lo que dec¨ªan: sus pensamientos no son m¨¢s que un batiburrillo, en un caj¨®n de sastre". Al darle la raz¨®n a Tolstoi, sin embargo, el ensayista ingl¨¦s m¨¢s importante del siglo XX tambi¨¦n se la quita.
Porque hacia la conclusi¨®n de su texto asevera: "Dentro de ciertos l¨ªmites, un pensamiento pobre o una moral pobre pueden ser buena literatura". Y es que, al final, como podemos ver en esta conflagraci¨®n, el asunto es si la literatura debe atender a la forma y al fondo. O si puede recargarse sobre una de esas dos sus patas.
Por suerte, para nosotros, en el siglo XXI y gracias, en buena medida, a quienes escribieron antes que nosotros y combatieron en serio, esta es una pol¨¦mica tan rica como abierta: la disputa forma y fondo que dio paso a la de forma o fondo, hoy es otra distinta.
El asunto son las posibilidades de la forma como fondo y en las del fondo como forma. Lo anticip¨® Juan Jos¨¦ Saer, cuando lanz¨® el trapo que ninguno de sus contempor¨¢neos se atrevi¨® a levantar. La moral est¨¢ en la elecci¨®n de una u otra palabra, tanto como la est¨¦tica determina las historia contamos y que nos contamos. De ah¨ª que, a¨²n estando de acuerdo con Tolstoi y Orwell, uno pueda leer a Shakespeare sin que su obra se vea afectada. Como cuando, consciente de la inutilidad del f¨²tbol, ves un partido y un gol te enloquece.
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